La decisión estaba tomada, nada ni nadie, podría hacerlo cambiar de parecer, no había marcha atrás. Y eso dolía mucho.
¡Era tan joven, era tan pequeño, tan frágil… nunca soportó sus palabras, aunque sinceras y dulces, de igual forma dolorosas, era por eso que no podía retractarse de su decisión, él lo había elegido, solamente él, y nadie más, les demostraría a todos que él también podía hacerlo, él ya no era un niño, y nadie quiso verlo, nadie le creyó, ahora se lo mostraría al mundo entero, él era grande, capaz de hacerse responsable de sus decisiones, no necesitaba a nadie.
Pero todo era muy doloroso.
En los ultimas semanas no había hecho otra cosa mas que planear lo que haría esa noche de luna llena, todo tendría que salir perfecto, nadie se daría cuenta hasta el día siguiente, y por más que doliera, tendría que hacerlo, así lo haría y nadie podía cambiarlo.
Cerró sus hermosos ojos azules, y suspiró cansado, todo el tiempo que había pasado planeándolo, lo había dejado agotado, le había robado tiempo, energía, sueños, comidas, todo, pero valdría la pena, todo su trabajo culminaría esa noche de luna.
Unas lágrimas salieron de sus ojos, sufría, sufría mucho, pero eso estaba a punto de terminar. Su rostro ya no era el de antes, parecía que la misma agonía lo había esculpido, ¿Dónde había quedado su alegría sin fin? Sin duda muy lejos de él.
Limpió con dureza esas ultimas lagrimas, y abriendo sus hermosos luceros aguamarina, miró por la ventana, era una noche esplendida, perfecta, igual a aquella que lo atormentaba día y noche, todo era igual, allí estaba la luna llena, tan brillante, tan hermosa, cientos de estrellas tapizando el cielo oscuro, creando una bella atmósfera, el clima fresco, propio de la noche, el aroma a rosas, y el árbol, ese magnifico y alto árbol, siempre tan lleno de vida, rebosante en hojas verdes, solo hacía falta una persona, faltaba Ray. Aún lo recordaba, allí, en la cumbre, sentado en una de las ramas, contemplando el cielo nocturno, sonriendo, bañado por la plateada luz…
Suspiró ilusionado, sumergido en sus recuerdos, eso era todo lo que le quedaba, sus preciosos recuerdos, lo único que nunca le pudieron arrebatar, lo único que se llevaría hasta la tumba. Sonrió con nostalgia, daría lo que fuese por verlo una última vez, pero ya no había tiempo, ya no había vuelta atrás, la decisión estaba tomada, y la cumpliría pesara a quien le pesara.
Giró sobre sus talones y tomando aquel objeto, dispuso a partir, silencioso, como Ray le había enseñado, ¿quien lo hubiera dicho, después de todo si utilizaría esa enseñanza del chino.
Caminó sigilosamente por el corredor, cuidando de no despertar a nadie, y bajando por las escaleras, llegó a la sala de estar, y allí, no pudo dejar de llorar, ya no volvería a reír en el enorme sillón, ni a jugar contra los chicos en los video juegos, ni a pelear con cojines, ni a nada de eso que tanto amaba, pero la decisión estaba tomada, y aunque le doliera tendría que llevarla a cabo.
Siguió, pues, su camino y cruzando por el dojo (disculpen si no está bien escrito), sintió derrumbarse, ¿Cuántas noches no durmió allí, a lado de sus amigos? ¿Cuántas estrategias? Cayó sobre sus rodillas, y aquel objeto cayó de sus manos, sintió entonces, con mayor fuerza que nunca, que no lo lograría, ¡Tantos recuerdos! ¡Tantas experiencias! y cubriendo su mojado rostro, rogó al cielo por ayuda, deseó con toda su alma que alguien lo detuviera, pero era inútil, Tyson, dormía placidamente en su cama, en el segundo piso; Ray, muy lejos de él, en su departamento desde hacía mucho tiempo, degustaba una galletas con leche mientras leía un libro; de Kai, no se había sabido nada desde que el equipo se había disuelto, el único que tenía contacto con él, era Kenny; El jefe, dormía en su casa en su cama, y de Hilary nunca esperó mucho; estaba solo, siempre lo había estado, desde el día en que sus padres se separaron, desde que su madre prefirió el trabajo a él, siempre había estado solo.
Levantó su cuerpo del suelo, tenía algo que hacer y nadie lo detendría, por más que le doliera aceptarlo, lo haría y luego muchos se arrepentirían de no haberlo escuchado, lo harían y él se sentiría satisfecho.
Caminó cansadamente, sus pasos pesaban, el objeto que traía consigo le lastimaba las manos, era tan áspero, pero el dolor que sentía dentro de sí era mayor.
Llegó a su objetivo, el árbol, siempre tan bello, tan perfecto, era la noche perfecta en el lugar perfecto, y nadie lo detendría, acabaría con todo su sufrimiento de un solo golpe, con una sola maniobra y nadie era capaz de detenerlo, sonrió lastimeramente, dolía si, pero él ya habría tomado la decisión.
Miró la rama más cercana a él, era como de 2 metros de alto, era perfecta.
El dolor en su corazón era demasiado, por eso había decidido huir, por eso estaba allí, llorando amargamente, preparando todo para su última batalla; atrás, solamente había dejado una carta, delicadamente acomodada sobre su almohada, solamente una carta, dirigida a Ray, era al único que tenía algo que decir, nada más a Ray.
Miró su obra, era perfecta. Su corazón latió con fuerza, estaba emocionado, siempre se preguntó que sentiría en un momento como ese, ahora lo sabía, limpió su rostro, no quería llorar en ese momento, ya lo había hecho mucho esas últimas semanas, era más que suficiente, miró por última vez la casa en la que había planeado todo, ahora estaba listo para empezar de nuevo, todo terminaría ahora, el sufrimiento, el dolor, la agonía, todo, él mundo por fin vería de lo que era capaz, y se arrepentirían por haberlo tratado como a un niño.
¿Quien se iba a imaginar lo que estaba por hacer? Se despertaría en la mañana y verían que ya no estaba, había sido su decisión, y nadie pudo evitarlo.
Con lentitud, subió en un pequeño banco, su cuerpo temblaba, ¿tenía miedo? por supuesto, ¡tenía solo 17 años! Pero nadie quiso creerle. Respiró profundamente, ya lo había decidido, ahora lo haría, y tomando con sus frías y nerviosas manos, aquella soga áspera, la colocó alrededor de su cuello y salto...
