PRÓLOGO



Todos los mortífagos salieron de la reunión notablemente impresionados. No era para menos. Su señor, Voldemort, por fin les había explicado cuál era su objetivo final, su ambición más profunda, aparte de la de conquistar el mundo mágico.

Vencer a la muerte.

Lord Voldemort era probablemente el mago tenebroso más ambicioso que había habido en la historia de la magia después de Salazar Slytherin, y también era muy inteligente, eso lo sabían incluso los que no eran mortífagos. Lo que pocos sabían, lo que sólo sus fieles partidarios acababan de conocer aquel día, era cómo llevaría a cabo sus planes para alcanzar la inmortalidad.

Por supuesto, cualquier mortífago que hubiera estudiado en la escuela Hogwarts de Magia y Hechicería, o en cualquier otro colegio de magia, sabía que ningún mago había conseguido jamás encontrar un modo de vencer a la muerte. Y, si alguno, como Nicolás Flamel, lo había hallado, había sido lo suficientemente prudente como para comprender el verdadero alcance de este poder y ocultarlo. Pero Voldemort no era como Nicolás Flamel. Él no era uno de esos idiotas bondadosos cuya máxima aspiración en la vida era fundar hospitales y casa de caridad para muggles desgraciados. Él no era uno de esos que hacían amistad con Albus Dumbledore y renunciaban a practicar la magia más fascinante de todas: las Artes Oscuras. Él haría lo que ningún otro había hecho.

Pero había un problema. Todo ser humano está destinado a morir, es la ley de la naturaleza y de la vida. Jamás ninguno había escapado a ese destino. Había quienes estaban destinados a morir de muerte natural, por accidente o de enfermedad. Por el contrario, otros estaban destinados a morir a manos de otros seres humanos, ya fuera por un accidente o por propia voluntad del homicida. Y lord Voldemort, tras una larga búsqueda, había conseguido descubrir quién estaba destinado a matarle. Quiénes, mejor dicho. Era el primer mago en la historia que conseguía descubrirlo, y aquello le dio ánimos. Le hizo creer que estaba a poca distancia de su meta final.

Sólo tenía que matarlos.

La sangre de sus venas, la sangre descendiente de Salazar Slytherin, hirvió dentro de él cuando a qué persona mataría primero. No sólo se trataba de rencor personal, también era necesario que él fuera primero, ya que faltaba muy poco para el nacimiento de su hijo.

-Ha llegado la hora de mi venganza, Godric... -susurró.



1981



Aquella noche no había luna. Las estrellas brillaban con claridad en el cielo y una suave y helada brisa movía las copas de los árboles, haciendo susurrar las hojas. Nada en medio de aquella quietud hacía suponer lo que iba a ocurrir...

Sirius Black volaba. No podía acelerar más su moto voladora, que surcaba el aire de un modo extrañamente siencioso. El sudor le corría por la frente y no paraba de morderse el labio inferior en un gesto inconsciente que delataba su nerviosismo. Tenía que llegar, pero, aunque cada vez se acercaba más, el Valle de Godric parecían tan lejano...

Apenas hacía un cuarto de hora que había salido corriendo de casa de Peter Pettigrew al ver que se había marchado sin dejar rastro. Los cajones y armarios estaban vacíos. No había alimentos en la despensa. Algunos objetos de valor, los más craos, habían desaparecido. La palabra "traidor" se deslizó en su mente y apareció ante él como un estallido, y entonces se subió en su moto a toda prisa y partió hacia la casa de los Potter. Estuvo a punto de avisar a Remus, pero decidió que no había tiempo. Además, no tenía una garantían al cien por cien de que no estuviera conchabdo con Peter en todo aquello.

"Hay que ver lo que todo este infierno ha hecho conmigo" pensó."No soy capaz de confiar ni en mis mejores amigos. Aunque no creo que carezca de motivos. Uno de ellos ya nos ha traicionado...".

Comenzó a vislumbrar entre los árboles la mansión en la que Lily y James Potter vivían con su hijo Harry. Una sensación de alivio comenzó a recorrerle el cuerpo, pero no le duró mucho. Apenas acababa de tomar tierra cuando oyó un grito, horriblemente claro y agudo en medio del silencio del bosque.

-¡A Harry no! ¡A Harry no! ¡Ten piedad, te lo ruego!-.

Sirius se quedó paralizado. Intentó gritar "¡Lily!", pero de su garganta sólo brotó un gañido ahogado. Un destello de luz verde resplandeció por una de las ventanas del segundo piso, la ventana del cuarto de Harry. Se oyó una risa fría y aguda, una risa que Sirius conocía muy bien y que le congeló la sangre en las venas. Durante un segundo no ocurrió nada...

Y entonces tuvo lugar la explosión.



Remus Lupin arrugó la hoja de papel que le había llegado por correo y la echó al fuego de su chimenea, donde se enroscó y se consumió entre las llamas de inmediato. Se apoyó en el respaldo de su viej butaca y suspiró. "Lo lamentamos, señor Lupin, pero no es usted la persona adecuada que buscamos para el puesto de trabajo...". Bueno, al menos esta era educada. Había llegado a recibir notas en las que el encargado de valorar las propuestas de empleo le insultaba, llamándolo perturbado, mostruo o asesino, e incluso una vez le llegó una carta en la que decía literalmente que, aunque la continuidad de la empresa de Túnicas y Capas de Calidad Orchideus & Co. dependiera de ello, jamás contratarían a un licántropo entre la plantilla. Una persona tan realista como él habría perdido la esperanza hacía ya tiempo, pero Remus se negaba a resignarse a que nadie le diera trabajo.

Sus sospechas acerca de que Sirius fuese el traidor, muy a pesar suyo, no había hecho más que acrecentarse los últimos meses. Era cierto que se trataba de un buen amigo, muy simpático, y todo lo demás, pero... a la memoria de Remus no hacía más que volver aquel día, cuando todos tenían dieciséis años y estaba en Hogwarts, cunado Sirius había conducido a Severus Snape a sabiendas al pasadizo del sauce golpeador, cuando Remus estaba dentro convertido en hombre lobo. Se había enfadado mucho con Sirius cuando se enteró de lo ocurrido. "¿No te das cuenta de que podría haberlo matado?" le increpó. "¿Te has parado a pensar en cómo me habría sentido teniendo que cargar con su muerte en mis espaldas en resto de mi vida?".

Sirius se disculpó y alegó que no se había parado a pensarlo. Ese era el problema de Sirius, se dijo Remus. Resultaba extraño que una persona tan inteligente y con una agudeza mental como la suya fuese a la vez tan precipitada tan impulsiva. No era violento por naturaleza, pero se ponía muy agresivo si alguien le hería a él a a alguno de sus seres queridos. Alguien tan leal, cualidad que compartía con Remus, no parecía capaz de pasarse al bando de los mortífagos, y, sin embargo, Remus no creía que pudiese ser nadie más.

Si pudiera saber lo que estaba haciendo en ese momento...



A pesar de que se encontraba a bastantes metros de distancia de la casa, Sirius fue derribado por la onda expansiva provocada por la explosión. Al cabo de unos segundos, se levantó. Se llevó la mano a la frente, donde sentía un fuerte dolor, y al mirársela la vio manchada de sangre. Alguno de los escombros debía haberle dado en la cabeza. Pero la herida no parecía grave, y a Sirius era lo que menos le importaba en aquel momento. Sintió que le volvía la voz, y echó a correr hacia la casa.

-¡James!- gritó, desesperado.- ¡Lily! ¡James! ¡Por Dios, contestad! ¿Estáis ahí? ¡James!-.

Sabía que sus gritos eran inútiles, que ra imposible que sus amigos hubiesen sobrevivido, pero aún así no podía parar. Se adentró entre las ruinas, llamando sin parar a James y a Lily.

Nadie contestó.

Fue entonces cuando vio lo que parecía un cuerpo semienterrado entre los cascotes, a la altura de lo que en otro tiempo fue el salón. Se arrodilló junto a él, y, al apartar los escombros, descubrió el cuerpo sin vida de James Potter.

Tenía heridas en la cabeza y en los brazos producidas por el derrumbre de la casa, pero no era eso lo que le había matado. Sirius distinguó con claridad la mueca de horror y sorpresa que dejaba la maldición Avada Kedravra en sus víctimas al arrancarles la vida. Aún sujetaba la varita en la mano. Sus gafas estaban rotas y las llevaba torcidas. Sirius notó cómo los ojos se le llenaba de lágrimas. Cerró los ojos de James, y se apartó de él, incapaz de volver a mirarlo. Era su mejor amigo, y ahora estaba muerto. No tuvo que andar mucho para descubrir a Lily, en condiciones similares. Su cabello largo y rojizo estaba desparramado en el suelo formando una aureola alrededor de su cabeza. La expresión desorbitada de su rostro no impedía ver que había sido hermosa, que aún lo era.

"Harry" pensó Sirius. "Harry es mi ahijado, y ahora estará muerto también. No es posible que haya sobrevivido". No se sentía con ánimos de buscarle. Era un niño precioso, con una sonrisa encantadora y los mismos enormes ojos verdes de su madre. No podría resistir verlo igual que sus padres.

En ese momento, oyó, casi imperceptible, un llanto infantil. Venía de cerca. Sirius, casi sin creer lo que oía, se acercó hasta allí, pero pronto se dio cuenta de que otra persona habia llegado primero. Alguien alto y fuerte, mucho más de lo normal. Sirius sintió temor durante un segundo. Luego, se dio cuenta de que aquella persona era Rubeus Hagrid.

-¡Sirius!- exclamó Hargid con sopresa- ¿qué haces aquí?-.

-Hola, Hagrid, yo... -Sirius tragó saliva. Estaba demasiado horrorizado como para hablar.

Hagrid meneó la cabeza con tristeza.

-Lo sé. Es horrible. Dumbledore me ha mandado a recoger a Harry-.

-Pero... pero... ¿Cómo es posible? Quiero decir, James y Lily están... ¿cómo ha podido Harry...? ¿Dónde está Voldemort?-.

Un brillo extraño centelleó en los ojos de Hagrid.

-Ha desaparecido. Dumbledore lo sabe. Se acabó-.

-¿Cómo que ha desaparecido? ¿Él? ¿Cómo ha ocurrido?-.

-No lo sé. Tal vez no lleguemos a saberlo nunca. Bueno, Sirius, me llevo a Harry antes de que aparezcan los muggles-.

-Espera- le detuvo Sirius.

-¿Qué?- preguntó Hagrid.

-Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él. Dámelo-.

-Lo siento, Sirius, pero Dumbledore me ordenó que se lo trajera a él. Va a entregarlo a sus tíos-.

-¿Qué?- se extrañó Sirius.-¿A sus tíos muggles? ¿La hermana de Lily? Vamos, Hagrid, eso no tiene sentido. Dumbledore sabe que yo soy su tutor. James y Lily me nombraron su tutor en caso de que les pasara algo-.

-Lo siento, Sirius, pero discute eso con Dumbledore cuando le veas. Yo tengo órdenes-.

Sirius abrió la boca para protestar, pero de pronto se detuvo. Comprendió por qué Dumbledore le había dicho a Hagrid que se llevara a Harry. Se suponía que Sirius era el Guardián Secreto de James y Lily. Nadie, ni siquiera Dumbledore, sabía que habían hecho un cambio en el último momento y habían hecho Guardián a Peter, dejando a Sirius como cebo. Dumbledore creía que Sirius era el traidor. Y, si no encontraba a Peter pronto, todo el mundo lo creería.

-Está bien- contestó, pensando con rapidez- llévate mi moto, al menos. No la voy a necesitar. Llegarás antes. Cuídalo-.

-Vaya, gracias- Hagrid parecía sorprendido. Todo el mundo sabía que Sirius adoraba aquella moto.-Bueno, tengo que irme. No te preocupes por Harry. No le pasará nada. Hasta pronto-.

-Hasta pronto- contestó Sirius. Pero pasarían más de doce años hasta que volviera a ver a Hagrid.

Sujetando con delicadeza al niño, que aún gimoteaba, Hagrid se subió a la moto de Sirius, encendió el contacto, y unos segundos después se elevó, desapareciendo en la oscuridad de la noche.

Sirius se quedó durante unos segundos mirando el lugar por donde se había marchado Hagrid. Luego, se obligó a reaccionar cuando empezó a escuchar voces. La gente no tardaría mucho en llegar. Sirius miró por últimas vez los escombros de la casa. No distinguió los cuerpos de sus amigos, pero fue suficiente para que un estremecimiento de ira y dolor le recorriera todo el cuerpo. Se transformó en un perro grande y negro. Su novia solía decirle que podía reconocerle cuando se transformaba en animago porque era el único perro del mundo que podía tener aquellos ojos azules. Echó a correr con todas sus fuerzas hacia Londres. Sabía que, si huía, Peter se escondería allí. La mayoría de criminales lo hacían. Era mucho más difícil para el Ministerio de Magia actuar contra un criminal en las grandes ciudades, puesto que estaban llenas de muggles que podrían ver cualquier signo de magia que empelaran. Sólo tenía un objetivo en su mente: encontrarle, encontrarle y hacer que todos comprendieran la verdad. Debía hacerlo para vengar la vida de sus amigos... y para salvar la suya propia.