Hola mi gente querida!. Este es un relato de una de mis películas favoritas, que veo desde que tengo memoria y a pesar de los años sigo viendo y amando: Jurassic Park. A mi siempre me han encantado los dinosaurios y de hecho estudio paleontología para, quién sabe? algún día quizá pueda descubrir muchas cosas. Cabe aclarar que la mayoría de los personajes son ficticios, excepto los originales de la película. La Isla es la misma, pero obviamente cambia el personaje principal para darle un poco de "vibra". El que plagie esta historia se verá sometido a la peor de las denuncias. Y yo siempre me entero así que cuidadito. DISFRUTEN!
Mi nombre es Nicholas Stepcop. Sí, sí, muchos se traban al intentar decir mi nombre rápido. Me crié con mi madre Stella, mi padre Vic y mi hermano menor Math en el medio del campo, literalmente. Para ser demasiados precisos, en Missouri, cerca del lago Arthur Jasper, de la ruta 19 y del cementerio Oak heaven, lo que siempre me dio un poquito de miedo. Si se pusieron a buscarlo, se darán cuenta que vivo EN EL MEDIO DE LA NADA, nuestra casa era la única en la zona. Iba al colegio en un pequeño poblado llamado Hermann. Debía recorrer varios kilómetros en la camioneta de mi padre y por eso me despertaba dos horas antes del comienzo de las clases. No tenía amigos, ya que siempre recibía las burlas de "Ja, ja, el campesino" o "¿Tu mejor amigo es una vaca?" o la típica de "¿Tienes agua o te bañas en el lago?". Por ende, nadie venía a casa ni tampoco querían acercarse a mi. Deseaba demasiado un amigo, alguien que me contenga, que me escuche, que me quiera y que tenga ganas de jugar conmigo. Como se deberán suponer, convivía con cualquier tipo de animales : vacas, toros, gallos, comadrejas, topos, ovejas, cabras, caballos, avestruces, conejos, perdices, serpientes, lagartijas, gatos, perros, ciervos, cerdos, gorriones, patos, ratas de campo, monos, ratas de campo...creo que ya lo dije, guanacos y cualquier variedad de molestos insectos. Esto me hizo descubrir a los diez años que yo, Nick, poseía un don...uno muy especial.
Estaba escuchando atentamente la casera y sencilla radio que teníamos. La voz de el locutor decía: "El célebre científico de InGen ha abierto al público un parque de dinosaurios, llamado Jurassic Park, sacando ADN de mosquitos contenidos en ámbar, y..."
— ¿Escuchaste, pa?. Quiero ir. — jalé de la manga de su abrigo.
Para mi mala suerte, mi padre apagó la radio, ignorando todos mis comentarios. Odiaba esas cosas comerciales que beneficiaban a los animales, como zoológicos, bioparques, etcétera.
— Hijo mío, es hora de que te enseñe la especialidad de los Stepcop, que ha perdurado y nos ha enseñado a subsistir por los siglos de los siglos. — dijo, dándome un rifle que al menos mi esquelético cuerpo pudiera cargar.
— ¿Vamos a cazar?. ¿Hacerle daño a animales?. — pregunté con mi inocente voz.
— Así es hijo, te va a encantar, no te vas a arrepentir.
Caminamos bastante tiempo, haciendo que el sol que recién salía marcara nuestra siluetas, hasta que mis pasos fueron interrumpidos por una mano y un demandante "Sh, agáchate". Le hice caso y entre los pastos logré divisar a un ciervo. Con su experiencia, mi padre apuntó y disparó, hiriendo el muslo del animal. Fue una escena bastante hiriente. Nos acercamos a el pobre ser, que sufría en el suelo intentando pararse. Mi padre colocó el rifle en su sien. Ahí cometí el error de mirarlo a los ojos, pero escuché una voz.
— Ayúdame, ayúdame.
Cuando estaba a punto de disparar, tomé la mano de mi padre y se la corrí. Un disparo fuerte dio contra el piso.
— ¿Qué haces, Nicholas?.
— Déjalo, ¿no lo has escuchado?. Nos ha pedido que lo dejemos.
Me miró con la ceja encarnada, largando una pequeña risa.
— ¿Estás loco?. Los animales no hablan.
Entonces comprendí que yo sólo podía hacerlo. Yo podía comprender lo que pensaban los animales. Yo tenía un don, ese "poder" especial, y nadie más lo poseía. Pero cuando volví a ver al ciervo, mi padre ya estaba disparando, acabando con su vida. Yo simplemente corrí la cara, tiré el rifle y retrocedí un poco. Volteé y me eché a correr por donde habíamos venido, en dirección a casa. Mientras corría pensaba que yo era lo contrario a mi padre. Yo sólo quería el bien para todas esas pobres criaturas. Tuve una idea. Una idea de oro. Me dirigí al corral de las ovejas y obligué a la más inofensiva, Meg, a que me mirara a los ojos. Nos miramos fijamente, y nuevamente lo escuché.
— ¿Qué hace este imbécil?.
— No me digas imbécil. — hablé con una sonrisa victoriosa.
El animal retrocedió un poco, asustado, y me miró a los ojos.
— ¿Me entiendes, Nick?.
— Sí, creo que puedo. Puedo entenderte. — me tomé la cabeza, totalmente orgulloso de mi.
Pasaron los días, las semanas, los meses, los años, y con veintidós años, seguía probando mis dones con excelencia, aunque me costaba concentrarme con seres inteligentes. Un día, seguro de mi mismo, me puse de pie en la cena.
— Familia, quiero compartir algo con ustedes.
Todos me miraron, dejando a comer un momento.
— Quiero mostrarles que de veras puedo hablar con los animales. — insistí. Había tratado de explicárselos muchas veces.
— Otra vez con eso. Hijo, los animales no...
— Puedo mostrártelo, mira. — volteé divisando al gato de la familia. Le tomé su suave rostro y le clavé mis ojos turquesas en sus orbes felinas. Me concentré demasiado. Por un momento parecía no poder, ya que nuestra mascota era demasiado inteligente, pero pude escuchar su voz.
— Creo que el muchacho comienza a enloquecer.
— No estoy loco. — negué con la cabeza.
El gato se acercó más a mi.
— ¿Puedes comprenderme?.
— Sí, puedo hacerlo.
Mi madre se tapó la boca, incrédula, mientras que el resto de la familia sólo escuchó un "Meow" de parte de la mascota.
— No puedo creerlo. — balbuceó Stella.
— Psicóloga. — dijo mi padre negando con la cabeza.
— ¿Q...qué?. — dije desilucionado.
Sí, psicóloga. Me llevó hasta St . Louis para llevarle a según él una "psicóloga de excelencia" para analizar mis supuestos problemas mentales. El no entendía, yo de veras podía hacerlo. Asomando mi cabeza por la ventana, observé a dos perros en un auto que iba junto a nuestra camioneta que disfrutaban del aire al igual que yo. Se me dificultó un poco concentrarme en ellos ya que estábamos en movimiento.
— Qué cara de idiota. — rieron entre los dos. Malditos perros, y yo que los veía tan agradables.
— Si vieras tu cara de idiota, maldito perro, dejarías de mirar la mía. — los reté. Se callaron de inmediato, mirándose.
— ¿Ese chico nos entendió?.
— No lo sé, por si acaso ladra.
Comenzaron a ladrarme a tal punto que comenzaban a ser molestos, así que yo también les ladré, imitándolos.
— Hijo, ya...estás grande para esas cosas.
— Mira mami, un hombre que ladra. — me señaló el niño del auto. La conductora giró un minuto para mirarme y, asustada, pisó el acelerador, adelantándose mucho más que nosotros.
— Nick, debes hacer quedar bien a papá. — dijo mi hermano. Lo fulminé con la mirada
— ¿No crees que tengo edad suficiente para hacer lo que yo quiera?. Además, no tengo edad para alucinar. — expliqué, sin respuesta. — Anda, papá, mamá, tienen que creerme.
— Hijo, no tengo pruebas válidas. — dijo mi padre.
Me crucé de brazos, resignado, y mirando un letrero que decía "St Louis 10 km".
— Bien, Nick. — dijo la psicóloga mirando mis ojos con esa luz cegante y chequeando unos análisis de sangre.— No te has drogado.
— No. — negué por enésima vez.
— Entonces...¿por qué dices que puedes hablar con los animales?.
— Porque de veras puedo hacerlo, con lo que sea.
— ¿Con lo que sea?.
— Lo que sea. — afirmé seguro.
— Entonces te tengo una prueba perfecta.
— Doctora, creo que está exagerando con esto. — fingió tener paciencia mi madre.
— No, no está exagerando. — la frené. — Puedo hacer esto.
— Pero hijo, ¡es un león!. — me gritó, sacada de sus casillas.
Un periodista se acercó a nosotros, dejándonos atónitos.
— ¿Es cierto que puedes hablar con los animales?. — me preguntó, acercándome el micrófono. Rápidamente otros se acercaron a mí. Rayos, ¿tan famoso me había hecho?.
— Sí, y se lo voy a mostrar.
— En caso de fracasar, ¿qué harías?. — me preguntó una mujer.
— No lo sé. Lo que mi dios disponga.
— Señor, estamos listos. — sentenció el cuidador del zoológico, abriéndome la puerta que me hacía entrar a la jaula. Di unos pasos. Antes de entrar, observé a la gente que decía "Vengan, va a dominar un león", "Pasen y vean, el hombre que habla con los animales". Todos ellos me creían idiota. Debía darles una lección. Entré al recinto y cerré la puerta detrás de mi, provocando un silencio sepulcral. Entonces lo vi, parado de manera majestuosa sobre una roca. Bajó y se acercó a mi.
— Ay, dios. — se tapó los ojos Stella.
Lo miré a los ojos, me concentré y logré escuchar. "Hambre, hambre, hambre". No era un pensamiento muy inteligente, que digamos. Se acercaba a mi cada vez más rápido.
— Ya sé que tienes hambre, pero puedo ayudarte.
Entonces se paró en seco. Entonces sonreí. Entonces todos decían "Increíble", "No puedo creerlo", "Oh, dios". Entonces les había dado un trago de su propia medicina.
— ¿Hablas conmigo?. — movió la cola el enorme animal.
— Sí, hablo contigo.
Miré a mi público y les levanté el dedo pulgar, desconcentrándome un minuto y perdiendo cualquier tipo de conexión con el león. Fue un error terrible, ya que ahora corría hacia a mí.
— ¡Nick, cuidado!. — me gritó mi familia al unísono. Volteé y lo vi. Con un ágil movimiento lo esquivé, me subí a una piedra y con mi habilidad campesina, me aferré a una rama. La bestia ahora arañaba la corteza, intentando subir,
— ¡Alguien que me ayude!. — grité. Obedientes, los guardianes entraron para dominar al león y tirarle un enorme bife de carne. Cerré los ojos, decepcionado de mi mismo. Entre la gente que se iba retirando, que me insultaba y gritaba, que decía ante las cámaras por enésima vez "Y el joven traductor de mentes animales ha fracasado", que se reía de mi, logré captar la mirada reprobatoria de mi padre, que negaba con los ojos cerrados. — Lamento ser tu hijo... — susurré golpeando mi cabeza contra la rama.
— Esto requiere medidas más que extremas. ¿Vieron lo que sucedió? — habló demandante la psicóloga mirándome, retándome más que hablando para todos. Bajé la vista, ofendido. — Por poco mueres, Nick. Sabes lo que podría haberte pasado. Hablé con el doctor Johnson de el hospital estatal de Austin, en Texas, uno de los mejores y más cercano de los Estados Unidos. Él se asegurará de que esto no vuelva a ocurrir. — logró tranquilizarse un poco, extendiéndole una tarjeta a mi padre, que leímos entre todos. Ahí comprendí su idea. Quería enviarme a un...
— ¡Un manicomio!, — me exalté, poniéndome de pie. — ¿Por qué haces esto, papá?. ¿Por qué dejas que me hagan esto?. ¿Por qué no confías en mi?. Soy tu hijo, papá. Soy tu hijo. — le repetí, mirándolo a los ojos. — Creía que los padres eran el apoyo de los hijos en los tiempos de ira, como me decías antes de todo esto.
— El doctor te espera el próximo viernes allí. Buena suerte.
Mi corazón se reprimió hasta tener el tamaño de la cabeza de un alfiler. ¿Cómo podían hacerme esto?. Volteé y me puse a caminar por el pasillo.
— ¡Mami, mami!. ¡Él habla con los animales!. — me señaló una niña. Le sonreí. Al menos alguien sabía apreciar mi talento.
— No, hija, no te acerques, esas personas están enfermitas, como la abuelita, ¿recuerdas?. — la tomó del brazo su madre, acercándola más.
Existían esas personas en tus peores momentos que sólo servían para embarrar más la situación, lo que ciertas veces me incomoda.
Miraba por la ventana, algo nostálgico. No había hablado con nadie en todo el viaje. De hecho, una lágrima se me escapó pensando en el tiempo que estaría ahí dentro. Era como tener una condena en la cárcel sin haber hecho nada. Vi el letrero de "Hospital Estatal de Austin" y el corazón se me volvió a encoger. Bajamos los cuatro de la camioneta, tomando mi pequeña maleta.
— Quiero que sepas que hago esto por tu bien hijo. — me miró mi padre con los ojos cristalizados.
— Es...está bien. — fingí sonreír. — De hecho...está lindo el lugar.
Me abrazó con fuerza. Seguido de mi hermano y mi madre.
— Te amo hijo. — sollozó mi mamá.
— Yo más.
— Suerte bro. — me palmeó el hombro mi hermano. Me limité a dedicarle una sonrisa de medio lado.
Al entrar, un hombre de tez morena me recibió.
— Eres Nick, ¿cierto?.
— Sí. Me viste en la TV, ¿o no?.
— Exacto. Hijo, bienvenido al Hospital Estatal de Austin. Entra por ahí y sigue el pasillo. Busca a una enfermera, quizá estén en el patio, te dirán que hacer. — me señaló una puerta.
— Antes de ir. Quería preguntarle cuánto tiempo estaré aquí.
— Un año, o quizá menos. Lo tuyo no es demasiado grave. Sólo tenemos que grabarte el mensaje.
Me confundí un poco. ¿Mensaje?. Sin decir más, entré. Un pasillo enorme con muchas ventanas de daban al patio se abría ante mi. No vi ninguna enfermera, así que decidí salir al patio, Estaba repleto de personas con esos asquerosos trajes de pacientes médicos.
— Eh, tú. — me gritó una mujer. — ¿Eres de aquí?.
— Soy nuevo.
— Ajá. Ponte esto. — me extendió un traje. — En la puerta de el fondo hay un baño. Soy la enfermera Rusell.
— Claro. — acepté. Ya me habían recibido como la mierda. Entonces me cambié y me miré al espejo. No pude evitar deprimirme. Era un loco. Un completo loco. Salí, cabizbajo y me choqué con una muchacha peliroja que curiosamente estaba vestida igual que yo.— Lo siento. — me disculpé.
— Ya, no importa. — me sonrió. — ¿Tú no eres el que habla con los animales?.
— Sí... — dije preparado para mi ola diaria de insultos.
— Te admiro, realmente. Estamos aquí por lo mismo, nadie me creyó.
— ¿Es en serio?. — sonreí, concretando mi primer alegría del día. — ¿Qué puedes hacer tú?.
— Con mirarte a los ojos puedo relatar tu vida. Se lo hice a mi padre y aquí me mandó.
— ¿De veras?. Hazlo conmigo. — la reté, mirándola a sus ojazos verdes. Ella se clavó en los míos.
— Veintidós años. Eres de Missouri. Vives en el campo, algo aislado. Descubriste tu don mientras cazabas con tu padre. Nadie te creyó. Ibas a la escuela en Hermann. No estudias nada. Y no eres virgen. — terminó con ese detalle especial.
— No hacía falta que me lo aclares. — le sonreí, extendiéndole mi mano. — Nicholas.
— Emma. — me la tomó.
Por fin sentí que tenía un amigo. Pasaba con Emma todos los días de mi estadía en el manicomio. Desde que me despertaba hasta que me daban una pastilla para tranquilizarme. El objetivo parecía ser que no tenga contacto con ningún tipo de animal. Una cálida tarde de septiembre, en la que se cumplían exactamente diez meses desde que estaba ahí, me senté en el patio a buscarle algunas formas a las nubes, hasta que un silbido particular me sacó de mi trance. Miré una rama y reconocí a un hermoso cardenal, con su cabeza roja. Sonreí y silbé como él, obteniendo su atención. Miré hacia todos lados e intenté poner en acción mi don después de tantos meses. Miré a sus ojos y logré escuchar nuevamente, sintiendo una ola de placer.
— Lindo canto.
— El tuyo también es lindo.
El ave giró la cabeza, confundido y voló hasta posarse cerca de mi. No demasiado, por miedo a que le hiciera algo.
— ¿Puedes hablar conmigo?.
— Claro que puedo. — asentí. — Eres un hermoso cardenal.
— Gracias. — alardeó moviendo sus plumas, y posándose en mi mano. Le acaricié su suave cabecita. — No eres como los demás.
— Claro que no lo soy, y estoy feliz de ello. De hecho, por más que tú y tu especie se parezcan, eres único.
— Lindo consejo.
Una voz desesperada interrumpió nuestra conversación.
— No...¡NO!. ¡Aléjate del ave!. — me gritó una enfermera, espantando a mi cardenal. Me enfurecí un poco.
— ¿Qué te pasa, eh?. — la encaré.
— ¡Tenemos reacciones negativas!. — avisó, haciendo que más doctores y enfermeras me sostuvieran.
— ¿Qué hacen?. — intenté librarme de ellos, pero no pude. Cinco contra uno. Sentí un pinchazo en el pie, me mareé, y luego no recordé más.
Me desperté en una habitación blanca, sin puertas ni ventanas, sólo un pequeño agujero que me daba aire. Había una puerta cerrada con seguro. Me puse de pie, intentando separar mis brazos. Pero...¿qué demonios...?. Tenía un chaleco de fuerza. Comencé a golpear la puerta, sin éxito. Llegué al punto de morderla, entonces reaccioné. Estaba actuando como un verdadero demente. Me estaba convirtiendo totalmente. Entonces hice un click. Debía dejar de actuar como un estúpido. Quizá de veras estaba alucinando. Logré tranquilizarme.
Tres meses después, parecía otra persona. Totalmente tranquilizada y menos nerviosa. Los doctores notaron esto y uno de ellos me dijo dos palabras que marcaron mi vida.
— Puedes salir.
La mirada se me iluminó y sonreí. Todo lo que me habían confiscado: celular, dinero, MP3, todo, volvía a mis manos. Salí y llené mis pulmones de aire, inundado de felicidad. Ah, ese era el mensaje...no hablar con animales.
Comprendí que no estaba extrañando a mi familia, lo que se me hacía extraño. Tomé mi celular y los llamé al teléfono de casa.
— ¿Hola?. — respondió mi madre.
— ¿Sabes quién habla?.— pregunté. Escuché un silencio y un grito que me destrozó mi tímpano derecho.
— ¡NICK, HIJO, NO PUEDO CREERLO!. ¿Saliste al fin?.
— Sí, madre, salí. Y no volveré a tocar un animal. Voy a hospedarme en el hotel Intercontinental, y los espero ahí mañana. Los amo. — corté. Francamente no disponía de mucho crédito ni de ganas de hablar. En fin, me hospedé en el hotel como nuevo y me asomé al balcón, observando esa hermosa ciudad. Para mi mala suerte, un gato bajó hasta llegar ahí. Lo miré, expectante a los ojos. Comencé a escuchar voces, pero corrí la cara. — Nick, eres un estúpido. No debes hacerlo, te hace daño. — me autoconvencí. Pero mi cerebro era demasiado fuerte. Lo miré a los ojos y lo escuché.
— Hola.
— Hola. — lo saludé.
— ¿Todo en orden?.
— S...sí... — respondí sin ganas de seguir haciendo eso. — Maldito gato. — lo maldecí. Mi teléfono sonó. El número era desconocido, pero no dudé en atender. —¿Hola?.
— Nicholas Stepcop. Tengo una misión para ti.
— ¿Quién eres?. — pregunté, aunque su voz se me hacía conocida de la radio.
— El mismísimo John Hammond, director de InGen.
Mi cerebro aún estaba recalculando la frase. John Hammond, director del parque de mis sueños estaba hablando conmigo. Eso era imposible.
— ¿Es broma?.
— No, mira. He escuchado de ti y me pareces asombroso. Estaba pensando en reabrir mi parque, con nuevos asistentes y todo. Tomé las medidas necesarias. Estoy demasiado viejo para ser director, y dicen que para serlo hay que entender demasiado lo que quieren los animales, así que ¿qué mejor director que tú?.
— Eh...John, me encantaría pero renuncié al habla de animales.
— Vamos, hijo. Hazlo por nosotros. Si quieres podemos pasarte a buscar y serás famoso, le cerrarás la boca a muchos que pensaban que estabas loco, ¡y tratarás con dinosaurios!.
— No puedo creerlo. — reí.
— ¿Aceptas?.
Lo pensé un largo momento. John tenía razón. Le taparía la boca a muchos que pensaban mal de mi.
— Claro. — asentí.
— ¡Perfecto, hay que celebrarlo!. Mañana te paso a buscar a tu hotel.
— ¿Pero cómo sabes que estoy en...?. — pregunté, pero ya había cortado. Eso había sido bastante extraño. Mañana sabría si sería mentira, pero por un momento se puso a pensar en lo que haría. Crearía un parque, ¡un parque con dinosaurios!. Ya no podía esperar.
Me desperté con demasiada pereza. Abrí mis ojos, me estiré y me bañé. Al salir de ese refrescante baño, me cambié con mi ropa casual y escuché el timbre. Bajé con mi maleta, esperanzado de que era John. Al abrir la puerta me llevé una gran sorpresa.
— ¡Hijo!. — se apresuraron a abrazarme. Me había olvidado de ellos. ¿Cómo les diría que iba a ir a Jurassic Park?. De repente, un auto negro estacionó frente a mi y bajaron dos oficiales de negro bastante corpulentos. Me asusté un poco y retrocedí.
— ¿Quién de ustedes es Nicholas Stepcop?. — preguntó uno de ellos.
— Yo. — levanté la mano tímidamente.
— Somos de InGen. Tengo entendido que debe venir con nosotros.
— Sí... — asentí. — ¿Y John?
— Ahí. — señaló el auto. Está dentro por seguridad.
Corrí hacia el auto y abrí la puerta. Un hombre de pelo totalmente blanco, un bastón y anteojos me sonrió.
— Ay, muchacho, al fin nos conocemos... — me abrazó. Sonreí sin poder creerlo todavía. — ¿Cómo estás?. Hola. — saludó a mi familia.
— Hola. — devolvieron en saludo.
— Mira John, ellos son mi padre Vic, mi hermano Math y mi madre Stella. Familia, él es John Hammond, director de Jurassic Park.
— ¿Y qué se supone que hace él aquí?. — preguntó mi papá.
— Iré a Jurassic Park, hablaré con dinosaurios, haré un parque, seré director, ¡todos van a amarme!. — grité con emoción. Me miraron con cara rara.
— Salió del manicomio peor que como entró. — dijo Math.
— Hijo, entraste para dejar de hablar con animales...
— Pero esto es lo que amo, es lo que quiero hacer, quiero dedicarme a esto papá. ¿Por qué nunca vas a entenderlo?. Es más, los invito a que vengan conmigo. Compartirán conmigo mi primer éxito, mi primer alegría, y quisiera que ustedes estén aquí en ese momento.
— Yo voy. — dijo mi madre al instante, poniéndose a mi lado. — Vamos, amorcito, vengamos con nuestro hijo. — sonrió sacudiéndome.
— Está bien, pero que conste que ante cualquier incomodidad, nos vamos.
— Sí, sí, nos vamos. — asentí con tal de que vinieran conmigo.
— De prisa muchachos, nos espera un helicóptero en la bahía.
Nos subimos todos rápidamente al auto, que partió rápidamente rumbo a la bahía. Se aproximaba el mejor día de mi vida.
