Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, sólo los tomo prestados para crear una historia para fines de entretenimiento.
Nota: Hola a todas. Como ya han notado no he actualizado, pero no porque no quiera, sino porque no he podido. La historia ha sufrido un revés, más por el poco tiempo que tengo para poder transcribirla y subir capítulos nuevos. Tenerla detenida por tanto tiempo y por muchas circunstancias que escaparon a mi control y deseos, ha provocado que quizás le pierdan el hilo. Así que haré una cosa, la editaré y la volveré subir, desde el primer capítulo, reestructurando todo para que la lectura sea menos atropellada y la historia pueda ser vista, que es lo que realmente me interesa. Pienso que esto ayudará a devolverle la continuidad al curso de la narración y ayudará también a que el final pueda llevar como se debe. Es posible que algunos capítulos se unan para formar uno, pero esto dependerá de como transcurra la edición.
También haré esto con la otra historia que está en curso "Los pequeños instantes entre el ocaso y la aurora" Igual, lo hago también para poder darle una continuidad a la historia. Espero que esto ayude a poder volver a leerlas. Además, tendré más cuidado con esos errores que se me escaparon por ahí y que también espero que me perdonen por ellos.
Quisiera, a parte de todo esto, ofrecer una y mil disculpas por haberme apartado tanto de esta maravillosa actividad que es escribir. Para serles sincera, he atravesado muchas cosas que me han marcado mucho y de una manera inesperada que no puedo resolver tan rápido como me gustaría. Pero siempre pienso que hay cosas que uno debería disfrutar más y dejarse llevar por ellas que nos dan mucha calma y una de esas cosas es escribir. Así que aquí vuelvo a intentarlo otra vez. Espero que por favor me tengan un poco de paciencia con esto.
Y sin más, espero que disfruten de esta edición y continuidad de la historia.
La última tarde en este mundo.
Capítulo I.
Abrió los ojos de un parpadeo, tan repentinamente como los había cerrado. Respiró agitado tratando de dar calma a su mente. Aun abriendo sus celestes ojos, las imágenes atropelladas que se aglutinaban en su memoria y salían a flote cada noche sin falta, le atormentaban no sólo el sueño, sino el espíritu.
Respiró hondamente antes de sentarse y mirar el rayo de la luz lunar que atravesaba su ventaba para iluminar el pequeño cuarto. Con pesadez salió de la cama para sentarse sobre el alfeizar y mirar a través del vidrio las nubes nocturnas de aquella noche, como todas las noches… desde que volvió de la guerra.
Pese a que había pasado ya un tiempo desde que la segunda gran guerra había terminado, el camino natural para superar los estragos humanos y personales que dejaba, sobre todo en los soldados, no era un camino sencillo ni amable.
Es sabido que la mayoría de los soldados entran en un estado se shock que les impide volver a tener una vida normal, los tormentos y las calamidades de una guerra pesarán siempre sobre sus hombros, algunos más sobre sus conciencias, pero sobre todo…y lo peor es que algo dentro de ellos va secándose poco a poco, algo tan ligero, pero tan importante para los hombres…su alma.
El regreso después de la guerra es catastrófico y lejos de lo que se pudiera decir que sobrevivir a la guerra es como volver a nacer, para todos los soldados sobrevivientes significa más bien haberse perdido…estar perdido… ansioso, exasperado, agotado por buscar el camino de vuelta, el que les de paz. Y ese era el tormento de Albert Andrew, haberse quedado sin alma, sin espíritu, sin paz.
Cada noche desde que tocó tierra no ha había podido conciliar el sueño. Si estuviera de verdad en casa, saldría a caminar por las calles, aunque el alba aún no llegara, pero tampoco ayudaba el paisaje y esa ciudad ya no parecía su hogar; luego de los bombarderos que volaron sobre la ciudad, estaba costando mucho trabajo la reconstrucción de Londres.
Echó, con pesadez, un último vistazo al cielo antes de obligarse a volver a la cama y cerrar los ojos y atormentarse, otra vez, con aquellos ojos. Si tan sólo yo…
Cubrió su cuerpo hasta la cabeza y las pesadillas comenzaron o, más bien, continuaron hasta el amanecer.
-¡Albert! ¡Albert, abre la puerta, despierta ya!
En cuanto escuchó la violencia con la que su amigo tocaba la puerta agradeció que su estruendoso grito lo arrancara de otros más abrumadores. Salió de la cama, por cuarta vez en la noche sin preocuparse por su aspecto
-¡Caray, Albert! Debes hacer algo para dormir mejor, esas ojeras crecen cada día más.
-Buenos días, Stear
Contestó dejando la puerta abierta para que entrara el invitado.
-Pensaba preguntarte ¿cómo dormiste? Pero veo que no hay necesidad. -el hombre tomó un banco de madera para sentarse en él.
-¿qué ocurre entonces, por qué has venido tan temprano? – lo vio recargar su espalda sobre la pared. Miró con extrañeza el banco de madera, no recordaba haberlo comprado antes. Seguro fue uno de los obsequios de Stear que tanto se empeñaba en auxiliarlo y velar por él.
Lo escuchó parlotear mientras él cogía la manta de la cama para doblarla. Hablaba sobre tantas cosas y ninguna; su novia Patty, los comunicados militares, la restauración…Se sentó al borde de la cama. Quiso prestarle atención, pero no pudo lograrlo, las imágenes de sus pesadillas volvían otra vez.
Sujetó con fuerza el puente de su nariz, ¡cómo deseaba que las pesadillas desaparecieran!
-¿Albert?
Levantó la mirada, era la primera vez que veía a Stear de frente desde hace una semana cuando le llevó un poco de recaudería y algunas piezas de pan
-¿Estás bien?
-Sí, sólo….-meditó un poco lo que iba a decirle ¿podría contarle? No, no podía, aquello fue su responsabilidad, Stear tan sólo era un subordinado y no debía lidiar con esto. –sólo estoy un poco mareado
-Por comer poco, vamos, Albert, debes hacer un esfuerzo, sé que ahora no nos va muy bien, pero saldremos adelante.
Albert lo miró fijamente para sonreírle y zanjar el tema de inmediato. Aunque tuviera un mundo de tormento en su interior, agradecía a Stear su buen humor y su entusiasmo. Sabía que para él tampoco era sencillo, perdió a toda su familia durante los bombardeos y ahora estaba intentando reconstruir su hogar.
-Dime, Stear, ¿hablaste con el textilero? –preguntó para tratar de evitar que su mente volviera a su última visión.
-Hablé con él, pero no tiene nada para nosotros.
-Lo lamento, sé que tenías grandes expectativas en ese trabajo –dijo con honestidad.
Desde que regresaron de la guerra había sido difícil adaptarse a la vida cotidiana nuevamente y más para ellos. Pilotos veteranos que apenas podían encontrar algún que otro trabajo eventual. Él mismo había podido conseguir hace un tiempo un trabajo de mecánico reparador, sin embargo, perdió el empleo por su "falta de entusiasmo" o así dijo el dueño del taller.
Y debía admitir que en parte era cierto. No tenía ganas ni el ánimo suficiente de trabajar a demás esas imágenes no dejaban de atormentarle, fuera de día o de noche. Lamentó mucho la pérdida del empleo más por Stear que por él mismo. El pobre chido se esforzaba por mantenerlos con vida desde la caída de su avión caza. Por alguna razón pensaba que le debía su vida a Albert, cuando en realidad él mismo sabía que habían permanecido a salvo gracias a las ganas de vivir del chico.
-No te preocupes, Albert, tal vez eso del negocio textil no resultó, pero encontré otro trabajo que es muy bien pagado – dijo con entusiasmo el chico balanceándose sobre el endeble banco de madera
-Debes tener cuidado con eso – señaló Abert la madera quebradiza - ¿qué clase de trabajo?
-¡Transportadores! – dijo sujetándose fuerte luego de escuchar un chirrido de la madera. Albert lo miró con severidad, pero Stear sólo sonrió con aparente despreocupación. –Transportaremos suministros y materiales médicos de Chicago
-¿cómo se supone que lo haremos, cargando las cajas en nuestra espalda? –respondió irónico, y un tanto enojado por el descuido del joven con el asiento endeble. Aunque parte de su ironía iba marcada por un grado de verdad innegable, no tenían ni una bicicleta, apenas eran dueños de la ropa que traían puesta.
-Sí que eres perspicaz, Albert, pero descuida, lo tengo todo planeado. Al dueño le dije que teníamos un avión en el que transportaríamos todo y le encantó. El viaje es más rápido por aire que por mar o tierra. Nos pagarán bien.
-Bueno, si es así, no importa que no tengamos ningún avión, tal vez con nuestros ahorros podemos hacernos de uno…¡oh, espera, no tenemos ahorros!
-Vamos, Albert, no seas tan pesimista. De hecho pensé que podrías hablar con el teniente George para que nos alquile uno de los aviones descontinuados.
-No quiero hablar con él
-¡Vamos, Albert! Esta es una gran oportunidad, nos pagarán, poco al inicio, pero entre más viajes hagamos más será la paga. Con nuestro primer salario podremos pagar los meses atrasados que tenemos de nuestros cuartos, además viajaremos a Chicago, mientras estemos allá podremos buscar un lugar para quedarnos y empezar a hacer vida allá, lejos de todo este infierno. He escuchado que América se recupera rápidamente y necesitan todo tipo de mano de obra, tú eres un buen mecánico y yo, bueno yo soy creativo. Es nuestra oportunidad de volver a empezar, aquí no tenemos nada.
Entrelazó los dedos de ambas manos midiendo las palabras de su amigo después de sentarse sobre su cama. Pensó que tenía razón, en Londres no había nada para ellos más que dolor y hambre. Era una buena oportunidad de salir de ahí, aunque también debía admitir que tenía miedo de hacerlo y no tanto por los viajes que en parte sí lo tenía, sino por eso que a Stear le emocionaba "empezar a hacer vida". No tenía idea de cómo lo harían, ni si eso sería bueno, pensó que viviría el resto de sus días atormentado por las pesadillas y aunque nunca se acostumbraría a ellas, ya se había hecho a la idea de que así viviría.
Pero Stear venía con sus ganas de vivir y le ofrecía una mano amiga para salir, como él lo llamó, de este infierno.
Suspiró cansado por todas las malas noches que había pasado y sintió de repente que todas las pesadillas regresaban a su mente una por una desde que abrió los ojos en la sala de emergencias del hospital de Londres. Meses de largos sueños llenos de angustia y remordimiento caían sobre sus hombros. Sintió que la cama se hundía por sí sola y que no soportaría su propio peso. Era cierto, si se quedaba ahí más tiempo, eso pasaría, terminaría hundiéndose más y más.
-¿qué dices? –escuchó cómo el banco de madera caía al piso. Stear se había levantado bruscamente, casi dando un salto. Tenía las manos sobre la cintura mirándolo expectante.
-Deberás contarme todos los detalles antes de conseguir hablar con George y convencerlo de que nos alquile uno de sus aviones. – Miró al chico agitar sus puños al aire con una gran sonrisa en el rostro. – Pero antes de hacer todo, quisiera hablar con mi hermana.
-Ah, sobre eso, Albert – el tono de algarabía de Stear se había ido tan de repente que a Albert le asustó –verás, el trabajo de transportadores…
-Sí, Stear…¿qué sucede?
-Bueno, este empleo no lo pudimos haber conseguido sin la ayuda de tu hermana- concluyó con timidez.
-¡Fuiste a ella por ayuda! Te dije que no lo hicieras, ¿Por qué lo hiciste?
El rubio se levantó bruscamente para sujetar a Stear de la camisa.
-¡Espera, espera, yo no acudí en su ayuda, fue ella quien me buscó! De hecho me pidió no decirte nada, pero, pero…lo juro Albert, no fue mi intención ocultar nada.- lo soltó con descuido – Está preocupada por ti, Albert, sólo quiere ayudarte, si vas a buscarla, trata de no mencionar nada de lo que te he dicho. Es la única familia que tienes, Albert y realmente se está esforzando. Ella y Patty trabajan muy duro, te comprendo, también me siento un inútil por no poder ayudar a Patty, pero hagamos esto por ellas, si no las ayudamos aquí, ayudémoslas en otro lado.
-Rosemary no debe estar trabajando, es mi culpa que lo haga ahora…
-entonces has esto por ella.
- Chicago, dijiste, ¿cierto?
-Chicago, sí
Suspiró con pesadez y sin ilusión. Tenía una deuda que saldar con su hermana y con él mismo. No veía los viajes a Chicago como una oportunidad de vida, así como la veía Stear. El chico aún tenía esperanzas de volver a empezar, construir su familia junto a Patricia. Él sólo lo veía como otro lugar más en el que padecer su infierno. Sólo esperaba que el dinero que ganara fuera suficiente para ayudar a su hermana.
-¿Has visitado Chicago antes, Albert?
-Un par de veces
-¿qué hay ahí? Yo jamás he ido a América
-Nada en especial, Stear, absolutamente nada en especial –de encogió de hombros antes de coger su chaqueta y salir junto al joven.
Así caminaron por las calles grises y derrumbadas de un Londres melancólico y desamparado a los ojos de Albert, esa ciudad jamás volvería a ser como antes…él mismo ya no podría ser como antes. Tal vez ese era su destino, una falsa reconstrucción de sí mismo, como aquella ciudad que sería reconstruida pero jamás volvería recuperar la vitalidad que alguna vez tuvo. Nada podría recuperarse después de la guerra, nada…
-¡Candy, Candy! ¿Dónde estás? ¿dónde se habrá metido está mujer?
Escuchó al final del pasillo que gritaban su nombre. Se sobresaltó un poco por la urgencia. Apenas había empezado su descanso, desde hace una semana que no podía tomar descansos entre sus turnos. El hospital estaba lleno, no habían podido descansar del todo. Pensó que Terry tenía razón, no hacía falta ir al frente como enfermera de guerra, si en la ciudad había civiles que necesitaban también de la ayuda médica. A causa de la guerra había muchos heridos que regresaban del frente más los civiles que enfermaban por hambre o frío.
Y aunque en un principio pensó que los esfuerzos de Terry para hacer que se quedara eran meramente egoístas, terminó por agradecer sus caprichos de tenerla ahí, aunque sin buscarla, de otra forma el hospital estaría sin personal médico que atendiera a estas personas. La mayoría de los médicos y enfermeras acudieron al llamado en el frente.
Sí, la guerra había terminado oficialmente hace unos cuantos meses, pero para los médicos y los hospitales aún continuaban. Estaban sin suministros suficientes, llegaban heridos y muchas veces los civiles enfermos debían esperar pues los soldados tenían prioridad y se quedaban sin camas, afrontaban la desolación de operar sin anestesia y aunque los soldados estaban acostumbrados a eso, ella no podía evitar sentir una opresión en el corazón.
-¡Candy!
-¡Aquí Annie! ¿qué sucede?
-¡Es una operación de emergencia, el doctor Woods nos necesita!
Tomó entonces sus cosas, sacudió las arrugas de su uniforme y salió corriendo hacia la sala de operaciones que más que una sala era un cuarto improvisado.
-Estoy aquí, Annie
-Toma tus guantes y ponte este cubre bocas
-¿qué tenemos ahora?
-Amputación de pierna –sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, otra amputación sin anestesia, no pudo evitar sentirse mareada, ella misma sentía el dolor que pasaban los pacientes con estas operaciones. –No entiendo por qué no nos dejan suministros – se colocaba el cubre bocas
-Hay otros países que también los necesitan, además dependemos mucho de donaciones, ahora –contestó Annie terminando de colocarse los guantes –escuché al doctor Woods hablar sobre un cargamento que enviarán pronto a Londres
-Entonces hay que seguir esperando
-Si aquí estamos saturados, no me imagino cómo sería allá, intenta comprender eso ¿lista Candy? –preguntó la joven mirando a su amiga terminando de ajustar sus guantes
-Lista
Abrieron las puertas. El doctor a cargo de la operación se encontraba aun dando instrucciones sobre lo que realizarían. Aunque era una intervención ya común en el hospital nunca dejaba de darlas. Candy se colocó en su lugar junto al doctor y empezó la asistencia.
Miraba los inocentes ojos del paciente. Se sorprendió de ver que se trataban de un joven, apenas un niño, no debía tener más de quince años. Sintió pena por él, examinó su pierna. Se trataba de una herida vieja, de los últimos ataques con explosivos, al parecer la herida había sido tratada, pero a falta de medicamentos se había complicado.
Si bien era cierto que la distancia fue ventajosa para no sufrir lo que Londres había sufrido, aun así, los jóvenes que se enlistaron regresaban a casa incompletos y no sólo de sus cuerpos, sino también de su espíritu. Ella misma había visto la mirada apagada y perdida de muchos soldados que regresaban del frente.
Deseó que pronto todos ellos volvieran a encontrar la paz que les habían quitado. Suspiró esperanzada y se ocupó del paciente
A pesar de sus años de experiencia como piloto de la fuerza aérea inglesa, Albert Andrew era un hombre bastante joven, aunque no se podría decir que con mucha vitalidad. La falta de sueño provocaba consecuencias muy graves en su cuerpo, las ojeras en sus ojos eran cada vez más profundas e intensas, su mirada era cansada y hasta nefasta. Parecía que veía a todos con molestia y desinterés.
Parecía desentonar bastante con el resto de las personas, aunque no todas. Lejos del buen ánimo que existía en las calles por el final de la guerra, aún quedaba el resentimiento y la sensación de desolación de la mayoría de las personas. Aunque la gente se esforzara por salir adelante y superar el mal trago.
Albert era una de las pocas personas que desentonaban con el resto. Caminando taciturno y con descuido, las personas en las calles lo veían pasar como si fuera un fantasma, un fantasma con cuerpo presente. "Ese pobre chico vive en un cuerpo ya sin vida" decían algunos vecinos que lo conocían más por la renuencia del chico para salir de su cuarto.
Vivía en un edificio que había sobrevivido a los bombardeos. El dueño no había hecho las reparaciones suficientes porque no tenía dinero y decidió alquilar los cuartos que estuvieran en buenas condiciones. El gobierno se había comprometido a ayudar a todos a la restauración pagando un porcentaje de la reconstrucción de edificios y calles, pero había una larga lista de espera. A Albert realmente no le importó el estado del lugar. Entendía que muchas familias quisieran un mejor lugar, pero por ahora todos debían conformarse con lo que tenían.
Stear y él alquilaron dos cuartos, realmente pequeños, a un pago realmente bajo. Se encontraban en una zona devastada, junto a ellos estaba un hospital que sólo mantenía en pie la mitad del edificio. Cada noche sonaban las sirenas de las ambulancias y siempre había gente yendo y viniendo.
Aunque poco a poco el lugar empezó a poblarse de civiles, familias separadas, reencontradas o personas solas, como él y Stear que buscaban dónde empezar de nuevo, para él, aquella zona seguía siendo una zona devastada.
-¡hey, muchacho, ten más cuidado! –le gritó un hombre mayor cuando chocó contra él –¡levanta la mirada, así cómo esperas ver el camino! – y así lo hizo, levantó la mirada, por primera vez desde que llegó a vivir ahí para ver la espalda del desconocido perderse entre la gente que ya pululaba desde muy temprano.
-¡Albert, aquí! –la voz de Stear lo hizo volver a la realidad urbana en la que se encontraba. Lo buscó con la vista, pero no podía verlo -¡Albert! –escuchó otra vez su nombre, se maldijo por no encontrar a su amigo, ¿desde cuando había tanta gente por aquí? - ¡Albert, aquí! ¡Ayúdame, Albert, ayúdame, no me dejes aquí!
¡Esa voz! -¡Albert, no me dejes aquí, no me dejes morir, por favor!
¿Dónde estaba? ¿de dónde venía esa voz?
-¡Anthony! –gritó con fuerza en medio de la calle, había corrido sin darse cuenta a lo largo de la avenida buscando la voz que retumbaba una y otra y otra vez. Hasta que escuchó el clacxon de un auto insistiendo con desesperación para que se moviera y entonces sintió el golpe seco contra un rótulo.
-¡Hey, fíjate por donde vas! ¿qué acaso quieres morir? ¡Ya suficientes muertes han habido como para que te mates ahora, muchacho idiota! –gritaba un hombre, al parecer el dueño del rótulo que ayudaba a levantarlo con mala gana.
Se encontraba desconcertado y respiraba con dificultad, hasta que volvió a escuchar la voz de Stear a su lado, sosteniendo su brazo y disculpándose con el señor que dejó de sostenerlo.
-¡Stear!
-Tranquilo, Albert, ven, vamos –caminó con él sosteniéndolo aún –eso estuvo cerca, hombre, debes mirar antes de cruzar ya no eres un niño –comentaba con jovialidad para hacer llevadero el mal momento que vivió su amigo.
Stear sabía que había muchas cosas que aún atormentaban a Albert, quería ayudarlo, pero él no se dejaba; nunca le contaba nada y aunque tenía una idea de lo que le pasaba, decidió esperar a que Albert estuviera listo para hablar de aquello.
-Suelta, Stear, puedo caminar solo desde aquí
-Está bien, está bien –caminaron ambos con las manos en los bolsillos –tampoco es que te esté cargando en brazos.
-Lo lamento, Stear…yo
-¿viste a George? –preguntó cambiando el tema repentinamente, no sabía que hacer pero ayudaría a Albert a despejarse un poco. Tal vez la promesa de una nueva vida en América le ayudaría a superar todo. - ¿ha dicho que nos alquilaría un avión?
-Ah, sí, sí…he hablado con él –Contestó confundido pero aliviado. Agradeció el repentino cambio de tema- Nos alquilará uno de patrulla marítima, no es muy grande, pero podremos transportar suficientes cajas
-Está bien, tal vez sea mejor así. De esta mera podremos hacer más viajes y nos pagarán un poco más.
-No creo que podamos ver un sueldo íntegro hasta después de algunos viajes, Stear. George debe hacerse cargo del papeleo y la pintura del avión. Eso cuesta dinero, le prometí al menos el pago del primer viaje.
-Bueno, debo admitir que me desconsuela un poco, pero es necesario. –dijo el chico mirando al piso, lo cierto es que había pensado en comprar algo bonito para Patty antes de hacer su primer viaje, pero había olvidado que no podían andar así nada más por los aires con un avión de patrulla militar sin un permiso. Se recriminó por su falta de responsabilidad.
-Toma esto
-¿qué es eso? –preguntó mirando la mano de Albert sosteniendo un pedazo de papel
-Para que compres algo bonito a Patricia antes del primer viaje – Stear lo miró sorprendido.
-No, Albert, eso es tuyo…-negó apenado de haber sido descubierto –yo, yo tengo un poco de dinero…podré comprarle algo con lo que tengo
-Seguramente agradecería una hogaza de pan, pero ¿por qué no le compras algo que pueda conservar por más días para que pueda recordarte? -explicaba –como esa pulsera –señaló a una joven vendiendo en la calle algunas alhajas usadas –no nos desviaremos tanto, la lavandería está en la otra calle
El joven asintió sonriente y cruzó como un niño con juguete nuevo para comprar algo bonito. Albert lo siguió con el paso más lento. Había pensado en darle ese dinero a Rosemary para que se ayudara mientras él estaba lejos hasta que pudiera enviarle dinero. Pero decidió entregarle la mayor parte a Stear, él era su único amigo ahora y lo había ayudado en más de un modo.
Había apartado sólo algunos billetes para su hermana. Pensó que estando con Patricia ella sufriría menos, al menos ambas tenían un trabajo un poco más estable que ellos y un lugar donde dormir que no se derrumbara al paso de los autos.
Fue una fortuna que Patricia consiguiera ese empleo en la lavandería. Era un negocio pequeño, pero la dueña parecía ser una mujer muy afable. Su esposo y sus hijos murieron en la guerra, pensó que jamás podría volver a levantarse fue un milagro que su casa y negocio no cayeran durante los bombardeos. Era un lugar modesto, demasiado sencillo, pero ahora con la restauración, había resultado próspero. Ahí lavaban todas las telas y ropa de los hospitales cercanos. Pensó que eso lo hacía sentir más tranquilo.
Caminaba en silencio por las calles de Chicago junto a su amiga y jefa de enfermeras Annie. El día había sido difícil, especialmente porque habían llegado los soldados. Había muchos que eran ingleses. Por la firma de tratados y armisticios, muchos soldados ingleses llegaban a hospitales en América, sobre todo los que estaban más recuperados para ser atendidos.
Sintió un nudo en la garganta por haber protestado la falta de suministros médicos. Annie tenía razón, ellos tenían la suerte de no haber sido atacados por bombarderos como en Londres, pero no pudo evitar reclamar. No podía imaginarse la vida en Londres en estos momentos "Debe ser desolador" pensó mirando el cielo cubierto de estrellas, y le pareció extraño que ese mismo cielo los estuviera cubriendo tanto a ella como a todos los heridos en batalla y ahora en Londres.
Llevó una mano al corazón y agradeció interiormente que Terry no tuviera que haber ido a la guerra. Aunque ya no quisiera nada con ella y no la buscara desde hace un mes, agradecía que Terry permaneciera con vida bajo este mismo cielo que miraba ahora.
-¡Candy! ¿me escuchas?
-Perdón, Annie, estaba distraída ¿qué me decías?
-Otra vez pensando en Terry, ¿verdad?
-Lo siento Annie, no puedo evitarlo
-Hace meses que no te ha buscado, me parece que no deberías pensar más en él. Además, el anuncio en los diarios de su compromiso con la actriz esa me pareció de lo más bajo, si es tan hombre ¿por qué dejó que te enteraras así?
-No lo culpo Annie, yo lo motivé a alejarse luego de rechazarlo.
-No entiendo cómo puedes justificarlo, Candy –levantaba las manos al aire- eso no tiene justificación, ¡cuando se quiere de verdad se entrega no sólo el cuerpo sino el alma entera! –continuó – lo que sucede es que siempre fue un niño rico que obtiene siempre lo que quiere. Debió pelear en la guerra con los demás, pero no, fue un cobarde y su padre lo mandó a esconderse aquí como actor
-Por favor, Annie, no digas eso. –intentó defenderlo –No podría soportar la idea de que Terry hubiera muerto en la guerra y aunque no conmigo, estoy feliz de que viva. Mira todos esos soldados en el hospital, sí sobrevivieron, pero no parecen estar vivos
-Pero son personas, Candy, hombres que sienten como deberíamos sentir todos. Sí es cierto, parecen que no están vivos, pero todos ellos tienen más corazón que Terry.- Se detuvieron frente al pórtico de un pequeño edificio – y creo que en el fondo sabes que Terry es tan sólo un niño mimado, de no ser así te habrías entregado a él sin pensarlo aquella vez
Se despidió con un ademán de la mano y la rubia quedó observando la partida de Annie entre la oscuridad. Era cierto, no supo por qué, pero aquella noche luego de la función, Terry le pidió a Candy acompañarlo a su camerino. Estaba tan feliz, tan emocionada y pensó que enamorada también. El actor más guapo y admirado de todos la llevaba a su camerino tomados de la mano. Hacía parecer que eran novios, eso pensaba, aunque Terry nunca se lo pidiera. Y aunque se sentía como en las nubes por los besos que Terry le daba en su cuello, también se sintió incómoda por el lugar y por el modo tan urgente que tenía él.
No pudo evitarlo, fue un impulso, algo instintivo, simplemente lo empujó; con sus manos lo apartó de ella y él lo sintió como un rechazo humillante. Quería explicarle que no quería hacerlo ahí, su primera vez debía ser especial no algo urgente, no habiendo tanta gente allá afuera esperando verlo.
Pero él no lo entendió así, la miró con el ceño fruncido, sintió el jaloneo de sus manos sobre su brazo. "Ya te he esperado demasiado, Candy" Le había dicho antes de soltarla y salir a recibir los mimos de sus admiradoras.
Desde aquella noche Terry no había vuelto a buscarla hasta que se encontró con él en un restaurante y le dio la noticia de que pensaba ir al frente como enfermera de guerra, sólo entonces Terry parecía volver a tener interés en ella. Cuando la veía dispuesta a alejarse de él, volvía con su encanto de seductor y la volvía tener en sus manos, esperando un cariño que él parecía no querer darle.
Y cuando consiguió convencerla de no ir a la guerra, volvió a desaparecer, dejó de ir por ella al hospital o invitarla a comer. No volvió a ver ningún ramo de flores frente a ella. No supo de Terry más que los anuncios de sus próximos estrenos, hasta la noticia en el diario del anuncio de su compromiso con la actriz Susana Marlow.
-¡señora Pony, buenas tardes!
-Joven Alister, buenas tardes…-continuó -¡vaya, señor Andrew, qué milagro tenerlo por aquí!
-Señora Pony –saludó serio –nos han traído las buenas nuevas
-Lo sé, Alister me contó de su nuevo trabajo, un poco peligroso diría yo, pero ustedes son buenos en eso de volar
-¿Estarán las chicas, señora Pony?- preguntó Stear con nerviosismo
-Claro, es la hora de su comida, pasen, pasen. Coman algo también, señor Andrew lo veo más delgado que la última vez que vino. Dígale a Rosemary que le dé un buen plato de sopa
Albert asintió y agradeció el ofrecimiento de la afable señora. Él y su amigo subieron las escaleras que llevaban al interior del hogar de la señora Pony. Un discreto piso en el que vivían las tres mujeres con un poco de austeridad, pero bastante acogedor.
Patricia y Rosemary los recibieron con entusiasmo, aunque era una visita esperada pensaban que llegarían hacia el final del día.
Se sentaron a la mesa y compartieron la comida con ellas. Stear entregó el regalo que le había comprado a Patricia y ella no pudo hacer más que abrazarlo emocionada. Albert por su parte, cuando su hermana recogía la mesa, le entregó el dinero que le restaba y aunque primero ella lo rechazó, terminó por aceptarlo, sobre todo porque sabía que Albert estaba haciendo un gran esfuerzo por permanecer a flote.
-No te he dado las gracias por todo, hermana y tampoco me he disculp…
-No tienes que hacerlo –continuó –porque no hay nada que disculpar. NO fue tu culpa
-Si yo…
-No estuvieras aquí, ¿qué sería de mí? Doy gracias de que estés aquí
-Tan pronto pague la inversión del avión te enviaré dinero
-No es necesario, Albert, consérvalo, aquí estoy bien, no ganamos mucho, pero tenemos dónde dormir
-Y tendrás más próximamente.
Ella lo abrazó, pero Albert no respondió, aún le costaba aceptar el contacto tan directo con otras personas.
-Cuídate Rosemary –lo soltó sonriente –volveré en un par de meses
Ella asintió y lo vio desaparecer junto a Stear entre las escaleras. Sus ojos se llenaron de lágrimas que había luchado por no dejarlas salir durante la visita de su hermano, pero no lo soportó mucho más.
Patricia la tomó entre sus brazos y le ofreció su hombro para desahogarse.
-Ya perdí a mi hijo, Patty, no quiero perder a mi hermano también…
-Estará bien, Rosemary, Albert estará bien, Stear lo cuidará, se recuperará, ya lo verás.- secaba sus lágrimas con un pañuelo- Uno nunca sabe lo que nos espera al final del día, puede que en Chicago encuentre una razón para vivir.
CONTINUARÁ...
