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Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi-sensei y
la historia es una adaptación de la película Hotarubi no mori (Bosque de la luz de luciérnaga)
*Alerta de SPOILER*
Espero que la disfruten, ¡en serio las disfruten! :'D
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( 日向の森 )
HINATA NO MORI
En lo más profundo del bosque siempre se halla una luz.
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— ¿Qué es?
— Un bebé humano.
— ¡Sí un humano!
— Pobre... ¿Alguno sabe cómo hacer que deje de llorar?
— No.
— Noo~
— No.
— Creo que esto... ¿servirá?
— Parece que sí.
— ¡Hey! ¿No la estas asfixiando? ¡Mejor quítasela!
— No, mira. Se ríe.
— Oww~ Le gusta esa fea máscara.
— ¡Fea tú!
— ¡A quién le dijiste fea, bestia!
— Suficiente, y mejor no se encariñen. No se puede quedar. No sobrevivirá.
— Los humanos pueden ser tan crueles... cosita~
— ¡Le preguntaré al Dios de la Montaña, seguro la adopta!
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No, no está ocupado. Voy al Monte Otakusan, ¿y tú? ¿Qué? Bueno, es algo que debo hacer. ¿U-una chica? Jejejeje... ¿Soy tan obvio? Oh... Bueno, ella se llamaba Hinata.
La primera vez que la vi fue un verano... Sí, tenía doce años y me encontraba viviendo con mi abuelo —era un amigo íntimo de papá, pero como estaba arrugado y feo le decía viejo pervertido... lo otro ya te imaginarás por qué— en un pueblo en la base de unas montañas. Todos los veranos iba de vacaciones con mis padres hasta que un maldito alcohólico me los arrebató en primavera. Recuerdo que ese verano era el primero que pasaba sin ellos y no tenía ánimo de regresar a la ciudad si en casa estaría solo. En aquel tiempo no comprendía por qué el viejo pervertido de mi abuelo no quería que fuera a una escuela de la localidad; ahora sé que la enseñanza privada es mejor que la pública. Aunque entre tú y yo... nunca fui muy sobresaliente en las notas, de veras.
¿De qué estaba hablando? ¡Ah, sí! De ella.
Pasaba encerrado en casa desde el entierro y después del almuerzo escuché al anciano decir por teléfono que si tenían todo listo para mi arribo a un internado. ¡Yo no quería irme! Pero como el viejo pervertido parecía querer deshacer de mí —o eso creí en aquel tiempo—, abrí la puerta y salí corriendo. ¡Corrí sin detenerme y sin mirar atrás, de veras! Llegué al punto de caer salvajemente sobre el suave pasto de las montañas y permanecí allí, en un colina, dejándome arrullar por la brisa para quedarme dormido y ya no estar triste por ellos; habían pasado meses desde su entierro y mi madre me dijo una vez que pasara lo que pasara nunca dejara de ser positivo y feliz.
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~ · ~
— ¿Eh? —el pequeño niño miró hacia todas partes cuando notó que el cielo había adquirido una tonalidad anaranjada, cobriza y caramelo— ¿Dónde estoy? —Se levantó de golpe y comenzó a examinar los troncos y el pasto y las plantas con insistencia— Creo que me... perdí. —comentó tranquilo rascando su nuca con naturalidad. Emprendió el trayecto por el único sendero que le pareció lógico con los brazos tras la cabeza, con la chamarra abierta y las mangas recogidas sobre los codos. Sus azules ojos curioseaban el trayecto. Las ramas se mecían con la salvaje y refrescante brisa que también revolvía su abundante cabellera dorada. La camiseta blanca y sus shorts anaranjados estaban sucios pero no era algo que le importase si luego el viejo de pelo cano lo obligaría a lavar su ropa y la de él.
Los minutos pasaban, pasaban y pasaban... El cielo comenzó a tintarse de lila, luego de morado y por último el manto violáceo-azulado le causó un estremecimiento en todo el cuerpo que lo obligó a correr. Correr tanto como ple permitieron las piernas, tanto como si quisiera volar esperando salir de la misma manera en la que había entrado, pero cuando el sitio lleno de troncos deformes y oscuras sombras lejanas en las copas lo congeló, no pudo evitar acuclillarse en el suelo, apegado al primer tronco no-monstruoso que encontró cerca y se aferró de las piernas esperando que al viejo pervertido de su abuelo lo estuviera buscando.
No iba a llorar. Las lágrimas representaban tristeza y él no estaba triste, ¡pero tampoco asustado!, porque él era valiente. Dentro de poco cumpliría doce, legalmente un adolescente. ¡Y un adolescente no le tenía miedo a los fantas...!
— ¿Te... Te perdiste?
— ¡WAAAAAAAAAHHHHHH! —el eco del grito perduró varios minutos antes de que el niño abriera los ojos esperando no encontrar nada allí; aunque el anciano sería de mucha ayuda. Espió por detrás del tronco, lento y dudoso. La luna iluminaba tenue por entre las hojas, pero fue suficiente para ver —a unos árboles de distancia— una cabellera negro-azulada larga y una máscara celeste con un extraño diseño de... — ¡U-U-U-UN DEMONIO! —gritó entre espanto y forzado valor que tenía su piel canela del tono de la nieve.
— No soy un demonio. —respondió una voz gentil detrás del lejano tronco— Solo quería saber si... si estabas perdido.
Tragó pesado, entrecerró los ojos otro poco y pudo apreciar —ya con algo más de sensatez infantil— a una muchacha oculta tras esa máscara celeste con forma de dragón, no pasaba de los 19, vestía una falda larga y un buzo abrigador para el azotador viento veraniego.
— ¡UN ADULTOOOOO! —gritó con la misma emoción con la que dejó el tronco en pos de correr hacia la extraña que podía sacarlo de ese lúgubre sitio. Extendió los brazos, su piel retomó el tono canela y con fuerza sacadas de la nada —pues había pasado horas caminado por el bosque— se lanzó hacia la onee-san. — ¡Ouch! —lo único que agarró fue el piso cubierto de pasto— ¡Qué mala eres, de veras! —rezongó limpiando la tierra de su cara enojada.
— Lo lamento. —se disculpó apenada a un costado; claramente esquivándolo a propósito— Pero no puedes tocarme.
— ¡Llevo horas aquí!
— Oh... Puedo llevarte a la salida si gustas.
— ¡Sí! —exclamó levantándose para abrazarla una vez más.
— ¡Wah! *POK*
— ¡OUCH!
— ¡Lo siento, perdón! —agregó rápido, pero sujetando la rama que... ¡De dónde la sacó!
— ¡Estoy perdido y me golpeas con eso! (S-sí, lo lamento.) ¡Eres una terrible onee-san, de veras! —sentado, a un par de pasos de ella, el chichón en su frente sólo terminaría como un gran morado— ¡Por qué me golpeas! ¡Si me vas a ayudar, no me golpees!
— Es que, pues... —expresó inclinándose un poco hacia el pequeño ocultando la rama tras su espalda y dejando que su cabellera rodara por sobre sus hombros de forma grácil y suave— Eres un niño humano.
— ¿Eh? —el dolor por el golpe pronto se volvió confusión, para luego terminar perdiendo el color y abriendo los ojos invadido por la misma sensación de un comienzo, ¡pero no era miedo!, porque ella no era un... un... — ¡¿F-F-F-F-FANTAS...?! —detrás de la máscara resonó una risilla incómoda.
— Más bien soy... un espíritu.
— ¡I-i-igual eres un f-f-f-f-fantas...!
— No te haré da... —agregó apartándose unos pasos y moviendo las manos con nerviosismo, ambos notaron la rama sujeta, ella la tiró entre unos arbustos lo más rápido que pudo— Discúlpame, ya no te haré daño —agregó— y te llevaré al camino principal para que regreses a casa. —El niño todavía desconfiado, escudándose tras uno de sus brazos y con el rostro azulado la señaló algo tembloroso.
— ¿E-eres uno de esos fa-fa-fantasmas sin ca... cara? —ella ladeó la cabeza, se acuclilló y señaló su extraña máscara.
— ¿Es por esto? —dijo— ¿Si me la quito, ya no me temerás?
— N-no lo sé. —replicó— ¡¿Y si te la quitas y me comes?! —ella negó suavemente— ¡No, no, no! Mejor no te la quites.
— Está bien. —respondió gentil— Te guiaré a la entrada entonces.
— ¿Cómo sé que n-no me llevarás a una cueva pa-para devorarme? —su tono azul cambiaba a blanco, luego a morado y regresaba a un blanco con rostro espantado. Ella levantó la cabeza un momento, su dedo índice realizó suaves toquecitos en la barbilla de la mascara; meditó.
— ¿Te parece si me quedo aquí? —comentó— Seré compañía. Esperaré contigo hasta que alguien venga por ti. ¿Te agrada esa idea? —él divagó por el tenebroso ambiente un momento. Se percató que, aunque estaba oscuro, ella parecía irradiar cierta luminiscencia que si bien no era tanta como la de la luna que se colaba por entre las copas, en un lugar tan tétrico era práctico. La miró y asintió con rapidez. — Bien. —respondió por el gesto y tomó asiento en la base de un árbol unos pasos detrás de ella.
El sonido de las cigarras y los grillos era fuerte, el viento movía las ramas y, a veces, creaban sonidos macabros que estremecían todo su cuerpo. Apretó las manos alrededor de las rodillas y bajó la cabeza para ocultarse entre las piernas.
— . o · º ~ . ○ 0 ~ · o · º ~ ○ · . 0 º ~ ○ O ~ · . · º 0
Levantó la cabeza cuando una melodía suave llegó a sus oídos como una dulce canción que poco a poco lo empezó a calmar. Levantó la cabeza y notó que el tarareo venía del horrible demonio... pero ya no parecía tan tétrico ahora que sentía paz y calma por el sonido relajante de su voz.
— ¿Ya te sientes mejor?
— Sí... gracias. —comentó quitando la barrera de brazos y piernas.
— Me alegra. —tenía abrazada sus piernas y reposaba la cabeza en ambas rodillas mientras la cabellera rodaba por sus hombros y el flequillo se mecía con el viento.
— Eres un fa-fantasma muy raro. —ella alzó la cabeza y rió incómoda con suavidad— ¿Seguro que no me vas a comer?
— No, no lo haré. —el pequeño miró sus zapatos un momento antes de volver a contemplar al extraño demonio femenino.
— ¿Me... me puedes llevar a casa? —agregó algo avergonzado, con las mejillas rosadas y sin mirarla.
— Por supuesto. —ella se levantó, él también. Una rama raspó la corteza de un tronco a su espalda y provocó un rugido ronco, abrió los ojos de par en par y un impulso lo llevó directo a la muchacha con los brazos abiertos esperando resguardarse de lo que sea que estuviera oculto y apunto de devorarlo.— ¡Wah! *POK*
— ¡OUCH!
— ¡Perdón, perdón! ¿Te encuentras bien? —ella se inclinó hacia el pequeño, sentado sobre el pasto sobando su frente una vez más— Discúlpame, pero... Me tomaste desprevenida y, pues, como ya te dije no puedes tocarme. —ahora estaba más molesto que asustado con la horrible chica de la rama en la mano.
— ¿Segura que eres un demonio (Espíritu...)? Porque un demonio (E-espíritu) intentaría comerme, no alejarme con golpes de ramas (Lo siento...). ¡Y de donde las sacas tan rápido, de veras!
— Bueno. —tiró la rama en otro arbusto— Si un humano me toca, desapareceré. Es parte del hechizo.
— ¿Hechizo?
— Sí. El Dios de la Montaña me permite vivir aquí siempre que yo no toque a ningún humano.
El niño se levantó invadido por la curiosidad. Sus ojos adoptaron el mismo estilo que esas peculiares marcas en sus mejillas y en lugar de huir, caminó hacia ella con la mano extendida. Ella lo esquivó a la derecha, él volteó y saltó hacia ella para atraparla, ella volvió a esquivar— ¿Que... qué haces? —él volvió a saltar en su dirección, ella esquivó hacia la izquierda. Saltar, esquivar, saltar... *POK*
— ¡AYAYAYAYYYY!
— ¡Lo siento, lo siento! ¡Como lo lamento! —tiró la rama mientras ocultaba la boca de la máscara con sus manos— ¿Te golpee muy fuerte?
— ¡Sí! —respondió en un resoplido— Pero creo que fue culpa mía. —se levantó, sacudió su pantalón, caminó hasta el arbusto donde tiró una de las ramas y la extendió en dirección a ella. — No me puedes guiar si no me das la mano y como ya no te tengo miedo, no me quiero separar de ti. —Ella miró la rama, luego al pequeño en silencio, sujetó el otro extremo y empezó a caminar delante de él; ahora que estaba cerca podía apreciar el suave brillo que desprendía su cuerpo. Caminaron poco menos de una hora por entre la espesa masa boscosa, hasta que vio una escalinata metros adelante. — ¡El sendero! —gritó y se adelantó, pero al ver que era tan oscuro como las profundidades del bosque, esperó por ella.
— Si bajas por aquí, —señaló hacia abajo con la rama— llegarás a la entrada principal y allí sí hay luz.
— ¡Yo n-no tengo miedo!
— Yo... no dije... Si sonó así, discúlpame. —sonrió incomoda tras la máscara que ocultaba todo aspecto de su rostro y dio media vuelta.
— ¡Espera! —comentó sujetando la ramita, ella volteó— ¿Te vas? ¡Dijiste que me llevarías a la entrada, de veras!
— Sí, pero... Sólo debes... ¡ah! —él empezó a caminar y como ella no había soltado la rama fue tirada con delicadeza— ¿Por qué ya no me temes? —preguntó de imprevisto con el mismo tono dulce de antes que lo calmó.
— ¿Por qué le temería a alguien que no quiere que me acerque? (« Alguien... ») ¡Mira, llegamos! —ella soltó la ramita y él sintió la liberación del peso— ¿Eh?
— Ya estás a salvo. —comentó— Fue un gusto conocer a un humano. —giró para retirarse. Ya no desprendía ese brillo propio, pero la luz de la luna que caía desde su espalda le otorgaba una extraña aura de paz y tranquilidad que nunca había experimentado antes. Era la primera persona —dejando a un lado que ella era un fantasma de aspecto humano— con la congeniaba desde que había llegado ese verano, pero al pensar que alguien como ella fuese un fantasma ya no le daba tanto temor y si podía volver aprendería a no tener miedo de los otro también.
— ¡Nos vemos! —gritó y ella volvió a mirar al pequeño.
— ¿Volverás? —preguntó intrigada.
Él asintió emocionado porque ya no le temía a los fantasmas; al menos no a aquellos que golpean niños con ramas.
— El Dios de la Montaña y sus espíritus habitan las profundidades de este bosque —inició como un cuento narrado con dulzura— y cualquier humano que ingrese ya no vuelve a salir porque los encantamientos los confunden y evitan que regresen a casa. —un escalofrío recorrió su columna por su extraño relato; no estaba seguro si lo quería asustar— Es lo que dicen en el pueblo, ¿verdad?
— Pu... Pues sí. —respondió.
— ¿Y aún así quieres volver?
Bajó la mirada y lo pensó con cuidado. Si ella era un demonio-chica, seguro habían otros... pero él ya no le tenía miedo, ¡aunque nunca lo tuvo, por supuesto!, y si era capaz de enfrentar a los demás, ya no le temería a nada. — ¡Naruto! —expresó— ¡Me llamo Naruto Uzumaki! —exclamó con una sonrisa, la primera que había expresado frente a ella y la primera completamente sincera desde que había perdido a sus padres— ¿Cual es el tuyo? —preguntó, pero ella permaneció callada dejando que el sonido del viento la envolviera— Entre humanos nos presentamos, por si no lo sabes. —la máscara del dragón lila seguía contemplándolo. Quieta, serena, pensativa. — Bien, no respondas si no quieres. ¡Volveré, pero de día, de veras! —sonrió, levantó la mano como despedida y comenzó a correr en dirección al camino principal del templo donde las luces iluminaban todo con intensidad.
— Hinata...
El susurro llegó con una brisa por la espalda, giró y ella ya no estaba bajo el imponente marco que daba inicio al bosque sagrado y la escalinata. Tiritó, pero ya no de miedo, ¡porque nunca lo tuvo!, sino de frío porque la chaqueta estaba abierta y los pantalones cortos no eran muy prácticos si dentro de poco iniciaba otoño.
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¿Mi abuelo? ¡Qué va! Ese viejo estúpido no se había dado cuenta que me había escapado y cuando le conté sobre ella me preguntó sobre su cuerpo y si sabía su dirección, pero como respondí que no me interesaba ser un pervertido como él, me castigo lavando todos los platos que había ensuciado en la semana. Al día siguiente me levanté tarde porque la adrenalina que liberé por tantos, eh, tanto... correr, sí correr, me había dejado agotado. Desperté casi al medio día. El viejo me dijo que no me había levantado porque luego lo fastidiaba; pero ahora que lo pienso desde que que mis padres habían muerto ya no me obligaba a hacer todos los quehaceres.
Desayuné rápido, me di una ducha y salí corriendo por el patio trasero que era el más cercano al templo. Habían pocas personas rezando como de costumbre, pero yo pasé largo por la izquierda porque allí esperaba encontrar mi prueba de valor.
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— ¡Oiii~! —gritó levantando las manos, corriendo en dirección a la misma muchacha de anoche con la máscara puesta— ¡HINATAAAA~! —ella volteó y se encontró con el mismo niño corriendo como bala en su dirección.
— ¡Wah! *POK*
— ¡OUCH!
— Uy, no... ¡Perdón! Debo dejar de hacer eso.
— No, no... Es culpa mía. —expresó sobando su cabeza; en la frente reposaba una bandita— Si lo vuelvo a hacer, mejor usa una ramita más pequeña. —ella asintió.
— ¿Qué es eso? —señaló su cabeza.
— Son mis googles. —indicó sonriendo— Tú usas una máscara, yo mis googles. —colocó las gafas para agua sobre sus ojos y ella emitió una risilla dulce. De un segundo a otro se levantó y empezó a caminar hacia arriba— ¡Oi! ¿Dónde vas, onee-san? —apresuró el paso para ir junto a ella.
— Buscaremos un lugar más fresco. ¿Te parece?
— ¿Me darás un paseo por la montaña? —preguntó entre emocionado y valientemente asustado— Si has más fa-fa-fantasmas y ellos me quieren...
— No te pasará nada mientras vengas conmigo. Eres mi invitado. —volteó en su dirección, ella sonrió con ternura sin que él no viera, pero sus palabras lo mantenían tranquilo y la confianza que había adquirido le hizo continuar paso a paso hacia arriba junto a la chica.
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¿Qué? Oh, no. Claro que no. Ella fue muy amable y me guió por senderos que no tenían espíritus. Desde ese día la visité a diario por toda la semana, e incluso recuerdo que llevaba comida en una mochila para no tener que despedirme de ella antes del medio día. Ella era genial y realmente creí que así sería tener una hermana mayor. Jugábamos casi todo el tiempo y terminábamos tan cansados de correr que solíamos recostarnos en la colina en donde me quedé dormido la primera vez. Fue en ese momento donde mi curiosidad llegó de golpe.
Había pasado una semana con ella y al día siguiente por la mañana debía tomar el tren para ir al instituto —el mejor que el dinero de mis padres pudo pagar— y la inquietud de saber si ella tenía o no rostro me levantó de la siesta antes de tiempo.
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La brisa creaba ondas en el pasto convirtiéndolo en un mar verdoso con aroma fresco, el sol acariciaba el rostro con gentileza y un hilo oscuro atrajo su mirada por la espalda. Giró y la encontró acostada aún. Respiraba lento, seguía el ritmo de las olas y unos cuantos de sus cabellos emergían por entre el pasto acolchado para ver el paisaje por sí mismos. — ¿Hinata? —murmuró curioso. Acomodó su cuerpo por completo y sus profundos ojos se posaron sobre la máscara. Pasó la mano con rapidez sobre ella un par de veces, pero no reaccionó. «Sigue dormida.» Las manos le sudaban un poco, procuró sentarse lo suficientemente cerca para verla, pero no lo suficiente para evitar tocarla.
— Si... Si sólo es su máscara no le pasará nada... ¿verdad? —susurró.
Estiró las manos y con suavidad sujetó la careta desde los extremos con firmeza. Era la dura y ligera a la vez, tragó. Sacó todo el aire de sus pulmones y la levantó poco a poco. — Oh... —expresó al ver un rostro tan normal como el de cualquiera. La piel se veía suave y tenía unas largas pestañas. Ladeo la cabeza con la máscara cubriendo su rostro de los rayos del sol. — Tiene rostro. ¿Entonces para qué la...? —ella abrió los ojos y encontró dos pupilas blancas, grandes como la luna de un tono perla.
— ¿Ya despertaste? —agregó somnolienta, pero cuando notó que él tenía su máscara se levantó como un resorte, Naruto la soltó, golpeó su nariz y queriendo disculparse, se detuvo de golpe al recordar que no podía acercarla.
— ¡No lo hice a propósito, de veras! —agregó arrepentido y nervioso por pegarle (por accidente) a una chica.
— Lo sé, tranquilo. —respondió con la máscara en su lugar. Tomó asiento con las piernas cruzadas frente a él. — Me tomaste por sorpresa, es todo.
— Si tienes rostro. —agregó, ella sonrió incómoda— ¿Por qué lo ocultas?
— Pues... —levantó ligeramente la máscara para que su lado derecho fuese iluminado por el sol. Su ojo resaltaba aún en la blancura de su piel— Sin la máscara creerían que soy humana y eso podría no ser bueno. —él asintió recordando que la primera vez que la vio la confundió con una muchacha. — ¿Qué era lo que me querías decir? —preguntó con la máscara de regreso en su lugar.
— ¡Oh, sí! —chocó las manos con energía— Mañana ya no podré venir.
— Está bien. —respondió tranquila, como si un día sin verse no importase.
— ¡No, no! —negó nervioso con las manos— Yo... Yo mañana me iré a la ciudad para estudiar y no regresaré hasta el siguiente verano. Estoy viviendo con mi abuelo en las afueras del pueblo y, bueno, tengo que terminar mis estudios.
— Eso es bueno. Estudia mucho.
— Lo dices porque no has ido a una. —cruzó los brazos e infló los cachetes— Antes sólo iba medio día, ahora viviré en la prisión. ¡Viviré allí, de veras! —ella ladeo la cabeza.
— ¿Y por qué ahora vivirás allí? —por un segundo recordó la muerte de sus padres y la tristeza apareció como una fugaz chispa— Perdón si pregunté algo...
— Perdí a mis padres hace unos meses, pero no te preocupes. ¡Estoy bien, de veras! —sonrió entre nervioso y forzado. Una extraña sensación recorrió su cabellera y al abrir los ojos la vio revolviendo su cabello con una ramita. No era como el tacto de una mano, pero podía sentir el aprecio que desprendía el gesto y en lugar de apartarse, cerró los ojos para dejar que la brisa lo envolviera.
Para el atardecer ambos habían regresado a la base de las escalinatas, Naruto se despidió con el anhelo de regresar el siguiente verano y poder verla de nuevo.
— No vemos. —expresó su voz y al dar la vuelta ya no estaba, pero ya no me daba miedo.
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Después de perder a mis padres creí que ya no tendría una razón para regresar a las montañas. Mi abuelo era un demonio y por lo general iba solamente porque podía pasear con ellos y jugar casi todo el tiempo. Los ánimos de vivir cada verano con el viejo pervertido se extinguieron cuando escuché que me internaría en un colegio y regresaría en vacaciones; sin embargo cuando me perdí y ella me encontró y nos volvimos conocidos en esa semana... Cuando tomé el tren esa mañana desee con todas mis fuerza que al día siguiente fuera verano para poder jugar con ella una vez más.
Tres veranos después, cuando entré a preparatoria, llevé mi uniforme puesto ese primer día de verano a la montaña y también recuerdo que lo dañé cuando caminábamos por una nueva zona ubicada al sur de nuestra acostumbrada colina porque habíamos ido a resolver un asunto pendiente con el guardián de las Montañas.
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— Cálmate. —expresó ella cuando el adolescente calló de bruces por la horrible sombra de un cuervo a pocos metros— Él no te hará daño. —Hinata se acercó al cuervo y dejó que se posara en su hombro. —Es un tengu, su nombre es Itachi. —ella miró al ave— Mejor muéstrate en tu forma humana, así él no te tendrá miedo.
— ¡Y-yo no tengo miedo, de-de veras!
El cuervo, tan grande como la cabeza de la chica y de oscuras plumas brillantes voló hacia el suelo, una bruma empezó a cubrirlo y pronto apareció una capa oscura como las plumas y el bulto creció hasta sobrepasar a la muchacha unos quince centímetros. Apartó la capucha de la cabeza y apareció bajo ella un rostro de facciones masculinas jóvenes, él parecía estar en sus 21 y tenía el cabello tan oscuro como la extraña capa de plumas que cubría casi todo su cuerpo desde los hombros. Tenía unos analíticos ojos de un tono carmín y su piel pálida con esas ojeras le daba un aspecto enfermo.
— Así que tú eres el pequeño humano amigo de nuestra Hinata. —su tono era atonal, pero con algo de cariño en el fondo.
— ¿Nuestra? —en cierta forma la palabra englobaba más seres y en lugar de aterrarle el hecho de que pudieran aparecer de golpe, se molestó sin saber por qué.
— ¿Qué haces aquí Itachi-kun? —preguntó.
— El Inugami te busca.
— Oh no... —murmuró tras la máscara y mirando hacia el sur de la colina— ¿Se enteró?
— Parece que a Ino-san bebió licor en lugar de aceite.
— ¿Qué sucede, Hinata? —preguntó de pie acercándose a la chica sin dejar de mirar al nuevo fantasma. Ella volteó.
— Lo que pasa, Naruto-kun, es que... —no sabía bien como acomodar las palabras en su cabeza.
— Pequeño humano (¡No soy un niño, de veras!) de nombre Naruto. Sucede que el espíritu que encontró a nuestra Hinata también se encarga de protegerla. —comentó tranquilo el muchacho a unos pasos de los dos.
— El inugami es el ser guardián de las profundidades de las montañas, Naruto-kun, y como yo no puedo tocar a los humanos, él se encarga de mantenerlos alejados para que no me pase nada malo ni a mí ni al resto de nosotros.
— Cuando dices "nosotros", ¿él también está incluido? —señaló al tengu con algo de desprecio. Ella negó.
— Naruto (¡Quien te dijo que puedes ser tan confianzudo!), yo me encargo de la protección de la naturaleza y Kiba-san (Así se llama el Inugami, Naruto-kun.) es el guardián de los espíritus y del Dios de la Montaña.
— La verdad es que todo este tiempo no has visto a ningún otro espíritu gracias a que Itachi-kun los ha alejado de esta zona. —sonrió incómoda tras la máscara y de alguna forma, cuando Naruto vio la expresión de Itachi, supo que él parecía capaz de ver a través de ella.
— Pero llevo años viniendo y no te ha pasado nada. —replicó Naruto.
— Sí.
— Por qué no lo presentas. Así Kiba-san lo verá como tu amistad y podrías evitar que lo ataque si llega a extraviarse por su cuenta. —Ella lo meditó por un momento, a Naruto no le agradó escuchar que podrían atacarlo, pero tampoco quería dejar de venir ni mucho menos dejarla a solas con quien sabe cuantos otros fantasmas.
— ¿Te parece bien si te...?
— ¡Por supuesto! —respondió animado y sin dudar— Si conozco a ese tal Kibagami (Inugami.) entonces... ¿podremos dejar de ser espiados por él? —volvió a señalar al apuesto muchacho con molestia.
— Yo no los espío. —contestó sereno— Vigilo el bosque.
— Vigilar... Espiar... Es lo mismo para mí.—exclamó antipático. Regresó la mirada hacia la muchacha a quien ahora podía mirar a igual altura; no hacia arriba como años atrás— ¿Vas a estar a mi lado, Hinata? —ella guardó silencio y bajó la cabeza por un momento antes de responder con un corto y casi oculto "Sí."
Emprendieron el trayecto hacia el terreno que más protección necesitaba las montañas. Todo el tiempo Naruto hizo preguntas de qué otros fantasmas existían allí y siempre escuchando al molesto tengu decir que en las montañas no habitaban los fantasmas, sino espíritus, y que fuera respetuoso con ciertos de ellos quienes se tomaban el papel de guardián muy a pecho. Cuando llegaron a un pequeño riachuelo, el odioso tengu expresó las mejores palabras que podía oír desde que lo había conocido.— Hasta aquí los acompaño. —pero antes de volver a ser un feo cuervo colocó su mano sobre el hombro de Hinata, murmuró algo que no alcanzó a escuchar, se aproximó a Naruto con ese aire maduro y apático que demostró todo el tiempo para decirle que pasara lo que pasara jamás fuera a tocar a Hinata. Volvió a cubrirse de esa neblina oscura y emprendió el vuelo hacia el norte de las montañas.
— Continuemos. —expresó ella y él simplemente asintió.
Un par de pasos delante podía apreciar su silueta. Llevaba su acostumbrado buzo de manga larga y esa falda por debajo de las rodillas de tono pastel. La visitaba cada día de verano desde que la había conocido a sus once años diez meses y por primera vez se había dado cuenta que mientras él endurecía rasgos y crecía en estatura, ella permanecía igual que antes; siempre llevando esa máscara puesta. No se la había vuelto a quitar desde aquella vez —sólo veía sus labios cuando degustaban el almuerzo que llevaba para ambos— y por alguna razón, en ese momento, quería ver su rostro de nuevo.
— Ya estamos en su territorio, Naruto-kun, así que Kiba-kun debe estar por... —comentó tranquila caminado delante hasta que un gran perro blanco (tan grande como una persona) apareció de la nada y la ocultó tras él. Naruto dio un brinco cuando los colmillos y la saliva no era lo único aterrador en la fiera que parecía querer comérselo de un bocado. Como reflejo tomó una rama cercana que estaba en el suelo. — ¡No, Kiba-kun! —expresó tocando su lomo y el animal pareció calmarse de inmediato. — Él es un amigo.
El cánido de metro y medio de alto miró a Naruto con algo de recelo, pero terminó tomando asiento como un animal entrenado. Gruñó en dirección a Hinata. — No, no lo hará. —volvió a gruñir— Es verdad. Lo conozco desde hace mucho. —ladró y gimió, Naruto no podía comprender un demonio, pero ella parecía entender a la perfección— Claro que no, Kiba-kun. —el lobo miró a Naruto, se levantó y empezó a caminar hacia él; por reflejo volvió a levantar la rama. — Está bien, Naruto-kun, él sólo te está reconociendo. —Naruto, claramente fingiendo valor, dejó caer la rama y se quedó muy firme pues si bien no era un espectro aterrador, sí era una bestia imponente que lo olfateaba desde los pies hasta la cabeza.
— ¿Ya? —preguntó al ver que el animal regresaba junto a Hinata. El lobo gruñó y Hinata sonrió tras la máscara.
— Sí. Ya no hay problema, Naruto-kun. —pudo respirar con normalidad, pero disfrazando el temor con algo de molestia señaló a la fiera.
— ¿No se piensa presentar? —el animal ladró con fuerza en su dirección sin moverse.
— Tiene razón, Kiba-kun. —el animal bufó y se levantó, caminó detrás de un árbol y cuando salió del otro extremo había un hombre de unos 30, 35 años, cabello castaño muy enmarañado y algo largo, tenía una barba dispareja corta y afiladas pupilas que hacían juego con los colmillos que sobresalían tenues de la boca. Llevaba puesta una gruesa chaqueta de tono blanco y unas bermudas negras que dejaban a la vista una peludas piernas.
— Tu eres el mocoso humano que visita a nuestra Hinata. —comentó no muy amable colocándose a un costado de ella, pero con ese aire de escudo a su alrededor— Y tú —miró a la chica con menos dureza y más cariño familiar—, desobedeciendo al Dios de la Montaña.
— No estoy haciendo nada malo, Kiba-kun.
— Si ese mocoso te toca será malo, Hinata, muy malo.
— ¡Hey! —reclamó— ¡No soy un mocoso, de veras!
— Para mí eres un mocoso, mocoso. —ambos apretaron la mandíbula y se miraron con tal rabia que electrificaron el ambiente por un momento— Pero si Hinata confía en ti y yo confío en ella, te dejaré caminar libre por las tierras del Dios de la Montaña. —agregó mirándola con ternura de padre; después de todo él le había dado esa bella máscara. — Regresaré a mi patrullaje. —indicó en dirección a Hinata, colocó su mano sobre la cabeza de la muchacha para revolver el pelo, gruñó en dirección a Naruto expresando que jamás, ¡nunca!, se atreva a colocar un dedo sobre ella y empezó a correr al sur; detrás de otro árbol regresó a ser la salvaje bestia blanca peluda de un comienzo.
— Pronto llegará el atardecer. —señaló como para sí misma— Regresemos.
— Sí.
No había un sendero, pero ella sabía exactamente cómo caminar por allí; sin duda conocía el bosque tan bien como el apático cuervo o el mugroso perro. Llegando al riachuelo se dio cuenta que había platicado, e incluso irritado, con dos seres que no eran humanos y que si en un inicio le dieron un su... sorpresa, no habían sido tan horripilantes como contaban las historias de terror. Incluso se dio cuenta que entre espíritus había una relación muy estrecha y en ese instante, mientras avanzaban por un sendero escarpado, recordó que tanto Itachi como Kiba eran capaces de tocarla. Pensar que ellos podían y él no, lo hizo sentir miserable y molesto; irritado más que todo. ¡No era justo! De todas las personas que había conocido en la vida, Hinata era la única que lo trataba con cariño (dejando a un lado sus padres), la única que le preguntaba sobre sus estudios, la única que le daba ánimos... La única que lo consoló después de la muerte de Minato y Kushina.
Un brazo o una simple tomada de manos sería suficiente —revolver su larga cabellera bastaría— y dejaría de pensar en ello o, más bien... ¿Por qué pensaba en ello? Debía ser más positivo. Él era el único que la conocía, él era el único con quien se divertía y él era el único que estaría a su lado para siem...
— ¡Naruto-kun!
No se dio cuenta de la roca en el diminuto sendero de subida, no pudo evitar perder el equilibrio en dirección al vacío y por reflejo estiró la mano, ella igual. Sus pupilas azules se dibujaron completamente y con la mayor de las fuerza negó el sentido de supervivencia y recogió los brazos esperando el impacto con el suelo a metros de distancia. Rodó por varios minutos chocando contra arbustos y pequeñas rocas hasta que un árbol en la base lo amortiguó. Segundos después ella llegó a su lado.
— ¡Naruto-kun! ¡Naruto-kun! ¿Estás bien?
— Jejejeje... S-sí, no te preocupes, Hinata-cha... —abrió los ojos con pesar. No tenía nada roto más que cortadas en la chaqueta y pantalón, un moretón en la mejilla y muchas ramas y hojas en el cabello. En el momento en que la vio a unos centímetros sobresaltó— ¡No te acerques más! —vociferó aterrado. Recordó que casi lo toma de la mano para evitar que cayera y un horrible vacío, tan espantoso como la muerte de sus padres, lo invadió desde el estómago y le dio náuseas. Bajó la cabeza para que su cabellera ocultase su rostro; ella se mantuvo callada— E, Hinata. —inició con un tono dolido y distante— Prométeme que no me tocarás nunca, ¿sí? Por más cabeza hueca que sea y por más empinada que sea la colina tú nunca vuelvas a extender la mano.
Ella se mantuvo callada y él levantó la cabeza.
— Detestaría perderte a ti también. —comentó con una sonrisa verdadera, pero con la mirada plagada en tristeza. Ella tomó una ramita y volvió a revolver su cabellera como aquella vez y aunque no era lo mismo, podía apreciar la bondad y el cariño del gesto y esa melancolía fue reemplazada en su totalidad con alegría de la más pura.
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En ese entonces era un completo imbécil, lo admito. No me había dado cuenta que esas fuertes ganas de no alejarme de ella, la rabia por no poder tocarla, pero que otros sí, y que el pensamiento de dolor al imaginar que la perdía, era amor. Siempre fue despistado —y lo sigo siendo—, así que pasó mucho hasta que pude notarlo. ¡Y ni siquiera me di cuenta solo, de veras! Sino es por el pervertido de mi abuelo jamás me hubiera dado cuenta que estaba enamorado de ella.
¿Qué? ¿Raro? Bueno, sí... Al inicio sí. Cuando el viejo me dijo que arreglarme de más, preocuparme de oler bien, llevarle flores, preocuparme por ella, eran sentimientos de cariño me sentí algo idiota porque, bueno, ella era un espíritu; sin embargo para mí era como cualquier otra persona. Una persona que esperaba por mí cada verano, una persona que se reía de mis malos chistes y una persona que poco a poco se metió en mi corazón a tal grado que en el instante en que me dije: "Oye, yo-tarado, ella nos gusta, pero... ¿y ella?" En ese momento me di cuenta que luego de casi seis años de encontrarme con Hinata en las montañas sólo había visto su rostro una sola vez y aunque demostraba mis sentimientos de forma esporádica y torpe —bueno, sería más bien de forma estúpida— me decidí a decir todo lo que tenía acumulado desde la vez que me caí de la montaña.
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