Los personajes no son de mi invención, pertenecen a Masashi Kishimoto.
Capítulo 1. Ya vienen los lobos.
Corría el año 1753 cuando en las calles de un pequeño pueblo en Alemania del sur una muchacha de aproximadamente 23 años corría lo más rápido que podía para llegar a su casa, puesto que habían dado el toque de queda hacía una hora. Era aún una época oscura, las tinieblas de la noche traían consigo toda clase de peligros, niñas que desaparecían sin motivo estaban a la orden del día. "Son los lobos, los lobos se llevan a las niñas vírgenes e inocentes. ¡Se las lleva el diablo!" Decían los pueblerinos.
Pero a Temari la habían criado para que no se creyera nada de eso. Su padre, uno de los hombres con más poder de la región en la que vivían, le había enseñado a pelear con la espada, a ella y a sus hermanos pequeños. Su madre había muerto al haber dado a luz a su hermano más pequeño, Gaara, por lo tanto Temari no había tenido ninguna figura femenina a su alrededor, su padre no quería que tuviese una dama de compañía y Temari tampoco necesitaba de una. Era una joven independiente, no pensaba dejar que su padre la emparejara con ningún adinerado joven estúpido y machista, era una mujer independiente y se cuidaba muy bien sola.
Solía salir a pasear por el bosque porque le gustaba admirar a la naturaleza, ella amaba la naturaleza desde que era pequeña. No le temía a los estúpidos cuentos de los lobos, no creía en el diablo, en Dios o en cualquiera de esas habladurías de las gentes ignorantes del pueblo. Sin embargo no solía llegar a casa tan tarde, ya había anochecido desde hacía una hora casi y ella aún se encontraba en el bosque, muerta de frío con simplemente puesto el vestido de estar por casa. Ella no le temía a nada ni a nadie pero esa situación le molestaba en lo hondo de su pecho.
"Tranquila, no va a pasarte nada, simplemente sigue corriendo y llegarás a casa en un periquete."
Una sensación extraña la acompañaba desde hacía varios minutos, corría y un sudor frío se le empezaba a arremolinar en el cuello, mojándole el pelo que se salía de la coleta, medio deshecha. De pronto escuchó un crujido, pisadas, probablemente sería algún animal.
- ¿A donde vas tan apurada, jovencita? – Dijo una voz tosca y demasiado cercana.
Temari se paró en seco, intentó escrutar en la oscuridad del camino pero no veía a nadie, se dispuso a correr aún más deprisa, nadie mejor que ella conocía el camino del bosque, pero en ese momento dos hombres corpulentos, sucios y con cara de pocos amigos aparecieron delante de ella, impidiéndole el paso.
- Mi padre es el marqués de estas tierras, si me tocáis os castigarán con la muerte. – Dijo Temari, intentando sonar lo más tranquila y segura que podía.
Se escuchó una risotada desde atrás, estaba rodeada. Alcanzaba a ver la sonrisa maliciosa que tenían los dos que podía distinguir.
- A nosotros nos da igual vuestro padre, señorita. No le haremos demasiado daño si coopera con nosotros, así que procure portarse bien.
- Hijos de puta… - Masculló Temari, intentando pensar lo más rápidamente que podía en un plan para salir de este apuro.
- Vaya, mal hablada encima ¿Eh? ¿Nadie te ha enseñado a respetar a tus mayores? Tendremos que educarte nosotros.
Los 3 individuos comenzaron a acercarse a Temari, dos de ellos la agarraron por los brazos y el que estaba detrás de ella le agarró y tiró del pelo hacia atrás. Temari intento luchar con todas sus fuerzas, pero no podía con 3 hombres que la sobrepasaban en peso y altura, menos aún si no tenía una espada con ella.
Intentó gritar con todas sus fuerzas, pero se había olvidado en qué punto del bosque se encontraba y no estaba segura de que alguien pudiese llegar a oírla. Un golpe seco se estrello en su cara, su nuca y su estómago. Poco a poco comenzó a cerrar los ojos, un dolor sordo hacía que le palpitaran las sienes y las ganas de vomitar se intensificaban. Con otro golpe en la cabeza por fin perdió el conocimiento.
- Buenas noches, preciosa. – Dijo uno de los hombres, y los tres estallaron en risas.
Esa noche Temari comenzó a creer que el diablo y los lobos si existían, y se la habían llevado, Dios sabe dónde.
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