Título: Deudas

Beta: Caribelleih. Muchas gracias por lo comentarios y el apoyo =)

Género: General/Romance

Clasificación: NC-17

Disclaimer: Harry Potter pertenece a Draco Malfoy, ambos, juntos y revueltos pertenecen a J.K. Rowling.

Resumen:"Draco Malfoy ha sido condenado a no usar magia nunca más, y se refugia en la pintura muggle. Pero el mundo del arte no es fácil, y se tiene que ganar la vida dibujando a los paseantes en la calle de una ciudad cualquiera lejos de Londres. Harry está harto de su vida, de los halagos, etc. Así que coge una mochila y se va a recorrer el mundo. Por supuesto, la primera ciudad que decide visitar es esa en la que Draco está pintando..."

Nota: Este fic responde a un reto de Sirem en el Fuh-Q Fest del foro Drarry. Es el primero de cinco o seis capítulos.


Prologo.

Soy un montón de cuentas que en vida no puedo pagar

Soy un montón de deudas que jamás podré saldar

Todo lo que junté hasta hoy, mañana no me servirá

Las cosas que me harán mejor no las puedo comprar.

(Deudas, Los Bunkers)

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Todo era tan cliché que parecía una burla a su vida.

Una broma del destino. Aunque al menos había una buena vista.

Las personas pasaban por aquella calle como hojas secas llevadas por el viento, algunas se detenían, otras simplemente no dejaban de caer jamás.

Su trabajo era bueno, él no haría nada que no fuera bueno, obviamente, pero todo era mucho más difícil de lo que había pensado. El mundo del arte muggle era un círculo tan cerrado que para aceptar a nuevos talentos debían ser excepcionalmente buenos. O bien, tener contactos.

Draco no cumplía con ninguna de las dos cosas. Todavía.

Aún no estaba recuperado del trauma de su condena. Aún no entendía por qué sus actos habían sido condenados de tal terrible manera. Era absurdo. Absurdo e injusto, pero tan inapelable como inevitable; estaba condenado a no realizar magia nunca más en su vida.

Según lo que recordaba, aquella vez― en los juicios― fue la primera vez que se desmoronó completa y humillantemente frente a su familia y testigos.

No podría hacer magia por el resto de su vida. Nunca más. Dejaría de ser un mago. Dejaría de ser lo que siempre lo llenó de orgullo, lo que, de cierta forma, le daba la superioridad que tanto proclamaba.

Luego de eso, tenía dos opciones. Irse del mundo mágico, superar aquella humillación y luego vengarse. O irse del mundo mágico y darles una lección a aquellos magos.

La mejor venganza sería triunfar.

Y así lo haría, porque tal vez ya no fuera un mago, pero seguía siendo un Malfoy. Y los Malfoy siempre cumplen con su palabra.

-

Era el héroe. Era el Salvador. Era el elegido. Y estaba harto.

Lo elogiaban. Lo admiraban. Lo acosaban. Y él sólo quería ser uno más.

Contaban su historia; contaban su pasado, contaban su presente. Pronosticaban su futuro, predecible y con final feliz. Y él sólo quería poder controlar sus pasos.

Querían espiar su vida, querían dirigir sus pasos. Querían utilizarlo. Y él quería vivir. Despertar y pasar el día. Según sus propias decisiones.

―No te vayas.

―No tengo más opción.

―Quédate conmigo. Sabes… sabes que yo te amo.

―No, Ginny ―dijo Harry intentando controlarse. Era la tercera vez que tenían esa conversación. Tú amas a Harry Potter, al héroe… a todo lo que han dicho de mí―. Piensa ―continuó con suavidad― ¿recuerdas cuándo te diste cuenta que me querías?

―En primer año. Cuando me salvaste―. Respondió Ginny con la cabeza gacha.

―Esa es la respuesta: cuando te salvé. Ya no quiero ser un héroe. Ya no quiero salvar a nadie más. Yo sólo quiero…

―¿Vivir? ―preguntó la pelirroja alzando un poco la voz―. Puedes hacerlo aquí, lo sabes, nosotros somos como una familia.

―Ginny, basta ―cortó Harry―, la decisión está tomada― dijo sujetándola de un hombro.

―Tú no me quieres, nunca me has querido, si lo hicieras, no te irías. No me abandonarías―dijo la pelirroja sollozando afectada.

―¡Basta! Intenté explicarlo bien, intenté hacer las cosas correctamente. Me voy. Y no lo discutiré más contigo. Adiós.

Harry suspiró. No quería ser desagradable, Ginny era alguien importante para él, pero… pero era hora de notar que él también era importante para él mismo. Y lo que necesitaba hacer era viajar. Salir. Descubrir el mundo. Tocar con las manos todas las miles de posibilidades que podrían abrirse para él allá fuera.

Y lo haría.

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Francia era un buen lugar. Tan bueno como cualquier otro. Pero él conocía el idioma y más de alguna vez había soñado con pintar aquellos paisajes que le recordaban tiempos mejores. Vacaciones familiares rodeadas de magia y promesas de un buen futuro.

Además, en Francia estaban las raíces de su familia materna. Y la escuela de arte a la que quería ingresar.

Pero para ello necesitaba dinero. Y en su huída del mundo mágico había tomado lo necesario para sobrevivir, incapaz de utilizar la fortuna familiar como medio para subsistir entre muggles. Sería una ofensa para la moral familiar.

Por eso estaba allí. En aquel puente. Todos los días desde que había decidido qué quería hacer con su nueva vida.

Tenía diecinueve años, el mundo aún podía ser suyo.

Draco agradecía su elegancia y su facilidad para manejar a la gente. Y para ser agradable cuando le convenía. Llevaba dos meses en aquel hermoso país, y ya tenía algunos conocidos que estaban relacionados con el arte.

Una familia de turistas de detuvo frente a su improvisado puesto. Observaron encantados los retratos que Draco tenía a la vista.

Preguntaron por el costo de dibujar a los niños. Draco sonrió encantado, falsamente, pero sus dotes de actor eran casi tan buenas como su facilidad para recrear la realidad en papel.

Comenzó a dibujar, trazando cada línea con seguridad, con la confianza que da hacer aquel ejercicio día tras día.

Pintar en la calle no era lo que se esperaría para un pintor mágico. Y menos pintar de forma muggle. Pero Draco haría lo necesario para cumplir su sueño. Sin importar el costo.

Ya había demostrado que era capaz de hacer lo imposible para lograr sus objetivos.

-

Francia era un buen lugar. Tan bueno como cualquier otro. No conocía el idioma, pero más de una vez se imaginó con sus padres paseando por las calles parisenses.

Llevaba consigo sólo lo indispensable para vivir; dinero muggle ―que había cambiado antes de partir de viaje―, ropa, lo que había rescatado; tres o cuatro camisetas, algunos jeans y un suéter de la señora Weasley. También llevaba el álbum de fotos de sus padres y recuerdos de Hermione y Ron. Entre ellos una guía para recorrer el mundo. Bueno, dos. Una mágica y otra muggle. Ambas descansaban cómodamente en el fondo de su mochila, no quería guiarse por nada más que por sí mismo en aquel viaje.

En Londres había dejado gran parte de su vida. Pero necesitaba salir de allí por un tiempo. Avanzar, dejar los demonios del pasado atrás. Junto a la guerra.

Lo único mágico que lo acompañaba en su viaje era su varita. Y él mismo, claro.

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El puente Alejandro Tercero se veía imponente sobre el Sena. Estaba atardeciendo y los rayos del sol hacían relucir la superficie tallada de aquella estructura.

Draco estaba terminando de retratar a un par de amigas que no dejaban de soltar risitas nerviosas al cruzar las miradas. En los minutos que había estado dibujando a aquellas chicas ya se había enterado de muchos detalles de sus vidas que realmente no le importaban. Quizás si quisiera seducirlas o algo así, pero él no hacía eso. No necesitaba mostrarse interesado para lograr lo que quería. Además, las mujeres le traían sin cuidado. Demasiadas complicaciones y pocos beneficios.

Mientras pensaba en que hacía días no salía a divertirse y terminaba el retrato, no notó que las chicas habían desviado la vista hasta que necesitó captar unos detalles…

Aquellas francesas estaban murmurando y mirando ávidamente hacia una de las entradas del puente. Draco desvió la vista hacia allí. Deseó no haberlo hecho.

El carbón que utilizaba para dibujar rebotó con un ruido sordo en el suelo y rodó hasta caer, entre las protecciones, directo al río.

Harry Potter, con una gran mochila al hombro, vistiendo zapatillas, camiseta y jeans muggles, miraba atentamente una de las estatuas de Pegasos que estaban en los pilares del puente.

Draco sintió que las manos comenzaban a sudarles. Era la primera persona del mundo mágico con quien se encontraba. Ni sus amigos ni su familia sabían realmente su paradero.

Y Potter parecía no tener ni la menor idea de que él estaba ahí. Mejor así. Pero cuando estaba volviendo a terminar su trabajo, con la intención de salir de allí lo más rápido posible, la mirada de Potter se cruzó intensamente con la suya.

No pudo desviar la vista. No puedo hacer como si no lo hubiese visto. Sólo lo siguió mirando, hasta que poco a poco, la mirada verde se hacía más y más notoria.

-

Era increíble.

A pesar de su intención de desvincularse por un tiempo del mundo mágico y tomar sus propias decisiones, el destino siempre tenía algo que decir.

No es que estuviera tan alejado de Londres, ¡pero estaba en otro país! Por Merlín que tenía mala suerte.

Allí, en aquel puente que cruzaba el Sena. En medio de Francia, en un lugar turístico y muggle, se encontraba Draco Malfoy. Ni más ni menos.

Y Harry estaba sorprendido, más por la situación que por encontrarlo en aquel lugar.

Malfoy estaba pintando, por lo que podía ver a la distancia.

Por curiosidad y por el reto que había en la mirada gris que ya lo había reconocido; se acercó.

Un paso y luego otro, cavilando su siguiente acción.

Las dos muggles que estaban frente a Malfoy no dejaban de mirarlos a uno y otro alternativamente, murmurando entre ellas. Harry no les prestó atención.

Sabía perfectamente lo que había sucedido con Malfoy durante los juicios. No estaba de acuerdo, pero en la nueva época que estaba viviendo el mundo mágico, los nuevos gobernantes habían querido dar un ejemplo de comportamiento con los Malfoy.

El padre mortífago encerrado para siempre en Azkaban y el hijo sin poder hacer magia nunca más.

Narcissa Malfoy había sido liberada de todos los cargos por su declaración. Harry había declarado a favor de ella y de Draco Malfoy. Pero los jueces fueron inflexibles sobre éste último.

Quizás, pensó Harry mientras caminaba decididamente hacia Malfoy, la injusticia cometida durante los juicios ―y la falta de criterio― por parte del Ministerio, eran unos de los motivos por los que necesitaba alejarse. Él quería seguir adelante, no recordar cada mes y cada año lo sucedido en años anteriores como una simple celebración. O por lo menos perdonar y seguir.

Llegó hasta él, confundido y sin saber cómo reaccionar exactamente.

—Malfoy —dijo Harry con voz neutra. Intentó que su rostro se vaciara de cualquier expresión que pudiera delatar lo que pasaba por su mente; confusión, sorpresa, miedo. Pero sabía que sus ojos lo delatarían, siempre lo hacían.

Confusión por verse enfrentado, repentinamente, contra lo que necesitaba dejar atrás.

Sorpresa porque era Malfoy trabajando como muggle. Con muggles y para muggles. Si apareciera Voldemort ofreciéndole un caramelo de limón, no podría sorprenderse más de lo que ya estaba.

Y miedo… bueno, no miedo. Era un Gryffindor, ellos no tienen miedo; era… aprensión. ¿Por qué se había acercado? ¿Por qué no pudo dar media vuelta y salir de allí? Porque fuera como fuera, Malfoy lo había retado con la mirada, y un reto era un reto.

—Potter —replicó Malfoy con sorna, alzando una ceja. Era el mismo tono y la misma acción condescendiente… lleno del desprecio que tanto le recordaba a sus años en Hogwarts; a los duelos y a la guerra.

Se molestó. Se molestó porque él no había tenido la intención de iniciar un enfrentamiento, él no había hecho nada más que caminar por uno de los lugares turísticos del país.

Sólo frunció el ceño, sin prestar atención a los retratos que Malfoy había dibujado y pensando en alguna réplica decente.

―¿Además de estúpido quedaste mudo? ―preguntó Malfoy y comenzando a recoger sus cosas. Entregó el dibujo ya terminado a las muggles que los miraban sorprendidas y las obligó a irse con la mirada; en sus ojos grises volvía a haber hielo frío y amenazante. Las chicas se fueron murmurando y mirándolos con sospecha.

―Malfoy ¿qué haces aquí? ―preguntó Harry duramente, maldiciendo su mala suerte. Hasta el día de su supuesta muerte la fortuna había estado de su lado. Y justo cuando comenzaba a vivir su propia vida, lo abandonaba.

―¿Seguirás con las preguntas obvias? ―volvió a preguntar Malfoy con evidente molestia, arrastrando cada palabra. Harry no quería encontrarse con nadie de su antigua vida. Se pateó mentalmente, quizás debió irse más lejos. Malfoy terminó de recoger el atril que utilizaba para hacer los retratos, recogió los carboncillos que le quedaban y los guardó en su bolso. Miró a Harry unos segundos.

―Malfoy, espera―. Éste se detuvo, curioso.

―Nada, Potter, no hago nada ―respondió su pregunta anterior de manera cortante, acomodando un rubio mechón de su cabello que le cubría la vista―. Y como supongo que ésta ha sido una mala coincidencia, me voy.

Malfoy comenzó a caminar rápidamente hacia el extremo del puente por el que Harry había llegado. Éste se quedó mirando, con más interés del deseado, la forma segura de caminar de su antiguo enemigo. No pudo evitarlo; lo siguió.

—¿Miedo, Malfoy?

Malfoy se detuvo, sus músculos visiblemente tensos.

—¿De ti, Potter? —dijo con una suavidad que estremeció a Harry, girándose lentamente hasta quedar enfrentados.

—Estás escapando.

—¿Me estás comparando contigo? —preguntó con frialdad y una amenaza implícita en las palabras—. Porque él único que ha escapado eres tú, héroe.

Harry no supo qué decir y aunque no quería que Malfoy se quedara con la última palabra; no respondió, sólo se quedó mirándolo con curiosidad y algo que no podía explicarse.

Malfoy, como siempre, sabía dónde atacar para herir.

Luego de unos segundos de silencio, Draco sonrió con superioridad y se giró lentamente, comenzando a caminar lejos de allí. Su porte erguido, distinguido y por qué no decirlo; atractivo.

No lo supo en ese momento, y quizás nunca lo sabría, pero Harry Potter sonrió por aquella coincidencia. Quizás encontrarse a su némesis en aquel país era algo más que mala suerte.

-

Las probabilidades de que aquel encuentro fuera planificado eran bastantes bajas conociendo la inutilidad de Potter para planear cualquier cosa. Y para hablar, por cierto.

Era increíble como una persona podía ser tan poderosa, intensa e instintiva cuando de ello dependía su vida, pero un inútil cuando sólo se trataba de vivir.

Casi se sintió triste por la vida de Potter. Casi, pero la diversión de burlarse de él siempre sería más grande.

Caminó por las calles en penumbras, aún no oscurecía del todo, pero el sol se escondía rápidamente tras los antiguos edificios.

Draco llegó hasta el pequeño departamento que estaba arrendando preguntándose qué haría aquella noche. Podría salir a divertirse, aquel había sido un buen día, y aún faltaban algunos meses para que pudiera inscribirse en la Academia de Bellas Artes de París, el instituto de dibujo y pintura que había escogido. Dejó sus cosas al lado de la puerta y se dirigió hasta el único sillón de la estancia.

No pensaba demasiado en lo que sucedía. No quería hacerlo, tampoco. Si se colocaba a analizar los hechos y si veía desde afuera lo que estaba haciendo, era patético. Él era un mago, o lo había sido. Y en vez de luchar por lo que le correspondía por derecho propio, había escapado de Londres y se había refugiado en la pintura muggle.

Su padre probablemente se estaría revolcando en su celda. Sería la vergüenza de la familia. Por eso había escapado. Y por eso no pensaba―muy seguido― en su situación. Y por eso odiaba a Potter, también.

Bueno, no lo odiaba. Pero Potter era un mago, uno reconocido y poderoso. Y estaba viajando como un muggle. Parecía una burla.

Harry Potter tendría todo el poder que quisiera allá en Londres. Pero no. Tenía que decidir conocer el mismo país donde él se estaba refugiando.

Se levantó y comenzó a desvestirse mientras caminaba hacia el baño. Se daría una ducha, se relajaría y leería algún buen libro.

Y quizás, si tenía ganas, seguiría pintando el retrato de su madre que tenía sin terminar en su pequeño e improvisado taller. Cada vez que se acercaba a ese cuadro, un insólito sentimiento de abandono lo llenaba.

Y odiaba sentirse así.

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Harry, luego de quedarse mirando como Malfoy se alejaba, comenzó a caminar hacia la misma dirección. Tenía que buscar algún lugar dónde quedarse. Algo le decía que pasaría más tiempo en ese país de lo que había planificado. No que le importara, Harry odiaba hacer planes.

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Estaba en un hotel lujoso. Nunca había sido adepto a los lujos, pero ya que estaba descubriendo la vida, podía permitírselo.

Acarició con los dedos las cortinas de la cama gigante que tenía en la habitación y caminó hacia la ventana.

Nunca lo había pensado. No había tenido ni el tiempo ni los motivos para hacerlo.

En sus diecinueve años sólo se había acostado con Ginny. Y consideraba que una sola vez no podía utilizarse como evidencia, sin embargo no quería hacerlo otra vez. No.

Pero ya no podía seguir negando lo innegable. No cuando se había marchado lejos para vivir la vida como quisiera.

No le gustaban las mujeres. No cuando pensaba en brazos fuertes y espaldas anchas durante las noches.

¡Era tan obvio! Pero nunca se había detenido a pensar en ello, ¡no había tenido tiempo! Su vida había estado planeada desde que tenía un año… y entre tantas oportunidades para salvar al mundo… no le habían planeado momentos para vivir su juventud.

Y ahora que sólo le quedada vivir… ¡era todo tan complicado!

Tantas opciones y Harry sin saber qué hacer.

No quería pensar. Nunca se le había dado muy bien aquello…

Ya. Lo suponía, pero antes de arriesgarse necesitaba comprobarlo. Volvió a caminar por la habitación, viendo sin ver los lujosos detalles que la componían. Se desordenó el cabello negro con ambas manos, comenzando a desesperarse y sin saber por qué.

Suspiró frustrado y se lanzó sobre la gran cama torciéndose un poco los lentes.

Podía ser algo simple o podrían ser miles de cosas. No estaba acostumbrado a pensar las situaciones. No estaba acostumbrado a pensar en su vida. Y no tenía intenciones de hacerlo. Sonrió. No tenía arreglo.

Él sabía actuar. Aquello era lo suyo.

Rodó por la cama. Tenía diecinueve años y sólo se había acostado con una persona una vez. Y ni siquiera lo había disfrutado completamente. ¡Pero es que Ginny era demasiado delicada! Demasiado suave, demasiado… mujer.

¿Por qué demonios le sucedían aquellas cosas a él?

Y él, que sólo quería vivir.

Sonrió otra vez a su pesar.

Quizás sería más fácil salir de allí, ir a alguna discoteca y hacer lo que sus instintos le dijeran.

O follarse a lo primero que se moviera. Total, pensar en qué le sucedería no era su plan. De hecho no tenía plan. Sólo tenía ganas de hacer lo que quisiera hacer. Y claro, un montón de hormonas revolucionadas.

Pero antes debía comprobarlo. Aunque fuera sólo por hacerlo. Luego pondría en práctica el plan F.

Rodó hasta mirar el techo.

Pensó en Ginny. Su mano se dirigió directamente hacia el borde de sus pantalones.

Vivir solo y hacer lo que le diera la gana era lo mejor.

Bajó el cierre de los jeans que vestía. Extrañamente pensó en Harrys en miniaturas corriendo por una casa. No. Mala imagen mental para lo que estaba haciendo.

Volvió a intentarlo.

Una ducha. Ginny desnuda. El agua cayendo sobre su pelirrojo cabello.

Su miembro no reaccionó. Aquel tono de pelo le recordaba a su madre.

―¡Arg! ―gruñó molesto, girando en la cama hasta quedar boca abajo.

Unos brazos fuertes lo giraban. Cerró los ojos. Se defendió sujetando a aquella persona de los hombros. Eran firmes pero delgados. Le gustó.

Imaginó que invertía las posiciones y aplastaba al otro cuerpo. Se resistía. Lo enfrentaba.

Un pecho plano chocaba contra el suyo. Una dureza rozaba su muslo. Se estaba excitando demasiado. Y era con un hombre.

¿Necesitaba más pruebas?

Dejó de pensar en aquello. Vació la mente de cualquier cosa que no fueran aquellas manos masculinas acariciándolo, reconociéndolo, enfrentándolo…

Su mano derecha sostuvo su miembro excitado, pero en su mente era una mano delgada y experta quién lo acariciaba.

Se dejó llevar. Aquella mano lo estaba volviendo loco. Acariciándolo en lugares que él no se atrevía aún. Presionando, hurgando, llevándolo al límite.

Sintió un fino cabello rozar con su cuello y unos labios suaves, pero violentos lamer el lóbulo de su oreja. Con la mano que tenía libre terminó de bajarse los bóxers y su erección quedó libre, brillando de preseminal.

Entreabrió los ojos mientras alzaba las caderas y su mano se movía con más ansia y velocidad. El cuerpo imaginario se frotaba contra él en la misma medida que lo hacía Harry. Sentirse enfrentado y llevado hasta aquel punto de no retorno por otro hombre provocó que su excitación aumentara.

Su respiración aumentó notoriamente y, antes de llegar al orgasmo, le pareció ver en su imaginación un reflejo plateado en el hombre que componía su visión.

―Merlín ―murmuró, dejándose desfallecer sobre las mantas arrugadas.

Masturbarse había sido su única forma de deshago durante el colegio y la guerra. Pero antes era con imágenes censuradas, temerosas. Con sensaciones y visiones de lo que podría ser… pero ahora que su mente le había mostrado a un hombre de tez blanca, ágil, fuerte y real, Harry sintió que estaba bien. Que era lo que quería, lo que le gustaba.

Se arregló la ropa y se sentó al borde de la cama.

Estaba en París. Era un nuevo país. Un nuevo comienzo. Una nueva vida. Y nadie lo conocía, bueno, Malfoy sí lo hacía, pero no parecía querer nada de él. Así que no creía volver a verlo.

Volvió a sus pensamientos.

¿Qué podría hacer aquella noche? Sonrió de tan sólo pensar lo que podría hacer. Sí. Haría lo que sabía hacer mejor; improvisaría, para algo llevaba toda la vida haciéndolo. Y aquella noche tenía un objetivo fijo y determinado: acostarse, frotarse o follar ―lo que fuera― con un hombre.

Harry se mordió el labio inferior. Si lo decía en voz alta no se lo creía y parecía hasta vulgar. ¿Pero qué más daba? Se había ganado el derecho de hacer lo que le diera la gana con su vida. Y como buen Gryffindor, quería que todo llegara rápido.

Otra de las cosas que no había hecho nunca, era preocuparse por su aspecto. No se consideraba tan atractivo como Malfoy… no era tan arrogante como él como para creerse lo mejor. Pero era consciente de que su cuerpo no era indiferente a los demás. De todas formas, lo que le faltaba en seguridad lo tenía en valentía y fuerza bruta.

Fue hacia el baño y se detuvo frente al espejo mientras se desvestía.

Sus ojos verdes le gustaban. Harry no era vanidoso ni narcisista, eso se lo dejaba a su némesis, pensó repentinamente. Pero sus ojos, más allá de que eran un recordatorio de su madre, le gustaban. Sobre todo el contraste con su pelo negro.

Extrañamente pensó en el hombre de su fantasía; piel blanca contrastando con la suya. Cabello claro contrastando con el suyo. Aquellos contrastes le recordaron algo que no podía reconocer.

Se duchó. Buscó algo decente que colocarse y salió de la habitación. En la calle detuvo a un taxi y, en un francés rudimentario, le indicó que se dirigiera a la zona de clubes.

Y así había llegado hasta aquel club.

Harry se pasó la mano por el cabello de forma inconsciente. Pagó la entrada sin notar las miradas sobre su cuerpo y sin saber qué demonios estaba haciendo en aquel lugar; no sabía el idioma ni dónde había llegado. Todo le era desconocido, por lo tanto, más excitante.

La mezcla de cuerpos sudorosos, acechantes y atractivos, lo confundieron e intimidaron un poco. Pero se recuperó rápidamente; era Harry Potter, si se proponía follar con alguien aquella noche… lo haría.

Aunque no tenía idea cómo.

Pero podía suponerlo. Realmente no existían más maneras de hacerlo. Orificios y pollas. Así de simple. Y bueno, tal vez debía sumar unos cuantos vasos de alcohol. Sólo por si acaso la valentía Gryffindor lo abandonaba.

-

Su primera vez con un hombre había dejado bastante qué desear. Pero lo había logrado, algo era algo.

Oscuridad. Inseguridad. Alcohol. Un cuarto oscuro. Y más alcohol. Ah, y un condón, obvio… era Gryffindor, no estúpido.

Luego de un malogrado orgasmo ―pero orgasmo al fin y al cabo― Harry volvió al hotel, con la intención de que el mundo dejara de darle vueltas alrededor.

Tres días después había avanzando bastante. Le habían hecho tres mamadas y había follado dos veces más. Aunque bueno, aún no estaba preparado para dejarse er… invadir por otro hombre. Quizás cuando alguien le interesara de verdad.

Le sorprendía un poco lo fácil que era tratar con hombres, sexualmente hablado. Bailar. Frotarse. Y guiar la cabeza hacia abajo. Eso lo podía entender, comprender y le gustaba. Oh, sí.

A la semana ya se había gastado bastante dinero en clubes. Incluso había llevado a un chico al hotel. Y había sido de las mejores experiencias de su vida. Había aprendido un par de cosas más. Ahora sabía preparar de forma adecuada y había descubierto que jugar antes de follar le gustaba.

Había aprendido bastante más que en todos los días anteriores, tener encuentros en la oscuridad en un lugar semi público y poco higiénico no era lo ideal, claramente.

Dos semanas y nunca lo había pasado tan bien en su vida.

Tres semanas y se daba cuenta de que se había perdido demasiadas cosas de la adolescencia.

Tres semanas y un día y parecía alguien más seguro. Más osado. Más Harry Potter.

Tres semanas y dos días y había vuelto al primer club al que había ido. Fue a la barra y pidió un trago. Bebió unos sorbos por hacerlo… su lema era que si iba a comenzar a vivir lo haría con todo.

Sus pies lo guiaron sin demasiado interés hacia la pista de baile. El trago quedó olvidado por ahí, todo lo que había pasado en aquellas semanas disminuía notoriamente sus inseguridades, cuidados y restos de pureza Gryffindor.

Su camiseta verde oscuro se le pegaba a la piel. Los lentes se le deslizaban a momentos por el puente de la nariz. Comenzó a moverse rítmicamente mientras un chico algo extraño bailaba frente a él. O encima de él. Como fuera, al parecer quería comerse su boca. Negó con la cabeza saliendo del letargo en que se había sumergido, la música parecía hipnotizarlo.

Algo le obligó a estar alerta. Era una sensación extraña y muy conocida, pero excitante y nueva a la vez. Recordó su primera fantasía homosexual real. Entrecerró los ojos intentando comprender. Se sintió observado. Intentó controlarse y estar en alerta. Empuñó la varita que tenía en el bolsillo.

―Pensé que estarías salvando al mundo otra vez ―escuchó que alguien decía a su espalda, arrastrando las palabras. Se paralizó.

-

No. Por Merlín que aquello era una pésima broma.

Draco estuvo tentado a reírse, pero una mano colándose bajo su camiseta lo distrajo. O no. Ver a Potter en una disco gay parisense era demasiado como para no acercarse y burlarse. O mirar. O cualquier cosa.

Sin soltar a su compañero de baile, y sin perder el ritmo, se acercó hacia donde Potter intentaba bailar y no ser comido por un estrafalario chico.

―Pensé que estarías salvando al mundo nuevamente.

Potter se quedó inmóvil.

Luego se deshizo de su acompañante.

―¿Qué quieres? ―preguntó a la defensiva. Potter estaba más prepotente y seguro de lo que Malfoy hubiese esperado. Intentando esconder su sorpresa, sonrió malditamente.

―¿Además de buscar alguien a quién follar esta noche? Nada ―respondió altanero, encogiéndose de hombros e ignorando al chico que bailaba a su alrededor―. Y… dime Potter, ¿qué me darás a cabio de guardar tu secreto? ―preguntó mirando con curiosidad al otro mago.

―¿Qué te parece que yo guarde el tuyo? ―respondió Potter sin inmutarse y mirándolo inescrutable―. A mí me parece un buen precio. No es como si el Ministerio supiera dónde estás.

―Me sorprendes, Potter. Pensaba que tu buen corazón Gryffindor te impedía chantajear.

―No estoy chantajeándote ―dijo Potter molesto―, estoy proponiéndote un trato― agregó acercándose más a él, como queriendo intimidar―. A mí no me interesa que todos sepan detalles de mi vida privada ni a ti que estás escondiéndote aquí.

Potter parecía más confiado de lo que probablemente se sentía. Draco no dudaba que fuera gay, tenía bastante sentido si se pensaba, de lo que sí dudaba era de la experiencia y conocimiento sobre aquello.

Acababa de pasar un año huyendo, su experiencia debía tender a cero. Sin embargo el chico que estaba frente a él parecía otro… más experimentado y confiado.

Draco sonrió malvadamente y siguió balanceándose al ritmo de la música, como demostrándole a Potter cuánto le importaba su reto.

―Acepto ―dijo sin embargo. Aunque amargamente pensó que no tenía a quién decírselo―. Pero no creas que yo lo olvidaré ―agregó girándose y caminando entremedio de la gente, intentando dejar a Potter y a las estúpidas coincidencias atrás.

O en otras palabras, estaba huyendo disimuladamente.

Continuará…