NI SIQUIERA EN LA MUERTE

Por KayraDeArkadia

Espero que os guste esta historia, surgida hace tiempo de una noche de insomnio. Al principio iba a ser más larga, pero luego me falló la inspiración y se me quedó sólo en tres capítulos. Por favor, dejadme vuestras reviews con vuestras opiniones ^^

Primera parte

La veo, asomada a la barandilla del barco, mientras los últimos rayos del sol se reflejan en su pelo. Su pelo, corto y rubio, se agita al son del viento que nos lleva a Egipto. Recuerdo cuánto me gustaba su pelo largo y la manera en que los rayos del sol jugaban con él... Recuerdo cuando montábamos en Argo, yo delante y ella atrás, y cómo su pelo me cosquilleaba en la cara... Recuerdo cuando dormíamos juntas y disimuladamente, fingiéndome dormida, la abrazaba sólo para sentir su aroma... Recuerdo tantas cosas... Tanto juntas...

Oh, Xena, estar sin ti es tan difícil... Tan difícil... No sé si pueda... Cada día es peor que el anterior... Porque cada día estoy más segura que esto no es una horrible pesadilla de la que vaya a despertar... Te hecho tanto de menos... tanto...
Recuerdo cada día que pasamos juntas, cada risa tuya, cada palabra, cada gesto... Recuerdo cuando montábamos en Argo, tú delante y yo detrás, y cómo me gustaba aferrarme a tu cintura para apoyar la cabeza contra tu pelo... Recuerdo cuando dormíamos juntas y aprovechaba la más mínima oportunidad para abrazarme a ti cuando dormías... Recuerdo muchas cosas, Xena... demasiadas... A veces quisiera no recordarlo, para no recordar todo lo que hemos perdido...

Sus pensamientos me atormentan, atenazan mi alma, me llenan de angustia...
Casi desearía no saber lo que piensa, no sentir su dolor... Casi... Porque sería injusto que sólo ella sufriera; porque quiero compartir su dolor, hacerlo mío, que de hecho lo es, siempre ha sido así: su alegría ha sido mi alegría, y ahora su dolor es el mío también.

No sé ni cómo he podido aguantar hasta ahora desde que pude tocarte por última vez, sentir tu calor... Te hecho tanto de menos... El vacío que ha quedado en mi alma y en mi corazón se me hace más grande y profundo que éste océano que ahora surcamos. ¿Qué voy a hacer sin ti, Xena? Siempre me dijiste que yo era tu luz, la fuerza que te impulsaba adelante; lo que nunca te dije, es que tú eras la mía...

Me quedo sorprendida... ¿Yo? ¿Su luz? Entonces pienso que es cierto... En cierto modo, las dos nos completábamos la una a la otra; éramos como las dos partes de un todo... Después de todo somos almas gemelas... destinadas a estar juntas. ¿Qué es lo que he hecho?, me digo... Cuando tomé la decisión de salvar todas aquellas almas, creí que era lo correcto... Ella es fuerte, me dije, sabrá valerse sin mí; ¡Qué equivocada estaba! No en su fuerza, pues si algo no le ha faltado nunca ha sido fuerza para enfrentarse a lo que fuera... sino a sus sentimientos por mí...
Noto que sus hombros tiemblan ligeramente, no necesito acercarme para saber que está llorando; por mí, como siempre...
"Oh, Gabrielle... mi Gabrielle... Si sólo hubiera sabido lo que sentías por mí... Ahora lo sé, ahora que es demasiado tarde. Desde el mismo instante en que el sol se ocultó, aquel fatídico día, he sentido todos y cada uno de tus pensamientos, tu dolor, tu amor por mí...
Quisiera decirte que yo siento lo mismo por ti, casi desde el primer momento en que te vi... Pero no puedo, no debo hacerlo; no quiero que sufras más... Sufres porque me echas de menos, porque me amas y nunca me lo dijiste... ¿Qué sería entonces de ti si supieras todo lo que hemos perdido?"

¿Dónde estás, Xena? Sé que estás ahí... Siento tu presencia, incluso aunque no pueda verte. Podría verte si quisieras, no lo niegues; pero te ocultas porque crees que tu simple visión me atormenta... Y en parte tienes razón... En parte... Porque si bien es verdad que me atormenta el verte y no poder abrazarte o tocarte, también me atormenta el no poder verte, no escuchar tu voz... Oh, Xena... cómo añoro el sonido de tu voz, tu risa, incluso el modo en que decías mi nombre cuando te enojabas conmigo... Cómo añoro perderme en el profundo mar que son tus ojos...

"Oh, Gabrielle... no sé qué hacer... no quiero verte sufrir. Sé que estás sufriendo, mi vida, no lo niegues. Puedo sentir todo lo que piensas, lo que sientes... Temes verme, porque temes no poder soportar el dolor de no poder abrazarme; y también temes no volver a verme nunca más... Yo también... Pero lo que más temía se ha cumplido... Te he hecho daño una vez más...
Te he hecho daño tantas veces...
Te hice daño al culparte de la muerte de Solan, cuando no tenías culpa alguna... y, no teniendo bastante con eso, te culpé de la muerte de Eli también... Pero tú me perdonaste, siempre lo haces... ¿Me perdonarás ésta vez también? No te culparía si no lo hicieras...
Te hice daño al creer que tu amor era de amiga, que nunca me amarías como te amaba yo; sin darme cuenta de que tú sufrías igual que yo. Oculté mis sentimientos por ti, disfrazando mi amor con el velo de la amistad... Permití que te casaras con Pérdicas, aún sabiendo que te amaba más que a mi vida, todo por mi maldita cobardía... Si ya entonces tú me amabas como yo, no quiero pensar en lo que debiste sufrir, mi vida...
Te he hecho daño, ésta última vez, dejándote atrás... atrás para cumplir el Bien Supremo... No puedo dejar de pensar en que si lo hubiera sabido a tiempo... si lo hubiéramos sabido... Quizás no estaríamos aquí... Quizás tu alma no estaría rota, como lo está la mía."

Sé que lo que hiciste fue para salvar a todas aquellas almas, que era lo correcto... por el Bien Supremo... Pero, una pequeña parte de mí desearía que no lo hubieras hecho...

"Oh, Gabrielle, yo también lo desearía... pero ya no puedo hacer nada, salvo esperar que puedas perdonarme... Por favor, perdona mi cobardía de no confesarte nunca mis sentimientos..."

Ahora sé lo que debiste sentir cuando me viste caer en aquel pozo de lava con Hope y me creíste muerta; con la diferencia que tú veías en mí a una amiga, tu luz como me llamabas... Yo también veía en ti a una amiga... y más aún... en ti veía a mi amiga, mi camino, mi vida entera... Te amaba, no como a una amiga; te amaba como persona, como mujer, como mi alma gemela... Te amab... Te amo, Xena... aún te amo. Eso es lo que me parte el alma... Si al menos te lo hubiera dicho... si lo hubieras sabido... si tan sólo hubiéramos tenido más tiempo...

"Oh, Gabrielle; estás muy equivocada. Cuando te vi caer en aquel pozo de lava, no sólo creí perder a mi amiga, sino a mi razón de vivir, mi alma gemela..." Interrumpo mis pensamientos de repente al caer en la cuenta de que eso es exactamente lo que ella debió sentir al ver mi cuerpo decapitado... Me estremezco al imaginar cómo me hubiera sentido yo si hubiera sido al revés. Por una vez me pongo en su lugar y no puedo evitar odiarme a mí misma por lo que le he hecho... ¿Cómo puedo esperar que me perdone cuando ni yo misma puedo hacerlo?
Veo que sus sollozos se hacen más profundos al tiempo que se desploma de rodillas sobre el suelo del barco, su brazo aún aferrado a la barandilla y su otra mano cubriéndole el rostro, en un intento inútil de acallar los sollozos que me parten el alma.

Oh... Xena... Ojalá estuvieras aquí, a mi lado...

No puedo desoír su petición, no puedo dejarla pasar por esto sola... Me aproximo a ella con la intención de hacerme visible, cuando uno de los marineros que se encontraban en cubierta, un chico joven de apenas unos veinte veranos, se acerca a Gabrielle...

-Señorita, ¿está usted bien?-pregunta con voz preocupada.
-Sí... sí...-responde ella, rápidamente-. Ya estoy bien.

El muchacho se la queda mirando mientras ella se levanta y recompone lo mejor que puede...

-De verdad-dice ella, ante su mirada fija-. No se preocupe...
-Estooo...-dice el muchacho, indeciso-. ¿Usted es... usted es la bardo que viajaba con la Princesa Guerrera?
-Sí, ésa soy yo...-dice tristemente.

El muchacho le estrecha las manos efusivamente, con lo que Gabrielle se sorprende, y yo también.

-Es un gran honor...-empieza el muchacho, pero se interrumpe-. Oh, disculpe; en primer lugar quería decirle que siento mucho que perdiera a su amiga de forma tan horrible...

Gabrielle, asiente en silencio, no le gusta hablar de lo que pasó; no la culpo.

-Es un gran honor-reanuda la frase por donde la dejó-, estrechar la mano de la amiga de la Princesa Guerrera. Tanto mi familia como yo le debemos mucho...
-¿A qué se refiere?-pregunta Gabrielle.
-Cuando yo tenía siete veranos, se declaró un incendio en la aldea; casi toda la aldea fue evacuada, pero yo me asusté y me escondí bajo la cama... Ella estaba de paso y, sin ser su aldea o su gente, acudió en nuestra ayuda... mi madre le dijo que no me encontraba y ella entró en la casa, aún a riesgo de su propia vida, me encontró y me sacó sano y salvo...

Empiezo a recordar, según lo va narrando; es cierto, lo hice. Hace tanto tiempo que ya ni lo recordaba.

-Es... era propio de ella ayudar a quien lo necesitaba...-el dolor en su voz es evidente.
-¿Tal vez necesite estar sola?-pregunta el chico, temeroso de haberle hecho recordar algo que deseaba, quizás, olvidar. Ante el silencio de Gabrielle, decide alejarse, no sin antes ponerle una mano en el hombro, en un gesto consolador-. Si me necesita sólo tiene que llamarme; me llamo Magnus.
-Gracias-responde Gabrielle, mientras el muchacho se aleja. De nuevo pierde la vista en el horizonte.

Me quedo allí, indecisa, sin saber si aparecer o no. Hace un minuto pensaba hacerlo pero ahora me digo, ¿para qué? Ese gesto... ese gesto de él de ponerle una mano en el hombro es algo que yo nunca podré volver a hacer...
"Oh, Gabrielle, no sé qué hacer. Quisiera poder abrazarte, pero no puedo. Quisiera poder quitarte todo ese dolor, y tampoco puedo. Sólo puedo dejarme ver y hablarte... Siento todos tus pensamientos, amor, y quisiera decirte que yo también te amo... pero no me atrevo... no temo por mí, sino por ti... No quiero que sufras más... Pero tampoco puedo quedarme de brazos cruzados mientras veo y siento en mi propia alma todo tu dolor."
Con éste pensamiento, venzo mis temores y me hago visible. Me quedo unos segundos simplemente observándola... Está considerablemente más delgada; sus mejillas han perdido su color rosado; sus ojos han perdido su luz, su alegría y están enrojecidos de tanto llorar y de no haber encontrado descanso en el sueño. Lo cierto es que apenas la he visto comer o dormir desde que zarpó el barco, desde que comenzó a asimilar todo lo que había ocurrido; al principio me aparecía para aconsejarla e intentar animarla a que probara a comer o dormir un poco, pero sólo conseguía que rompiera en llanto. Así que pensé que dejándola sola, estaría mejor, que era mi presencia lo que la atormentaba... Pero el resultado es el mismo, y comienzo a preocuparme seriamente por su estado de salud...

-Gabrielle...-susurro su nombre. Un estremecimiento de ella me confirma que me ha oído. Pero, en vez de volverse como yo esperaba, sigue mirando el horizonte.
-¿Para qué has venido?-pregunta, aguantando el llanto.
-No podía dejar que...-pero ella me interrumpe.
-No necesito tu compasión, Xena-dice, con un deje de amargura en la voz-. Jamás he necesitado la compasión de nadie.
-Lo sé, Gabrielle-respondo, no puedo evitar que me duela su tono de voz para conmigo, pero tampoco puedo dejar de sentir que me lo merezco-. Sólo quería...
-¿Qué querías, Xena?-responde Gabrielle, sin mirarme-. ¿Intentar convencerme una vez más de que lo que hiciste era lo correcto? No te esfuerces, ya lo sé...
-¿Entonces por qué no quieres verme, Gabrielle?-respondo, sin poder ocultar mi pesar-. ¿Por qué me das la espalda?
-Porque verte me hace daño...-y su voz suena tan llena de dolor que no puedo evitar sentir que mi alma se contagia de ese dolor, una vez más.
-Eso no es lo que pensabas hace un momento...-me he descubierto y lo sé, pero no me importa. No sé si le hará daño el saber que sé lo que siente por mí, pero... quizás... quizás, sea eso lo que necesita... saber que lo sé... y tal vez, si encuentro el valor, saber que es correspondida...
-De modo que es cierto...-se limita a decir Gabrielle.
-¿El qué?-pregunto, aunque de sobras sé a lo que se refiere.
-Eso de que podéis oír nuestros pensamientos...
-Sí-confieso-, es cierto.
-Entonces, ¿lo sabes?-pregunta simplemente-. ¿Sabes lo que siento por ti?
-Sí-respondo. Se acabaron las mentiras. Necesita saberlo...
-Vaya, parece que se ha descubierto el secreto, ¿eh?-dice Gabrielle, sin poder evitar nuevas lágrimas, de nuevo volviéndose hacia el horizonte.
-Gabrielle...
-Sí, ya lo sé... Yo soy tu amiga y eso es lo único que ves en mí...
-Yo también te amo-susurro, justo detrás de ella-. Creo que siempre te he amado.

No obtengo respuesta; no sé si es porque no me ha oído o porque no tiene nada qué decir. De pronto veo que de nuevo le tiemblan los hombros.
No puedo dejar de preguntarme si he hecho lo correcto... Una parte de mí me dice que sí, pero luego, la otra parte me dice que es injusto hacerla sufrir más; sobre todo por cosas que ya no tienen remedio. Aún sabiendo lo que sentimos la una por la otra, ¿de qué nos sirve ahora? Pero, a pesar de todo, creía que necesitaba saberlo...
Siempre es igual, creo que la estoy ayudando, que lo que hago es por su bien, y al final siempre acabo haciéndole daño; ni siquiera consiguiendo la redención que tanto ansiaba he dejado de hacerle daño... La veo de nuevo sumida en sollozos; llora por mí, por mi causa, por mi culpa, siempre por mí... Noto una gota que me cae en la mano... Si fuera de carne y hueso y tuviera tacto creería que se avecina una llovizna, pero... ¿Soy yo? No sabía que los fantasmas tuviésemos lágrimas... Será mejor que me vaya y la deje tranquila por un tiempo, me digo... Pero justo cuando comienzo a desvanecerme...

-¿Por qué, Xena?-y su voz está tan llena de angustia y de dolor, que no puedo evitar volver a aparecer y acercarme a su lado, mirando ambas hacia el horizonte.
-¿Por qué, qué?-pregunto.
-¿Por qué nunca me lo dijiste?-es curioso, pero por su tono de voz ya no siento que esté enfadada.
-Porque tenía miedo, Gabrielle-respondo sinceramente.
-¿Tú miedo?-¿detecto una pizca de humor en ella?-. Tú no has tenido miedo en tu vida, Xena.
-No estés tan segura...-respondo yo, rápidamente-. Temía perderte, Gabrielle.

Me mira sorprendida y continuo:

-Perderte, si te decía lo que sentía por ti... Si te lo decía y me dejabas asqueada o asustad...-no puedo seguir porque ella me interrumpe.
-Shhh, Xena-dice Gabrielle, poniendo sus dedos a la altura de mis labios. No puedo sentir su tacto pero, aún así, cierro los ojos y los imagino allí cálidos y agradables-. No me habrías perdido, porque yo también te amaba... te amo.
-Yo... yo también te amo, Gabrielle-respondo yo y noto que mis ojos se humedecen.
-No sabía que los fantasmas tuviesen lágrimas-dice Gabrielle, sorprendida.
-Yo tampoco-respondo-. ¿Ya no estás enfadada conmigo?
-No estaba enfadada contigo, Xena-responde, bajando la mirada-. Nunca lo he estado, realmente.

Ante mi mirada de incomprensión, sonríe tristemente y continua:

-Estaba enfadada conmigo, Xena-dice con la vista en el suelo-, por no decirte lo que sentía por ti... por no haber echado tus cenizas en la fuente cuando tuve la oportunidad... por no haber podido salvarte...
-Oh, amor-digo yo, sin poder contener las lágrimas-. No te culpes, no es culpa tuya; en todo caso es culpa mía, si yo no hubiera destruido la ciudad...
-Esa Xena, ya no existe-dice Gabrielle, mirándome fijamente-. Y no quiero que vuelvas a culparte por lo que hicieras en tu pasado oscuro, cada vez que lo haces siento como si me clavaras un puñal en el pecho...
-Gabrielle, yo...-pero me impide seguir hablando.
-No, Xena... No me digas que después de todo lo que hemos pasado, lo que hemos luchado, a lo que hemos renunciado... no me digas que después de todo eso... después de esto... no me digas que no has conseguido la redención por todo lo que hiciste... ¿La has conseguido?
-Sí-respondo yo sin dejar de mirarla.
-Bien-responde ella con seriedad-. Porque quiero que nunca lo olvides, ¿entendido? Quiero que lo recuerdes y nunca más vuelvas a culparte.
-Sólo si me prometes que tú tampoco lo harás-respondo yo, emocionada por sus palabras-, menos por las cosas por las que no tienes culpa alguna.
-Hecho-responde con una sonrisa y, en ese momento siento como si no hubiera pasado el tiempo y tuviera ante mí a aquella chiquilla de Potedaia que nunca perdía la sonrisa.
-Dilo de nuevo-responde Gabrielle, volviendo la vista hacia el horizonte.
-¿El qué?-pregunto yo, sin saber a qué se refiere.
-Me llamaste amor-dice Gabrielle; voltea la cabeza hacia mi lado y me sonríe-. Dilo de nuevo.
-Amor-respondo yo, devolviéndole la sonrisa-. Mi amor...
-Siempre deseé que me llamaras así-dice con lágrimas, pero ésta vez son de felicidad.
-Siempre deseé poder hacerlo-le respondo yo, con los ojos húmedos de nuevo. Juntas contemplamos los últimos vestigios de la puesta de sol.

Continuará...