Comentar es gratis, soles. Lo agradecería mucho.

Feel free to leave a review in English if you want to.

I'd appreciate it very much, thank you!

Deutsch ist auch willkommen ;)


La mayoría de los personajes y el universo mágico en que se desarrolla la historia pertenecen a J.K. Rowling


Para Yuliana, con todo mi cariño

DRACO DORMIENS NUNQUAM TITILLANDUS

Primera parte: El origen

I

Un deseo a la reina Maeve

Los rayos del sol se colaban a duras penas entre las nubes y el viento aullaba como si pretendiera convocar toda su fuerza en la montaña Knocknarea. Una sombra se deslizó sinuosamente sobre el megalito central y se escuchó un batir de alas inmensas. Helga elevó la vista al cielo, expectante. Sin embargo, un misterioso resplandor la cegó por un momento y tuvo que llevarse la mano a la frente para protegerse los ojos. Entonces, sonrió. Por encima de su cabeza, planeaba en círculos una bestia imponente y dorada, parte león, parte águila. Sobre el lomo, portaba a un hombre joven de piel curtida y cabellos pelirrojos, que ondeaban al viento como una bandera a la libertad. Él la saludó con el brazo y propinó una patada a la ijada del grifo. Este, tras soltar un graznido, comenzó a descender lentamente hasta posarse con suavidad sobre la hierba, a pocos metros de la joven menuda de ojos color avellana.

—¡Godric! —exclamó ella sin contener su alegría mientras que el jinete se bajaba de un salto de la grupa del grifo y (a pesar del largo de su túnica escarlata) cruzaba en tres zancadas la distancia que los separaba.

—¡Brocky*, cuánto me alegro de verte! —contestó él mientras la abrazaba, la levantaba en volandas y giraba sobre sí mismo. Ella le golpeó con los puños en los hombros para que la soltara, pero reía a carcajadas—. ¿Has visto? ¡Todavía puedo levantarte como cuando éramos niños! No has cambiado nada.

—¡Sí he cambiado! —rezongó ella una vez ya en el suelo. Se apartó de la frente los finos tirabuzones de color rubio ceniciento que el viento y su amigo se habían encargado de desordenar y se atusó la túnica cerúlea con un ademán de la mano mientras añadía—: Lo que pasa es que no soy la única: mides cuatro pies más, como poco. Y me has pillado con la guardia baja; llego a tener la varita a mano y...

La sonrisa del apuesto joven se ensanchó y a Helga le pareció que sus ojos azules centelleaban. Nadie podría decir que Godric Gryffindor no fuera apuesto, pero su mayor atractivo residía en aquellos ojos brillantes, siempre llenos de entusiasmo; a veces, pasión. Quizás fueran un reflejo de su espíritu.

—Tendrás que admitir que sigues siendo un taponcillo, Brocky.

Ella puso los ojos en blanco y resopló, resignada. Estaba demasiado contenta como para discutir. Además, enseguida notó que no estaban solos. Detrás del grifo y Godric, un águila real de color bronce agitaba las alas con fuerza en su lucha contra el viento. Finalmente, hincó las garras en la tierra y dejó descansar las alas con un movimiento elegante.

—¿Gwen? ¿Eres tú?

Godric se dio la vuelta, y ambos vieron al ave transformarse en una joven alta y esbelta, de gran belleza. Se acercó a ellos, no sin cierta rigidez, muy seria, arrastrando una túnica morada decorada con motivos vegetales, bordados en hilo negro: un patrón sencillo, pero elaborado. Por los hombros le caían dos cascadas de pelo rizado negro, como la noche.

—Buena pregunta —respondió con calma, pensativa—. Sin duda, siempre soy yo. Ahora, ¿soy Gwen?

—¡Por las trenzas doradas de Circe, Rowena, tú sí que no cambiarás nunca! —se rió Godric mientras Helga abrazaba a la recién llegada—. Aunque sí que te veo mucho más guapa, Gwen.

—Eso me ha dicho el espejo esta mañana —corroboró Gwen—. Comentó que el morado me favorecía —miró en derredor, con el ceño fruncido—. ¿Dónde está Salazar?

—No ha llegado todavía —contestó Helga—. A propósito, ¿habéis oído...?

Los tres intercambiaron una mirada preocupada y Godric asintió con la cabeza y respondió a la pregunta no formulada en un hilo de voz:

—Me lo contó él.

De pronto, una sombra de gravedad se cernió sobre el trío, como una gran nube de tormenta. Helga sacudió la cabeza hacia los lados, como si intentara apartar de su mente pensamientos desagradables. Godric, por su parte, le colocó una mano sobre el hombro, comprensivo, y abrió la boca para decir acaso unas palabras, pero se quedó en un amago, pues fue Gwen la que rompió el silencio:

—¿Y cómo está?

Godric se encogió de hombros.

—Estoy bien —una cuarta voz retumbó en la cima de la montaña y una figura alta y delgada emergió detrás del monolito ante el que estaban todos reunidos. Se trataba de un hombre alto, delgado y de pelo oscuro con aspecto simiesco; una gran capa azul marino le cubría los hombros y a sus labios afloraba una triste sonrisa.

—¡Sal! ¿Cuánto tiempo llevas ahí? —Le reprendió Helga.

—Tranquila, Brocky, acabo de llegar —contestó él, risueño. —Me alegro de veros a todos.

Helga iba a añadir algo más, pero los ojos grises de Salazar la interceptaron. La mirada de Salazar no admitía réplicas, de manera que nadie objetó ni preguntó nada. Como si hubieran acordado, en silencio, una amnesia temporal. Entonces, asintieron, felices de estar juntos por fin después de tres largos años de separación. De algún modo extraño, se sentían completos, allí, rodeados de sus mejores amigos y a punto de empezar una nueva empresa. No resultaba cómodo tocar los temas dolorosos. No en ese momento.

Godric, siempre el primero en tomar la iniciativa, recogió una piedra del suelo; todos le imitaron. Silenciosamente, como dictaba la tradición, rodearon la tumba de la reina Maeve*, la que había sido la mentora de tantos magos y brujas en otro tiempo, y dejaron caer la piedra que habían escogido sobre la fría roca. Cada una de ellas representaba un deseo, una petición para que, juntos, fueran capaces de seguir los pasos de la antigua maestra y fundar…

—Nuestro colegio, por fin —suspiró Helga.

—¿Os imagináis? —La voz de Gwen tembló, minutos después, cuando todos bajaban juntos por un sendero de arena—. Un lugar de sabiduría y magia como nunca se haya visto.

—Un refugio para los magos perseguidos —susurró Salazar con los ojos perdidos en el horizonte—. Un hogar.

—Y un reto. Esto no ha hecho más que empezar —culminó Godric—. Os recuerdo que hay pegas.

—¿Pegas? —Inquirió Salazar, mientras apartaba la rama de un árbol de un manotazo.

Puede que hubiera sido mucho más sencillo aparecerse o incluso montar el grifo de Godric, que volaba por encima de ellos en silencio; sin embargo, todos reconocían un placer extraño en caminar juntos montaña abajo, rodeados de la naturaleza verde de Eire, hablando y discutiendo como en los viejos tiempos en que, todavía niños, desconocían muchas ramas de la magia y apenas eran capaces de convertir la púa de un erizo en un alfiler. De alguna manera, era una forma de recordar el origen, los pilares de su amistad y recuperar su auténtica esencia.

—Gwen. —Godric ladeó la cabeza hacia ella para invitarla a explicarse.

—Como sabéis, he encontrado el lugar perfecto. Un puerco acudió a mí en un sueño y me indicó el camino. En las tierras de Alba. Sin embargo, Godric lo ha comprobado personalmente y…

Como siempre, las explicaciones de Rowena, desprovistas de detalles y forjadas a partir de ideas inconexas (salvo para ella) no aclaraban especialmente la situación; sin embargo, resultaba entretenido y fascinante escucharla hablar. Godric siempre había pensado que era por su voz grave, suave y aterciopelada que, de alguna forma, imbuía de misterio y delicia todo cuanto saliera de su boca. Con todo, tenía que interrumpirla si quería que los demás se enteraran de algo:

—…no es un castillo cualquiera —terminó Godric por ella—. Lo protege un dragón. Más bien, una dragona.

—En periodo de incubación —añadió Gwen—. Según mis cálculos.

—Eso complica un poco las cosas, efectivamente. —Helga frunció el ceño.

—No se me ocurre cómo echarla de allí entre cuatro magos, si os soy sincero —terció Salazar—. No es que yo sea muy ducho en criaturas mágicas, pero ¿esos bichos no pesan toneladas y toneladas?

—Podemos probar con hechizos aturdidores —opinó Godric.

—Eso no nos ayudará a desplazar a la dragona —objetó Gwen—. Ni a sus huevos.

—En los huevos está la clave —razonó Helga—. Ella irá donde quiera que ellos estén. Lo que tenemos que hacer es pensar cómo burlar a la dragona para coger los huevos y usarlos después como señuelo.

—¿Y no volverá ella después al castillo una vez haya encontrado los huevos? —insistió Salazar.

—No creo que sea capaz de desplazar siete u ocho huevos por su cuenta —saltó Godric—. Además, es mucho más fácil evitar que el dragón vuelva a entrar.

—Godric tiene razón —asintió Gwen—. Además, ya contábamos con poner medidas de seguridad de todas maneras. Al castillo y a los terrenos.

—¿Terrenos? —preguntó Sal con entusiasmo.

—Un bosque, un prado, un lago… —enumeró Gwen—. Muy completo.

—Si hay bosque y hay lago, dudo que un dragón sea la única presencia mágica con la que nos encontremos alrededor de un castillo —subrayó Helga—. ¿Me equivoco, Godric?

—No. Hay una manada de centauros en el bosque. Unicornios, hipogrifos brotruckles, thesthrals, lo típico…

—‹‹Lo típico››—se burló Sal. Los dos jóvenes se echaron a reír tras un intercambio de miradas.

—También hay gente del agua —añadió Gwen—. Tendríamos que hablar con ellos y los centauros, ¿no os parece?

—Es lo más prudente y razonable —corroboró Helga.

—Qué prudentes y razonables son estas dos, ¿verdad, Sal? —Godric le guiñó un ojo a su amigo.

—Verdad. —Salazar sonrió, divertido.

Y con aquel guiño y aquella sonrisa, parecía que el cielo encapotado acabara de despejarse y el sol iluminara por fin la campiña de Eire. De algún modo, todo parece más bello y más verdadero cuando se está entre amigos.

Una vez hubieron dejado la colina atrás, echaron a andar por la pradera a buen paso, sin detenerse. En unos veinte minutos llegaron a una gran roca aislada en medio de la nada. Helga no perdió el tiempo, se sacó del cinto una varita de madera y dio con ella un único golpe suave a la roca. Por arte de magia, la roca empezó a aumentar de tamaño progresivamente y a mudar su aspecto. Iba cobrando la forma de una sencilla cabaña, con su techo a dos aguas, sus cuatro paredes y sus pequeños ventanucos de madera. La transformación tardó exactamente cinco segundos exactos en completarse. Los magos lo supieron en cuanto vieron abrirse la puerta principal de par en par, a modo de invitación. Helga cedió el paso a Gwen y a esta la siguieron Godric y Sal, no sin cierta curiosidad.

—Conque es aquí donde vives, ¿eh, Brocky? —masculló Godric entre dientes—. Me haces sentirme mal conmigo mismo.

—¿Mal contigo mismo? —Helga se sorprendió por un momento, a lo que Salazar se echó a reír y explicó:

—Tu humildad le abruma. Recordad que nuestro Godric vive en una fortaleza amurallada llena de estandartes y escudos. Y si no recuerdo mal, tiene un foso y dos leones de oro apostados en la entrada principal.

—Son muy simpáticos —recordó Gwen—. Ronronean si les acaricias detrás de las orejas.

Helga se echó a reír mientras indicaba a los demás que dejaran sus capas en el perchero que colgaba de la pared, justo detrás de la puerta. Pasaron a un acogedor salón principal en forma de L, muy luminoso, con suelo de madera y de tonos cálidos. Los hombres se sentaron en un mullido sofá verde mientras Gwen se paseaba por la sala, prestando especial atención a los libros de la estantería de caoba. Una mujer rubia de nariz afilada no le quitaba ojo desde su cuadro oval, en una pared.

—Vuelvo enseguida, he preparado algo de merienda —aventuró Helga.

—Música para mis oídos —respondió Godric con una gran sonrisa.

—Gracias, Brocky —dijo Salazar.

—¿Hay té? —Preguntó Gwen.

—¿Cómo no iba a haberlo, Gwen? —replicó Helga, ofendida, desde el vestíbulo.

—Sí, Gwen, ¡Qué cosas dices! —se burló Sal.

Al rato regresó Helga, perseguida de una bandeja de plata flotante. Godric y Sal pusieron los ojos como platos al fijarse en la tarta de melaza con mermelada de arándanos, los pastelitos de nata montada y crema y las galletas de chocolate.

—Un día te declararán amor eterno —susurró Gwen con una sonrisita. Sal se ruborizó y a Godric se le pusieron las orejas coloradas.

—No sería justo llevarme yo todo el mérito —contestó Helga sin hacer mucho caso del comentario—. Libby me ha ayudado mucho.

Se escuchó un chasquido y, de pronto, apareció ante ellos una criatura del color de las espinacas que le llegaba a Helga a la altura de las rodillas. Llevaba una cortina florida a modo de toga y tenía orejas enormes de murciélago. La elfina apuntó con su nariz respingona hacia arriba para posar sus grandes ojos verdes en su ama.

—¿Llamaba el ama a Libby?

—Estos señores te quieren dar las gracias por la merienda, Libby —contestó Helga mientras colocaba el contenido de una segunda bandeja que acababa de aterrizar en la mesa del café: tazas, platos, vasos, servilletas de tela y cubiertos de postre. La tetera y una jarra de cerveza de mantequilla llegaban poco después.

—Sí, gracias Libby —asintió Godric mientras tomaba el cuchillo para cortar un pedazo de la tarta—. Tiene todo una pinta estupenda.

—Gracias —concedió Salazar también con una sonrisa amable y ojos sinceros—. ¿Te ha enseñado Helga algunas de sus recetas?

—Oh, sí, señorito Slytherinn, el ama Hufflepuff es generosa y espléndida con Libby y comparte con ella todos sus secretos. Sus mejores recetas de cocina, señor.

—¿Cómo no? Helga es tan dulce, que sus mayores secretos son sus recetas de cocina —comentó Godric con una sonrisa—. En serio, me haces sentirme muy mal conmigo mismo, Brocky. ¿No podrías tener un dulce ancianito encerrado en el ático como todo el mundo?

—¿Tienes un anciano encerrado en el ático? —Helga se escandalizó y puso las manos en jarras. Libby frunció el ceño, se cruzó de brazos y miró a Godric reprobatoriamente.

—¡Vamos! ¡Vamos! Olvídalo, solo era… —intentó defenderse Godric, mirando más a la elfina que a Helga.

—Godric Gryffindor, responde mi pregunta. —Helga habló con voz tajante.

—Bueno, técnicamente mi tío no es un anciano todavía. Solo tiene ciento y un años. Está en la flor de la vida…

—¡Godric!

—¡Es broma, Brocky!¡Es broma!

La elfina, al escuchar esto último, sacudió la cabeza, pero suspiró, aliviada, y se desapareció en el aire con solo chasquear los dedos.

—De todos modos, Gry, amigo mío —intervino Salazar—, me encantaría conocer esos secretos de los que tanto te avergüenzas. Si no tienes a tu tío encerrado en el ático… ¿dónde lo has metido?

—¡Sal! —se indignó Helga.

—¡Venga, Brocky! —Se rió Salazar—. Hasta tú admitirás que está como una regadera. La última vez que lo vimos, intentó lanzarle un maleficio a Gwen por un comentario sobre sus geranios.

—En su defensa diré que no fue un comentario agradable —terció Rowena.

—¡Aún así!

—Ni una palabra más sobre el señor Gryffindor —zanjó Helga—. Voy a por el azúcar para el té. Tendría que haber llegado ya… En cuanto se dio la vuelta, Godric se giró hacia Sal y se cubrió la boca con la mano para susurrarle al oído:

—En las mazmorras.

Sal se echó a reír sin disimulo al tiempo que sacaba la varita y encendía un fuego en la chimenea. Cuando Helga volvió de la cocina con el azucarero en la mano, Gwen se sentó en una butaca junto al fuego y suspiró:

—La casita es muy de tu estilo, Helga, pero… ¿no echas de menos el valle…?

—Lo echo muchísimo de menos, pero este lugar es perfecto para captar futuros estudiantes.

—¿Vienen muchos a la tumba de la reina Maeve? —preguntó Sal con interés.

—¡Miles de personas! Es increíble —confirmó Helga—. Todos magos.

—No es de extrañar. La muerte de Maeve está ligada al ocaso de las artes mágicas —explicó Rowena—. Puede que nosotros fuéramos sus últimos alumnos… Ahora lo que abunda es la mediocridad. Los jóvenes magos ya no tienen a dónde acudir, los maestros están dispersos. No hay escuelas mágicas en Europa Occidental y no corren tiempos para mandar a los niños a estudiar a Asia.

—Para colmo de males, no hay un registro de magos. Nacen magos y nadie se entera. Se convierten en marginados en ocasiones. No se les educa, sus habilidades especiales se pierden…

—Tampoco es que sean un portento —Salazar compuso una mueca de desprecio que los demás fingieron no ver.

—Hogwarts será nuestra aportación a la historia de la magia en estas islas —anunció Gwen.

—¿Hogwarts? —preguntaron los demás.

—Será el nombre del colegio, naturalmente —sonrió ella.

—Suena bien —opinó Godric—. Tiene garra.

—Entonces, ¿cuándo empezamos? ¿Y cómo? Propongo que empecemos cuanto antes con los preparativos y no dejemos ni un detalle al azar —preguntó Sal, que era una persona, ante todo, práctica y gustaba mucho de estrategias. Godric lo miró no sin cierto cariño y estima. Reconocía en su amigo ciertas cualidades de las que él carecía y que, por tanto, admiraba sobremanera, como la prudencia y la astucia.

—Yo creo que lo primero —empezó a responder Godric— es dar con una buena espada.

—¿Una buena espada? —Sal enarcó una ceja dubitativo.

—Para defenderse de una dragona furiosa, es lo mejor.

—¿Y para qué están las varitas mágicas? —inquirió Gwen con sorna —¿Para los fuegos artificiales?

—Yo me encargo de la espada —gruñó Godric—. Ya me lo agradeceréis un día. Vosotros seguid con vuestros planes inteligentes…

—Godric tiene razón en una cosa —sentenció Helga—. Lo primero es burlar a la bestia.

—Lo segundo, hablar con seres mágicos que habiten en los territorios del castillo —prosiguió Gwen.

—Lo tercero, las medidas de seguridad en el castillo —continuó Salazar.

—Después, habrá que adecentarlo —sugirió Helga—. Esto incluye la limpieza y la disposición de todos los espacios en vistas a que sirvan a la formación de los jóvenes magos y brujas. Es decir, distribución de las aulas, materiales…

—Para lo cual hay que decidir qué asignaturas y cuántos cursos se impartirán en el colegio —la interrumpió Gwen—. Y habrá que contratar profesores, por supuesto.

—¿No nos bastamos nosotros cuatro? —preguntó Godric.

—No creo que podamos abarcar tanto —negó Helga—. Aparte, os olvidáis de algo crucial.

—¿El qué? —preguntó Gwen.

—¡El servicio! ¿Quién encenderá y apagará los fuegos, limpiara un castillo tan enorme y cocinará para tanta gente?

—No había caído —admitió Gwen.

—Yo había pensado en elfos domésticos —sugirió Helga—. Mi Libby sería una maravillosa jefa de cocina…

—¡Segpía magapiglloso teneg a Lippy de cocinega! —exclamó Godric con la boca llena de tarta de melaza.


Ambientación

*Broky: originalmente Badgy, elegido por la palabra anglosajona badger, 'tejón'. Sin embargo, tras consultar cierta fuente muy fiable, descubrí que badgy no funciona en inglés, así que me remonté al término del gaélico broc (pronunciado br-uh-ck) y el préstamo inglés (pero mucho menos utilizado que badger), brock. Brocky, al parecer, funciona mejor. Además, creo que es perfecto por su raíz celta. Todo para decir "tejoncita". Si a alguien le interesa el tema, puede echarle un vistazo al apartado etimoogía sobre el artículo badger en wikipedia.

*Reina Maeve: He mezclado la información de los cromos de chocolate con la que encontré en Internet sobre el personaje. Al parecer, según dice la legenda, sus restos reposan en la montaña de Knocknarea y si se deja una piedra sobre la tumba, su espíritu concederá un deseo. Según los cromos de chocolate, la reina Maeve era la bruja que entrenaba a hechiceros jóvenes antes del establecimiento de Hogwarts.

Referencias geográficas: En realidad, la historia transcurre en el siglo XI, que ya es Alta Edad Media y no rige la cultura celta, sino la sajona, pero, en mi historia, los magos, por su gusto por lo antiguo y por las raíces de la comunidad mágica en las islas británicas (los druidas celtas, en mi modesta, fantasiosa y subjetiva opinión), siguen utilizando nombres los nombres celtas para tierras como Eire (Irlanda), Cymru (Gales) y Alba (Escocia). Este gusto por lo antiguo no me lo he inventado yo, sino que habla de él Rowling en Pottermore cuando incorpora información nueva sobre el sistema de medición de los magos.