Esta historia participa en el reto #55 "El Primer Amor" del fantástico foro 'Alas Negras, Palabras Negras'. Y no, por si os lo preguntábais no soy Martin, solo juego con sus hermosos personajes.


El suyo fue un amor extraño y tormentoso. Una canción amarga envuelta en una falsa sensación de inmortalidad y bravura.

A pesar de que ambos eran conscientes del desastre inexorable al que se acercaban (como el náufrago sabe que terminará impulsado contra las afiladas rocas y morirá sin remedio, pero insiste en no beber el agua que le precipitará a los brazos de sus dioses), ninguno pensaba admitirlo en voz alta. Entonces el hechizo se rompería, la burbuja explotaría y ambos quedarían desnudos, solos y expuestos ante un mundo de apariencias e incomprensión.

El escenario de tanta pasión joven y dulce fue un paraje singular, escarpado e inaccesible como ningún otro, donde los amaneceres traían tanta luz clara y pura como ninguno hubiera visto jamás. Tal vez fue culpa del Nido, podríais pensar, las alturas enturbiaron sus jóvenes y débiles mentes, se han oído otros casos, podríais decir aún sabiendo que mentís.

Ellos también le buscaron explicación al principio. Sin embargo lo fueron olvidando en favor de caricias más sinceras y apremiantes.

De cualquier forma, cabe destacar que ambos se regodearon jugando en los límites de los precipicios mortales de los que vivían rodeados. Una ridícula metáfora del amor que sentían: tan peligroso como saltar al vacío, tan hermoso e hipnótico como el paisaje que se agarra a los bordes rocosos.

Su primer beso ambos lo sienten como un recuerdo emborronado por el vino y el paso del tiempo, tanto que si se esforzasen podrían fingir que nunca llegó a ocurrir de verdad. Aquellos labios estampados con fuerza los unos contra los otros, fríos como el viento que azotaba los peligrosos balcones tan altos como el honor.

Si hoy les preguntases no sabrían ponerse de acuerdo en quién comenzó el beso.

Sin embargo hay cosas que no pueden borrarse de la memoria. Palabras que se quedan marcadas, a fuego en el alma. Igual que la piel recuerda, recuerda cada rincón descubierto y explorado. Cada beso, cada mordida, cada lamida, cada arañazo, cada respiración a quemarropa.

El cachorro de lobo y el de venado nunca tuvieron el valor de corresponder lo que sentían con palabras susurradas al oído del amante en noches de batalla bajo las sábanas. O en mañanas que amanecían juntos y calmados. O cada vez que emprendieron batalla por un amor falso y un orgullo henchido. O cuando se despidieron, con las lágrimas guardadas para la intimidad, los votos pronunciados, un nudo en la garganta y la seguridad de saber que ninguno era el mismo.

Ahora se arrepienten. Ni una vez lo dijeron.

Todo el amor que sentían separado por la muerte, la sangre, la venganza y todas las puñeteras leguas que separan el frío Norte (que en realidad se calienta con el amor de la familia y el fuego de unos cabellos de mujer), del ardiente Desembarco (en realidad más helador que el oro de las monedas entre los dedos)


Ned y Robert, por si no había quedado claro. Mi pareja favorita ;)