DISCLAIMER: todos los personajes de Harry Potter pertenecen a J.K. Rowling y a la Warner. Yo no gano nada con esto, más allá de pasar un buen rato fantaseando.
Imposible
Lástima. Eso es lo que sentía cada vez que la veía. Lástima, cuando se la encontraba en el Gran Comedor, con las mejillas ruborizadas, riéndose a carcajadas con sus amigos de la casa de los tejones. Lástima, cada vez que se cruzaba con ella por los pasillos y no era capaz de sostenerle la mirada. Lástima, porque sabía que nunca podría compararse con ella, en ningún sentido. Lástima, mezclada con una pizca de molestia y el inevitable desagrado.
O al menos eso es lo que Pansy se decía a sí misma. Pero había que ser muy astuto para engañar a Pansy Parkinson. Y no iba a ser tan estúpida como para creerse sus propias mentiras, sobre todo cuando algo dentro de ella le decía que lo que sentía no era lástima, ni por asomo.
Porque había muchas cosas entre Hannah y ella, muchas cosas que las separaban y las hacían diferentes. Pero ninguna que pudiera hacer que sintiera lástima por ella, más bien todo lo contrario. Hannah Abbott, con su cara pecosa, sus trenzas rubias que le daban un aspecto aniñado, su enorme timidez y su bufanda amarilla y negra, era mucho más perfecta de lo que ella nunca podría aspirar a soñar. Y era plenamente consciente de ello, aunque intentara convencerse de que tenía que darle pena, y de que nunca estaría a su nivel.
No sabía por qué se sentía así, no tenía ni idea de lo que le estaba pasando, por qué le intrigaba tanto una insignificante Hufflepuff, por qué le gustaría que la mirase a ella en lugar de a cualquier otro sitio cuando se encontraban, por qué notaba esa punzada de disgusto cuando la veía divertirse con Ernie MacMillan o con cualquier otro de sus compañeros. No podía encontrar ninguna explicación razonable para ello.
Si no le pareciera tan surrealista, increíble y totalmente i-m-p-o-s-i-b-l-e, juraría que ella, la autoproclamada princesa de Slytherin, la de la mirada fría y la palidez inquietante, la que por principios tendría que considerar a los Hufflepuffs como los que sobran, se había enamorado de Hannah Abbott. Pero cuanto más segura estaba de que era eso lo que le pasaba, de que era eso lo que le hacía comportarse de esa forma y sentir esas cosas tan inusuales, más intentaba hacerse creer que no podía ser verdad.
Tenía que aborrecerla. Tenía que considerarla inferior. No podía desear acercarse ni tener ningún tipo de relación con ella. Pero la cuestión era que lo hacía. Y que por más que se esforzara, era incapaz de odiarla, solo odiaba la verdad: estaba completamente loca por ella.
