Hola gente! Después de un buen largo rato de no escribir de SK, traigo aquí una historia que promete volverse bastante oscura con el tiempo n.n', al igual que muchos detalles más. Vampiros y licántropos, algo clásico, pero intentaré hacerlos un poco diferente a los convencionales, aunque no mucho jeje. Los capítulos serán más o menos cortos, porque siempre me pasa lo mismo: hago capítulos largos que hasta a mí me parecen tediosos y luego me aburro y no sigo las historias xD.

Disclaimer: Shaman King no me pertenece es de Hiroyuki Takei, al igual que este "hermoso" ff está basado en la película Underword, (Inframundo en Latinoamerica) creada por Danny McBride, Kevin Grevioux y Len Wiseman (o eso según la sabia wiki xD).

Advertencias: Lo voy a escribir una vez y sólo una vez: habrá yaoi, shonen ai y todo lo que se refiera a relaciones chico-chico, pero también habrá relaciones heterosexuales que van a ser más abundantes y finalmente no puedo prometerles a ustedes, queridos lectores, mucho yuri porque sinceramente no me gusta mucho que digamos, es lo único que les prometo no será específico o irá más allá de un beso, porque la verdad no lo tengo planeado. Por otro lado, de ahora en más van a leer bajo su propio riesgo, porque no advertiré nada más, así haremos más interesante la historia ;)

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Prólogo

Un aullido lejano se escucha en medio de la oscuridad de la noche. Los bosques de alrededor del castillo suelen ser muy peligrosos, por eso mismo los campesinos ya no viajan de noche, ya no sin la protección adecuada. Los bosques son densos, sus árboles más grandes de lo usual, parecen ser superdotados en medio de la multitud; colaboran para esconder los peligros. Pero también son cómplices de delitos.

Pocas nubes se aglomeran ocultando la hermosa luna llena. Un color que oscila entre la blancura de la pureza y la penumbra de la oscuridad. Las estrellas son compañeras de su viaje, cual manada que la protegen. Los relicarios del cielo, son las únicas que ven sobre los árboles, las testigos mudas de los problemas, confesoras por excelencia, guardan los mayores secretos. Un par de ojos también las contemplan esta noche, como todas las anteriores, sabiéndose su secreto protegido por ellas, pero consiente que él mismo lo había revelado hacía un buen tiempo.

Son ojos dorados, cargados de una tristeza que muy pocos seres han sentido alguna vez. Su dueño está apoyado en uno de los marcos de piedra del castillo. Está en la torre más alta, la que le permite contemplar mejor el cielo. Suspira con pesadez para finalmente voltearse, sólo rezando a su dios que lo proteja, no a él, sino a él. Lentamente bajó los escalones, cada uno tan duro y frío como debería estar su corazón. Se apoya un poco en la pared cuyas rocas sobresalen ligeramente, la construcción tiene ya tres décadas de haber sido construida y ahora está rodeada de una gran muralla y unas pocas casa, que albergan a más de su especie, los de rango inferior.

Finalmente llega al vestíbulo, un lugar enorme como la majestuosidad del castillo. Hay varias personas en él, algunos lo miran con una sonrisa extraña, entre alegre y divertida, pero que en el fondo encierra la cruda verdad. Otros fruncen el seño en viva señal de desaprobación, desde hacía un tiempo que se había convertido en lo más bajo de los superiores y ninguno de sus no simpatizantes iba a ocultarlo. Por último había otros, los que alguna vez le admiraron, los que le habían seguido hasta el final, que ahora se avergonzaban y bajaban la cabeza. Lo único que todos tenían en común en ese momento era el silencio que se hizo cuando dio su primera pisada dentro de la habitación.

Caminó a paso lento entre toda esa gente hasta llegar a la puerta principal. Grande, de madera, con bisagras gruesas de hierro, más pesada que cualquiera de los muebles de ese lugar. Sin embargo, sólo le bastó un leve empujó para abrirla. El viento, algo frío para la época, se coló entre la abertura. Pese a ello, el muchacho ni siquiera se movió, sólo dio un par de pasos hacia delante, decidido de lo que iba a hacer. No había vuelta atrás.

Pero cuando las imágenes de lo que estaba por llevar a cabo le atacaron la mente, no pudo evitar bajar la cabeza y suspirar. Nuevamente esos ojos que contemplaban vidriosos la luna, que cambiaron a seguridad al entrar al vestíbulo, se volvieron a cristalizar. La opresión que sintió en el pecho fue la nada misma comparado con el frío que le arrebató el aliento.

—Sabes lo que tienes que hacer —le dijo una voz femenina, fría, indiferente. Los pasos que acompañaron esa voz se acercaron a él por su espalda.

La gran puerta, tan imponente como la misma fortaleza, se hizo pequeña ante la presencia de la mujer que por ella traspasó. Era un par de centímetros más alta que el muchacho parado delante, de tez muy pálida y ojos rojo rubí que podían intimidar a cualquier hombre. Su cabello blanco se extendía hasta la cintura, siendo sujetado por un pañuelo que dejaba caer un par de mechones sobre su frente.

— ¿O no, Ren? —le siguió hablando, al tiempo que alisaba un poco el chaleco negro y su vestido completamente blanco.

A pesar de la apariencia angelical, su tono de voz denotaba una pizca de veneno que sería suficiente como para matar a un ejército. La sonrisa que en ese momento esbozaba, sólo era una mísera imagen que le servía para atraer a sus presas hacia su madriguera. Inclusive ese joven, cuyo nombre era Ren Tao, había caído alguna vez en las redes de semejante doncella.

—Cállate —le contestó con la misma frialdad y avanzó hacia delante, perdiéndose entre las casas que estaban dentro de la fortaleza que rodeaba al castillo.

Apretando el puño y ocultando su odio en esa sonrisa que no se curvó ni un poquito se quedó parada, observándolo. Por más que sintiera que la sangre le hervía con la contestación del muchacho, no iba a dejarse dominar por sus emociones. Sabía que la venganza era dulce, tan dulce como la sangre de aquel chico que ahora se alejaba con prisa para cumplir con su, ahora, misión. Ella era así.

Tranquila, fría, indiferente, falsa, pero sobretodo, inquebrantable. Ella era fiel a su cultura, era fiel a las reglas, no aceptaba excepciones ni siquiera de los seres más cercanos a su corazón. El único ser capaz de abrazar a alguien querido para clavarle un puñal, capaz de negar que mató parada frente al pariente del difunto, capaz de decir abiertamente que asesinó sin titubear a su pareja con tal de preservar la sangre pura de su clan, el único ser es ella. Por todo eso se ganó su reputación, por todo eso la llamaban, y llaman, la Doncella de Hierro, Jeanne.

La mujer cerró la puerta detrás de sí. No necesitaba hacer gran fuerza, con sólo su mano bastaba para que el enorme objeto cediera. Sólo cuando estuvo dentro se permitió respirar. Un suspiro pesado, cansado, pero más que nada, fastidiado se coló por la comisura de sus labios. Los presentes le contemplaron en ese lapso de tiempo, mas cuando ella elevó la cabeza, su mirada gélida les hizo dejar de observarla directamente.

Altanera, caminó entre los demás seres. Sus pasos resonaron en la habitación a pesar de estar bien poblada de gente. A pesa de lo imponente que ella parecía, un par de ojos verdes fueron capaces de seguirle y sostenerle la mirada mientras la pasaba de residente en residente buscando al varón que había estado allí sentado minutos antes. Siendo el dueño de esos ojos verdes uno de los pocos capaces de sacarle una sonrisa a la doncella de hierro, fue invitado por ésta a seguirle. Invitación que fue dada sin siquiera pronunciar palabra.

De esa manera los dos se encaminaron hacia una de las puertas más grandes y bellamente adornadas del castillo. Fue el joven de cabello verde quien la abrió y dejó al descubierto a dos seres sobre uno de los sillones. Ninguno de los dos fue percibido por la pareja que estaba en pleno comienzo de sesión, pero sin siquiera calentarse mutuamente. Por ello fue que tosieron levemente, para hacer notar su presencia. Logrando su cometido, los dos amantes les miraron sin deshacer su posición: ella sobre él, besándose como si no hubiera un mañana.

Con un bufido, la mujer rubia, de cabello corto y mirada igual o más penetrante que Jeanne, se retiró del sillón, acomodándose la ropa que todavía ni siquiera se había alcanzado a quitar. Arregló su pañoleta roja de nuevo sobre su cabeza debido a que había sido quitada por el joven, quien todavía yacía inmóvil en el sillón. La escena era una típica de ver para casi cualquiera del castillo, y más estando en la temporada actual.

— ¿Interrumpimos? —preguntó Jeanne con una sonrisa fingida.

—Sí —contestó con la mayor sinceridad posible la mujer que ahora se hallaba cruzada de brazos y mirando con un odio muy notorio a los recién llegados. Las dos intercambiaron miradas; como siempre, el odio era mutuo.

La risa del único muchacho con una sonrisa, y que aún se encontraba sentado en el sillón, logró des-tensionar el ambiente, siendo correspondido por la sonrisa sincera del joven de cabello verde que había llegado con la Doncella. De esa manera los tres centraron su atención en el dueño del castillo.

— ¿Qué ocurre, Jeanne? —preguntó el muchacho que, aunque con una apariencia muy joven, tenía más experiencia que los presentes.

—Ren Tao —respondió simplemente ella, volviendo a retomar su expresión seria y sin emoción aparente.

— ¿No confías en él? —interrogó de repente la mujer que antes había estado cruzada de brazos pero que ahora caminaba hacia la mesa donde había una botella y un par de copas.

La vista de los dos seres, que aún parados delante de la puerta ya cerrada a sus espaldas, se detuvo en los gestos lentos y finos de la mujer. Sus manos tomaron delicadamente la botella, inclinándola sobre una copa, logrando que el líquido rojo se vertiera sobre ella. Luego realizó la misma acción en la otra. Seguidamente sujetó una de las copas entre los dedos; la del al lado la tomó con delicadeza y dio el primer sorbo. Se relamió los labios lentamente, saboreando el poco de líquido que le quedó en la comisura de los labios. Acto seguido, dio un par de pasos en dirección al sillón, donde entregó la copa al hombre sentado en él.

—Gracias —le dijo al tiempo que la rubia se sentaba a su lado y le besaba los labios, tomándose su tiempo para lamer poco a poco esa boca que conocía de memoria.

Los puños de Jeanne se apretaron levemente, sentía que estaba siendo ignorada, odiaba que se la menospreciara como sólo esos dos seres hacían. Mas se sentía impotente, no tenía poder sobre ellos, al contrario. Era una simple pieza más dentro de ese castillo. Por eso, a pesar de que deseaba abalanzarse sobre ellos y destrozarlos, más a ella que a él, decidió ocultar todo su odio en una sonrisa. Una simple sonrisa que aparentaba inocencia, que aparentaba alegría, que muchas veces había pasado por esperanzadora aunque le perteneciera a una mujer con un corazón de hierro.

En cuanto a joven que acompañaba a la Doncella, éste sólo se cruzó de brazos y se recargó en la pared. Si bien no le molestaba que ellos manifestaran su amor delante de los demás miembros, le molestaba por sobremanera la hipocresía de quien estaba a su lado. Él la quería y muchas veces se había entregado a ella, había fingido caer en sus tramas sólo por hacerla feliz. Pero le era sincero, porque ella lo sabía, le molestaba que fuera tan falsa con todo el mundo y ocultara lo que siente. Tal vez con ese pensamiento se le escapó un suspiro, y flexionó su pierna, apoyando su pie en la pared de ladrillo donde estaba apoyado.

Cuando por fin sus labios se hubieron separado, los dos miraron a Jeanna. Ella con la misma expresión de superioridad y con una media sonrisa que podría haber crispado los nervios de cualquier otro ser que no fueran los presentes. Él tenía una sonrisa tranquila, no parecía muy perturbado por la situación, estaba más relajado de lo que ameritaban los acontecimientos. No obstante, los dos interpretaron el silencio de la Doncella de Hierro como una afirmación a la pregunta hecha anteriormente.

—Temo que no cumpla con su palabra —dijo la mujer de cabellos blancos sin cambiar esa sonrisa aparentemente inocente y convirtiendo su tono altanero en uno sumiso y casi angelical.

—Si tanto te preocupa —volvió a hablar la mujer rubia, llevándose la copa a los labios y bebiendo un poco, — ¿por qué no lo sigues?

— ¿Qué lo espiemos propone, Señora Anna? —habló el otro hombre al lado de Jeanne.

—Me parece una excelente idea —afirmó quien estaba sentado al lado de Anna y bebió un poco más. —Deberían seguirlo y asegurarse de que cumpla.

— ¿Qué?… Pero… Señor Yoh —dijo Jeanne buscando alguna excusa, que no pudo encontrar.

No le gustaba recibir órdenes, ella era consciente de lo que hacía, se consideraba completamente capaz de tomar decisiones por sí misma. Pero quizá no era tanto su enojo por lo que le mandaba a llevar a cabo Yoh Asakura, el dueño de ese castillo y actual líder y señor de los protegidos allí, así como también de todo lo que estaba a su alcance. Muchos aldeanos de los pueblos que rodeaban la fortaleza del castillo se habían doblegado ante él y le pedían ayuda cada vez que lo necesitaban.

Mas el enojo y frustración de la Doncella era por el hecho de que la idea original había sido maquinada por Anna Kyouyama, la mujer del jefe. Ella era muy parecida a Jeanne en muchos aspectos, era fría, calculadora, inteligente, sabía cómo actuar ante cada situación. Pero había un pequeño hecho que la hacía superior a ésta, o mejor dicho una gran habilidad, Anna había logrado cautivar el corazón de Yoh mucho mejor de lo que alguna vez Jeanne pudo captar la atención de los demás hombres del castillo. Para Anna, amar y ser amada era mucho más fácil que para Jeanne; Anna tenía sentimientos que pocas veces dejaba salir, mientras que Jeanne se ufanaba de no poseer ninguno.

—Bien —respondió finalmente la mujer de rojos ojos, dándose la vuelta para marcharse, sintiéndose nuevamente derrotada por esa otra mujer.

— ¿"Deberían" dijo, Señor Yoh? —preguntó de repente el otro muchacho, antes de marcharse detrás de la mujer que ahora les daba la espalda, pero que ante la pregunta decidió voltearse y esperar la respuesta.

—Sí, ustedes dos deberían ir —contestó con simpleza Yoh.

— ¿Yo y Lyserg? —dijo algo sobresaltada la muchacha, si bien no le molestaba el joven, pero le hubiera gustado ir ella sola en esa misión.

—Sí, ¿algún problema? —volvió a decir el hombre de cabello castaño con una sonrisa que disimulaba muy bien su ligero enojo por que se le contradiga.

—Por mi parte no, Señor Yoh —contestó Lyserg.

—No, Señor Yoh —respondió Jeanne a regañadientes.

Así los dos dieron un par de pasos en dirección a la salida. Las puertas rechinaron levemente cuando fueron abiertas, sin embargo nadie se percató de ello, puesto que las mentes enturbiadas de los residentes de ese castillo estaban muy ocupadas.

—Suerte —les deseó Yoh levantando su copa en el aire y bebiendo lo que quedaba de ella de un solo trago. Después de ello reinó en la habitación una risita bastante irritante; inclusive para la mujer que estaba a su lado lo era. Era una risa que todos conocían y, a pesar de que era alegre y se la podría catalogar de estúpida, para muchos significaba terror, en especial para los enemigos que rondaban las noches, acechando con cada paso, destruyéndolo todo con facilidad.

Jeanne y Lyserg salieron del castillo con un aire bastante serio. La luna brillaba sobre sus cabezas, un resplandor que era visto como una señal de buen augurio por ambos. Intercambiaron miradas, aunque se sonrieron, por dentro estaban conscientes el uno del otro. Ella hubiera esperado ir sola, así las decisiones serían tomadas sólo por ella y nadie más, podría decidir qué hacer con Ren Tao si llegaba a no cumplir con su objetivo, pero con Lyserg sería distinto. Lyserg Diethel era un hombre conocido por tomar decisiones sabias y certeras, por no titubear, pero sobre todo por ser un pacifista y rechazar la muerte sin sentido de los suyos.

Por esas dos características era que Yoh Asakura casi siempre asignaba a esos dos para que hicieran las labores. Además de llevarse extrañamente bien, él sabía que se controlarían el uno al otro. Lyserg no dejarían que la falta de emoción aparente de ella hiciera que matara sin remordimiento alguno de los suyos; a su vez Jeanne no dejaría que los anhelos de paz del muchacho le impidieran hacer cumplir las normas al pie de la letra.

Lyserg elevó la cabeza y observó detenidamente el cielo. Le parecía muy hermoso, sentía que había pasado mucho tiempo desde la última vez que vio algo tan brillante. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Luego contempló a Jeanne, sus ojos rojos resaltaban en medio de tanta oscuridad nocturna y la luminosidad de su piel y cabello.

— ¿Dónde se fue? —preguntó la Doncella en un tono dulce y con una sonrisa.

—Estoy en eso —respondió el otro mientras dirigía su mano a uno de los bolsillos de su pantalón.

Con un sonido muy audible en medio de la tranquilidad de la noche, como el de dos diamantes colisionando, retiró de su bolsillo un hermoso cristal. Era trasparente, pero la luz lunar que se filtraba a través de éste lograba darle varias tonalidades. Con la forma de un rombo, sobre su punta más grande y baja tenía una suerte de argolla de metal que permitía que un hilo fino traspasara y sostuviera el espejo.

Tomó entre sus manos el hermoso objeto que fácilmente se lo podría confundir con una joya preciosa. Usando la punta contraria a la que estaba amarrada el hilo, la clavó en su mano, haciendo que una gota roja, similar al líquido de la botella que había quedado en el cuarto del castillo, rodara por su mano. Cuando lo retiró de su piel, éste estaba manchado con su sangre. De a poco el tejido comenzó a fundirse al cristal, esparciéndose por el interior hueco del mismo y dándole un aspecto carmín como el de un rosa. La herida abierta de la mano del joven se cerró con una rapidez descomunal, en cuestión de minutos ya no habría ni cicatriz de ella.

Acto seguido, Lyserg tomó el hilo atado al otro extremo y lo elevó delante suyo. Su dedo índice quedó enredado en el hilo, dejando que el péndulo de rojizo se balanceara libremente, mecido por el viento y derramando dos gotas de sangre en el suelo. Los ojos verde esmeralda se cerraron y los labios de chico se abrieron para pronunciar un par de palabras en un idioma antiguo que no fue comprendido por Jeanne. El péndulo osciló en círculo unos momentos y luego se detuvo apuntando en dirección norte.

—Fue por allá —dijo con una sonrisa de satisfacción el muchacho abriendo sus ojos y mirando a la mujer a su lado. Ésta le sonrió amablemente y dio un par de pasos en esa orientación. — ¿O me equivoco, Doncella?

Los dos compartieron miradas y sonrieron con complicidad. Sabían perfectamente que esa aparente amabilidad del otro era una simple máscara para ocultar la molestia de estar en ese momento uno al lado del otro, pero no se lo iban a comentar. Después de todo, la luna sólo podía indicar que su tiempo era limitado si querían atrapar a Ren Tao evitando llevar a cabo su misión.

—Claro que no, Lyserg —respondió Jeanne. Mas al instante de dar un paso hacia atrás, dispuesta a dejar que el hombre la guiara hasta el Tao, sintió un escalofrío. No era frío, no era miedo, era intuición y sensación.

Un cosquilleo se apoderó de la mujer, haciendo que esa sonrisa falsa que siempre esbozaba se volviera más que verdadera. Reconocía esa sensación y más cuanto estiró su mano hacia el lugar que le había marcado el péndulo. Sus dedos sintieron el mismo cosquilleo que sintió todo su cuerpo, sólo que localizado en la yema, en la palma, en su mano. Era como si saboreara el aire con el simple tacto, estaba más que segura de que esa era la dirección correcta.

—Hay uno de ellos… —comunicó casi como un suspiro placentero.

— ¿Muy lejos? —preguntó el otro dando un par de pasos y colocándose al lado de la Doncella.

Ella se concentró más e inspiró profundamente. Fijó su vista entre los árboles, casi pudiendo ver a través de ellos. Su mente viajó hasta donde estaba el ser que ella había encontrado, viajó por entre las ramas, obviando a los animales que tristemente habían caído ante la presencia de esos seres, resbalando por las aguas del pequeño río que corría y marcaba el final del bosque, dando lugar a los pocos árboles del pie de monte. A medida que avanzaba por el terreno montañoso podía sentir cómo los árboles disminuían, cómo las cuevas se hacían cada vez más abundantes.

Atravesó la cadena rocosa que rodeaba una especie de microclima, un lugar donde el pasto sobraba y donde ni un árbol se asomaba, al contrario de las rocas. Algunas rocas eran tan grandes que podrían cubrir fácilmente a dos personas o más de ellas, algunas cubiertas de pasto o musgo por un lado, otras no. Sin embargo, apoyado en una de ellas estaba él, uno de ellos.

Habiéndolo encontrado, dio un fuerte respingo, como si le hubiera caído agua fría. No le parecía extraño que fueran a encontrarse en ese lugar, pero le molestaba tener que atravesar esos territorios por donde, por lo general, ninguno pasaba. Mas sabía que no habría peligro alguno, de lo contrario jamás hubieran elegido ese sitio.

—Bastante… Pero no tardaremos en llegar —comunicó como respuesta a la pregunta de, ahora, compañero de misión y/o cacería.

Lyserg le sonrió con autosuficiencia. Quizá ella no confiaba en él, pero él sí en ella. Sabía que no se equivocaba, Ren Tao iba hacia el norte. Sabía que Jeanne no se equivocaba, uno de ellos lo esperaba en el norte. Sólo a ese lugar podrían dirigirse, y si se les era posible, debían llegar antes que el muchacho, así estarían preparados para tomar medidas en caso de que Ren cambiara de opinión con respecto a su misión ahora asignada.

De esa manera los dos emprendieron el camino hacia el norte, donde habían deducido todo se iba a llevar a cabo. Estaban convencidos de que los vientos soplarían a su favor, estaban seguros de lo estaban por llevar a cabo y una gran sonrisa se dibujaba en sus rostros con el hecho de imaginar lo que estarían por ver o protagonizar.

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Nota final: Ahí termina este prólogo, aunque creo que no voy a agregar algo más… excepto: dejen reviews, porfa ^^. Críticas, sugerencias, intuiciones, lo que sea que piensen que deba saber para mejorar y hacer más interesante la historia para ustedes. Mil y un gracias por leer!