La otra mujer
Nunca se ha hablado de ella. Ni el doctor Watson, adláter fiel, se ha preocupado por mencionarla que yo sepa. Tal vez porque son episodios muy dolorosos o porque Holmes jamás se lo dijo. A mí tampoco me lo hubiera contado, pero no hubo necesidad porque yo la conocí.
Era el año de 1891 en el que hubo casi un evento por día en nuestras vidas. Holmes huía de la inmensa red criminal que el profesor James Moriarty había tendido sobre Europa y que a pesar de su muerte, seguía viva gracias a los esfuerzos de varias cabezas criminales, entre ellas la del coronel Moran. Empezaba el verano y nos dirigimos a Italia.
En Roma, Holmes recibió un telegrama de su hermano Mycroft donde le pedía que se pusiera en contacto con un obispo en el vaticano. Monseñor Benigno era un hombre de 45 años, robusto, de mirada inteligente e inquisitiva. Pulcro y de andar seguro y resuelto. Mycroft no había especificado para qué lo requerían en el Vaticano. Sólo le advirtió que fuera cauto. Holmes me pidió que me quedara en el hotel, pues no sería fácil que me dieran acceso con el obispo.
Así que pase una mañana a la italiana deliciosa. El sol calentaba las calles y la arquitectura del lugar era suficiente para llenarme de energía y de curiosidad. Después de desayunar en el cuarto, me dispuse a salir y dar un paseo. Ya conocía Roma pero quería asegurarme de recorrer algunas zonas, accesos y posibles rutas de escape fácil, en caso de que el coronel decidiera molestarnos, que estaba segura que no tardaría en hacerlo.
Las calles a las once de la mañana ya estaban llenas de turistas y de los locales haciendo negocios y contando historias sobre la historia. Había un mar de rostros, pero en medio de la multitud se destacaban dos mujeres. Una de piel de porcelana, ojos almendrados color miel, nariz recta y labios sinuosos, de gallarda figura y andar majestuoso. No había ninguna duda era ella. Parecía que nos seguía, país que visitáramos ahí estaba. Sinceramente ya no tenía ningún interés en seguirla y para evitar contratiempos innecesarios, no le contaría a Holmes que la había visto. Después de todo teníamos cosas más importantes de qué preocuparnos.
Para evitar el encuentro de frente di una rápida vuelta en la siguiente calle, que era muy estrecha y me pegué a la pared, desvié la mirada y luego, procuré borrarla de mi mente.
Para mi sorpresa, comí sola. Holmes no llegó hasta que dieron las siete. Empecé a preocuparme un poco. Iba a salir a buscarlo cuando Sherlock tocó a mi puerta.
- ¿Vas a algún lado Ana?
- Iba a buscarte.
- Bueno, ya veo que estás lista. Acompáñame a cenar.
Todo era muy privado porque él viajaba bajo pseudónimos y con alguno que otro disfraz, así que no era prudente que se le viera en público. Cenamos en el balcón del restaurante del hotel.
- ¿Y bien Holmes qué quería el señor Obispo? – le pregunté una vez que el hubo pedido un whiskey y encendido su pipa y yo me disponía a encender un cigarro.
- Los hechos Ana son estos: Hace una semana abrieron una tumba en el cementerio del vaticano, la del papa Julio II ¿sabes algo sobre él?
- ¿Aquel que mando pintar la capilla Sixtina entre otras cosas?
- Si algo así. Bueno, denunciaron el hecho ante las autoridades italianas pues sospechaban las del vaticano que era alguien en Roma llamado Fabricio Galleazi, que ha estado ganando fama como ladrón de tumbas y de tesoros arqueológicos. Pero Galleazi tenía una coartada que pudo ser confirmada por varios testigos, así que no lo arrestaron. Se continuaron las investigaciones teniendo tres líneas bastante fuertes y bien seguidas a lo que me cuenta monseñor. Todo bajo el más estricto sigilo pues sería un gran escándalo para el Vaticano. Arrestaron finalmente a otro individuo un ladrón de regular monta de apellido Steffano. Originario de Monte Carlo al parecer. Después de un escrupuloso pero mediocre interrogatorio no sacaron nada en limpio. Hasta ahí las cosas cuando hace dos días se saquearon dos tumbas más una de un obispo de la época y otra de un santo.
- Sacrilegio.
- Sin duda. Pero lo más interesante es que abrieron las tumbas y todo parece intacto. Claro excepto en la primera. De donde desapareció solamente un anillo.
- ¿Le dieron permiso para entrar al cementerio?
- Si, así como para revisar la lista de visitantes a los sepulcros que aunque son visitas privadas, son muchos.
- Pero dudo que el ladrón tuviera la audacia de registrarse con su verdadero nombre- Holmes sonrió ante mi comentario.
- Tienes razón Ana, pero no está por demás revisarla. Cosa que harás todo el día de mañana. Te traeré libros desde hace tres meses.
- ¿Tres meses? Pero yo quiero ir a los sepulcros. – El nombre de Fabricio y el apellido habían disparado el deseo intenso de ponerme en acción, no de dedicarme a trabajo de oficina. ¿Sería Mario?
- Será en otra ocasión, después de todo ¿no eres mi alumna?
- Si.
- Y los alumnos le deben obediencia a sus maestros- el comentario no me agradaba pero sabía que estaba bajo su tutela y no podía discutir al respecto.
- Entonces me voy a dormir, me espera un largo día mañana. Estaba a punto de retirarme cuando me lanzó una pregunta que no tuve tiempo para preparar.
- ¿De quién te escondiste hoy Ana? No pude menos que voltear a verlo sorprendida.
- ¿Cómo…?
- No importa. ¿De quién te escondiste? No creo que sea de alguno de los cómplices del Coronel Moran.
- ¿Por qué?
- Ya me lo hubieras dicho- respondió exhalando humo como una chimenea.
- ¿Cómo supo que me escondí?
- La espalda de tu vestido está manchada. Te recargaste en la pared y eso lo hiciste para esconderte de alguien.
- No Holmes, no me escondí de nadie. Salí a dar un paseo y había mucha gente, hubo un momento en que para dejar pasar a algunas personas por una calle estrecha tuve que pegarme a la pared.
- No mientas Ana. Tu primera reacción me dice que si viste a alguien ¿quién era? ¿alguien que conozco?
Suspiré y me volví a sentar. El interrogatorio iba a comenzar.
- Irene Adler. Holmes se quedó un momento en silencio.
- Bueno, un obstáculo más a considerar. Siempre termina metida en mis asuntos. Por un momento pareció olvidarse de mí, lo que quise aprovechar para irme a mi habitación.
- ¿Qué crees que haga aquí Ana?
- Investigando algo para los Rosthchild seguramente. No creo que de vacaciones y no para cantar de nuevo.
- ¿La seguiste?
- Por supuesto que no. Ya tenemos bastante con lo del Vaticano y el coronel. Por favor no le sume a Irene Adler a nuestros problemas.
- Me gustaría hablar con ella.
- ¿Y matarla de un susto? Ella piensa que está muerto.
- Así creía yo también de ella.
- ¿Sabe qué? Yo no soy su niñera. Si quiere más problemas. Adelante, búsquela.
- Mujeres. Preferiría que Watson estuviera conmigo ahora.
- ¿Le aconsejaría distinto? ¿reaccionaría diferente que yo?
- No, tal vez no.
Ahí quedo tajada nuestra conversación.
