Me habría encantado dedicarle más tiempo a esta historia pese a que llevo la idea original en mi cabeza desde el año pasado, aunque habrán pasado pasado poco más de doce horas desde que comencé a escribir esto. Perdón por este inconveniente. Solo quería que saliera con la fecha de hoy para no seguir decepcionando por mi tardanza otra vez en este día. Mil disculpas. Sin betear por ahora: he pasado tanto tiempo fuera del fanfiction que me he quedado sin beta :(

Edit: Revisado.

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Hetalia - Axis Powers ©Hidekazu Himaruya


San Valentín es peor para japoneses que para americanas

Las últimas semanas Japón habían ido a la casa de América-san para darle clases personales de japonés. Iba cada casi todos los fines de semana a su casa y algunos días laborales, exceptuando los días en que ella le pedía expresamente lo contrario. América solía hacer otras cosas el resto del día y dejar una pequeña parte para sus visitas, pero eso no sucedía cuando Inglaterra la iba a ver para salir: allí ella se tomaba todo el día libre de trabajo, incluso de sus clases de japonés. Japón entendía, por supuesto: el amor siempre era una cosa buena y estaba muy feliz de que la persona que amaba pudiera experimentar esa alegría aunque no fuera con él.

Ayer había estado con ella hasta tarde. Hoy iba a llamarla en caso de que ella no necesitara verlo por ese día. No era experto en costumbres occidentales, pero imaginaba que ella tal vez estuviera preocupada por los preparativos para su San Valentín y no tuviera tiempo de recibirlo. Le extrañó que no contestara la primera vez porque ella siempre traía el móvil encima y respondía casi al primer tono. La segunda vez que llamó sí le contestó, pero su voz no sonaba para nada alegre:

Mochi mochi, América-san?

—Kiku…

Lo había llamado por su nombre humano. Qué raro: ella no solía llamarlo así a menos que fuera para mosquearlo. O cuando estaba triste y quería que se quedara a su lado. No le gustaba que eso sucediera, y no porque no le agradara que ella se acurrucara en su hombro mientras lo abrazaba—le incomodaba, que era distinto—, sino porque la idea de verla infeliz era dolorosa.

— ¿Ocurre algo?

—Japón. —La oyó inhalar lloriqueando—. Ven…

Miró hacia la ventana: había comenzado a nevar. Probablemente eso dificultaría cualquier vuelo internacional si se ponía peor. Su mente regresó a la voz de América y en el espantoso sonido de sus lágrimas en el teléfono. No quería que ella se sintiera así de mal, no quería: pero era probable que no pudiera ir a su lado para socorrerla.

—Kiku…

—Voy para allá. —Terminó diciendo antes de pensar en las reales probabilidades de cumplir esa promesa; pero en ese momento no le importó. Los amigos estaban para ayudarse unos a otros: América-san solía decírselo muchas veces, que estaría allí para él en todo momento pese a que en verdad la mayoría del tiempo era él quién iba a su rescate.

Ahora, solo le quedaba desear que esa tormenta no empeorara en el resto de la tarde. Hizo su pequeña maleta de viaje solo con lo necesario y no perdió tiempo en salir de casa hacia el aeropuerto.

XOX

Tuvo la suerte de que el clima no empeorara y dificultara el vuelo. Igualmente, tuvo suerte en conseguir un boleto para el vuelo más próximo en primera clase —realmente era difícil explicar al resto de los ciudadanos su condición como representante del país y por eso solían viajar menos acompañados en primera clase para evitar disturbios— y se quedó esperando las casi doce horas de vuelo desde Tokio hasta Los Ángeles. Aprovechó el tiempo para dormir, hacer el cambio de horario en su reloj de muñeca y pensar el resto del tiempo en qué pudo afectarle así.

Seguramente se trataba de otra pelea con Inglaterra-san. Últimamente se habían peleado mucho. Ella solía pasarse gran parte de su tiempo juntos hablando de lo idiota que se sentía por seguir con él y criticándolo por una u otra cosa que le molestara de la actitud que tenía con ella; pero, por alguna razón, los problemas, las quejas y las discusiones entre ambos se esfumaban con la misma velocidad con que aparecían. No le daban el suficiente tiempo para hacerse ilusiones en ese corto lapsus y por otra parte, estaba acostumbrado a sus constantes rupturas y regresos y a ser el compañero fiel de lágrimas de América-san cuando ella así se lo pedía. Otras veces era Canadá-san con quién prefería estar en esos momentos. Tal vez se tratara de asuntos distintos, pensaba, pero nunca le dio mayor importancia ni cuestionó el proceder de América. Tal vez sencillamente él no era el más indicado para esas ocasiones.

Se preguntaba por cuánto tiempo más América e Inglaterra seguirían así. Ambos eran sus amigos. No era correcto lo que él sentía por ella y jamás pensó hacer nada para interferir entre ambos. Ellos se querían, no había duda de eso: sus sentimientos eran tan evidentes que solo un ciego, no, un idiota no podría verlo. Y él no era ninguna de las dos cosas aunque no entendía cómo dos personas que parecían quererse tanto podían lastimarse con la misma facilidad con la que decían amarse. No era sano para ninguno de los dos, se decía por ambos, no porque sus sentimientos lo estuvieran traicionando y quisieran que él los dejara salir.

Apoyó la cabeza en la ventana y vio las nubes desde arriba: ciudades enteras más pequeñas que la palma de su mano y un océano azul inmenso. Sonrió con tristeza. Había mucho más que un océano colosal separándolo de la persona que amaba. Ojalá fuera solo eso, si no las cosas serían mucho más fáciles para él.

¿Pero en qué estaba pensando? Él no debía intentar nada, no era honroso, era desleal para dos de sus mejores amigos. Cerró los ojos con fuerza. No. No era eso. Aunque ellos dos no fueran sus amigos, aunque Inglaterra-san no estuviera con América-san, el problema no era ninguno de los dos sino de él.

Había sepultado muchas voces en su cabeza, pero estaban tan firmemente grabadas en todo su ser que era imposible para él hacerlas callar cuando llevaban tanta verdad en ellas. Él lo sabía, no era ingenuo; no se engañaba con una falsa imagen de sí mismo.

Era horrible.

Mal dotado.

Y pésimo amante.

Nada en él haría que pudiera hacer feliz a América-san. Le daba miedo solo imaginar alguna clase de intimidad con ella y que ella lo supiera. No quería. La idea le aterraba como no tenía idea y debía hacer un gran esfuerzo por controlarse y mantenerse sereno para que nadie supiera el dolor que lo estaba consumiendo. Por kamisama eso jamás iba ocurrir: América-san no estaba interesada en él y así debía ser. Él no podría nunca hacerla feliz más que con muestras de apoyo y regalos. Cualquier otra demostración de aprecio era incorrecta y reprochable.

Cerró los ojos con esos pensamientos y se quedó dormido. Al despertar ya estaban en tierras estadounidenses y a punto de aterrizar.

XOX

Fue tan rápido a la casa de América como otro vuelo, el taxi y sus pies se lo permitieron. Tocó el timbre de la puerta y esperó a que ella abriera. No sucedió. Estaba comenzando a asustarse cuando ella le gritó desde adentro que la puerta estaba abierta y que podía entrar. Se sintió más aliviado al oírla, pero no al entrar y ver toda la casa a oscuras iluminada solamente por el brillo de la pantalla LCD en la sala de estar y la figura de América-san frente a en el sofá, acurrucada con una manta y con lo que parecía ser un bote de helado que reiteradamente se llevaba con una cuchara grande a la boca.

— ¡Estás aquí, Japón! —dijo menos animada de lo que solía y apenas se movió para recibirlo. Japón tuvo cuidado de dejar su maleta a un lado de la habitación y caminar hacia ella a una distancia prudente en el sofá. A esa altura pudo ser capaz de verla en medio de la oscuridad.

Se veía horrible. Y ella era hermosa, pero parecía que no había hecho más que llorar en las últimas horas y ni siquiera se ocupó de quitarse el maquillaje, por lo que las lágrimas se habían encargado de dispersarlo por todo su rostro y aún estaba en pijama. Se sintió tan mal por ella que quiso tomar una toalla y limpiarla cuidadosamente hasta arreglar lo que esas lágrimas hicieron en su rostro. Su mente dejó de imaginar cuando se vio a sí mismo en la bañera con ella ayudándola a limpiarse como lo hacían en su casa. No dijo nada y su pensamiento tampoco se descubrió en su rostro.

— ¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó obligado por su mano a sentarse a su lado. Quiso estar lo más lejos de ella posible, no porque su actual apariencia desaliñada le repudiara, sino porque tenía miedo de sus propios impulsos y de una posible traición de su cuerpo nervioso que lo metiera en más de un problema.

— ¡Oh, Japón…! —dijo y se echó a llorar sobre su hombro.

Fue ahí cuando le contó todo lo que había sucedido en detalles: que Inglaterra había terminado con ella el día anterior por una discusión que no había entendido cómo comenzó y una vez que iniciaron no pudieron parar. Le contó que esta vez había sido grave, muy grave y que odiaba tanto a Inglaterra que no quería seguir aguantando un minuto más a su lado y juraba y perjuraba no volver a su lado nunca más.

Japón la oía atentamente sin moverse. Recordó muchas escenas como esa antes y cómo habían terminado: justo lo contrario a lo que ella le estaba prometiendo, pero no le reprochó nada. Se quedó callado e inmóvil todo el tiempo que ella lloró sobre su hombro. Por suerte era bueno con las labores domesticas y lavar esa camisa no sería un problema ni lo había sido con las otras tampoco.

Pero no era por su ropa, ni por sus viajes a última hora, ni el tiempo que gastaba consolándola para que ella volviera a cometer una y otra vez el mismo error que no le gustaba estar en esa situación: era porque odiaba ver llorar a alguien tan alegre y enérgica como América-san que deseaba febrilmente que todo ese círculo vicioso terminara para siempre. No le importaba hacer eso un millón de veces más, lo que le molestaba de sobremanera era que ella estuviera sufriendo.

Si tan solo pudiera hacer algo realmente útil para ayudarla que solo estar ahí callado oyéndola… Pero él era un inútil en esas situaciones y lo sabía: era todo cuánto podía hacer por ella, porque ella no quería recibir ningún carísimo presente de él ni recibir cualquier otro intento de ánimo que incluyera un gasto importante de dinero por su parte. No sabía hacer más que eso, era una persona práctica y suponía ella necesitaba más que un regalo costoso, un viaje exótico o algo más extravagante para encontrar el anhelado consuelo. Y él no podía ofrecerle más que eso y apoyo moral, nada más: ni siquiera una palabra correcta para esta situación podría ni había salido alguna vez de su boca.

XOX

Japón se quedó esa noche con ella a esperar que se repusiera antes de volver a su casa. No había problema en ello porque había dejado todos sus pendientes hechos en casa y cualquier cosa que necesitara su jefe podía resolverla por computadora con la conexión wi-fi de América-san. Por hoy, todo lo que haría sería ayudarla con las labores domesticas y cuidar de ella hasta que ella se sintiera lo suficientemente bien para cuidarse sola. Hoy era más que evidente que América no podía cuidar bien de sí misma. Lo primero que hizo fue prepararle un baño relajante con esencias y sales como había visto hacer en uno de los libros de su casa; lo siguiente fue limpiar un poco la casa y recoger los trastes y tirar toda la basura que ella tenía en la cocina y sobre la mesita de café en la sala de estar y ordenar un poco la habitación de América lo suficiente para que ella pudiera dormir tranquila esa noche.

Cuando ella salió del baño se sentó otra vez en el sofá a ver la televisión sin reparar mucho en su presencia, absorta en el programa como si la vida ya no fuera más que eso. Japón estaba intentando preparar una cena decente para ella fuera de todas esas porquerías que había estado comiendo antes de que él llegara. No era mucho lo que podía hacer con las reservas que encontró —le dio la impresión de que ella se había comido casi todo lo que era rápidamente comestible y que escaseaba ingredientes en la nevera para hacer algo más elaborado—, aunque se las arregló para hacer algo de comida de su casa que fuera más nutritiva. Esperaba que ella lo disfrutara tanto como lo había hecho cuando comía con él en su país natal.

Fue entonces cuando encontró el corazón de chocolate en una caja roja de la misma forma dentro de la nevera. No había que ser un genio para saber qué era y lo que significaba, pero no tenía idea de qué debía hacer con él en esa situación: lo más probable era que ella no lo quisiera ver, sobre todo ese día.

—Encontré el chocolate en la nevera. —Estaba siendo directo pero era absurdo disfrazar lo obvio, aunque tampoco quería entrar en detalles que no vinieran al caso—. ¿Quiere que me deshaga de él?

—Puedes quedártelo— le dijo sin siquiera mirarlo.

—Tiene forma de corazón…

—Quédatelo—repitió firme otra vez sin darse vuelta y dejándole claro que no quería hablar más del tema.

Japón se quedó quieto con el corazón de chocolate en la mano cuando la oyó decir que podía conservarlo para él. Por un minuto no supo qué hacer y se quedó congelado. Parpadeó un par de veces antes de acariciar con el pulgar cariñosamente la superficie roja de la caja, como si fuera algo frágil y valioso a la vez.

Era la primera vez que esa persona le deba un chocolate en San Valentín. Su persona amada; eso no había sido capaz de soñarlo ni de la forma más alocada en su mente. Aunque fuera de esa forma, estaba bien para él, sí: así estaba bien. Era más de lo que había soñado tener.

Dejó el chocolate a un lado para seguir preparando la cena. Tal vez durante la noche se permitiría fantasear un poco, solo un poco con ese presente y quizás por un minuto se dedicara a ser feliz con esa ilusión. Aunque sabía que nada de eso era real, su vida estaba basada en fantasías patéticas. No había gran diferencia ahora.

Continuará…