Disclaimers: Final Fantasy no me pertenece, así como sus personajes (lástima, estaría forrada, viviendo en un ático de lujo).
Comentario de la versión reeditada: Como Square Enix ha decidido hacer un remake del FFVII y yo no quería ser menos, he hecho este remake de mi antiguo fanfic en el que podréis observar una notable mejora en los gráficos generales, las animaciones, la calidad de sonido, la jugabilidad... Ah, ¿que no notáis nada? ¡Pues usad más imaginación!
Chorradas aparte, cuando fui a publicar el fanfic de la película, pensé en repasar el del juego, que había perpetrado hacía años (acabado el 28 de Noviembre del 2010 para ser más exactos), y éste es el resultado: el mismo fanfic que ya había publicado pero con erratas corregidas y algún pequeño cambio sin importancia. A ver si alguien los nota (ni de coña :P).
—Bla bla bla Diálogo.
«Bla bla bla» Pensamientos.
Bla bla bla Recuerdos, palabras dichas con remarcada ironía y Jenova.
Advertencias: Este fic puede herir la sensibilidad de algunos fans que crean insultado a su personaje favorito, pero quiero que conste que los humillo con mucho cariño y sin rencores. Advertir también que la mayoría de los personajes son OOC (sí, adrede) no es que piense que ellos son así de alelados o locos xD. Aprovecho para señalar que sé perfectamente que 7 se escribe VII y no IIIX (para despistados, que conste).
Final Fantasy IIIX
por Ayumi Warui
Capítulo 1. De atentados va el asunto.El sol hacía horas que se había puesto y en el oscuro cielo brillaban las estrellas, sin que ninguna nube perdida entorpeciera su visión a todos aquellos que desearan perder el tiempo en algo así.
—Qué noche tan tranquil¡aaaargh! —Fue lo último que dijo un pobre soldado de Shinra, poco antes de besar el asfalto del andén de la estación de trenes, todo gracias al golpe que recibió de un desalmado que viajaba en el tren que acababa de llegar.
Un compañero suyo fue a socorrerlo, pero una patada lo lanzó por los aires, una patada de otro viajero nocturno.
—¡Bien, esto ya está despejado! —declaró un enorme y musculoso hombre negro que tenía una metralleta implantada en el brazo derecho en lugar de una mano, como habría tenido alguien de mente sana.
—Mm... Todavía no entiendo por qué teníamos que noquear a los soldados de la estación —comentó un joven bajito y rechoncho—. Quiero decir, bajar de los trenes no es ilegal, no tenían porqué molestarnos...
—Por la misma razón por la que teniendo el nivel 99 si te encuentras con monstruos de nivel 1 lo matas de un golpe en vez de huir: ¡por comodidad! —le remarcó el hombre del brazo arma, aparentemente de malhumor, pero los que lo conocían ya estaban al corriente de que simplemente su cara era así—. ¡Ey, tú, cabeza pincho! ¡¿Qué te has dormido en el tren o es que estás esperando a que inicie el camino de regreso a los suburbios para escaparte?!
Sabiendo que tenía por fin toda la atención puesta en él, como debía ser teniendo en cuenta que es el prota, abrió la trampilla que había en el techo del tren (¿?) y salió por ella en un altísimo salto mortal con doble tirabuzón hacia atrás que ni alteró el peinado que lucía, contradiciendo las leyes de la física con cada uno de sus rubios y tiesos pelos, ni le impidió aterrizar suave y elegantemente, quedando de rodillas.
—Un salto perfecto, como siempre —declaró, dirigiendo una mirada de autosuficiencia de sus preciosos ojos azul verdoso (efecto Mako, ya se sabe)—. Cómo iba a ser si no, habiendo estado en SOLDIER —chuleó instantes antes de levantarse... bueno, de intentarlo y acabar también besando el asfalto—. ¡¿Qué diablos?! —se quejó, sin comprender todavía su error, mientras Barret (el del brazo arma) y Wedge lo miraban sin saber si sentir enojo o lástima por él.
—Eso te pasa por llevar siempre esa tabla de planchar pegada a la espalda —le indicó Barret, con acritud—. Voy adelantándome.
—¿Tabla de planchar?
Al girarse, Cloud descubrió a que se refería. Su arma del alma, aquella enorme espada que pesaba tres veces lo que él, había atentado contra su vida al quedar clavada en el suelo cuando cayó de su salto acrobático. Claro, él se había levantado tranquilamente sin sospechar que el fuerte imán que tenía pegado al traje intentaría impedírselo, haciendo que cayese... Si hubiese hecho caso a Tifa y se la hubiese atado con correas, como era normal, en vez de usar un imán, no se habría caído de modo tan humillante ante sus compañeros (no, hubiese quedado clavado al asfalto del andén, que es peor).
Tras suspirar, Cloud gastó unos minutos en sacar su espada del duro suelo y, tras volverla a pegar a su espalda, salió corriendo al encuentro de los miembros de Avalancha. Cuando llegó se encontró con que Jessie aún estaba intentando hackear el código que les daría paso a la zona del reactor Mako, demostrando una vez más la teoría de que por más que te entretengas y demores en un RPG, si eres el prota no importa, porque nada pasará hasta que tú llegues.
—¿Realmente podemos confiar en él? —dudaba Biggs, señalando a Cloud—. No le dará uno de sus ataques de múltiple personalidad, ¿no?
—¡Ja! Sin duda desconfías de mí porque antes era miembro de SOLDIER, pero no debes preocuparte, ahora sólo soy un mercenario que viaja por el mundo trabajando por dinero, sin que los sentimentalismos afecten a su forma de actuar, ni las antiguas fidelidades enturbien sus pensamientos.
—Sí, sí... —le dio la razón, aburrido.
—Por cierto, ¿cómo era que os llamabais? —añadió.
—¡Pero bueno! —se indignó Biggs—. ¡Llevas seis meses viviendo en nuestro refugio en el Séptimo Cielo, compartiendo con nosotros los almohadones del sofá y el frío suelo por las noches, comiéndote parte de nuestras raciones... ¿y todavía no te sabes nuestros nombres?!
—Yo soy Cloud, Cloud Strife —se presentó, ignorándolo—. 21 años, nacido el 19 de agosto en Nibelheim. Mido 1,73 metros y mi grupo sanguíneo es AB. Y con sólo 16 años ya pertenecía a SOLDIER, la élite del ejército de Shinra, los mejores guerreros que ha habido en la historia, los más...
—La puerta está abierta —anunció Jessie.
—Genial —se alegraron Biggs, Wedge y Barret, saliendo corriendo hacia el reactor—. Vamos, Cloud.
—Qué mala es la envidia —se dijo el rubio, encogiéndose de hombros, y después fue tras la chica, no fuese a perderse por allí.
—De modo que así es un reactor Mako... —se admiró Wedge cuando estuvieron en el puente que llevaba al enorme edificio—. Yo me quedaré por aquí vigilando la retirada —decidió, prudente y sabiamente.
—Es lo mejor que puedes hacer, salchicha —aprobó Cloud—. Así que es la primera vez que ves uno, ¿eh? —añadió mientras lo seguía—. Yo, como pertenecía a SOLDIER, estoy harto de entrar en ellos, y te advierto que todos son iguales por dentro. Y, apuesto a que no lo sabes, pero te diré un secreto: el reactor no es ese edificio tan grande que ves, sino que está dentro.
—Noooo... ¿En serio? —preguntó con ironía y desidia.
—¡Cloud Strife! ¡Mueve tu rubia cabeza puntiaguda hacia aquí! —lo reclamó Barret desde la puerta del edificio—. ¡Qué es para hoy!
—Ya va, ya va...
Una vez más se vieron obligados a esperar largo rato mientras Biggs introducía el código para abrir las puertas, algo que teniendo en cuenta que lo habían averiguado los miembros fantasma de Avalancha y lo llevaba escrito en un papel, se supone que debería haberles llevado menos de 10 segundos.
—Este reactor crea energía Mako —decía Barret—, absorbiendo la energía vital del Planeta para hacer electricidad, amenazando así la vida del Planeta... Es por eso que nosotros, Avalancha, en pos de la noble causa de salvar el mundo, luchamos contra Shinra, la empresa que lleva el monopolio de la energía Mako y el poder político del planeta, teniendo bajo su mando al mayor y mejor ejército...
—Esto... Jefe —interrumpió Jessie—, si no supiésemos eso, no seríamos miembros de Avalancha.
—¡¿Cómo puedes ser tan insensible al destino del Planeta, Cloud?! ¡¿Es que no lo oyes agonizar clamando auxilio?!
—¡Si yo no he dicho nada! —se quejó el rubio en el momento en que Biggs al fin introducía la cifra que hacía 78439202 del número del código, logrando abrir las puertas.
—¡A por el reactor! —corearon todos menos Cloud, quien se entretuvo abriendo un par de cofres que algún perturbado dejó en medio del suelo. Luego fue al ascensor, donde lo esperaban sus compañeros.
—Tú debes haber estado antes en muchos reactores como este —comentó Barret, haciendo que Biggs y Jessie maldijesen a su jefe, al saber lo que venía.
—Pero por supuesto —declaró Cloud, hinchando el pecho—. Yo estuve en SOLDIER, y como tal, me sé los reactores de memoria. Podría recorrerlos con los ojos cerrados, con las manos atadas a la espalda, las piernas encadenadas, la nariz tapada...
—¡La vida del Planeta está en juego! La energía vital le es sustraída poco a poco, con pajita, por esos malditos Shinra que sólo quieren electricidad para hacerse tostadas y jugar a la PlayStation —continuó Barret con sus discursos, olvidando que se suponía que hablaba con Cloud—. ¡Como encadenarnos, a modo de protesta, durante dos semanas en el pilar que sostiene la placa del sector 7 no sirvió para que dejasen de hacerlo, tendremos que tomar medidas drásticas! ¡Tenemos que...!
No es de extrañar que cuando descendieron los treinta pisos, Biggs dijese que él los esperaba en el ascensor y Jessie saliese disparada a tal velocidad que su pie quedó enganchado en los hierros de la viga sobre la que corría.
Cloud y Barret, confiando en su poder, bajaron escaleras y resbaladizos tubos de hierro con intención de adentrarse al corazón del reactor.
—Qué tranquilo está todo, ¿no? —comentaba Cloud—. Yo que me había traído mis materias rayo y hielo nuevas para subirlas un poco de nivel...
—Sí, no deben habernos detectado.
Mientras nuestros héroes charlaban tranquilamente, un grupo de robots centinelas los seguían por detrás, disparándoles sin cesar, ya que su mente eléctrica no les daba como para percatarse de que todos sus disparos impactaban en la enorme espada de Cloud, rebotando y destruyéndolos a ellos.
—A veces me parece notar como si se encendiesen luces tras nosotros —decía Barret.
—Pues a mí me parece oír como silbidos. Deberíamos preguntar a Tifa qué mete en ese cóctel especial —rió Cloud, siendo coreado por las carcajadas de Barret.
—¡Mira, ahí está nuestro objetivo! —señaló Barret un largo puente que finalizaba en un aparato que debía ser el reactor por lo que decían los carteles indicativos gracias a los cuales habían llegado hasta allí sin perderse.
—Démonos prisa, que aún llegamos a tiempo de ver el episodio de hoy de la reposición de Pasión de Gavilanes —apremió Cloud en el momento en que Barret sacaba de algún lado un aparato en forma de disco con cables y una pantallita con los números 00:00—. ¿Qué es eso?
—Es una bomba de último diseño, creada por Jessie. Según ella reventará el edificio por completo y la mitad del sector donde estamos —informó—. Tú la pones, ¿eh?
—¡¿Pero qué dices?!
—Hombre, ¿no habías estado en SOLDIER?, pues nadie debe conocer mejor el reactor para saber dónde colocarla.
—¡Olvídate de eso! —replicó el rubio, poniéndose en jarras—. ¡¿Estás pidiéndome que ponga una bomba?! ¡¿Que haga explotar el reactor?!
—¿No era esa la idea? —se confundió—. ¿O es que no escuchabas hoy cuando explicamos el plan en el bar?
—¿Hoy?... —repitió, recordando vagamente cuando el hombre los había reunido para comentarles el plan. Lástima que lo único que recordaba eran los movimientos que hacían las tetas de Tifa mientras preparaba cócteles—. ¿Y qué si no lo escuché? Esa no es la cuestión. ¡¿Te das cuenta de que estás tratando de hacer apología al terrorismo?!
—Pero somos terroristas...
—¡Somos los protas! —le recordó, con una mirada que brillaba con intensidad—. ¡¿Dónde se ha visto que los protas se dediquen a poner bombas?! ¡Los protagonistas tienen que hacer cosas heroicas como salvar viejecitas, interponer su cuerpo en la trayectoria de un rayo letal dirigido a un compañero, perdonar la vida del enemigo que ha matado a su familia y a casi todos sus amigos...! ¡No poner bombas! ¡¿Qué ejemplo es ese para nuestra juventud?! ¡Luego, cuando a algún loco le dé por matar a sus padres con una espada japonesa, nos echarán la culpa a nosotros!
—Vale, vale —accedió, con tono conciliador—. ¿Qué sugieres entonces? No podemos volver sin hacer nada.
—Cómo se nota que yo estuve en SOLDIER y tú, no —fanfarroneó—. Menos mal que vine preparado —añadió, sacando un frasco alargado.
—¿Un desodorante de spray?
—Es un spray para hacer graffiti —corrigió—. Como yo estuve en SOLDIER, sé perfectamente lo que fastidia a los jefes que alguien haga pintadas dentro de sus instalaciones. Normal si tenemos en cuenta la millonada que se gastan en pintura para dejarlo todo como estaba... Para que te hagas una idea, se trata una cantidad de capital equivalente al 60 por ciento del invertido en desarrollo militar, que a su vez es el 99.9 por ciento del capital total que manejan.
—Hay algo en esos cálculos que no me cuadra... —reflexionó, antes de devolver la atención a lo que los ocupaba—. ¿Qué quieres que te diga? Yo, personalmente, preferiría reventar el reactor, pero si te empeñas... Pero yo uso el color pistacho.
Después de gastar tres cuartos de hora en convertir la sala en algo más estéticamente aberrante que teñirse de rubio platino y dejarse las cejas negras, y de consumir más de treinta sprays, se dieron por satisfechos.
—¡Ale, será hora de ir volviendo! —decidió Barret—. Los chicos deben de haberse dormido ahí arriba.
—¡Vale, pero antes grabamos la partida en el punto ese de ahí! —sugirió Cloud, lanzando el tubo vacío a su espalda. Éste (el tubo) dio varias vueltas y finalmente golpeó contra el lugar donde supuestamente iban a poner la bomba, concretamente contra un botón antes rojo y ahora lila.
—"Acaban de pulsar el botón de autodestrucción del edificio" —empezó a hablar a través de los altavoces una serena, cándida y adorable voz femenina.
—¿Qué botón? —corearon ambos.
—"El edificio saltará por los aires, junto a los que estén dentro y una amplia y urbanística zona cercana, en cuestión de diez minutos. Gracias por visitar nuestras instalaciones y por reventarlas. Por si pasa por sus mentes la posibilidad, se trata de una orden que no se puede anular. Qué tengan un buen día n.n".
—¡Qué mezquinos los Shinra! —se indignó Barret, eso sí, corriendo tras Cloud, de camino a la salida—. ¡¿Cómo son capaces de hacer explotar su reactor sólo para acabar con nuestro grupo?! ¡Aunque eso quiere decir que los tenemos acojonados, JUA, JA, JA, JA!
—¡Cloud! ¡Barret! —los llamó Jessie, cuando alcanzaron las cercanías del ascensor, mientras todavía intentaba sacar su pierna del hueco—. ¡Me he quedado atra...!
—¿Y Biggs? —inquirió Barret.
—¿Eh? Pues os espera arriba. ¡Pero resulta que mi pierna...!
—Entonces vamos pasando —anunció el hombre de la metralleta, entrando en el ascensor, seguido por el rubio.
—¡Esperad! ¡Mi pierna se quedó...!
—¡Ah, chica! —exclamó Cloud, retrocediendo hasta llegar hasta ella—. ¿Estás bien?
—Cloud... —musitó emocionada, con los ojos llenos de lágrimas—. Sí, estoy bien. Es sólo que...
—¡Ah, vale, entonces nada! ¡Y apresúrate en salir, ¿eh?, que esto revienta! ¡Me voy adelantando! —finalizó, entrando en el elevador.
—¡Nooooooooo! —gritó ella mientras las puertas se cerraban.
—Qué rarita es, ¿no? —comentó el mercenario.
—Ya sabes, frikis de las máquinas.
Cuando nuestros protas llegaron, Biggs introducía las últimas cifras del código, de modo que no tuvieron que esperar para salir escopetados del edificio, seguidos por todos los soldados robóticos que se habían unido a la evacuación.
—"Faltan 5 minutos para la autodestrucción" —anunció la voz adorable.
—¡Vamos sobrados! —se alegró Cloud al ver que ya estaban en la puerta de salida—. Incluso nos da tiempo a llegar a la estación —comentaba, ya más tranquilo, mientras alcanzaba el final del puente que iniciaba en la entrada del edificio. Luego tomaron el camino de la derecha para reunirse con Wedge.
—¿Cuánto le queda a la bomba? —preguntó éste al verlos llegar.
—Unos cuatro minutos y algo —informó Barret medio segundo antes de que una gran explosión los dejase medio sordos, amén de dejar el reactor y el barrio que se extendía tras él hechos un cisco.
—¡Un momento! ¡Faltaban cuatro minutos! ¡Esa mujer tan adorable no podía mentir! —gritaba Cloud, con indignación, mientras caían cascotes incendiados. Lo que no recordaba es que no importa cuánto tiempo falte en una cuenta atrás, en el momento en que el protagonista alcanza la meta el contador pasa automáticamente a cero.
—¡Jessie aún estaba dentro! —exclamó Biggs.
—¡Es cierto! —se percató Barret. Luego, tras poner su expresión más solemne y su brazo arma apoyado en el pecho, añadió—: ¡Qué noble sacrificio por la causa! Nunca olvidaremos cómo ha dado su vida defendiendo la lucha de Avalancha, cómo ha muerto por el bien del Planeta. ¡No lloréis! —indicó a sus compañeros, pese que si lo hacían era por culpa de que la ceniza se les metía en los ojos—. Sin duda, desde allí donde esté, nos sonreirá, protegiéndonos y apoyándonos en nuestra misión y dando gracias por haber tenido la oportunidad de darle un sentido a su existencia.
—¿Qué tal si nos vamos? —sugirió Cloud—. Marlene mañana tiene cole y seguro que está de pie esperándote.
—Es verdad, no perdamos más el tiempo en estupideces —asintió—. Volvamos a la guarida, ¡por allí!
—Pero está cubierto por una cortina de llamas —se quejó Biggs—. Por qué no vamos por allá —señaló otro paso, misteriosamente intacto.
—¡¿Quién es el jefe aquí?!
—¡Vamos, ¿qué es una cortina de fuego?! —animó Cloud—. Para alguien como yo, que ha estado en SOLDIER...
—¡Allá vamos! —se lanzaron Wedge y Biggs. Preferían la muerte a seguir oyendo sus discursos.
—¡Sigámoslos!
Los cuatro, milagrosamente, llegaron a la calle que había al final del infierno en el que se habían metido sin sufrir más daños que una quemadura en el culo de Wedge.
—¿Qué hacemos ahora? —inquirió Biggs.
—¡Celebremos el éxito de la misión con unos pinchos de tortilla de patata! —les sugirió Cloud.
—Mejor cuando lleguemos al Séptimo Cielo —decidió Barret—. Ahora vayamos a la estación. Pero mejor que nos separemos, nos encontraremos allí.
—Pero si sólo somos cuatro, podríamos ser un grupo de amigos cualquiera, no tienen porqué sospechar si vamos juntos.
—¡No os he dicho que no repliquéis mis decisiones! ¡He dicho que nos separamos, y es que nos separamos!
—Sí, bwana... —corearon los otros tres, tras lo cual suspiraron.
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Una hermosa joven de veintidós años, ataviada con un largo vestido rosa y una cazadora de manga corta roja, caminaba por las calles de Midgar con una cesta llena de flores. A cada paso que daba, aparte de pisar la basura del suelo con unas enormes botas que parecía increíble que lograse levantar, hacía que se agitara la larga trenza en la que tenía peinados sus largos y castaños cabellos, al tiempo que miraba a su alrededor, entre el gentío, buscando con sus preciosos ojos verdes un posible comprador.
«¡Qué asco de día! —pensaba, con una sonrisa en los labios, para no espantar a futuros clientes—. ¡Todo el día pateándome esta mugrienta ciudad y no he conseguido vender ni una flor! ¡¿Qué le pasa a la gente, dónde han perdido la sensibilidad?! A este paso gasto más en los viajes en tren de lo que gano, pero en los suburbios sí que no sacaré ni un gil... Todo sería más fácil si Tseng convenciese al paleto de su jefe para que nos comprase un chalet en Costa del Sol a mi madre y a mí a cambio de un mapa con la localización de la Tierra Prometida...».
De pronto se oyó una fuerte explosión que hizo vibrar el suelo y entrar en pánico al personal.
«¡Lo que faltaba! ¿Qué más puede pasar? ¿Qué un monstruo marino aparezca para hacer volar por los aires la ciudad? ¡¿Qué aparezca un ojo en el cielo y nos barra de la faz del Planeta?!».
Las profundas y trascendentales meditaciones de la joven se vieron interrumpidas cuando un histérico la empujó al pasar por su lado, tirándola al suelo.
—¡Pedazo de &!+#! ¡¿Que no tienes ojos en la cara?! —gritó ella, indignada—. ¡Maldición! ¡Ahora se me ha manchado mi traje favorito! Suerte que tengo siete iguales, pero este era el que menos cosidos tenía —gruñó.
—Esto... ¿estás bien? —oyó la florista que le preguntaba una voz masculina, a sus espaldas.
—¡No, si te parece me estoy revolcando en el mugriento suelo por gust...! —le empezó a gritar, pero enmudeció al descubrir que se trataba de un apuesto joven de rubio peinado imposible.
«¡Qué buenorro está! —se admiró—. ¡Y es justo mi tipo! ¡Tiene ese aire orgulloso que me vuelve loca!».
—Bueno, si estabas divirtiéndote, nada —respondió Cloud, girándose para irse.
—¡No, no, espera! ¡Sólo bromeaba! —aseguró con su mejor sonrisa, mientras se levantaba. Después de sacudir su falda, lo miró del modo más encantador y a la vez seductor que sabía utilizar, y se consideraba una experta—. Gracias por preguntar. ¿Qué es lo que pasa? —ensayó una voz que quería reflejar un enternecedor miedo que no sentía, para así despertar el instinto protector de Cloud.
—Pues que de alguna manera el botón... quiero decir, no sé, parece como que algo ha explotado —se corrigió, recordando que lo que hacían era secreto—. Es peligroso estar aquí, deberías marcharte —sentenció, empezando a caminar.
—¡Eh! —exclamó la chica interceptándolo al dar con la cesta en la cara de Cloud.
—¡Au! ¿Qué llevas ahí? ¿Flores? —se extrañó, pensando: «No me digas que vende flores... ¿qué estúpido malgastaría su dinero en eso pudiendo comprar materia cura?».
—Sí, vendo flores —confirmó sus sospechas y, ensayando nuevamente su sonrisa, añadió—: ¿Me comprarías una? Sólo vale... un gil —improvisó, ya que las vendía a cien, pero quería quedar como una inocente, desdichada y humilde muchacha, no como la estafadora y embaucadora que era en realidad.
—Esto... —empezó. Deseaba negarse, pero el modo en que crujió el asa de la cesta bajo la presión de la mano de ella, cuando hizo ademán de declinar, lo persuadió—. Va, venga, dame una. ¿Tienes cambio de billetes de mil gils? —preguntó mientras se lo mostraba.
—No —negó, cogiendo el billete antes de que pudiese guardarlo—, pero mañana, hacia las seis, pasaré por aquí y podría devolverte el cambio invitándote a tomar algo en la cafetería —sugirió, sabiendo que acabaría pagando él.
—Bueno, es que... —intentó buscar el modo más elegante de decirle que quería el dinero en metálico, que estaba ahorrando para comprarse una cinta que vendían en internet por cien millones.
—Toma, está decidido —indicó, dándole la flor—. ¡Nos vemos mañana a las seis! ¡Es una promesa! —le remarcó, empezando a marcharse, consciente de que estaba demasiado nervioso por la explosión como para caer en su red de seducción.
—Una promesa... —repitió, empezando a despedirse de sus 999 gils—. ¿Por qué tengo la sensación de que he prometido algo que no recuerdo?... ¿Prometería de niño a alguna chica que me casaría con ella? ¿Que entraría con ella a la Todai? ¿Que nos reuniríamos en un campo de flores? No... espera... ¡yo tenía que encontrarme con el resto, en la estación de trenes, para el último tren de la noche! —recordó de pronto—. ¡Maldición! ¡Tendré que buscar un atajo!
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—Menudo susto nos diste cuando entraste desde el techo del tren cuando iba en marcha, Cloud —comentaba Biggs mientras salían de la estación de los suburbios del sector 7—. Ya creíamos que eras un pervertido que nos espiaba.
—Caí por el puente huyendo de los soldados, suerte que pasaba por ahí el tren y que mi espada se clavó en el techo, que si no hubiese rebotado y mis vísceras hubiesen acabado pegadas en las ventanas. Suerte que estuve en SOLDIER, donde me enseñaron a asaltar vehículos en movimiento...
—Vayamos al bar —apremió Barret—. Expulsaré a la clientela a balazos y comentaremos los resultados de la misión.
—A este paso dejarás a Tifa sin clientes —observó Wedge.
—Con esas tetas que tiene, imposible —declaró Cloud, mientras el resto asentía. Probablemente ella era la única que no sabía que esa era la principal razón por la que el 99 por ciento de los hombres del sector y los sectores vecinos prefería ir al Séptimo Cielo en lugar de a un bar decente—. Si saliera de detrás de la barra para lucir su minifalda apuesto a que los demás locales tendrían que cerrar —sugirió riendo, acompañado por Biggs y Wedge, mientras oían cómo Barret entraba en el local y empezaba a soltar plomo.
Vieron cómo el hombre del brazo arma salía persiguiendo a un grupo de desgraciados y decidieron ir pasando para esperar al jefe de Avalancha dentro.
—¡Ya estamos aquí! —anunció Cloud mientras Biggs y Wedge se sentaban en una mesa a beberse las consumiciones que habían abandonado los que acababan de huir de Barret.
La primera que fue a su encuentro fue Marlene, la hija adoptiva de Barret (y de eso nadie tenía dudas, no porque su piel fuese blanca, sino porque era imposible que una niña tan guapa y mona hubiese salido de un tipo como Barret). La pequeña de seis años, decepcionada al ver que no era su padre, decidió pasar de largo y ocuparse a una de sus aficiones favoritas: aprovechar que Tifa no miraba para beberse los culos de los vasos que dejaban los clientes.
—¡Cloud!
El rubio se giró a tiempo de ver aparecer a una preciosa muchacha de 20 años, con los cabellos largos y negros, y expresivos ojos escarlatas. La chica juntó las manos a su espalda, tras apartar un mechón de su hombro, y le dedicó una sonrisa.
—Cuánto me alegro de que estés bien... —dijo con dulzura.
«¡Es tan mona! —pensó el rubio, emocionado. Cada vez que la miraba sentía como si estuviese ante un adorable y abrazable peluche, al menos hasta que su mirada bajaba de su rostro a la parte de ella que más resaltaba, ya que desde ese momento sus pensamientos dejaban de ser tan puros—. Siempre ha tenido ese aspecto tan angelical y encantador... Igualita a como la veía de niño, desde el fango, mientras los otros niños me pateaban por espiarla a escondidas... Ah... Qué hermosos recuerdos...».
—¿Cloud?
—¿Eh? ¿Decías algo, Tifa?
—Te preguntaba si te habías peleado con Barret.
—¿Yo? ¿Por qué habría de hacerlo? —se extrañó.
—Bueno, siempre habéis sido así, peleándoos, desde niños...
—¡¿Eh?! ¡¿Qué dices?! ¡Si yo conocí a Barret hace seis meses, cuando me encontraste tirado en un contenedor, en medio de los suburbios, y me trajiste al bar!
—Sí, ya lo sé, pero es lo que pone el guión...
—¡Bah, será un fallo de traducción! No digas estupideces sólo porque lo ponga en el guión, mujer, ¿o es que a partir de ahora piensas usar aleatoriamente el masculino para hablar de las chicas y llamar Nibelhiem a nuestro pueblo?
—¡Dios, no! —negó, horrorizada—. Tienes razón. Por cierto... ¿Eso es una flor? —dijo, señalando la medio doblaba flor que asomaba del bolsillo del ex–SOLDIER—. ¿Es para mí? —se emocionó.
—Esto... ¡Por supuesto, cómo no! —asintió, entregándosela—. ¿Por qué si no iba a llevar yo una flor? Quiero decir, yo soy un tipo duro que estuvo en SOLDIER...
—Gracias, Cloud, ¡es tan bonita! ¡Igual debería llenar el local de flores! Podríamos convertirlo en una floristería.
—Ehm... Mejor no.
—¡Ya estoy aquí! —anunció Barret, entrando.
—¡Papiiii! —exclamó Marlene, antes de que su padre la cogiera en brazos y la besuqueara.
—Bienvenidos —saludó Tifa—. Chicos... ¿dónde está Jessie?
Los cuatro miraron a la joven mientras notaban que empezaban a sudar. Podían imaginar cómo de mal recibiría la trágica noticia su sentimental compañera. Casi podían verla llorando desconsolada, desgarrada por el trágico final de Jessie...
—¿Qué sucede? —insistió, ante el silencio—. ¿Es que le ha pasado algo malo? —temió.
—¡N–no, qué va! —negó Barret, agitando la mano con la que no sostenía a Marlene, mientras los cuatro reían de forma estúpida, por los nervios—. ¡Está muy bien!
—Ah, ¿entonces viene más tarde?
—Esto... —empezó a improvisar Biggs—, no, resulta que... ¡que decidió dar un cambio radical a su vida y dejó Avalancha, para mudarse a vivir con sus padres, en una casa de campo que tienen, para ocuparse del campo de coliflores!
—¡Sí, sí! —asintieron los otros tres.
—¿Cómo así de repente? ¿Sin despedirse? ¿Sin llevarse sus cosas?
—Sí, es que... —continuó Wedge— ¡dijo que no le gustaban las despedidas y que no quería echarse a llorar! ¡Que ya nos escribiríamos!
—Ya veo... —musitó Tifa, mientras Marlene se preguntaba cómo podía creer aquello que contaban—. ¿Y sabéis donde está la casa de sus padres? Por si algún día le hacemos una visita.
—Pues... está... —participó Cloud— ¡en Zanarkand!
—¿Zanarkand? Nunca lo había oído...
—¡Bueno, dejémonos de tonterías y bajemos al salón a comentar el plan de mañana! —apremió Barret.
—¡Eso, yo quiero mi dinero! —recordó Cloud—. Por si lo habéis olvidado, yo soy un mercenario. A fin de cuentas, yo estuve en SOLDIER y...
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Tras cenar y jugar un par de partidas al mus, Biggs y Wedge se pusieron a jugar a la videoconsola mientras Barret acostaba a Marlene, y Cloud tomaba un trago en el bar, con Tifa.
—Cloud, ¿te unirás al golpe de mañana? —preguntaba ella mientras mezclaba el contenido de varias botellas en la coctelera.
—Mm... No sé... Hace seis meses que intento cobrar lo que Barret me debe, pero sólo hago que meterme en más trabajos sin ver ni un solo gil. Entiendo que necesite el dinero para las clases de ballet de Marlene, pero yo soy un mercenario duro que sólo lucha por el dinero, ¿sabes? En cuanto cobre, me iré.
—¿Y a dónde irás? —preguntó Tifa, vaciando el cóctel en un vaso y poniéndoselo en frente al rubio.
—Pues... esto... —empezó, planteándose la idea. Ahora que lo pensaba, desde que Tifa lo encontró tirado en el contenedor había tenido comida, bebida y techo gratis, y él apenas había ahorrado quince mil gils, con los que no llegaría ni a tres manzanas de allí...—. Qué día tan agitado, ¿verdad? —desvió el tema de conversación.
—Sí, y supongo que mañana lo será más. Como ya estarán alerta...
—Supongo.
—Por cierto, antes, cuando he salido a tirar la basura, me he acordado de ti.
—¿Porque me encontraste en un contenedor?
—No, porque las estrellas se ven tan claramente en el cielo...
—Pero si estamos en los suburbios... ¡la placa tapa el cielo! —le recordó.
—Ehrm... sí, claro —admitió—, pero el caso es que me acordé de aquella noche en la que me citaste en el pozo del pueblo, cuando éramos niños, para decirme que te ibas a Midgar a unirte al ejército, ¿recuerdas?
—Cómo olvidarlo... Era febrero y hacía dos días que había salido de la cama después de sufrir una neumonía... Como éramos más pobres que las ratas, no tenía dinero para comprar chaquetas, así que fui con mi mejor camiseta, aunque era de tirantes; no quería dar mala impresión llevando alguna con parches y cosidos... Luego te esperé, azotado por el gélido frío invernal, durante dos horas...
—Pero si llegué cuando me citaste —se sorprendió.
—Bueno, sí, es que no quería llegar tarde.
—Pero si el pozo estaba en la puerta de tu casa.
—Tú estabas muy guapa con tu vestido turquesa —añadió, para despistar su atención de las estupideces que cometió.
—Ay, ¡qué adulador!
«Nunca falla», pensó satisfecho.
—Me prometiste que cuando fueras famoso, si tenía problemas, vendrías a ayudarme —señaló Tifa.
—Lo sé, me lo recuerdas cada vez que hay que bajar una caja de whiski del altillo de la bodega.
—Es verdad, ¡ja, ja, ja! —rió, tontamente.
—¡Ja, ja, ja! —le siguió la corriente, sin entender el chiste.
—Mejor voy hirviendo el agua para echarla al suelo en el que dormiréis, para que no os enfriéis.
—Sí, mejor.
o n.n o n.n o n.n o n.n o n.n o n.n o n.n o n.n o
—¿Por qué he acabado viniendo con vosotros? —preguntaba Cloud mientras caminaba por el vagón del tren que los llevaría al sector nº5, donde "inutilizarían" otro reactor.
—Tal vez porque Tifa te ha puesto esa mirada —respondió Biggs—. No ha nacido hombre capaz de decir no a esa mirada.
—Las mujeres cuentan con armas sofisticadas —asintió—. Ni siquiera después del duro entrenamiento en SOLDIER soy capaz de no sucumbir bajo su poder.
—Cloud, ¿quieres mirar el dibujo de la línea de los metros conmigo? —lo invitó la muchacha, tímidamente.
—¿No prefieres que contemos los chicles que han pegado en los asientos? Es que la línea solo tiene siete paradas y Barret nos la hizo memorizar...
—¡Oh! —exclamó, apartando la mirada, compungida—. Perdona, no quería aburrirte —aseguró, con lagrimitas asomando.
—¡Era broma! ¡Me encantará mirar el dibujo contigo! —se corrigió con rapidez, sudando a chorros—. ¡Oh, mira, aquí está la parada de los suburbios del sector 7! —le indicó en cuanto se colocó en su lado—. ¡¿No es sorprendente?!
—Se ve que en SOLDIER, cuando los exponen al Mako, también les dañan el cerebro —comentó Barret.
—Eso yo lo imaginé ya cuando vi su primer ataque de personalidad múltiple.
—Estos últimos días no ha tenido ninguno, ¿verdad? —añadió Wedge.
—Ojalá continúe así, aunque no sé cuando es peor.
De pronto empezaron a sonar las alarmas y a parpadear luces rojas en todos los vagones, dejando medio atontados a los que estaban dentro.
—¿Por fin han hecho caso a la sugerencia que dejé en el buzón de la estación y van a añadir una disco móvil a los trenes? —se esperanzó Cloud—. Aunque ya podrían haber puesto pachanga, eso que suena ni parece música.
—"Queridos viajeros, los advertimos de que se han detectado bonos de tren trucados, así que procederemos a cerrar herméticamente los vagones para localizar a los culpables."
—Que gente más lista hay por el mundo —comentó Cloud.
—¡Vamos, chicos! —exclamó Barret, levantándose de un salto—. ¡Corred! ¡Tenemos que salir del tren antes de que nos pillen!
—Pero si nosotros tenemos tickets buenos —recordó Tifa.
—Es verdad, no tiene nada que ver con nosotros —apoyó Wedge.
—¡¿Queréis dejar de cuestionar mis decisiones y empezar a correr?! —exigió, empujándolos a la salida del vagón.
—Pero ¿adónde vamos? —preguntó Tifa mientras Barret los seguía obligando a avanzar, a golpes.
—¡Saltaremos del tren!
—¡¿En marcha?! —corearon Biggs, Wedge y Tifa, con cara de terror.
—¡Bah, ¿qué es un saltito desde un tren a toda velocidad?! Cuando yo estaba en SOLDIER...
—¡Calla y salta! —gritó, empujándolo por la puerta que acababa de abrir. Luego, aún con el grito de Cloud de fondo, se giró hacia Tifa.
—Barret... no serás capaz de... ¡Aaaaaah!
—¡Allá vamos! ¡Por Avalancha! —exclamó Barret, arrojándose tras los dos infelices que acababa de lanzar.
Misteriosamente, ninguno de los tres se rompió todos los huesos, como habría cabido esperar, y cayeron relativamente cerca, algo también incomprensible si se tiene en cuenta que el tren avanzaba entre salto y salto. Cuando se hubieron sacudido el polvo de la ropa y Tifa se anudó de nuevo el lazo al final del pelo, empezaron a idear un plan B para llegar al reactor.
—¿Y qué tal si nos metemos por los conductos de ventilación? —sugirió Cloud—. Yo podría descolgarme con unos alambres sosteniéndome y...
—Tifa, te dije que no le dejaras ver la tele —reprochó Barret—. Entraremos como la gente normal.
—¿Y cómo es eso?
—¡Abriendo un boquete en la pared!
—Ehm... sí, claro... —le dieron la razón, con cara de circunstancias.
—¿Y por qué no lo intentamos por aquí? —propuso Tifa, señalando una especie de conducto sobre el que había un cartel que rezaba: "Hacia el centro del reactor 5".
—¡No he dicho que no me llevéis la...!
—Por favor... —suplicó Tifa, con esa mirada.
—... Bueno, va —accedió—. Probemos.
«Es temible —se admiró Cloud—. Estoy pensando... Igual si ahorro para una materia Habilidad Enemiga y me expongo a esa mirada suya cuando la tenga equipada, obtendré el ataque definitivo...».
—¡Vamos, pelo pincho, tú primero!
Los tres se lanzaron por aquel conducto que más bien parecía una especie de tobogán gigante en el que bajaron a toda velocidad, quemándose el culo y las manos por el rozamiento y golpeándose con las paredes en cada curva, hasta que finalmente cayeron por un agujero a cinco metros del suelo, en el que se estamparon.
—¡Ouch! ¿Dónde estamos? —empezó a decir Tifa, saliendo de encima de sus dos compañeros, cuando vio a menos de diez pasos de ellos el centro del reactor—. Vaya, ya estamos aquí.
—No fastidies... —se quejó Cloud—. A este paso nunca podré subir mis materias y me da vergüenza pasar al capítulo siguiente teniendo aún el nivel 1.
—Deja de quejarte de nuestra buena suerte y ¡marchando! —ordenó Barret.
—¿Saco los spays? —sugirió Cloud instantes antes de que empezara a notar un fuerte dolor de cabeza, que lo mareó, haciendo que quedase de rodillas y se sujetase la cabeza con ambas manos.
—¡Cloud! —se alarmó Tifa—. ¡¿Estás bien?!
—Déjalo, será la resaca de los tragos de ayer.
—Ji, ji, ji, ji, ji... —empezó a reír Cloud, con una voz aguda y molesta—. ¡¿Qué?! ¡¿Quién eres?! —inquirió, con su voz normal—. Oh, no seas malo, ¿cómo puedes olvidarte de la titiritera, mi querida marioneta? No deberías perder el tiempo volando reactores, hay un mundo por conquistar, ji, ji, ji... ¡Sal de mi cabeza! ¡¿Cómo te atreves a entrar sin permiso para anunciar tu función de títeres?! ¡Yo estuve en SOLDIER y no permitiré que una voz chillona me moleste! No me seas plomo y hazme el favor de ir a la Unión, a ver si al verte mi hijo se anima.
—Vaya, ya ha empezado otra vez —comentó Tifa, aliviada—. Por un momento pensé que podía ser algo grave, como una jaqueca.
—Mira que tiene manías raritas el niño —dijo Barret.
—Déjalo, si él se divierte así... —suspiró la chica—. Aunque, de niño, no recuerdo que tuviese esa amiga imaginaria.
—En vez de ahorrar para comprar la cinta esa debería hacerlo para ir al psiquiatra. A ver cuánto le dura esta vez.
—"Acaban de pulsar el botón de autodestrucción del edificio" —empezó a hablar, a través de los altavoces, la adorable voz femenina de la otra vez.
—¡¿Botón de autodestrucción?! —corearon Tifa y Barret, girándose para encontrarse a Cloud con el dedo sobre susodicho botón—. ¡¿Cloud?!
—¡Yo no he sido! ¡Lo juro! ¡Fue la manita! ¡Sola! ¡La voz la obligó! —se excusaba, con expresión desesperada, mientras la chica de megafonía les advertía de que contaban con diez minutos para irse.
—¡Luego lo discutimos! ¡Larguémonos de aquí!
—¡Pero ¿cómo?! —preguntó Tifa, asustada—. ¡No podemos volver por donde vinimos!
—¡Tranquilos! —pidió Cloud, aparentemente recuperado de su ataque—. ¡Todos los reactores son iguales por dentro, y como yo estuve en SOLDIER...!
—¡Sólo guíanos y calla!
Nuestros héroes treparon una vez más por cables, tubos rotos y todas esas cosas que no debería haber en un reactor si el mantenimiento se realizase como toca. Como el ascensor estaba en el piso más alto cuando lo llamaron y les tocó esperar, en el instante en que atravesaron la puerta de salida oían la cuenta atrás de los últimos diez segundos.
—"Ocho... siete... seis..."
—¡Ya estamos fuera!
—¡Alejémonos para que no nos pille la onda expansiva! —aconsejó Tifa.
—¡Un helicóptero! —señaló Cloud en lo alto donde, ciertamente, se aproximaba un helicóptero que cuando tomo una altura prudente se giró de lado y abrió una de las ventanas (¿?) de modo que se pudo asomar por ella un hombre rubio y gordo.
—¿Quién es ese?
—¡Presidente! —exclamó Cloud—. ¡Eres el presidente de Shinra!
—¿Eh? ¿De qué me conoces? ¿Del club de petanca? No, espera, esos ojos... Son ojos Mako.
—¿Cómo puede verlo desde tan lejos? —se admiró Tifa, hablando por lo bajo.
—De modo que debiste de estar en SOLDIER. ¿Cuál es tu nombre?
—¡Me alegro de que me lo preguntes! Mi nombre es Cloud Strife, tengo 21 años, nací el...
—Tifa —susurró Barret—, ¿no debería haber explotado ya el reactor?
—Estaba pensando justamente lo mismo... Por cierto, ¿qué fue de Biggs y Wedge?
—Ahora que lo dices... Se quedarían en el tren. Debí empujarlos antes de bajar.
—¡CALLA YA! —exigió el presidente, sobresaltando al resto—. ¡Lanzadles un molbol, a Ozma, al Ente Omega, lo que haga falta, pero haced que se calle!
—¡Sí, Presidente! —contestó alguien del helicóptero, en el mismo momento en que éste empezaba a volver a recuperar altura.
—¡Eh! ¡No huyas! —exigió Barret—. ¡No me has dado tiempo a insultarte!
—Lo siento, pero tengo cita en la esteticista para que me depilen las cejas, así que ahí os quedáis. ¡Arrivederci, pringados! —se despidió, alejándose en el cielo nocturno (¿cuándo pasaron tantas horas?).
—¡Viene algo! —advirtió Tifa lo evidente, ya que un robot enorme les cayó no se sabe de dónde, dejando a un lado del puente a Cloud y al otro a sus compañeros.
—¡Por fin podré levear! —celebró Cloud instantes antes de que el reactor al fin empezara su autodestrucción, con una explosión inicial que arrojó sobre ellos pedazos en llamas, uno de los cuales aplastó la cabeza del robot. La colisión provocó que el robot también estallase, rompiendo el puente del que Cloud no cayó de milagro al quedar colgando del borde por una mano—. ¡Maldición! ¡Mi experiencia! ¡Mis puntos de materia!
—¡Cloud! —se asustaron sus dos compañeros al verlo colgando, sin poder acudir a ayudarlo.
—¡Aguanta, que te sacamos de ahí! —gritó Barret.
—¡No te sueltes, Cloud!
—¡Tranquilos! Ahora mismo subo de nuevo arriba. Recordad que he estado en SOLDIER, estoy cansado de hacer cosas parecidas. En un plis estoy con... con... ah... ah... ah... ¡atchís! —estornudó, por culpa del polvo (¿?). Eso no habría sido grave si no fuese porque al hacerlo sus dedos resbalaron, soltando el metal.
—¡Clouuuuuud! —gritó Tifa, desesperada, mientras se asomaba, viéndolo caer al vacío.
—¡Mierdaaaaaaaaaaaaa! —se oyó la voz de Cloud, cada vez más lejana.
Fin del capítulo 1
Notas de la Autora (versión original): Bueno, aquí está el capítulo piloto. Siento que sea TAN malo, pero no me he podido resistir a escribir esta parida que nació de unos chistes con mi hermana. Si a alguien le ha gustado (¿quién sabe?, a lo mejor...) le advierto que soy muy vaga para actualizar (quien avisa no es traidor, aunque... ¿no debería haberlo hecho al principio? xD). También decir que aunque hasta ahora y durante un poco más siga más o menos fielmente la línea del juego, más adelante es posible que omita trozos o aparezcan eventos nuevos.
En fin, cualquier tipo de dudas, críticas, comentarios, amenazas de muerte o abucheos, hacedlos en el apartado de reviews. Nos leemos!
