Prólogo
La llanura se extendía a lo lejos. Podía sentir cómo se adormecían sus pies con cada paso que daba. Estaba agotada.
No recordaba cuántas horas caminó. Solo sabía que no moriría de cansancio, o de hambre.
A pesar de que el sol se estaba ocultando y algunas estrellas comenzaban a asomarse en el cielo, uno podía ver su cara pálida llena de preocupación.
Un lago, una aldea, ¡dame algo!, pensó.
Después de confirmar que no había nada en el horizonte, suspiró.
Ha sido un largo viaje.
Presa del aburrimiento, comenzó a recordar las cosas que le sucedieron en los últimos meses.
Fue aterrador al principio. Encontrarse solo en un mundo desconocido. ¡Quién lo hubiera imaginado! Conocí muchas personas, la mayoría me ayudó de buena fe. Ahh, debí quedarme en esa ciudad. Mientras divagaba, no pudo evitar pensar en algo.
Pero, ese nombre… Su rostro se puso serio.
Como una cegadora luz le invadió un sentimiento de esperanza.
Cuando lo escuche la primera vez, dudé. Bastó escucharlo una vez más para darme cuenta que era real.
En la oscuridad que se imponía en el ambiente, uno podía ver sus ojos brillar de la emoción.
Ellos están aquí.
Se sintió aliviada, lo hacía cada vez que pensaba en eso.
Lo usaba cada vez que quería reponerse y enfocarse en su objetivo. Fiel a esto, su rostro pálido comenzó a tornarse más y más oscuro, su color original. Sus largas orejas caídas tomaban su color y se levantaban lentamente.
—Ainz Ooal Gown.
Susurró un nombre esperando no ser escuchada, aunque no había nadie ahí que lo hiciera.
Los amigos de nee-sama deben estar aquí, ¡pero dónde!
Caía la noche. Sin embargo, ya no se sentía intranquila.
Seguía caminando con el mismo ritmo con el que partió de la ciudad.
Aún conservaba parte de la vestimenta que tenía cuando fue transportada a este mundo. Sus botas las cambió por un par de sandalias desgastadas para evitar maltratarlas o que se llenen de polvo. Por otro lado, su vestido púrpura de una pieza todavía conservaba su brillo característico que la hacían destacar entre la gente corriente. El vestido dejaba sus hombros descubiertos, además terminaba en una falda corta, que ella odiaba porque aunque era normal en el juego, aquí estaba fuera de lugar.
Lo único nuevo que adquirió era una capa de color rojizo. Odiaba la capucha porque no podía ocultar sus orejas en ella, pero aun así eso no era un problema. No había motivo alguno para ocultar su raza élfica en esa ciudad. Muchas personas la mirarían extrañadas, pero al rato seguirían su camino sin prestarle importancia. Era una de las razones por lo que le agradaba ese lugar.
Echó una ojeada al horizonte para verificar que, como era de esperarse, la hierba continuaba y se perdía en la oscuridad. Una persona normal podría no comprobar nada solo mirando de reojo, pero ella podía ver en la oscuridad. Era una habilidad que poseían los elfos.
Se detuvo, respiró profundamente y se dejó caer.
Es todo por hoy.
No estaba cansada, ni mucho menos hambrienta. La razón de esto era porque tenía ítems mágicos que le permitían vivir sin tener que comer o dormir. Sin embargo ella aun disfrutaba de hacer ese tipo de cosas ya sea por capricho o por costumbres que mantenía de su vida anterior.
Quiero un baño. Pensó, ya no podía darle la espalda a sus antojos.
La espesa hierba se movía silenciosamente.
Antes cuando llegaba la noche y ella se encontraba al aire libre, maldecía unas cuantas veces. Pero al final se resignaba, se echaba donde se sintiera más cómoda, y miraba al cielo. De pronto sus preocupaciones volaban de su mente y el bramido del viento, que por las noches era más fuerte de lo normal, se los llevaba.
Planeaba hacer lo mismo que hizo todas las noches desde que salió de la ciudad que tanto extrañaba.
Se recostó lentamente tratando de cubrir su vestido con la capa para que éste no se ensuciara con la hierba.
Un mar de estrellas se presentaba ante ella, éstas brillaban y decoraban el cielo como un joyero, junto a una luna que se imponía como un guardián de la noche e iluminaba todo el campo a su alrededor.
Me pregunto si en este mundo alguien ya llegó a la luna, divagó.
Éste es el paisaje que tanto admiraba Blue planet-san. Pensó y luego cerró los ojos. Nee-sama nunca lo entendió.
Con los ojos cerrados, dejó que la oscuridad de los alrededores invadiera su mente.
Por supuesto, no durmió.
Dormir era un capricho para ella, y a pesar de que durmió poco desde que fue transportada a este mundo, extrañaba el confort y la tranquilidad que le ofrecía tumbarse en una cama y descansar. Aunque ella era una persona de buenos modales en parte gracias a la instrucción que recibía de su hermana mayor, gustaba de levantarse tarde o de pasar la mayor parte del tiempo recostada, ya sea leyendo o jugando videojuegos. Eso a su hermana no le agradaba en lo personal y buscaba corregirlo con el llamado refuerzo negativo.
—Nee-sama, porqué escondiste mis eroges— refunfuñaba.
Pero su hermana parecía no prestarle atención y la ignoraba. Sin embargo, ella no se rendía.
—Akemi baja tus pies de la cama, no comas ahí, usa el escritorio si no puedes bajar al comedor.
Ella recordaba todas sus conversaciones con su hermana. Las veces que le hacía enojar, y no la dejaba entrar al gremio. Recordó cuando una vez su hermana habló de ella con uno de sus amigos del gremio, y éste amablemente le soltó un discurso un tanto fofo de la relación entre los hermanos y la complicidad que debían tenerse. En ese momento Akemi se lo tragó y se calmó por un tiempo haciendo todo lo que a su hermana le pareciera. Ésta se sorprendió por el repentino cambio de su hermana menor, a pesar de que en el fondo pensaba que no había cambiado, que ya se le pasará.
Y tuvo que pasar mucho tiempo para que eso suceda.
Por cierto, el tipo del discurso fue Touch-me.
Akemi lo recordaba no con aprecio sino con cierto entusiasmo fanático, platónico. Ella se había quedado completamente prendada de él. Su hermana mayor lo sabía, pero nunca insinuó nada ni la molestó. Ella ya sabía que él era un hombre hecho y con un futuro en sus manos. Y la pequeña era una niña torpe e incomprensiva, aunque brillante en ocasiones, pero aún inmadura.
No obstante, su hermana nunca la limitó, la dejó relacionarse con todos sus camaradas del gremio y ellos le compartían consejos para llevarse tanto dentro como fuera de Nazarick.
Por supuesto, hablamos de hace años cuando el juego era motivo de las conversaciones más habituales y todo el mundo disfrutaba de éste y le dedicaba mucho tiempo a sus personajes, a sus gremios.
Recordó la última vez que entró al juego. Había iniciado sesión el mismo día del cierre de éste, esperando encontrar a sus viejos amigos. Ella no tenía un gremio propio porque no contaba con suficientes personas para abrir uno. Pero sabía exactamente quienes eran y donde encontrarlos.
A diferencia de ella que jugaba ocasionalmente, su hermana mayor abandonó su gremio hace meses, para irse a estudiar al extranjero.
Logró encontrar a varios y quedar en buenos términos con ellos.
—Nos reuniremos luego —le decían.
Mientras cada uno se disponía a cerrar sesión ella se mostraba reacia a hacerlo. Quería quedarse hasta el final, después de todo, no tenía por qué levantarse temprano al día siguiente. Su hermana ya no estaba con ella y a sus padres no les importaba.
A menos de un minuto para que el servidor se apague, suspiró pesadamente. Como una sucesión interminable le vinieron a la mente las cosas que tenía que hacer en los próximos días. Por supuesto, ella todavía no olvidaba sus deberes como una estudiante de preparatoria.
Me pregunto qué otro juego pretende llenar el vacío de Yggdrasil, pensó, mientras los segundos corrían lentamente a un lado de su interfaz. ¿Yggdrasil II? Bromeó y se rio para sí.
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