Illius me paenitet
Rafaela se sorprendió en su apatía de que la prófuga no peleara. Tenía una idea que pecaba de estereotipada en lo que a traidores refería. No era mentira que esperaba ver la famosa Espada Rápida de la que le hablaron, aunque eso le costara un par de heridas de gravedad considerable, antes de rematar el trabajo.
Pensó con seriedad en dejar que los gusanos se comieran el cuerpo al aire libre, sin sepultura alguna, pero actuó por instinto. Tuvo que tomarla en brazos. Descubrió por el tacto lo que sabía desde que la encontró por el yoki, horas antes, cuando renunció a lo que le hubiera dado un poco de pelea a su obligación. Se preguntó si sería amante de ese otro guerrero, mientras que apartaba hebras ultrafinas de un rostro levemente surcado por el paso del tiempo en soledad. Probó sus labios antes de cubrirle con rocas en una gruta y se sorprendió de nuevo, al encontrarlos fríos. A minutos de la muerte, eso era extraño. "Irene, la de sangre fría", eso le parecía más apropiado. Metió la lengua en su boca. La contagió del calor que hervía su cuerpo y se lamió los dedos antes de adentrarse entre sus piernas. Como si aún viviera y pudiera lastimarle o molestarle de modo alguno la tierra en sus manos o la falta de delicadeza. Sí, ella debió ser una mujer muy quisquillosa en ese aspecto. Palpó los senos que se escondían bajo el cuero ajustado que no tardó en desatar para saborear mejor. Hubiera sido perfecto, si solo respirara y una tristeza inexplicable embargó a Rafaela.
