Disclaimer: nada del potterverso me pertenece

En este fic se mencionan elementos de la Magia Hispanii (concretamente en el capítulo 10 y posiblemente en capítulos posteriores aún no redactados). La Magia Hispanii no me pertenece, sino que es propiedad de su creadora, Sorg-esp

Nota del autor: esta historia está ambientada en la Segunda Guerra Mundial

Personas principales:

Charlus Potter, padre de James y abuelo de Harry. Todavía en Hogwarts, conocerá a un piloto muggle que le hará plantearse alistarse en el ejército.

Harold Potter, hermano mayor de Charlus (personaje inventado). Joven con ansias de entrar en la guerra y defender a su país.

William Weasley, padre de Arthur y abuelo de Ron (personaje inventado). Auror miembro de la recién creada Real Fuerza Aérea del Ministerio de Magia, un cuerpo de hombres y mujeres que vuelan en escoba.

Sarah Granger, tía abuela de Hermione (personaje inventdo). Enfermera muggle en el ejército

Albus Dumbledore, profesor de Transformaciones de Hogwarts. Principal voz a favor de la intervención mágica en la guerra.

Gellert Grindelwald, mago tenebroso. Misterioso mago oscuro que podría estar colaborando con la Alemania de Hitler.

James Preston, piloto de la Real Fuerza Aérea Británica que se verá inmiscuido en el mundo de los magos.

Elphinstone Urquart, Jefe del Departamento de Seguridad Mágica del Ministerio de Magia, principal voz en el Wizengamot en contra de la intervención mágica en la guerra.

1

James

Diario El Profeta. 3 de septiembre de 1939

¡GUERRA!

La Alemania nazi de Hitler ha invadido Polonia en un limpio movimiento. Como respuesta, Francia e Inglaterra han declarado la guerra a Alemania. Un conflicto se ha desatado en Europa. Mientras tanto, el primer ministro muggle, Winston Churchill, ha pedido expresa ayuda al Ministro de Magia AlistairCadwallader quien ha reunido al Wizengamot en pleno para decidir si los magos han de prestar su ayuda a los muggles en esta guerra, contradiciendo el Estatuto Internacional del Secreto, o mantenerse al margen. Dos facciones se han formado, una a favor de la intervención, con Albus Dumbledore a la cabeza, y otra en contra, con ElphinstoneUrquart como líder. El Wizengamot se encuentra ahora mismo reunido y...

—Orden… ¡Orden! —El hombre que se encontraba en ese momento en el estrado daba pequeños golpes con su mazo. De inmediato, la mayoría de los presentes en el Wizengamot mantuvo silencio, aunque aún podían oírse murmullos—. Señoras y señores, estamos aquí para deliberar acerca de la situación actual del mundo muggle. Como saben, antes de ayer, 1 de septiembre de 1939, Alemania invadía Polonia y las partes muggles de Francia e Inglaterra, quienes a su vez declaraban la guerra a la Alemania nazi. Inmediatamente, me puse en contacto con el primer ministro muggle, Winston Churchill, para hacer balance de la situación. Si nos hemos reunido hoy aquí es para dirimir qué debemos hacer: si entrar en la guerra, como Churchill me ha solicitado, o no hacer nada.

Los murmullos se elevaron, combinados con gestos de afirmación y otros de negación. Inmediatamente, alguien se levantó.

—El tribunal concede la palabra Elphinstone Urquart, del Departamento de Seguridad Mágica.

En realidad se trataba de un joven alto, de pelo negro y mirada incisiva. Vestía una túnica elegante, de color oscuro. En definitiva era alguien que debió terminar Hogwarts hacía poco tiempo, pero que seguramente tenía influencias en el Ministerio.

—Miembros del Wizengamot. Os digo que no debemos atender a la petición de ese ministro. Tenemos nuestras propias obligaciones y hace siglos que no nos inmiscuimos en asuntos muggles por orden del Estatuto Internacional del Secreto. A esa guerra yo digo que no debemos participar, pues es un asunto que no nos concierne.

—Palabras de un ignorante, Elphinstone. —Interrumpió un hombre con rostro afilado y una abundante barba castaña. Su voz era calmada y, a la vez, diligente.

—El tribunal da la palabra a Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, profesor de Transformaciones de Hogwarts.

Dumbledore era un hombre de unos cincuenta años, de pelo y barba castaños y que usaba una túnica azul marino con motivos celestes y gafas de media luna.

—Gracias, miembros del tribunal. Al contrario que mi compañero, el señor Urquart, yo si abogo porque los magos ayudemos a los muggles en contra de la expansión del nazismo. Sé que muchos no sabrán de qué se trata, pero es una amenaza y debemos detenerla.

—¿Y qué me dices, Dumbledore, de los magos alemanes? ¿Crees que ellos se quedarán de brazos cruzados o por el contrario ayudarán a sus compatriotas muggles? Te recuerdo que ahora mismo se está alzando la figura de Gellert Grindelwald —dijo Urquart.

—La Oficina del Ministro y el Cuartel de Aurores están al tanto de la amenaza que supone ese mago, pero, a decir verdad, se encuentra demasiado lejos de aquí para suponer un peligro inmediato. De todos modos, estamos hablando de ayudar a los muggles ingleses en la guerra, no de enfrentarnos a los magos alemanes —dijo el presidente del Wizengamot.

—Mi postura es clara en este sentido, miembros del tribunal. Propongo crear una fuerza de choque que colabore secretamente con los muggles—propuso Dumbledore.

—Y yo propongo lo contrario, cumplir con el Estatuto Internacional del Secreto y no inmiscuirnos. Los demás Ministerios Mágicos de Europa no se han pronunciado al respecto.

De nuevo hubo una seria discusión entre los miembros del tribunal, de modo que el presidente acabó por dar la sesión por concluida, sin llegar a un acuerdo. Albus Dumbledore salió de la sala acompañado de su amigo y confidente Elphias Doge, un hombre medio calvo y más bajo que Dumbledore, que vestía una túnica color esmeralda.

—Menudo dilema. Ese Urquart es idiota.

—Resulta que es el marido de Minerva, Elphias, pero tranquilo, no tenías manera de saberlo.

—¿Crees que el Ministro accederá a tu petición?

—Tiene que hacerlo. Me han llegado noticias de que Grindelwald está reuniendo un ejército. Es muy probable que quiera intervenir en la guerra a favor de Hitler. Debemos crear una alianza con los muggles y entrar también en la guerra.

—Elphinstone Urquart tiene influencias entre los miembros del tribunal. Hará lo posible por no intervenir en la guerra.

—Eso no me supone problema alguno, Elphias.

Dumbledore sonrió de manera enigmática. Su amigo, por su parte, no supo cómo tomarse esa noticia. De repente, alguien llegó corriendo hasta Dumbledore.

—Profesor, noticias desde Hogwarts. Un avión del ejército muggle ha caído en los terrenos del colegio. —Dumbledore frunció el ceño. Hogwarts estaba fuertemente protegido por medio de hechizos que impedían a los muggles incluso ver el castillo, aunque se imaginaba que un avión estrellándose en los terrenos no podía hacer nada. Se imaginaba a ese hombre, mientras caía, viendo unas ruinas que luego tomaban forma hasta ser un castillo perfectamente definido.

Dumbledore se despidió entonces de su amigo y abandonó presto el Ministerio.

Mientras tanto, a varios kilómetros de allí, un joven leía el periódico. El estallido de la guerra ocupaba todas las portadas, incluso la del Profeta Vespertino.

—Tiene mala pinta, ¿no crees? —decía un joven de pelo castaño.

—Sí. Aunque el Ministerio aún no se ha pronunciado al respecto de qué va a hacer.

—¿Por qué crees que el Ministerio hará algo, Harold?

—Porque es evidente, Thomas. Alemania e Inglaterra se han declarado la guerra. Más tarde o más temprano notaremos los efectos de esta contienda.

—Los magos no se inmiscuyen en asuntos de muggles desde hace siglos.

—Harold —llamó un hombre mayor.

—Es mi padre, tengo que irme. Nos veremos mañana.

Caminó hasta el hombre que lo había llamado y salieron. Fuera, en las calles de Londres, caía una lluvia copiosa.

—¿Te has enterado de la noticia, padre?

—Sí, pero no me preocupa. Los magos no se mezclan con los muggles desde hace siglos. Normas del Estatuto Internacional del Secreto.

—Sí, lo sé, pero es evidente que esto nos afectará, ¿no crees?

—Harold, si de algo estoy convencido, es de que las guerras de los muggles no deben importarnos. Nunca lo han hecho y tampoco lo harán ahora. Vámonos.

El señor Potter podía llegar a ser muy testarudo. Eso era algo que Harold Potter sabía demasiado bien. Puede que pensase acerca de que no debían entrar en esa guerra, pero Harold tenía un presentimiento, un terrible presentimiento acerca de todo aquello. Pasase lo que pasase, sabía que se iba ver metido hasta el fondo. Pero dejó a un lado esos pensamientos y siguió a su padre.

Por otra parte, en Hogwarts, dos chicos de unos dieciséis años estaban tumbados en la verde hierba, contemplando el cielo. Acababan de salir de clase de Encantamientos y estaban derrotados, porque para ser de los primeros días de curso, estaban viendo muchas cosas. Ahora tocaba relajarse un poco hasta la próxima clase. Su nuevo horario tras los TIMOS les dejaba más tiempo libre que, no obstante, sabían que tendrían que emplear en estudiar.

—Mira, allí va otro —dijo señalando un punto en el cielo.

—Ya van diez con ese. Parece que lo que dicen va en serio.

Llevaban toda la tarde viendo extraños aparatos voladores pasar por encima del castillo. Habían escuchado a Melissa Henderson, que era hija de muggles, decir que eran aviones de guerra, pero no habían hecho demasiado caso. Hasta ese momento.

—¡Charlus, mira!

Se habían percatado de que una de esas cosas echaba humo y descendía sobre el Bosque Prohibido. Se levantaron y corrieron hasta el lugar donde podría caer el aparato.

—¡Milton, espérame, no corras! —gritaba Charlus.

Llegaron hasta la linde del Bosque Prohibido, a tiempo de ver como el aparato se estrellaba entre los árboles. Entraron corriendo y llegaron hasta un claro, donde el aparato, ahora destrozado, se encontraba envuelto en llamas. Los dos jóvenes sacaron sus varitas, pero no sabían cómo apagar aquel fuego, por lo que corrieron hasta la cabina con cuidado y sacaron el cuerpo inconsciente de un hombre, alejándolo de aquella cosa, a tiempo antes de que estallase con una fuerza tal que seguro que todo el castillo se percató de ello.

Enervate—dijo Charlus, apuntándole.

El hombre despertó, pero inmediatamente se puso a gritar de dolor. El compañero de Charlus, Milton, lo aturdió.

—Mejor que lo llevemos al Castillo. En la Enfermería sabrán que hacer.

Minutos después, aquel hombre se encontraba siendo atendido en la Enfermería. Dumbledore había llegado desde el Ministerio y en ese momento se encontraba hablando con los chicos, que le habían relatado lo ocurrido. Ya había recibido noticias del estado del piloto y procedió a comunicárselo a sus salvadores.

—Bien, he de decir que el señor Preston se encuentra bien y que de momento podrá quedarse aquí hasta que se recupere. Después le haremos un borrado de memoria y podrá marcharse. Por el momento, ustedes volverán a sus actividades cotidianas.

—Profesor Dumbledore —llamó Charlus.

—¿Sí, señor Potter?

—¿Se ha llegado a un acuerdo en el Ministerio? Acerca de la guerra.

El padre de Charlus tenía oídos en el Ministerio y le había dicho que Dumbledore tenía pensado ir al Ministerio para convencer al Wizengamot de que los magos interviniesen en el conflicto.

—No, todavía no se ha dicho nada. Buenas tardes, caballeros.

Charlus y Milton fueron entonces al Gran Comedor, horas más tarde, donde ya se iba a servir la mesa. Entonces, el director Armando Dippet se acercó hasta el estrado para hablar. Pudieron darse cuenta de que el tal Preston, el hombre que se había estrellado, estaba en la mesa de los profesores, asustado. Debía de ser un poco más mayor que ellos dos. Un murmullo recorrió toda la sala. No sólo por el hecho de que un muggle se hubiese estrellado en Hogwarts, sino también porque era un hombre que iba a la guerra que se acababa de desatar en Europa. Eran los alumnos nacidos de muggles o que tenían alguna relación con ese mundo, los que precisamente estaban más preocupados, los que se preguntaban quién era ese hombre.

—Alumnos, hoy han ocurrido dos eventos que debéis conocer. En primer lugar, esta mañana un avión, un artilugio muggle capaz de volar, se ha estrellado en el Bosque Prohibido. En él viajaba el señor James Preston, que hoy nos acompaña —los alumnos dieron un pequeño aplauso —. El señor Preston pilotaba ese aparato porque se dirigía a una guerra, una guerra que ha estallado en el continente y en la que Inglaterra está envuelta. Por el momento no debéis preocuparos, pero considerad el hecho de que seguramente el mundo mágico se vea envuelto en este conflicto. Y ahora, a cenar.

Mientras comían, alguien preguntó a Charlus:

—¿Es cierto que vosotros rescatasteis a ese hombre, Charlus?

—Sí, lo hicimos —dijo Milton mientras sonreía y atraía las atenciones de quienes los rodeaban. Charlus prefería no decir nada. Dorea siempre le ponía nervioso.

—Qué valientes —alcanzaron a oír que decía alguien.

—Sí, debió de ser alucinante —comentó otra persona.

Al rato, los dos estaban en su dormitorio. Charlus al menos tenía la impresión de que las cosas estaban a punto de cambiar. Días después, podía ver al tal Preston caminar por los pasillos, ayudado por la Enfermera del colegio. Un día, una de sus muletas se calló, de modo que Charlus, que estaba cerca, la recogió.

—Gracias —dijo él.

—No hay de qué. ¿Iba usted a la guerra?

—Charlus, por favor. El señor Preston necesita descansar —dijo la enfermera.

—No importa —aseguró Preston —. Sí, iba a la guerra. Volábamos hacia Francia, al frente. Los alemanes se dirigen allí también, así que tenemos que reunir todas las fuerzas posibles. Me gustaría saber qué está pasando fuera de estos muros, pero vuestros periódicos no ofrecen más información que esas deliberaciones de vuestro tribunal. Aparte de que me asustan un poco las imágenes en movimiento.

Ambos rieron.

—De momento no llegan muchas noticias, señor. Si quiere puedo mantenerle informado.

—Te lo agradecería. ¿Te llamas?

—Charlus Potter, señor.

—James Preston. Un placer.

Y continuó con su rehabilitación.

Una semana después, después de que Charlus le hubiese mantenido bien informado gracias a lo que su padre y su hermano Harold le contaban por correo lechuza, llegó el momento de que el señor Preston se marchase. Ya se había recuperado totalmente de sus heridas y había agradecido a todo el mundo que lo había ayudado en su recuperación. Dumbledore lo acompañó hasta las afueras de Hogsmeade.

—He de suponer que me hará usted algo, ¿verdad? Para olvidar.

—Supone usted bien. Lo lamento, señor Preston, pero no puedo dejar que se vaya viendo lo que ha visto. Nos regimos por un Estatuto de Secreto. Ustedes, literalmente, no deben saber de nuestra existencia.

—Lo entiendo. Sólo una cosa. ¿Van a ayudarnos?

—Trato por todos los medios de que así sea, señor Preston. Y ahora...

—Me ha gustado estar aquí. Si pudiera pedir un deseo ahora sería no olvidarlo. Por favor...

Dumbledore bajó la varita mientras meditaba sobre el asunto. Lo cierto es que Preston podría serles de ayuda más adelante.

—No debería, pero algo me dice que tendrá usted un papel importante en el futuro. Muy bien, puede irse. No le haré olvidar. Pero no podrá volver aquí, señor Preston. Quizás conozca a algún mago o bruja en el futuro, pero Hogwarts jamás volverá a ser mostrado para usted.

—Me contento con haber estado. Muchas gracias, profesor Dumbledore.

El director se dio la vuelta y volvió al pueblo, mientras James Preston iba en dirección contraria. Quién sabía, quizás sí que sería de ayuda en el futuro. Pero aún faltaba para eso. Ahora mismo, una guerra se había desatado en Europa.