Hola!!!

Aclaraciones

1. Astoria/Daphne serán hijas de Narcisa y Lucius.

2. La historia se desarrollará (mayormente) en un ambiente Muggle. (Aunque para algunos existe la magia).

3. Los Padres de Harry están vivos.

4. Los personajes no me pertenecen son de J.K Rowling.

Sin más espero les guste la historia.

Capítulo I

Vidas entrelazadas

Era un único mundo. Con una parte evidente y otra oculta tras los escenarios de la primera. Los Muggles se movían en la esfera monótona, simple y, para los que pertenecían a la parte oculta, aburrida. Los otros, considerándose más listos que los primeros, vivían en ambas esferas. Muchos, de los denominados magos y brujas, se sentían superiores sobre aquellos que no poseían ese don de la magia.

El mundo de la magia fue expuesto ante los ojos de una muggle solo una vez. Por el período de pocas horas. Hasta que la llama de la magia que ardía en el mago se apagó y quedaron confinados en el mundo muggle. No es que fuese completamente malo o deprimente; era peligroso, para un mago, vivir como un muggle...siempre sería peligroso.

La familia Malfoy era conocida por todo el mundo mágico. El señor Lucius, cercano al ministro de magia, daba importantes reuniones todos los domingos en uno de sus extensos jardines. Desde muy joven fue la encarnación de su padre, siguiendo al pie de la letra cada regla aprendida. Era el epítome de la elegancia y la aristocracia; uno de los magos más reconocidos y de mayor prestigio.

Narcissa Black de Malfoy, en sus años de adolescencia, era la joven con más pretendientes en Hogwarts. De palabras ágiles y de decisiones extremas; nunca se conoció uno en la familia Black que le igualara en ingenio e inteligencia. Tras haberlo pensado mucho, y conociendo que no había un mejor candidato, a la edad de veinte y cinco años se casó con el distinguido Lucius. Eran felices, eran la pareja ideal y la viva imagen de una pareja perfecta.

Producto de aquella unión, más por conveniencia que por amor, resultó un retoño lleno de magia y sueños. El unigénito de los señores Malfoy nació antes del tiempo indicado y resultó en un parto complicado que le hizo debatirse entre la vida y la muerte. Aquel día, por primera vez, Lucius Malfoy detuvo su ajetreada agenda y fue al hospital tan pronto supo que su hijo parecía venir con problemas.

Aquel día el hombre de cabello platinado y destellantes ojos atravesó la puerta de San mungo, él único hospital Muggle al que los magos asistían cuando los partos venían con complicaciones. A Lucius se le revolvió el estómago de solo pensar que su hijo tendría contacto con un muggle al momento de su nacimiento. No odiaba a esas criaturas, pero las consideraba inferiores a sí mismo. Aún así, sabía que eran muy inteligentes y que podían hacer prodigios sin necesidad de la magia.

-Soy Lucius Malfoy, mi esposa está en sala de parto.- se presentó con cierto asco en la lengua. Tener una doble vida a veces resultaba interesante, pero en la mayoría de los casos prefería no tener ninguna cercanía con el mundo de los Muggles.

-¿Cómo se llama su esposa?- preguntó una mujer de cabellos rojizos y mirada verde evaluando con un intento de sonrisa al hombre de extraño porte inglés.

-Narcissa Black.- contestó.

-Llegó hace unos veinte minutos...permítame ir a preguntar si puedo dejarle entrar.- pidió la mujer poniéndose de pie y caminando a paso relajado lejos del hombre que no hizo más que seguirla con su penetrante mirada.

Lucius no se sintió contento al tener que esperar, pero sabiendo que no tendría mas alternativa se giró dispuesto a alejarse. Cruzado de brazos se detuvo observando cómo unos Muggles caminaban hacia una de las enfermeras. La mujer castaña parecía hiperventilar, caminaba recargando una mano de su cadera y el hombre, cargando un bulto en uno de sus hombros, le ayudaba torpemente. Si hubiese prestado maayor atención, quizás la hubiese reconocido.

-Mi mujer está de parto.- le escuchó decir Lucius al hombre de cabellos castaño casi rubios.

-Señor Malfoy. Sígame.- pidió la enfermera y él sacó de aquellos Muggles la mirada y se internó en el largo pasillo que le conduciría hacia sus hijos.

Aquellos Muggles que recién habían llegado eran los señores Granger. Reconocidos dentistas, con una de las oficinas más grandes de todo Londres. La señora Granger había cumplido los meses pertinentes hace no mucho y un extraño malestar le advirtió que su pequeña hija deseaba salir.

En aquel hospital nació Draco Malfoy, más pequeño y frágil que ningún otro Malfoy. Los doctores temieron su muerte cuando le vieron, pero se relajaron cuando el retoño sobrevivió las primeras veinte y cuatro horas. Muy pocas horas luego, Hermione Granger había nacido, en perfecto estado y con unos cortos, casi invisibles cabellos muy claros en su cabecita.

Los padres de ambos bebés jamás hubiesen imaginado que más adelante, la vida de esos dos niños quedaría enlazadas, y que luego...ellos mismos, buscarían la manera de volver a juntarse. La familia Granger abandonó el hospital muy pronto, la pequeña estaba en perfecto estado y no era necesario que estuviesen en el hospital mucho tiempo. Draco estuvo una semana y media en una incubadora, el señor Lucius no se movió de aquel lugar hasta que tuvo a su hijo en manos y a su esposa a su lado.

-Me preocupa lo que dijeron los Muggles.- susurró Narcisa mientras dejaba al pequeño crío en la enorme cuna.

-Draco estará bien. Es un Malfoy.- le tranquilizó el hombre de la casa abrazándola delicadamente de la cintura. Atrayéndola cerca y atrapando su boca en un beso lento que consiguió hacer sonreír a la señora Narcisa.

-¿Y si intentamos tener una niña?- cuestionó Lucius con una sonrisa, Cissy sonrió, pero solo le dio un empujóncito y se alejó hacia su hijo que ya comenzaba a hacer unos ruidos en busca de atención.

Pese a la aparente negativa de la señora Malfoy, siete meses más tarde estaba embarazada nuevamente. El niño Malfoy ganaba fuerzas poco a poco, y pese a que era aparentemente débil su padre se sentía orgulloso de él. Lucius sabía que ese niño seguiría sus pasos y tendría una posición cercana al ministro y un puesto importante.

Por el contrario, Hermione crecía con rapidez, era una niña sana y con una inteligencia envidiable. Sus padres la amaban, cada uno a su manera y en medio de los misterios que rodeaban la familia. El señor Granger deseó en muchas ocasiones tener otro hijo, pero por más que compartió la cama con su mujer, jamás recibió la buena noticia.

-Mi amor. ¿A dónde vamos?- preguntó Jean entrando al cuarto matrimonial. Su esposo se giró y la recibió con un beso y una sonrisa antes de girarse a terminar con la maleta.

-Los Potter nos invitaron a pasar unos días en la finca. No me pude negar.- explicó el hombre de la casa cerrando la maleta. La sonrisa en los labios de Jean comenzó a borrarse poco a poco, solo un gesto indescifrable permaneció en su rostro.

-¿Los Potter?- cuestionó.

-Sí, mi amor. Avísale a Hermione. No se dónde se ha metido.- murmuró Sr. Granger.

-Claro.- respondió ella.

Los Potter eran de ese grupo intermedio que sentía gusto de acercarse tanto a magos como a Muggles. James Potter había sido un joven astuto, orgulloso y grosero; pero cuando adquirió la madurez suficiente terminó enamorado de una muggle. Lily Evans era la viva imagen de la simpatía y la sensibilidad, conoció a James por casualidad en un café y se enamoraron con un corto intercambio de palabras.

Él jamás le confesó su mayor secreto. Su lado de brujo. Ella nunca lo sospechó, hasta que nació Harry Potter, producto de aquel amor desbordante que ambos sentían. Entonces él le dijo la verdad, pero jamás le mostró lo que era realmente la magia. Los Muggles no podían tener contacto con ella, sería considerado un delito delante del ministro mágico.

- Cariño...- murmuró la señora Granger llegando a donde su única hija.

Hermione, con catorce años de edad, se encontraba sentada sobre su cama con un libro entre sus manos. Historia de España. Su Segundo libro preferido luego de los libros de crimes ficticios. La joven dejó el libro a un lado por unos momentos y se apresuró a sonreírle a su madre a modo de saludo.

-Este fin de semana iremos todos a visitar a los Potter.- le avisó con una sonrisa.

-Que Bueno, últimamente ustedes no me acompañan a ver a Harry los fines de semana.- comentó con una sonrisa la castaña. Ella solía ir muy seguido a la hacienda de los Potter, eran como sus tíos; ella estudiaba con Harry en el mismo colegio.

-Mi amor, quizás no deberías ir tanto a esa casa. Harry es un adolescente ya y se ve un poco feo que anden solos en esa hacienda.- comentó la señora Jean sentándose junto a su hija.

-No estamos solos, mama, los señores Potter siempre están. Además, Harry es como mi hermano.- murmuró la joven sonriendo ante el no muy atinado comentario de su madre.

-Claro, pero preferiría que fueras menos.-insistió dándole un beso en la frente, poniéndose en pie y dejándo a la joven sola.

Algunas horas más tarde estaban atravesando la entrada de la haciendo. A Hermione siempre le había encantado ese lugar, era enorme y hermoso. Además tenían muchos caballos, a ella le fascinaban. ¡Además, el señor Potter, a escondidas, a veces les dejaba disparar contra un muñeco de práctica que tenía en un cuartucho! Él era guardaespaldas, más por amor que por necesidad, y Hermione admiraba su valentía.

-¡Harry! - corrió hacia él cuando el auto se detuvo, el moreno la recibió con una enorme sonrisa y un abrazó.

-Que bueno que llegas, la hacienda comenzaba a aburrirme.- comentó el azabache dejando escapar un largo suspiro. Sus ojos esmeralda brillaron tras la sombra de los espejuelos redondos.

-Había mucha tarea, no sé como puedes aburrirte.- habló la castaña con una sonrisa.

-Eso mismo dije yo, Hermione. Deberías enseñarle a Harry el arte de estudiar.- comentó James Potter acercándose a los jóvenes; saludó a la chica con una caricia en el cabello antes de dirigirse hacia sus padres.

-Que bueno verte, James.- saludó Herman Granger. James sonrió, estaba por responder cuando la voz de su querida esposa le interrumpió.

-¡Que gustó tenerlos aquí!- con su cabello perfectamente arreglado y sus ojos color esmeralda brillando a causa de su eterna alegría Lily se acercó.

-Estas preciosa, Mione.- comentó dándole un beso en la mejilla a la joven, quien no tardó en agradecer antes de seguir conversando con Harry.

-Nos sentimos felices de tenerles por aquí.- comentó Lily saludando a la pareja Granger con besos antes de abrazar por la espalda a su marido. James sonrió, con cierto nerviosismo. Pasó su mirada de Herman a Jean, evitando tener contacto visual con la mujer de castaño cabello.

-Pasen, les advierto que espero y no hayan almorzado porque la comida que envíe a preparar esta deliciosa.- siguió hablando LIly mientras les invitaba con gestos a entrar.

Herman era aficionado de la cocina, así que no tardó en aventurarse tras la hermosa esposa de James mientras cuestionaba que había enviado a preparar. Lily amaba platicar con el señor Granger, a ella también le encantaba la gastronomía y solían intercambiar ideas. Harry y Hermione se habían desaparecido del lugar apenas sus padres se habían despistado. Rezagados quedaron James y Jean; cruzaron una mirada y luego caminaron hacia la puerta de entrada.

-Pensé que no vendrías...- murmuró James mirando cómo su esposa reía a viva voz con Herman algunos pasos por delante.

-Pensé en no venir...- aceptó ella intentando moderar su tono de voz hasta que fuese casi insonoro.

-Me he disculpado muchas veces.- susurró Potter.

-Nunca te voy a perdonar.- le advirtió ella mirándole con un viejo dolor en los ojos. Dolor que aún le laceraba el corazón y le dejaba con un vago deseo de llorar.

-Entiendo. Pero...me da gusto que permitas que nuestros hijos sean amigos.- admitió el pelinegro bajando la vista, no se atrevía siquiera a intercambiar miradas con aquella mujer que de hace tantos años conocía. A la cual había lastimado, aún cuando el propósito era hacer las cosas correctamente.

-No puedo escoger los amigos de mi hija; si pudiera...ellos no serían amigos.- murmuró Jean antes de apresurar sus pasos para dar alcance a su esposo. Envolvió sus manos alrededor de su brazo derecho mientras él seguía hablando con LIly.

Pasos por detrás se había quedado James, con una mirada llena de remordimiento y miedos. El moreno estaba próximo a detenerse, decidido a ir al baño y arrojarse agua al rostro cuando escuchó un murmullo. Dio media vuelta y vio a sus dos jóvenes favoritos detrás del haciéndole señales con las manos para que fuese con ellos.

-¡Voy en un momento Lily!- le avisó a su esposa, quien pareció no escuchar, porque no interrumpió su conversación, pero él sabía que le había oído.

-¿Qué andan haciendo ustedes dos?- cuestionó James acercándose a ambos.

-Le dije a Hermione que compraste un arma nueva. ¿Vamos al cuarto para que se la muestres?- cuestionó el de verdes ojos animadamente. Ambos disfrutaban pasar tiempo con el señor Potter, él era divertido, extrovertido, siempre les cubría y animaba.

-Pero nada de disparos.- Les advirtió el hombre de la casa.

-Nada de disparos.- aceptaron ambos, aunque intercambiaron una mirada cómplice.

-Vamos.- murmuró James con una sonrisa abrazándoles por los hombros mientras echaban a andar.

Mientras, los Granger habían llegado al comedor con Lily. Estaban sentados en la mesa platicando animadamente. En efecto, Herman y Lily ni siquiera se habían percatado de la ausencia de sus hijos. Comentaban de un platillo italiano y Jean había quedado rezagada de la conversación. La mujer castaña, aburrida de escucharles hablar de comida, rastreó el comedor con sus ojos e intentó mantenerse distraída.

-Próximamente te invitaré a comer a casa y yo mismo cocinaré.- comentó Herman con una sonrisa sincera en sus labios.

-Eso es un compromiso que no planeo evitar.- murmuró de manera cómplice Lily regresándole la sonrisa.

-Sí supieras que hace más de un año que no cocino. Mi trabajo me tiene muy ocupado.- aceptó Herman.

-Me imagino, tengo entendido que han extendido la clínica.- comentó Lily.

-Sí, es enorme. Tenemos interés en abrir unas dos clínicas más. Planeo dejar a Hermione alfrente de una cuando sea adulta.- explicó Granger lleno de ilusión y orgullo.

-Esa niña es tan ingenioso. Aunque déjame decirte que no se parece en nada a ti...ella es hermosa.- bromeó la señora Potter sin saber que su comentario había provocado una tensión involuntaria en el cuerpo de Jean. Quien intento no parecer nerviosa y solo siguió observando una lampara que colgaba del techo.

-Mi Hermione está hermosa. Aunque Harry no se queda atrás, todo un jovencito hecho y derecho. Que mucho se parece a su padre. - comentó él.

-Es cierto, cada día se le parece más. Los amo tanto.- susurró Lily, sus ojos brillaron al pronunciar aquellas palabras.

-Hablando de ellos. ¿Dónde andarán?- cuestionó Herman intrigado, pero sin dejar de sonreír. Jean se tensó un poco, no le gustaba que su hija desapareciera en este lugar. La hacienda era enorme, y tenían por vecinos a una gente que ella consideraba desagradables.

-Seguro con James. Se unen esos tres y no hay quien los encuentre.- comentó la señora Potter.

Aquel comentario, en lugar de tranquilizar a Jean, la llenaba de cierto temor. Odiaba que su hija se acercara tanto a Potter, que lo quisiera tanto, que hablara tan bien de él. Pareciera que James se había ganado el amor de su hija, y ella la quería lejos de ellos y de los riesgos. No pudo evitar sentirse preocupada, preocupada de que la verdad saliera a la luz, de que todo lo que había construido se derrumbara.

Mientras, bastante lejos de aquel silencioso comedor, James y dos jóvenes se encontraban en un rústico, pero muy cuidado cuarto. El Potter mayor les Había cubierto las orejas a ambos chicos y había rebuscado en sus cosas hasta hallar su nueva adquisición. Esa arma ni siquiera había sido utilizada en una misión. Un tiro perfecto fue hecho por el hombre de negros cabellos y ambos jóvenes aplaudieron.

-¡Déjame intentar!- pidió Harry.

-Llegamos a un trato chicos.- les recordó James divertido.

-Solo un intento.- le apoyó Hermione colocando sus manos en forma de oración. A ambos les encantaba la adrenalina de poder producir un disparo.

-Un intento cada uno.- les advirtió el moreno pasándole el arma a Harry.

Ellos se divertían juntos, se entendían. James era confidente de ambos jóvenes, o eso creía él. Aún cuando el señor Potter era el mejor de los padres, según Harry, y el mejor guardaespaldas, según Hermione, ambos habían decidido esconderle algo. Un secreto que había iniciado hace un año y que solo concernía a ellos dos.

-¡Pensamos que moriríamos de hambre!- exageró Lily cuando vio a los jóvenes aparecer con su marido. Venían sonriendo y animados, como siempre que venían juntos.

-Hubiesen iniciado sin nosotros.- se disculpó James intercambiando un corto beso en los labios con su esposa, sin poder evitar sentirse ligeramente incómodo y cortar rápidamente el contacto entre ellos. Lily le sonrió y él se fue a ubicar al otro lado de la mesa, justo frente a ella.

-Lily me contó que estuviste protegiendo a un hombre aparentemente peligroso.- comentó Herman mientras los empleados comenzaban a traer los alimentos.

-Sí, en realidad protegí, junto a otros compañeros, una familia completa.- aceptó James, orgulloso de su trabajo y del resultado obtenido.

-Interesante. ¿Eran los buenos o los malos?- cuestionó el otro.

-Me quedé con la duda.- aceptó el de cabello azabache con una sonrisa mientras comenzaba a servirse comida.

-Los Weasley son gente honrada, claramente alguien les estaba amenazando porque atestiguaron contra un criminal. Además, su panadería es muy conocida y frecuentada; cualquiera podría querer hacerles daño.- intentó defenderles Lily.

-Es cierto, además, los Weasley no sería jamás parte de los criminales.- acotó Harry a la defensa de la familia de su otro mejor amigo.

-Es cierto.- murmuró Hermione, ella también creía que la familia de pelirrojos eran demasiado buenos para ser considerados criminales.

-Ante tal lluvia de evidencias. ¿Quién se atreve a condenar a los Weasley?- bromeó James golpeándole el hombro a Harry, el moreno menor sonrió y siguió comiendo.

-Aun así, luego de todo eso, la gente no les tiene mucha confianza. Incluso su clientela a disminuido.- se atrevió a hablar Jean por primera vez desde la llegada de James al comedor.

-La gente siempre comenta.- restó importancia Lily.

-Y más aún cuando quieren acusar a uno de tus hijos de asesinato.- comentó distraídamente Herman mientras comía.

-El joven Percy es intachable, le considero incapaz de matar a nadie. Aunque el caso jamás se halla esclarecido.- habló James, aquel hombre era recto e intachable, o por lo menos esa impresión le había dado en los meses que estuvo cuidándole.

En la hacienda de los Potter la noche no tardó en llegar. La misma estaba bastante esclarecida a causa de la luna llena. Hermione y Harry se encontraban escondidos cerca de la puerta que daba al prado que conectaba con los vecinos. El moreno, nervioso, vigilaba que nadie les hubiese visto bajar de las recámaras. La castaña se aseguraba de que no hubiese ningún empleado afuera, ser cachada no era lo más emocionante del mundo.

-Hermi, quizás no deberías ir. Tus padres están aquí, si quieren hablarte subirán al cuarto y...- comenzó a murmurar Harry nervioso. Le gustaba la aventura, pero estando el señor Granger presente le causaba miedo que los descubrieran.

-Ya les dije que voy a dormir, no subirán a hablar conmigo.- le aseguró la castaña de ojos color caramelo mientras abría lentamente la puerta.

-Pero...estos días han ocurrido cosas raras...no deberías salir a estas horas.- le pidió Potter, quería convencerla, aunque sabía que cuando una idea se metía en la cabeza de Granger nadie lograba sacarla: solo ella misma.

-Sí no me dejas ir llegaré tarde y volveré más tarde.- debatió ella divertida.

-Nos vamos a meter en problemas.- comentó Harry rodando los ojos. No podía evitarlo, ayudar a su amiga le llevaría a terminar castigado.

-¿Cuándo me han descubierto Harry?- interrogó Hermione divertida y con cierto orgullo.

-Nunca, pero...

-Nada. Nunca me han descubierto. ¿Por qué lo harían hoy?- preguntó divertida.

-Mañana es tu cumpleaños. ¿Por qué mejor no le vas a ver mañana? Invítalo a la fiesta que tendremos aquí.- le dijo el moreno nervioso.

-No, Harry. Él no puede venir. Además, tienes razon, mañana es mi cumpleaños y con más razón tengo que ir a verle.- le aseguró

-Es peligroso. Y yo siempre siendo cómplice tuyo.- se quejó el moreno mirando los alrededores con nerviosismo y temor.

-Juro solemnemente que me portaré bien y regresaré temprano.- le aseguró Hermione, estaba por deslizarse fuera de la casa cuando Harry volvió a detenerla.

-¿Y si tus padres se dan cuenta?- volvió él a insistir.

-No lo harán. Ve a dormir. Me aseguraré de que nadie se percaté cuando regrese.- murmuró la chica con una sonrisa, él moreno suspiró, no había forma de convencerla.

-Lo juraste. Regresa rápido. Y pórtate bien.- le advirtió.

-¿Cuándo me he portado mal, Harry?- preguntó inocentemente la castaña.

-Nunca. Pero a veces creo que enloqueces cuando vas a verte con él.- explicó él suspirando con cierta exasperación.

-Es un amigo.- intentó fingir ella.

-Un amigo que te gusta.- le acusó Harry.

-¿Gustarme? No seas exagerado.- intentó fingir la joven escondiendo su mirada de los ojos verdes de su mejor amigo.

-Es obvio que te gusta Hermione. Vienes acá casi todos los fines de semana aún cuando es un viaje de casi dos horas y lo haces solo para verlo. - comentó el joven.

-También vengo a verte a ti.- se excusó ella.

-Te gusta.- insistió Harry obstinadamente.

-Me voy.- le evadió ella y sin esperar una confirmación u respuesta salió apresurada por la puerta. No aceptaría sus sentimientos aún, todavía le causaba cierta vergüenza los sentimientos tan fuertes que tenía hacia aquel chico.

Hacia un año atrás que realizaba aquella escapada con ayuda de su mejor amigo. La primera vez, fue un error, se había perdido. De ahí en adelante, fue decisión propia cruzar de una hacienda a otra. En parte, era por él; era verdad: amaba venir casi todos los fines de semana a la hacienda de los Potter. A verlo a él.

Divisó el árbol frondoso que dividía ambas haciendas y pronto el ambiente cálido y agradable de la hacienda Potter fue sustituido por casi nada de árboles y muchas rosas plantadas estratégicamente. Vio la caballeriza a lo lejos, el lugar donde siempre le veía. Se apresuró a correr hacia allí. Cuando llegó, empujó la puerta cuidadosamente y esta cedió haciéndole entender que él la estaba esperando. Aquello le hizo sonreír.

Allí lo encontró. Estaba recostado en un matojo de paja. Tendido mirando el techo. Ella dio un paso cerca, percatándose de que él tenía los ojos cerrados y parecía casi dormido. Le observó en silencio, recordando la primera vez que se vieron.

"Pequeñas casualidades que te cambian la vida"

Continuará...

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