1.-Aventura en el tren del colegio.

La estación de King´s Croos estaba repleta, como siempre que era inicio de curso. Los magos se apretujaban para pasar con disimulo por el anden del expreso de Hogwarts, tratando en su mayoría de no llamar la atención de los muggles. Ese no era su caso. Iba a entrar a quinto y su madre aun lo llevaba. No era como que otras mamas no hicieran lo mismo, pero el motivo era diferente. Ellas lo hacían para cuidar a sus hijos y la suya, para poder criticar por toda la estación a los muggles y a los sangre sucia, en voz muy alta, y si no estaban por ahí cerca, a él, comparándolo con el empollón de su hermano.

-Regulus esto, Regulus lo otro, él si es una asquerosa serpiente como Quejicus y toda la familia...-repetía Sirius para si mismo, arremedando la cantaleta que oyó todo el verano, excepto los días que se pudo escapar con James, caminando con elegancia a pesar de ir jalando su baúl, motivo más para las quejas de su madre.

Por culpa de los muggles, sus hijos debían cargar su equipaje en vez de que lo hicieran por ellos los elfos domésticos, como correspondía a gente de su categoría.

El afán de superioridad de su madre era el mayor de sus problemas, otro era que criticó a sus amigos todo el verano, por sus padres, por ellos mismos, a Remus por no ser sangre limpia... vamos, ni James se le escapó y eso que su madre era una Black, pero entonces, a los ojos juzgadores del universo de Walburga Black, ese chico debería ser Slytherin, y de vuelta a empezar.

Sirius sonrió con una mueca ácida que le daba un aire intimidante a su bello rostro pensando en lo que la vieja arpía diría si se enteraba de todo lo que pensó durante el verano y de todo lo que planeo hacer durante el curso, de que él, "el primogénito de la noble casa de los Black", tenía pensado volar siquiera un par de retretes por semestre, y tal vez, aventar en uno a Quejicus, si es que decidía que el baño merecía la tortura de soportar algo tan asqueroso dentro.

Caminó tratando de no oír lo que decían su madre y el idiota de su hermano, buscando con los ojos a sus amigos hasta encontrar a James, a quien su madre abrazaba y mimaba como a la luz de sus ojos, adelantándose y dejándolos atrás.

-¿Y Remus y Peter?-le pregunto, ocultándose con ellos detrás de un grupito y recibiendo un asfixiante abrazo de saludo de parte de Dorea Potter.

-A Remus no lo he visto, tal vez llegó con una hora de antelación y se perdió por allí, y a Peter lo tengo guardando un compartimiento libre de serpientes.-le contestó, con mucho desparpajo.

-James, no hables así, mi amor.-lo regaño su madre, que al ser Black, había sido Slytherin.

-Perdón, mamá.-respondió, con una sonrisa adorable de dientes para afuera con la que ella quedo feliz.

-Vamos al tren.-ordeno Sirius, despidiéndose.

James lo siguió apenas logró que su madre lo soltara del último abrazo, yendo a perderse entre la gente del tren con su amigo. Era infinitamente mejor estar en el bullicio de éste que con sus madres, una por arpía y la otra por exceso de dulzura… tal vez si las mezclaban saldría algo normal…

Llegaron con dificultad a su compartimiento, ya que algo causaba conmoción en los pasillos, es decir más de lo habitual. Seguramente era una chica con una nueva mascota extravagante, ya que se oía su voz que gritaba algo como "sí, ese el es Señor Bigotes", imposible de ver por la gente que la rodeaba. Al fin, hallaron a Peter cerca de allí, con su baúl de siempre y una gran bolsa de recortes, su tarea de verano.

-Vaya que te esforzaste.-opinó James, dándole una hojeada a la bolsa llena de recortes de revistas muggles y algunos de la revista "Corazón de Bruja", la favorita del rubio tarado de Slytherin.

-Ustedes dijeron que era muy importante, aunque creo que mi mamá se ha hecho ilusiones de que me gusta alguna chica.

-¿Y no es bueno eso?-pregunto Sirius.

-No, se pasó el verano dándome consejos y yo…-el chico no tenia idea ni de que decir.

-No por eso. Es mejor que crea que te gusta una chica, malo si hubiera creído que era chico…-y se rio de su propio chiste.

-No es gracioso, Canuto…-lloriqueo el chico rata.

-Claro que lo es. Pero tú no le ves la gracia.-tercio James, buscando la aprobación del otro con la mirada.

Y como cinco segundos después no había nada más de que burlarse salió del vagón, preguntando con voz de trueno si alguien había visto a Lupin, llamando de inmediato la atención de un corito de chicas, donde, mala suerte, no estaba Evans para impresionarla.

Desde su asiento, Sirius mantenía el gesto de fastidio indiferente, molesto por las ausencias de sus dos amigos interesantes. Peter era más… tonto, y no se divertía con él, sino por él.

Buscando romper el silencio, éste le comenzó a contar sobre lo que investigó todo el verano: técnicas para conquistar chicas. De eso eran los recortes, que James le ordeno conseguir para ligarse a Evans, mil y un consejos de revistas del corazón para la plática, la cita, la noche, el regalo, la boda y hasta el color de los calzones perfectos para conquistar, logrando con su incesante parloteo que el ojigris le prestara atención, oyendo lo que decía hasta que su mejor amigo volvió jalando del brazo a Remus.

-¡Mira esto!-gritó, señalándolo y Sirius pensó que qué le tenía que ver, ¿lo lindo que era?

Frunció el ceño al sorprenderse con ese pensamiento y se fijo mejor, notando la insignia de prefecto.

-¿Así que tú vas a ser el encargado de cuidarnos?-preguntó, aguantándose la risa. Que mala elección había hecho Dumbledore si creía que Remus podría detenerlos.

Remus lo clavó con sus ojos dorados, ofendido.

-Pues quieras o no tendrás que oírme, Sirius.

-Si yo siempre te escuchó.- respondió con gesto enternecedor.- Otra cosa es hacer lo que digas.- pensó.

-Solo era broma, Remus, ¿verdad, Canuto?-preguntó Peter, tratando de prevenir pelea entre sus protectores. -¿Cornamenta?-insistió, viendo que Sirius no caso le hacia.

-Ah, para nombrecitos que tienen.-se metió en su plática, y en su vagón, una chica desconocida, que parecía ser de último curso, pero no la recordaban, y ellos conocían a todos.

Tal vez sería una estudiante de intercambio… Sirius había pasado parte del verano intentando que mandaran a su hermano a Durmstrang, donde decían, había una profesora diabólica que castigaba a los alumnos aventándolos del barranco al mar embravecido… total, lo que mandaran no podía ser peor que él.

-¿Necesitas algo?-preguntó Sirius, viéndola con aire de superioridad.

-No.-fue la lacónica respuesta.

-Entonces…-insistió Sirius, ya que podía ser problemático que hubiera oído de más.

-Déjala, tal vez oyó lo populares y guapos que somos y quería vernos, ¿verdad?-quiso saber James.

-Algo hay de eso…

-¿Quieres mi autógrafo?-preguntó, pero ya no había nadie.

Con cara de circunstancias, y preguntándose a donde demonios se había ido, todos volvieron a su plática anterior, dando por terminado el asunto.

-Y dime, Remus, ¿quién es el otro prefecto?

-Evans.

Ahora fue turno de James de hacer mohines. Si ya de por si era difícil llamar su atención cuando solo era una estudiante, ahora sería peor. Entonces recordó algo: ¡el era capitán de quidditch! Tenía la misma autoridad que ella…

-¿Y de Slytherin?

-Snape y Bellatrix.

-Vaya par. Si no obedeces a Quejicus, te echara una maldición por la espalda, y la prima Bella sacara el látigo de sus sesiones sado para castigar. Vas a tener que cuidarnos de ellos, Lunático. -pidió Sirius, con gesto conmovedor, para contentarlo.

Y siguieron platicando un rato, hasta que un torbellino pelirrojo llamado Lily Evans hizo su aparición para llevarse a Lupin, preguntándole por que no había ido aun, si le habían mandado hablar.

-¿Y a quién mandaste?-preguntó, dejándose jalar.

-A la chica nueva…-respondió, llevándoselo consigo y dejando de nuevo sin que hacer al par más problemático del colegio.

-Hay que ir a ver qué tan mantecoso está hoy Quejicus.-propuso James, y el otro asintió, levantándose los tres para ir a buscarlo y cayendo en cuenta que ninguna serpiente había ido aun a buscarles pleito.

Se preguntaron por qué y pronto dieron con la razón: mas o menos a partir de la mitad del tren todos estaban sentados, quietos y en silencio en sus vagones, mirando atemorizados a un hombre que se paseaba por entre sus asientos con un gesto que decía "desayuno niños" y la varita en la mano, que los miró de un modo amenazador cuando los vio. Sin embargo, los dejo pasar.

Disfrutaron un poco con la derrota de las serpientes, que agazapadas desde sus rincones los veían feo, sin hacer ruido, ya que el nuevo maestro de defensa contra las artes oscuras había ordenado silencio, haciéndolos parecer petrificados, ya que incluso, había algunos estudiantes en el suelo, que solo debían estar ahí de paso cuando el profesor llegó y no tenían asiento.

Solo había dos personas que no parecían preocupados por él, Severus Snape, que tenía la nariz hundida en un libro de Artes Oscuras, y la chica de antes, que dormía a pierna suelta rodeada de maletas de color rosa, usando de almohada un pequeño morral de lona, donde no cabía casi nada, y que como vieron, era del profesor, ya que se acerco a sacar algo de el.

Decidieron que era mejor irse, así que con mucha política lo saludaron y mejor regresaron a su parte del tren, a asustar alumnos de primero contándoles las horribles pruebas que debían pasar para ser seleccionados antes de ingresar.

Cuando llegaron ya era noche cerrada y todos tenían un hambre atroz, ya que al intentar comprarle a la bruja del carrito, les dijo que todos los dulces los había comprado un profesor, y suponiendo que fuera el malencarado de hacía un rato, mejor no insistir.

Se sentaron a la mesa, esperando que el discurso de Dumbledore y la selección no fueran muy largos.

Con su humor de siempre el director les dio la bienvenida llamándolos papanatas, cosa que muchos padres lo llamaron a él cuando llegaron las cartas con la lista de útiles e incluían un pedido de ingredientes de repostería.

Luego de tanto, Dumbledore había logrado por fin que se diera la clase de repostería mágica.

Después, siguió la presentación de los profesores de estreno, por petición de uno, el que asusto a todos en el tren, y lo volvió a hacer en el gran comedor, al presentarse como Lucio Voreno, el hijo de Hades y nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, diciéndoles que por la fidelidad que le había jurado a su director durante ese curso, los haría aprender como nunca antes, todo esto seguido de una mirada que los disuadió de pensar que era broma.

El director sonrió, palmeándole el hombro al profesor, que de acuerdo en su carácter, era seco y duro, de rasgos serios y pelo corto y claro, que solo le acentuaba el aire sombrío; después carraspeo, buscando con la mirada a quien debía ocupar la silla vacía y encogiéndose de hombros al no ver a nadie.

Con un interés creciente de parte de todos se siguió con la selección, causando conmoción en el público, cuando, tras el último estudiante de primer curso, entró la chica del tren, una joven muy alta y con una túnica negra abierta sobre los hombros pero vestida de rosa bajo esta, contrastando su larga melena suelta con el apretado moño de McGonagall, que la miró con impotencia y le dijo:

-¿Es necesario esto, profesora Adanhel?

-Absolutamente.

Un murmullo recorrió el comedor en lo que ella se sentaba en el taburete y se ponía el sombrero, que parecía no decidir, hasta que al final, el mágico objeto se frustro y termino por decir:

-A Hufflepuff no.

-Ya lo sabía.-fue la respuesta dada mientras entregaba el sombrero, caminado a la mesa principal, donde el director la presento como la profesora Adanhel Furbymen, que impartiría Repostería Mágica y la ahora obligatoria, por orden del Ministerio, Estudios Muggles.

-¿Algunas palabras, profesora?-pidió el director.

-Umh, no se me ocurre nada… tengo hambre… ¡Ah, ya! Me da gusto estar aquí, espero que nos llevemos bien, y si no es así, que me respeten, porque el profesor Voreno ha accedido amablemente a ayudarme con mis castigos si me hacen enojar.

-Profesora, le recuerdo que no puede torturar a los alumnos, ni usted, ni el profesor Voreno.

-¿Y quien dijo que necesito torturarlos?-fue la sonreída respuesta que dio fin a las formalidades e inicio a la comida, que transcurrió entre miradas suspicaces a los nuevos maestros, relajándose los alumnos al ver la alegría con que la maestra le daba a cualquier cosa que tuviera alcohol o azúcar mientras chismorreaba con el Profesor Slughorn.

Por fin, ya bien entrada la noche, todos se retiraron a dormir a sus respectivas torres o mazmorras, empujándose para llegar a tumbarse en sus camas lo más rápido posible y dormir con la panza llena.