"Mix"
Una reunión especial.
Nessun dorma! Nessun dorma!
{Que nadie duerma, que nadie duerma}
(Nessun dorma, Turandot, Giacomo Puccini).
El insistente zumbido de Presencia resonaba lejanamente en su bóveda craneana, causándole una sensación extraña. Por algún motivo no conseguía abrir los ojos. Y ¡Dioses, lo único que deseaba era que esa Presencia 'se callara'! ¿Duncan?, ¿Amanda? ¿Darius?
Los 'instintos de supervivencia' que lo habían mantenido vivo por más de 5000 años, sólo eran 3 palabras que en este momento significaban nada. En algún lugar a su alrededor, escuchó el rechinido insoportable de alguna... era... ¿puerta o ventana? Seguido de una súbita luminosidad que sólo consiguió molestarlo más al colarse penosamente sobre sus párpados cerrados. Sus músculos se negaban a obedecerlo. Casi como si estuviera nadando contra corriente consiguió doblar un brazo sobre sus ojos, sintiendo cada movimiento a través de una capa gelatinosa.
- ¿Mitos? -escuchó su nombre pronunciado con una fuerte acentuación latina, colándose en sus sentidos a través de una capa de algodón y sintiéndose incapaz de aislar la voz entre millares amontonadas en su archivo cerebral. Abrió cautelosamente un ojo para cerrarlo casi inmediatamente ante la luminosidad, una mueca de adolorido desagrado cruzó su rostro.
- Where I'm? -preguntó a ningún lado, sentía la lengua pegada al paladar.
- ¡En castellano Mitos! -contestó una voz a su lado, aparentemente divertida, ahogando el asomo de una carcajada.
- ¿Casteiano? -repitió tratando de sacudirse la red que lo mantenía pegado a la cama.
- Si me haces el honor -respondió una voz masculina que trataba de contener la risa.
Methos abrió los ojos a nivel de rendija. Lo único que toleraba en ese momento, y lo único que podía hacer para evitar que el desgraciado techo dejara de oscilar. Aún no conseguía entender qué pasaba entre la conexión cerebral con sus extremidades. Parecían haberse divorciado.
Bizqueando alcanzó a ver dos altos y bronceados hombres que parecían gemelos y... también parecía que se interponían entre ellos, uno tratando de avanzar delante del otro. Y el zumbido... ¡EL ZUMBIDO!
¡Alerta Inmortal! Gritó su cerebro ante, las ahora perfectamente borrosas personas que se perfilaban ante sus ojos. El flujo disparado de adrenalina consiguió lo que el zumbido no había logrado. Se sentó de un tirón ignorando la protesta de su cabeza ante el dolor ocasionado por el súbito aflujo de sangre. La espada fue extraída simultáneamente de debajo de la almohada al momento que saltaba de la cama. Los dos Inmortales parecieron fundirse casi instantáneamente en uno solo que no obstante no dejaba de mecerse.
El Inmortal alcanzó a esquivar la arremetida, tomando la mano de Methos férreamente, presionando en el punto central entre pulgar e índice para obligarlo a soltar la espada; Methos reaccionó lanzando un izquierdazo hacia uno de los dos bultos que nuevamente aparecían ante sus ojos. Erró el blanco miserablemente y se descubrió depositado cuan largo era en el piso, producto de su propio impulso. Rodó para sentarse, las largas piernas extendidas y los boxers retrepados hasta su ingle. La parte racional de su cerebro intentó trabajar lógica aunque confusamente... "¿sólo es uno?..." en algún momento ese mismo cerebro perezoso le permitió descubrir que no era enemigo.
- ¡Auch! -exclamó ahogadamente sobándose la barriga, el otro no pudo contener la risa por más tiempo-¿Mix? -preguntó Methos aún bizqueando, luchando contra el molesto martillar en sus sienes, la lengua pastosa y el fastidioso ruido de la risa.
- Había olvidado lo arisco que eres -contestó el otro Inmortal tendiéndole una mano.
Methos se estiró, tendiendo la mano para afianzarse y se levantó tambaleante. Se sintió abrumado de que ahora no sólo el techo estuviera girando, sino que también el piso parecía ondularse en sinuosidades imposibles y las paredes se expandían y contraían absurdamente. Su cuerpo protestó ante la exuberante percepción y las rodillas le fallaron. 'Mix' lo sostuvo de los antebrazos jalándolo hacia el borde de la cama y ayudándolo a sentarse.
- ¿Mm? -gruñó Methos, incapaz de decir más de una palabra, en este caso una sílaba.
- Ya te había dicho que no abusaras del mezcal -comentó Mix volviendo a estallar en carcajadas.
- ¿Messhcal?... -la voz de Methos sonó pastosa y aterrorizada- Por favor... ¿Dormí con alguien? -preguntó abriendo los ojos desmesuradamente, ruborizándose hasta la raíz del cabello y mirando a uno y otro lado de la desecha cama.
- ¡No!... -contestó Mix dejando de reír- al menos no conmigo... no eres mi tipo -añadió celebrando su propia broma y doblándose de la risa.
- Fue el gusano... no debí comerme el maldito gusano -afirmó Methos con certeza pasando de la vergüenza al enojo en un instante, a la vez que comenzaba a ponerse verdoso.
- Los 6 gusanos... -añadió Mix mostrando 6 dedos de sus manos, tratando de contener la risa.
- ¿Seis? -dijo Methos desmayadamente antes de correr haciendo 'eses' hacia el cuarto de baño.
El ruido de su pequeña escaramuza debió haber despertado al otro huésped, pues Mix pudo sentir la signatura acercándose cada vez más. "Bien, ahora tengo que lidiar con el otro", pensó moviendo resignadamente la cabeza mientras recogía la espada del viejo, y aflojaba el seguro que sostenía su pistola en la parte baja de su espalda, "aquel va a ser más peligroso que este crudo y quisquilloso antiguo" murmuró entre dientes, escuchando acercarse al otro Inmortal. No se había equivocado, la puerta se abrió ruidosamente de par en par y ¡Kablum!
El poderoso swing de la katana se estrelló con todo su impulso en la espada, que afortunadamente había puesto ante sí como escudo, casi sacándolo de balance. El desgreñado y rabioso escocés en pijamas (bastante chistosas en su estampado de manchitas negras imitación-vaca), arremetía con furia enceguecida obligándolo a retirarse casi hasta la pared, sin permitirle tomar aliento para decir algo. El peso de la espada de Methos estaba sacándolo peligrosamente de balance y los fuertes golpes enviaban continuas y desagradables ondas vibratorias contra sus muñecas y antebrazos. Mix salió de su marasmo finalmente sacudiéndose los calambres de los brazos para tronar a todo pulmón en viejo gaélico.
- ¡Maldición Connor! ¿Quieres quedarte quieto por un jodido instante? -las palabras del joven congelaron el violento ataque. Connor bajó la katana y la apoyó cuidadosamente contra el piso, confundido, los ojos grises casi velados por sus cejas perfectas y los largos flecos de cabello que le llegaban a la nariz.
- ¿Mix?... pensé que eras ese... ese... ¿Dónde está ese gusarapo... bastardo... maldito... traidor? -refunfuñó Connor entre dientes, confundido. Cambiando el automático a castellano.
- Ya capté tu idea... -contestó Mix haciendo un gesto de paz con la mano- ¿Qué se traen ustedes dos? ¡Creí que era amigos!
- Buen punto -respondió Connor enderezando su postura. Hasta ese momento no se había dado cuenta completamente de que aún estaba en posición defensiva. Apoyó la espada contra la pared.
- ¿Cuál es el problema? -preguntó Mix observando la extrañeza pintada en el rostro de su amigo, ¿o tal vez era el reflejo de la suya?
- ...Ya no recuerdo -contestó Connor con embarazo, desviando la mirada al piso. En realidad en ese preciso instante no recordaba por qué estaba enojado con Methos, simplemente había despertado enfurecido con el escuálido Inmortal. Mix no pudo evitar estallar en carcajadas. Connor lo miró de reojo con gesto resentido, pero tras un breve instante unió su rugiente risa a la de su alegre anfitrión.
- Algunas cosas nunca cambian -suspiró profundamente, mientras señalaba con la cabeza hacia el cuarto de baño.
- ¿Mezcal? -preguntó Connor sentándose en el borde de la amplia cama y frotándose la cara con ambas manos, mientras trataba de decidir si Mix se refería a él o a Methos, o a los dos. De cualquier manera el desagradable ruido de arcadas que provenía del baño impidió que se acercara.
- Ajá -asintió Mix enarcando las cejas en un gesto significativo.
De pronto el escocés lo tomó del cuello de la camisa, jalándolo hacia sí, la nariz casi pegada a la suya, el aliento a alcohol aún no disipado completamente. Mix se sintió confundido, tratando de evitar hacer bizcos ante la cercanía del rostro de Connor, "¿Qué les pasa a estos locos?" pensó. Como respondiendo a su pregunta escuchó la ronca y sibilante voz del escocés.
- ¡Me mataste grandísimo idiota! -gruñó Connor a través de dientes apretados.
- Era necesario... estabas muy necio -contestó Mix sin inmutarse.
Connor se limitó a sacudirlo y arrojarlo sobre la cama. Mix se sintió indignado por el trato y se levantó. El escocés estaba parado amenazadoramente a un lado de la cama, frente a él, los puños tensos. Mix se volvió a levantar enfrentándolo aún más indignado, si se podía, pero el puñetazo que recibió en el rostro lo mandó de regreso a la cama, la nariz rota y sangrando profusamente. Mix se incorporó nuevamente rojo de ira, tan solo para escuchar las carcajadas de Methos, recostado sobre el marco de la puerta, los brazos cruzados ante sí sosteniéndose las costillas.
- Jejeje... jajaja... ¿sabes Connor? Jijiji... la pijama de... jijiji... de vaquita... no creí que... -balbuceaba Methos, tratando de contener la risa.
- ¡Ya cállate! -tronó Connor acercándose de tres zancadas y acomodándole un puñetazo al antiguo, tumbándolo estrepitosamente.
Methos rodó rápidamente sobre su costado, sin dejar de reír, tan solo tratando de evitar la santa furia del Highlander que lo perseguía con ímpetus asesinos. Finalmente se alejó lo suficiente para incorporarse con un salto felino, las manos frente a sí en un gesto defensivo. Connor cargó sobre él y los dos cayeron rodando al piso, en una aparatosa mezcla de puñetazos y patadas.
Mix se abalanzó sobre ambos tratando de separarlos, hasta que llegó el momento en que ninguno supo a quién le estaba pegando o a quién le pertenecía qué extremidad.
"¡Sólo déjame matarlo a golpes una vez Mix, lo juro!",
*¡CUAS!*
"Fuera tan fácil"
*¡AUCH!*
"¡Basta!"
*¡PANG!*
"¡Ese soy yo animal!"
*¡AY!*
"Maldito escocés cabeza dura"
Continuaron así por unos minutos hasta que sintieron un impactante baño de agua helada. Casi al instante comenzaron a soltar palabrotas de protesta, Connor en antiguo gaélico, Methos en lenguas muertas hacía mucho y Mix en floridas expresiones mexicanas.
- Inmortales -masculló la chica moviendo la cabeza y retirándose con su balde.
- ¿Y ésa quién es? -preguntaron casi a dúo Connor y Methos.
- Lulú -contestó Mix retirándose los mechones mojados de pelo que caían sobre su rostro, acomodándolos tras sus orejas, siguiendo la mirada y la sonrisilla de Connor agregó- ni lo pienses, es demasiada yegua para ti -lo que sólo consiguió que Methos volviera a estallar en carcajadas y empezar de nuevo los trompones.
Y un nuevo balde de agua helada.
- Les juro que si siguen así, el próximo será de aceite hirviendo -exclamó Lulú señalándolos amenazadoramente con el dedo.
Unos minutos después seguían tirados en el piso, exhaustos después del jaleo. Y de los baldes de agua helada. Pero completamente seguros de que Lulú, efectivamente, cumpliría su promesa, y decidiendo por callada unanimidad, que inmortalidad o no, ser escaldado con aceite no era nada agradable.
Un par de semanas antes:
El día había comenzado tranquilo, los nogales brindaban una fresca sombra y dejaban caer una que otra nuez en el ancho sendero que conducía al rancho "Los Álamos". Los caballos pastaban tranquilamente mientras que, a lo lejos, las ovejas balaban su bienvenida a la mañana.
Mix no podía sentirse más feliz que cabalgando su hermoso caballo color de fuego en las amplias, verdes extensiones de cuidados pastos, e inundando sus sentidos con el olor a tierra mojada y el viento azotando su rostro con los últimos resquicios de humedad del día anterior. Las hileras de árboles rompevientos protegían la propiedad a lo largo de hectáreas de rica tierra negra, evitando que el viento soltara de lleno su violencia sobre los preciosos cultivos que se extendían en la llanura. Ajustó su sombrero tejano al sentir en los ojos la mordedura del sol que asomaba tímidamente sobre las lejanas montañas, azuladas por las volutas de bruma arrancadas por el calor del astro.
Poniendo la mano como visera sobre los ojos, distinguió al grupo de peones, algunos sentados, otros parados alrededor de la matrona que abanicaba el fuego que ardía bajo un comal rústicamente montado sobre piedras. El ajetreo del almuerzo tras la siembra de madrugada, que sus peones aún hacían a mano, se acompañaba del aroma del café acanelado y las tortillas recién hechas. Desmontó del caballo, tendiéndole las riendas a uno de los peones, que las tomó y aseguró a un mezquite cercano.
- Buenos días Don Alonso -saludaron en secuencia los peones y las señoras alrededor del fogón.
- Buenos días -contestó sonriendo, echándose el sombrero a la espalda y sentándose sobre una piedra, acomodando cuidadosamente los amplios faldones de la gabardina de piel, en un gesto tan peculiar y sin embargo tan conocido entre su gente, que ya nadie se preguntaba el por qué.
Una de las mujeres le tendió un jarro de café, y uno de los muchachos le ofreció el "piquete", Alonso negó con la cabeza, prefería el sabor puro del café de grano con el característico toque de canela y piloncillo, mejor conocido como "café de olla".
Juanita le alargó un 'burrito', una tortilla con sal recién salida del comal, hecha bolita. Ése era un vicio que había adquirido de una de sus esposas, muerta ya hacía casi 50 años. "Y que me servirá para hacer una panza..." se recordó mientras comía el segundo y rechazaba el tercero. Juanita sonrió, el moreno y arrugado rostro distendido en una blanca sonrisa de aprecio. María se afanaba con el molcajete, terminando de elaborar una deliciosa salsa con chile piquín y jitomates asados, condimentándolo con ajo y sal.
Alonso observaba su habilidad, él nunca había podido dominar el molcajete, siempre acababa con una uña morada... cosa que le causaba gracia a su difunta esposa, ¿Cómo alguien de casi 600 años era tan inútil para algo tan básico?, (aún podía escuchar sus regaños como si fuera ayer) pero a decir verdad, básico cuando se casaron, hacía casi 90 años. Sin embargo, en pleno siglo XXI, en la Meseta Central de México era tradicional hacer las tortillas "a mano" y las salsas en molcajete.
- Una no es ninguna Don Alonso -comentó pícaramente Juanita.
- Así estoy bien Doña Juanita -contestó tocándose el estómago- usted me está consintiendo demasiado -añadió guiñándole un ojo.
- ¡Ay Don Alonso! Si se lo merece -protestó Juanita sonrojándose, la curtida piel adquiriendo tonalidades casi purpúreas en su rostro.
Las carcajadas de sus muchachos no se hicieron esperar. Don Alonso era famoso por su galanteo 'parejo', de 20 o de 100 años sabía hacer sentir bien a las mujeres. Y hablando de mujeres...
- Ya llegó el látigo... el de a de veras -comentó uno de los peones riendo entre dientes, Alonso casi se ahoga con el café, escupiendo la mitad del buche que se había echado y las risas se agudizaron.
- ¡Escuché eso Toño! -exclamó la iracunda y pequeña belleza, señalándolo con un ominoso dedo desde el lomo de su yegua.
Los peones se levantaron casi al mismo tiempo, sacándose los sombreros de paja, aún sin dejar de sonreír disimuladamente.
La pequeña Lulú montaba de lado. Los ajustados pantalones y camisa revelaban una figura llena de curvas. El broncíneo rostro acalorado por el galope desde la casa hasta el sembradío. El negro cabello alborotado se escapaba de la gruesa trenza que lo aprisionaba. Se deslizó del lomo de la bestia con un gracioso salto.
Cuando Alonso la contrató como ama de llaves, jamás pensó que el carácter indómito de Lulú lo llevara a él a depender tanto de su presencia. En realidad ella se encargaba de toda la administración del rancho. A pesar de su origen humilde y falta de títulos universitarios, Lulú era capaz de organizar absolutamente todo. Un año después de su llegada como 'ama de llaves', incluso había descubierto su inmortalidad, lo que a la larga, fue una bendición, pues le permitió abandonar el rancho por periodos prolongados sabiendo que su propiedad estaba en buenas manos. Y la mujer lo había rodeado de un equipo completamente fiel que sabía lo que él era y no preguntaba nada.
Y él nunca había intentado acercarse a semejante mujer de 'la otra forma'. Ese error sólo se podía cometer una vez, se dijo, y él ya había pasado por eso un par de siglos antes. Carecía de paciencia para lidiar con semejante torbellino de actividad y temperamento. Sin embargo admiraba esa curiosa mezcla de feminidad y carácter, contenido en un estuche tan pequeño. "Los buenos perfumes vienen en frascos pequeños", la frase resonó en su cerebro recordando nuevamente a su última esposa. La evocación le ensombreció brevemente el rostro. Tras enterrar a María no se había vuelto a casar, el dolor de la pérdida había sido demasiado.
- Llegaron las vaquillas -anunció Lulú tomando el jarro de café que le ofreciera el regañado Toño.
- ¿Firmaste? -preguntó Alonso sin entender la afirmación. Lulú se encargaba de todo eso.
- Sí -contestó ella secamente, mientras hacía un taco de flor de calabaza y echaba una cucharada de salsa sobre él.
- ¿Entonces? -inquirió él sin comprender, dejando la pregunta en el aire. Sin embargo, esperó caballerosamente que Lulú terminara su taco.
- Tienes visita -contestó ella, elevando ligeramente una ceja inquisidora.
Los peones guardaron un silencio respetuoso, el lenguaje corporal de Lulú era bien conocido entre ellos, la ceja alzada solamente indicaba problemas. Alonso se encasquetó su tejano y tras montar de un salto su caballo partió al galope hacia la casa.
Un jeep estaba estacionado en el amplio espacio al frente de la casa. Desconoció el vehículo, pero no el ruido que llenaba su cerebro. Desenvainó su delgado sable de caballería y ocultó la hoja en la parte trasera del brazo, dispuesto a enfrentar al 'visitante'. Avanzó decidido por el camino de piedra, acercándose al enorme arco de cantera que señalaba la entrada a la sección habitable de la hacienda y entró al vestíbulo. Casi inmediatamente su rostro abandonó la expresión de precaución sustituyéndolo por una deslumbrante sonrisa.
-¡Don Miguel! -exclamó envainando el sable en los pliegues de la gabardina. Luego se deshizo de ella y la colgó en el perchero.
Avanzó alegremente hacia el hombre que estaba recostado cómodamente en una amplia silla, las piernas extendidas al frente y los brazos cruzados sobre el pecho.
-¿Sigues jugando al Zorro? -le preguntó el hombre sonriendo a medias mientras señalaba con la cabeza el látigo que traía enrollado y prendido en el cinturón.
-Ejercicio -contestó alzando los hombros- que por cierto interrumpiste.
Methos se levantó de la silla y abrazó a Alonso, recibiendo con gestos las fuertes palmadas que el hombre le propinaba en la espalda. Alonso se separó de su amigo y lo tomó de los hombros, encaminándose hacia la cantina. En realidad Methos no se veía muy bien, estaba aún más delgado de lo que solía ser, tan pálido y ojeroso como no lo había visto nunca; al menos para alguien que le gustaba asolearse como lagartija y huía a Bora Bora cada vez que le calaba el frío. Lo más alarmante es que estaba muy callado, bueno, descontando la mofa sobre su látigo. Algo estaba perturbando al viejo, sin duda, de otra manera estaría en París, o en su casa de Londres, o en Seacouver con su amigo, el MacLeod chico.
Sin decir palabra se acercó al refrigerador de la surtida cantina de caoba que ocupaba una esquina del vestíbulo y sacó un par de cervezas, tendiéndole una. Methos desenroscó la suya y bebió ávidamente el líquido, al menos eso no había cambiado, se dijo Alonso. Se quedaron de pie un rato mientras terminaban sus cervezas. Tras una larga pausa por fin habló.
- Necesito ayuda -musitó, sin despegar los ojos de la etiqueta de la cerveza, como si estuviera hipnotizado en las letras.
- Creo que primero necesitas descansar. ¿París o Seacouver?
- La Patagonia -contestó Methos suavemente, ahogando un bostezo.
- Vuelo nocturno, imagino -dijo Alonso sacando la cuenta de las horas- ¿Tu equipaje?
Methos señaló la silla con la cabeza y Alonso observó la gruesa bolsa de lona asomando bajo las patas de la poltrona. Fue a recogerla y tomó del brazo a su amigo, dirigiéndolo hacia el patio central.
La habitual algarabía de Methos parecía completamente ausente ese día, lo que sólo logro preocuparlo más. ¿Qué era lo que le pasaba?
Lo condujo hacia una de las amplias habitaciones que circundaban el patio y abrió la puerta para que entrara.
- Duerme un rato, te llamo para la comida.
- Gracias Mix -contestó ausentemente, dejándose caer con desgana en la cama.
- Estás en tu casa -replicó Alonso cerrando la puerta tras de sí delicadamente.
Alonso se retiró al vestíbulo y se dirigió al intercomunicador pulsando el botón de comunicación, la gruesa voz contestó "¿SI?"
- Nadie entra Macario -dijo como única instrucción.
- Sí Don Alonso, entendido -contestó la voz.
A través de los años su gente se había acostumbrado a este tipo de órdenes. Recibidas cada vez que era visitado por 'amigos especiales' como les decía Lulú a sus 'huéspedes' inmortales. Y Lulú se había encargado de reforzar la seguridad de la hacienda, 'Nadie entra' traducido al lenguaje de la mujer, se había convertido en una especie de mantra que invocaba detectores de metales, activación de rejado electrónico, un equipo de hombres armados hasta los dientes, machete incluido; así como la cancelación de citas de clientes y proveedores del rancho.
Alonso consideraba algo exageradas las medidas de Lulú, pero era muy inteligente como para oponerse a ellas. Sonrió al recordar las palabras de la mujer "No puedes perder la cabeza. Demasiados dependemos de ti", dándole a entender que lo cuidaba por interés comunal. Pero él sabía que en el fondo ella le tenía aprecio.
Sin embargo, al ver el gastado aspecto de Methos, se sintió aliviado de las medidas de seguridad de la mujer. Protegerse a sí mismo y a la pequeña tribu que constituía su vida era bastante difícil; la presencia del Inmortal más viejo del mundo, tan debilitado que parecía que no podría defenderse a sí mismo complicaba en extremo la situación, era mejor prevenir que lamentar. Y lo óptimo para el momento era alimentar al viejo y ponerlo en forma. Pero primero lo primero, así que decidió continuar sus tareas en el rancho.
No obstante la declaración inicial de Methos, se quedó esperando por casi dos semanas a que el antiguo volviera a abordar el tema. De lo cual se alegró, pues le dio a Methos el tiempo suficiente para descansar y alimentarse apropiadamente. Tarea que Isabel, la cocinera del rancho asumió como cruzada personal. La mujer simplemente no pudo resistirse a alimentar al huesudo, y desde su punto de vista, desamparado muchacho y llenarle la panza de caldos de pollo y cuantos menjurjes se le ocurrieran para engordarlo. Y no es que ella no supiera que la juventud era aparente, Isabel había nacido y crecido en esa casa, y la eterna juventud de su patrón no le era ajena, mucho menos la de 'Don Miguel'; pero sus instintos maternales se disparaban cada vez que el antiguo inmortal visitaba la casa. Ella solía pensar que ese joven extranjero se alimentaba muy mal.
Su amigo y viejo mentor tendía demasiado a la soledad, pensaba Mix sin poder evitar analizarlo especulativamente. La actitud cínica, bonachona y descuidada era más que nada una fachada, un medio de defensa para evitar involucrarse demasiado. Él lo sabía y Methos lo sabía. Pero lo conocía lo suficiente como para saber que se preocupaba por los demás, por la gente que amaba, mortales incluidos, y como para callarse éste conocimiento.
Dos días después Alonso levantó el 'sitio' a instancias del viejo, lo que alegró considerablemente a Lulú, que durante esas estancias brillaba por su ausencia en la casa principal, recluyéndose en la casa de huéspedes junto a la capilla, sólo Dios sabía haciendo qué. Alonso nunca comprendió la razón de su ausencia, pero la aceptaba como otra de las características de esa extraña y dominante mujer.
Y en adelante el joven-viejo lo acompañaba en la rutina diaria, ayudando a las tareas de siembra e incluso de ordeña, a pesar de no simpatizarle a las vacas que insistían en tirarlo del banco. Methos también aceptaba con su media-sonrisa las bromas sobre lo blanco de su piel que le hacían los peones. Y ambos solían nadar al regresar de los sembradíos, apagando así el tremendo calor del verano.
Un par de semanas después, durante la cena, su huésped se veía menos ajado y con mejor humor, su apetito mejoró considerablemente e Isabel, se sintió tan halagada por el deleite que el viejo mostraba por sus comidas, que le preparaba platillo tras platillo y postre tras postre. Y Methos pudo por fin descansar del consomé de pollo.
- ¡Épale Chabelita! que no lo estamos cebando -gritaba Alonso desde el comedor, las risitas nerviosas desde la cocina contestaban sus exclamaciones.
- No apropiadamente al menos -contestó Methos mirándolo con nerviosismo.
- ¿Qué pasa amigo?
- Necesito tu ayuda.
- Ya lo habías dicho. Sólo que no me has dicho qué necesitas.
- Es difícil de explicar... escucha... lo he intentado pero no he podido... y cada vez es más difícil... tú viste cómo llegué. No importa la distancia, es lo mismo.
- Sigo sin entender. ¿Estás enfermo?
- Creo que estoy... mezclado... no sé cómo explicarlo.
- Oh...
Pero antes de que pudieran proseguir la plática, el celular sonó avisándole, segundos antes que el ruido en su cabeza, de la llegada de otro de sus amigos. Otro jeep rentado avanzó velozmente sobre la vereda flanqueada de nogales, estacionándose con un chirriar de llantas que levantó una polvareda y lanzó una lluvia de pedruscos a todas direcciones. Con el vuelo de los faldones de una holgada gabardina gris perla, el conductor bajó dando un portazo y avanzó decidido hacia el comedor, cruzando a zancadas el amplio vestíbulo. Alonso sonrió mirando por encima del hombro a su nuevo visitante.
Methos comenzó a levantarse de la silla sonriendo de oreja a oreja, adelantándose a recibirlo, pero el escocés se abalanzó sobre él derribándolo de espaldas planas contra el suelo. Alonso reaccionó y lo tomó de los brazos, apartándolos, la expresión de Methos indicaba una gran sorpresa. La cara curiosa de Isabel asomó un instante por la puerta, sonrió moviendo la cabeza a la vez que regresaba a sus dominios.
- ¡Connor! -exclamó Alonso sin soltarlo, sentándolo forzadamente en una silla.
- Déjame le corto la cabeza y luego te explico -contestó Connor rojo de ira y forcejeando.
- ¡Basta! -gritó Alonso, presionando sus manos hacia atrás y obligándolo a sentarse- cualquiera que sea su diferencia, nadie va a decapitar a nadie aquí -gruñó Alonso entre dientes, apenas audiblemente.
- ¿Quieres apostar la tuya? -siseó Connor.
- Mira escocés cabeza dura... ¿ya lo olvidaste? Estamos en terreno sagrado -dijo Alonso sin soltar la presión sobre los brazos de Connor.
- Perfecto. Entonces déjame lo mato a golpes -gruñó Connor.
- No en mi casa. ¿Dónde está tu sentido de decencia? -preguntó Alonso indignado.
Lo cual hizo que Connor se sonrojara y se quedara quieto. Cierto, Alonso era su amigo y lo primero que él había hecho era llegar a su casa sin avisar y abalanzarse sobre otro amigo, aunque ese bicharraco despreciable difícilmente calificaba como tal.
Methos continuaba petrificado, con la boca abierta, aunque había conseguido retreparse a su silla, agarrado de los bordes del asiento. Así que Connor se sacudió las garras de su anfitrión, aventó de una patada la silla en la que lo inmovilizara Alonso, enderezó un poco su apariencia y se dirigió tranquilamente a la cocina.
- ¡Chabelita! -exclamó Connor enlazando en un enorme abrazo de oso el regordete y bajito cuerpo de Isabel, mientras se inclinaba para estamparle un sonoro beso en la boca.
- Señor MacLeod ¡Por favor! -protestó la mujer ruborizada hasta las orejas. Connor soltó su abrazo y le tomó las manos entre las suyas mirándola con cariño.
- Connor... Chabelita, te he dicho que me llamo Connor -protestó él con tono resentido sin soltar su presa.
- Váyase al comedor señor MacLeod, ahorita le sirven -dijo ella despidiéndolo y moviendo la cabeza.
Isabel se sacudió de sus manazas atolondrada y comenzó a preparar platos extra. Connor sonrió y regresó junto a sus amigos. Mariana reía tontamente mirando azorada al atractivo y alto hombre que había besado a su casi anciana jefa en los labios. Isabel le dirigió una mirada de reprensión y la joven se volvió rápidamente a disponer una charola.
- ¿Cuándo dejaras de alborotar a mis muchachas? -preguntó Alonso moviendo la cabeza y reanudando su ramonear.
Conor no se dignó a contestar, jaló una silla cercana y se sentó tranquilamente a cenar. Para suerte de Connor, Isabel era lo bastante veterana para recordar su última visita en la hacienda, hacía 30 años, así que pronto se encontró agasajado y comiendo a dos carrillos, sonriendo torcidamente ante las risitas nerviosas de Mariana, que en su corta vida nunca había visto juntos tantos hombres tan guapos. Methos se relajó y continuó cenando, emparejando el proverbial apetito del escocés.
Todo iba bien hasta que ambos se pusieron como cubas...
Y hasta que Connor recordó que sólo el área del comedor era terreno sagrado...
Y hasta que Alonso tuvo que "envolverlo" con su látigo inmovilizándolo lo suficiente para meterle una bala en el pecho...
Y hasta que Methos, decidiendo que el tequila y la cerveza no eran suficientes para olvidarse del malhumorado Inmortal, se intoxicó con 6 botellas de mezcal.
Todo eso había sido la noche anterior, pensó Alonso desconsoladamente, mientras estaba sentado en el piso afuera del cuarto de baño, esperando que Methos terminara de asearse y manteniendo alejado al ensopado, indignado y aún iracundo escocés, que tras dar dos vueltas a la habitación como león enjaulado, terminó por apaciguarse y se fue a su recámara, acto que emuló Alonso cerrando la puerta tras de sí, tomando nota mental de que necesitaba reabastecer su agostada cantina. Y... pedirle a Connor que le regresara su pijama favorito.
- ¿Me quieren decir qué pasa entre ustedes? -preguntó ya que estuvieron sentados a la mesa del vestíbulo tomando café. Completamente limpios, rasurados, razonablemente peinados y aparentemente civilizados.
- ¿Mi versión? -preguntaron al unísono.
Alonso los miró amenazador, parecía que se estaban burlando de él. Pero las palabras iniciales de Methos lo hicieron dudar brevemente, ¿estaría mezclado con Connor?
- Tú primero -respondieron nuevamente juntos.
- ¡Dejen de hacer eso!, me están crispando los nervios -exclamó Alonso.
Antes de que pudieran responder juntos Alonso los miró furioso.
