— ¡Demonios, voy tarde!
Ichigo corría a toda velocidad por las calles de Karakura, intentado llegar a tiempo al instituto. Revisaba su reloj de muñeca cada 5 segundos, deseando con todas sus fuerzas que la profesora Ochi se retrasara, que estuviera enferma, que suspendieran lecciones o cualquier razón que le ahorrara el desquiciante regaño de su maestra al llegar tarde por millonésima vez. Se detuvo un instante para tomar aire y retomar su carrera a toda velocidad, chocando a su vez con algunas personas que se cruzaban en su camino y le gritaban una sarta de palabrotas. Ichigo los ignoró y siguió adelante, maldiciendo por dentro a la persona responsable de tal atraso, por supuesto: Rukia.
El peli naranja suspiró, molesto. En su mente aparecieron las memorias de la noche anterior: Un grito abrasador lo alertó de la presencia de un enorme hollow en el pueblo y aunque su compañera Rukia podía deshacerse de él ella sola, la shinigami insistió en que la acompañara. E Ichigo sabía por qué: Si ella se desvelaba, pues él también debía hacerlo. Se levantó molesto, aún soñoliento, dejó su cuerpo al cuidado de Kon y corrieron en busca de la bestia.
El combate fue sencillo, pero para sorpresa de ambos, dentro de aquel ser inmundo se escondía algo similar a crías: Despreciables bichejos que los mantuvieron ocupados casi toda la noche, por su cantidad y su impresionante talento para escurrirse.
— ¡Maldición! — Exclamó Kurosaki, al ver la puerta de su clase abierta y con indicios de no estar vacía. No había tenido suerte.
"Si entro callado, quizá ni siquiera note mi presencia…" Pensó, al ver que Misato Ochi –su profesora– estaba distraída escribiendo en la pizarra. Justo cuando estaba a punto de sentarse, la mujer exclamó, furiosa:
— ¡Kurosaki Ichigoooooo! ¡Llegas tarde! ¿Pero qué demonios sucede contigo, chico irresponsable? Definitivamente tú…
El de cabellos naranjas suspiró, ignorando a su tutora. Ya estaba acostumbrado a sus teatros exagerados y no estaba de buen humor para soportar las tonterías de nadie. Se hizo de oídos sordos, juntó los brazos sobre su escritorio y apoyó la cabeza en el pupitre, cansado. El ruido de la clase poco a poco fue convirtiéndose en un murmullo sordo y los gritos de la profesora Ochi se transformaron en un zumbido lejano…
— ¡Oh cielos, voy tarde, muy tarde! ¡Pyon!
Ichigo se sobresaltó, algo desorientado. Miró a su alrededor y se dio cuenta que la clase estaba vacía. ¿Cuánto había dormido? ¿Y por qué los demás no lo habían despertado? ¿Y quién era la persona que había escuchado hace unos pocos segundos? Se levantó y se estiró para desperezarse. Comenzó a caminar en dirección hacia la puerta –medio dormido todavía– y cuando iba a atravesar el pasillo –Extrañamente vacío también– alguien chocó con él, produciendo en el muchacho una molestia evidente.
— ¡Oye tú! ¡Ten cuidado por donde caminas! — Gruñó. Irónico que venga del chico que chocó con un millar de gente hoy camino a la escuela.
— ¡Santo cielo voy muy tarde! — Exclamó una preocupada voz femenina. La reconoció de inmediato: Rukia.
— ¿Y ahora qué mosca te picó? — Le preguntó Ichigo, enojado.
Rukia se detuvo un instante a mitad del pasillo. Sacó un reloj de bolsillo de su chaqueta – ¿Por qué portaba una chaqueta como esa en la escuela? – y pegó un brinco.
— ¡Oh, pobre de mis orejas si llego tarde! ¡A un lado, es tarde, muy tarde! ¡Pyon, Pyon! — Y salió corriendo como alma que lleva al diablo.
— ¡Espera, Rukia! ¡Joder!
Kurosaki empezó a correr detrás de ella. Había algo que no calzaba en todo esto. Empezando por la apariencia su compañera. No portaba su uniforme escolar, sino un vestido con chaleco negro con cuello de felpa blanca, una pajarita de color rojo, la falda amplia decorada con toques victorianos, guantes y medias blancas y finalmente unas zapatillas negras. Sobre su cabeza se podían observar unas grandes orejas de conejo blancas y un pequeño sombrero negro decorado con una cinta dorada y un pendiente de Chappy, el famoso conejo que Rukia adoraba. ¿A qué se debía ese atuendo tan extraño? ¿Qué demonios estaba pasando?
Después de perseguirla un buen rato y pedirle que se detuviera, Rukia corrió en dirección a un roble viejo que se encontraba en el extremo más alejado del instituto, viró rápidamente y desapareció. Ichigo, ya desquiciado por el comportamiento de la mujer, comenzó a gritar maldiciones mientras examinaba el árbol donde se había esfumado.
— Esta bastarda y sus tonterías… —Se decía a sí mismo mientras palpaba el roble— No sé en qué momento me volví parte de su estúpido juego.
No supo ni cómo ni por qué, pero al dar un paso en falso, la tierra se abrió en un estrecho agujero en el cual, ahora él estaba cayendo a una vertiginosa velocidad.
— ¡Mieeerda! ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? —Gritó desesperado mientras caía y caía sin cesar.
Al principio, la madriguera se extendía como un camino recto y oscuro, después torció bruscamente hacia la derecha, rebotó en una superficie elástica y el ambiente se volvió más claro. La caída se volvió más lenta, tiempo que aprovechó para observar lo que tenía alrededor.
Era un túnel enorme, las paredes estaban tapizadas con papeles de color pastel y alrededor suyo flotaban muchos objetos; algunos nunca los había visto y otros parecían bastante familiares, como cucharas, tazas de té, sombrillas, cuadros, zapatos, muebles, libros… Con la ligera particularidad de que aquellos objetos parecían vivos e incluso conversaban entre ellos. "Todo esto me está enloqueciendo de verdad" pensó.
Mientras caía, tuvo la oportunidad de agarrar un libro para ver si podía encontrar alguna pista que lo llevara a entender aquella patética situación, pero lo soltó de inmediato al ver que el libro tomaba vida y le gritaba enojado:
— ¡Ya no hay respeto, ya no hay respeto! ¡Ahora cualquiera te agarra y te manosea sin vergüenza alguna! ¡No hay respeto!
— ¿Qué demonios fue eso?- Se preguntó, extrañado.
Una almohada flotaba cerca de él. Se acercó a ella y la miró con curiosidad. Al sentirse observada, la almohada cobró vida también y con voz coqueta, se dirigió a él:
— ¡Hace mucho tiempo no veo un tipo tan guapo por acá! —Canturreó— ¡Tú sí puedes abrazarme y toquetearme todo lo que quieras! —Y soltó una risilla traviesa.
Ichigo a pesar de sentirse extrañado de que una almohada lo estuviese halagando, aprovechó la oportunidad para intentar sacarle información.
— ¡Oye tú, almohada parlante! —Esta lo miró atentamente— ¿Sabes hacia dónde conduce éste túnel y en qué momento dejaremos de caer?
— Tienes una voz tan ardiente… —Susurró su enamorada acompañante.
Ichigo maldijo por lo bajo.
— ¡Oye, te pregunté algo en específico! —Replicó él— ¿Hacia dónde nos dirigimos?
— Tú y yo podríamos dirigirnos a una cama amiga que conozco… —Respondió la almohada, aún en plena coquetería— ¡Eh, Cama! —Gritó, mirando hacia arriba— ¡Mira qué semental me he encontrado para que nos haga compañía!
— ¡A callar! — Farfulló Ichigo, estresado.
Tratar de establecer un diálogo coherente con aquellas cosas era prácticamente imposible. Y bueno, ¿Qué coherencia se podía esperar al hablar con una almohada? El chico se alejó de ella rápidamente mientras seguía cayendo…
— ¿En qué momento voy a dejar de caer? —Se preguntó— ¡Hey! ¿Hay alguien ahí abajo? —Gritó. No obtuvo respuesta y siguió cayendo…
No tenía idea de cuánto tiempo llevaba en ese trance, ni cuándo se terminaría hasta que todo se tornó oscuro de nuevo y ¡Plum! Aterrizó con cierta brusquedad en una superficie mullida. La caída había terminado. No sufrió daño alguno, pero estaba ciertamente cabreado, ¿Y ahora dónde demonios estaba?
Ante él apareció una alfombra roja –Lo único visible a su alrededor– hasta que de la nada se apareció una mancha blanca en medio del pasillo. Era Rukia de nuevo, alejándose a toda prisa. Ichigo corrió detrás de ella sin vacilar, mientras la escuchaba decir, preocupada:
— ¡Válgame mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo! ¡Voy a defraudar a Nii-sama! ¡Oh no, de ninguna forma! ¡Pyon, pyon!
Ichigo estaba ya casi pisándole los talones, hasta que el "Conejo" dio una vuelta brusca y de la nada se perdió de vista. El joven la maldijo por milésima vez en el día. Pero pronto dejó de lado ese asunto cuando se vio sumido en un nuevo acertijo: La Sala de las Llaves Escondidas.
