Cada día desde que tengo uso de razón y por supuesto, desde que aprendí a escribir me he dedicado a plasmar mis mas íntimos pensamientos en papel, tal vez como una catarsis, tal vez producto de mi soledad, pues a pesar de tener una familia numerosa en muchos momentos me he sentido sola, quizás por porque fui la única mujer entre 4 hermanos casi cavernícolas o porque mi madre nunca cumplió con el papel de ser mi amiga, mi padre es la excepción pero aún así todos tenemos cosas que solo podemos guardarlas para nosotros mismos.

Éste es el día que cambiará mi vida, para bien o para mal pero el momento ha llegado ¿cómo? pues tal vez debería empezar algunos años atrás...

Desde el día que cumplí once años, mi mamá convirtió en el propósito de su vida verme establecida con mi propia familia. Supongo que ese es el deseo de toda madre, incluso ella me aseguró que algún día sería el mío. No entiendo porque pone tanta importancia a todo esto ahora, después de tanto tiempo que ha transcurrido desde que comenzó su búsqueda.

Una vez me atreví a dar mi opinión sobre el tema, hace algunos años cuando llegué a la conclusión de que ninguna mujer debería encadenarse a un hombre simplemente por intereses o por placer, mi madre terminó lavando mi boca con jabón. Después se volvió a mi pobre padre para darle una reprimenda porque él me ha hecho lo que soy, una rareza, no por nada mis hermanos me llaman Anego.

Y a pesar de sus grandes esfuerzos, mi madre solo ha sido capaz de conseguirme un puñado de pretendientes durante estos años. Por suerte, no compaginé con ninguno de ellos y no fue difícil enviarlos de regreso por donde vinieron. Pronto aprendí a vivir en las sombras, deslizándome fuera de la casa a tempranas horas antes de que mi madre se levantara y regresando cuando suponía que ella estaría en otra parte. Era la única manera de evitar interminables rondas sociales donde desfilaban pretendientes como Kojiro Hyuga presumiendo su premio como el hombre más fuerte de la región.

Afortunadamente, el número de esas reuniones disminuyó con el tiempo y los pretendientes se fueron reduciendo hasta que con los meses no apareció ninguno para mi propia seguridad. La vida poco a poco volvió a la normalidad y, por desgracia, esos meses se convirtieron en años. Uno a uno mis hermanos se fueron casando y la casa se llenó de risas y llantos de niños pequeños y pensé que seguramente con eso mi madre estaría contenta.

Y parecía que ese sería el caso… pero a menudo se desesperaba por no encontrar un buen partido para mí. Pero entonces llegó mi vigésimo tercer aniversario, y ese golpe fue más de lo que podía soportar cuando dijo "¡ningún hombre la querrá ahora!" se lamentó porque entre oficialmente en la soltería aunque yo me regocijaba en secreto.

Eso era en gran parte culpa de mi padre, claro, según mi madre. Él obedientemente tomó la culpa, aunque siempre nos reíamos en privado… pero la risa se borró de nuestros labios cuando mi madre se las arregló para encontrarme un marido a pesar de todo.

Dado que las artimañas femeninas que no fueron suficientes para capturar el corazón de un caballero adecuado, mi madre cambió de táctica. Ella me vendió por treinta denarios… o mejor dicho, lo compró por esa cantidad.

Mis hermanos se enojaron porque parte de su herencia se fue en comprarme un marido. Ellos estaban felices, pensaban que nunca me casaría y que yo pasaría mis días como una niñera colectiva de su abundante prole. ¿Qué hombre se dejaría comprar por una mujer? Una respuesta evidente, incluso para el más simple de los siervos, y eso provocó que yo fuera la comidilla de toda la finca durante días, me lanzaban miradas lastimeras y llenas de curiosidad cuando me llevaron, como un cordero a la masacre, por el pasillo de la iglesia.

No es necesario decir que no tenía ninguna prisa por comenzar ese nuevo capítulo en mi vida, por lo tanto, me siento en este escritorio que alguna vez perteneció a mi bisabuela para escribir estas pocas palabras. Por eso sonrío suavemente a mi nana, asintiendo con la cabeza de forma complaciente ante mi dama de compañía que me ha traído el vestido pero no hago ningún movimiento para ponérmelo.

"Solo unos minutos más" les pido a lo que ellas acceden amablemente solo porque sienten lastima por mí. Yo siento lastima por mí misma. Solo la casa se siente envuelta por el gozo que le provoca esta unión.

Hoy es el día de mi boda