Hola. Primero que nada debo decir que re-subí este capitulo y también los que vienen (el dos y el tres). Me puse a leerlo y como lo escribí hace años (uno de mis primeros fics), obviamente encontré muchos errores, pero sobre todo, una gran trama. En su momento no le di un buen resumen, o no sé, simplemente fallé en captar al lector, sin mencionar que lo dejé de lado, y bueno, me sentí mal por esto. Lo digo con humildad, pero creo que en serio este fic podría ser bueno, porque al releerlo me encontré a mí misma inmersa en la historia.

O Quizás sea porque empecé a escribir el capítulo 4 hahaha no estoy segura. Como sea. He decidido continuar y esta vez hacerlo bien. Me propuse que en lo que queda del año terminaré mis fics pendientes, y este sin duda es uno de ellos. No puedo comprometerme a terminarlo este año, ya que la historia es más larga de lo que me propuse en un comienzo, por eso planeo no extenderme mucho y no meter relleno (como Naruto, cof, cof.) y enfocarme en una buena historia.

¡La recomiendo! hahah Ayúdenme a darle otra oportunidad. ¡Todos bienvenidos!, y los que ya estaban, ¡Hola otra vez!

PD: Ni la trama, ni la imagen es mía y bla, bla, bla. Ya saben eso. (A quien haya hecho la imagen, por favor no me odies por adaptarla a la imagen de Hinata. Admiro tu trabajo... no me demandes far favar). Aloha.

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EL SECRETO DE LAS SOMBRAS

"La Caza de la Paz"

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Capítulo 1: "El juicio".

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El interminable tictac del reloj iba a acabar con la poca cordura que me quedaba, ya lo tenía claro.

¿Qué fue lo que pasó con las palabras dulces y los juegos de niños?, ¿Y con los vestidos floreados manchados de pastel? ¿Qué pasó con la niña que tanto tiempo protegí? ¿Quién es ésta extraña frente al espejo?

—Señorita, es hora de partir… — me habló uno de los pocos hombres que todavía me dirigían la palabra. Mi mayordomo, Claus.

—Si… bajaré en un segundo — le informé con una de mis más desgastadas sonrisas, pero autentica. Si no fuera por él, probablemente yo ya no estaría aquí.

Y no es que me quedara mucho tiempo en este mundo, de todas formas.

No debía hacer esperar a las autoridades que ansiaban verme en la primera planta de mi casa, o bueno, mi ex casa. Me miré con detenimiento en el espejo una vez más con la inexistente esperanza de encontrar un pedazo de lo que fui alguna vez, pero de esa niña ya no había nada. Solo una destrozada cáscara: vacía y sin uso.

Mi vestido blanco me devolvía la inocencia robada. Mi cara cubierta de productos cosméticos aparentaba la belleza que yo era incapaz de entregar. Y mis pasos eran los únicos que mostraban que aún seguía viva.

Como si les importará.

Cada peldaño de la amplia y elegante escalera era un paso firme a mi destino. Un castigo. Pero toda esa situación ya estaba asimilada en mi subconsciente, de hecho, siempre había sido una opción en mi mente, aunque jamás imaginé recrearla de verdad.

¿Qué le estarán haciendo a ese hombre que amo?, ¿Lo habrán condenado ya? ¿Lo habrán matado mientras yo seguía encerrada? Lo dudo. Eso sería por lejos lo mejor que nos podría pasar a ambos, pero el mundo ya no es gentil con nadie.

Las ojos de esos extraños me miraban, algunos con molestia y decepción, otros con lastima, y los más ambles simplemente ignoraron mi entrada al enorme salón de mármol. Los recordaré por su cortesía.

—Tu juicio comienza dentro de media hora, así que partirás de inmediato al edificio gubernamental.

— ¿Iré sola?

Los ojos grises del hombre qué me hablaba subieron con la intención de observarme con la reconocida melancolía e indulgencia contenida, detallando mi rostro. Me veía reflejada en esos iris duros y calculadores, más esta vez no iba a acobardarme y le sostendría la mirada.

—Te escoltarán dos guardias… y puedes llevar a alguien contigo durante el trayecto, pero solo hasta que llegues a tu destino, ¿Esta claro?

—Sí, gracias.

—Ya pueden retirarse todos. Nos reuniremos en la entrada del tribunal.

Los hombres y mujeres abandonaron la habitación después de que se dio esa orden, y yo, en vez de alejarme junto a ellos para subir al vehículo en el que debía viajar, me quedé ahí, inmóvil como una muñeca.

Nuestros ojos se cruzaron, anhelantes. Dejé de lado mi máscara de fortaleza y apatía, y corrí al encuentro de los brazos que tanto necesitaba. Su calidez me envolvió por completo y me regresó un pequeño fragmento de la niña que me habían robado.

—Tranquila, hija. Todo va a estar bien.

—Oh, papá — llamé con la voz hecha un nudo y las lágrimas amenazando con salir —, tengo tanto miedo…

—Pequeña — me tranquilizaba él mientras acariciaba mi cabello —. No permitiré que te hagan daño. Te prometo que regresarás a esta casa conmigo y con tu hermana antes de que puedas darte cuenta.

—Podrían matarme si quisieran. La verdadera razón de que aún respire es debido a que tu influencia es mayor que mi delito, papá — me separé de sus brazos lo suficiente para poder ver su afligido rostro, marcado por los años y el trabajo —. Antes de irme quiero darte las gracias. Pase lo que pase, jamás dudes lo mucho que te amo, papá.

—No te perderé, cariño. Te juró que no me rendiré hasta tenerte de regreso.

Un golpe en la puerta nos avisó que nuestra despedida llegaba a su fin. Besé su frente intentando transmitir la gratitud que sentía por toda su dedicación y afecto, pues no había forma de explicarle con palabras el excesivo amor que sentía por él.

Nos miramos una última vez y abandoné la habitación a toda prisa, sin mirar atrás. No sería capaz de ver la destrucción de ese hombre. Mi padre.

Quería subir al auto lo más pronto que mis piernas fueran capaces de andar, no por el hecho de irme, sino por la persona que me esperaba dentro del largo vehículo negro.

Me subí de inmediato y antes de que cerraran la puerta, unos brazos delgados y blanquecinos brazos rodearon mi cuello de forma posesiva. Dejé que ella llorara todo lo que quisiera, que se desahogara por completo. La sujeté con fuerzas y me uní a sus lamentos, ya que eran mutuos.

Desde la salida de mi casa hasta que llegamos al edificio gubernamental ella y yo nos abrazamos y nos dábamos frases de apoyo para consolarnos. Mi pequeña hermana, ¿Cómo es posible que nos fueran a separar? ¿Qué nos pasaría si nos alejaran? ¿Acaso me recordarías como la joven con la que creciste, o cómo la mujer que se te fue arrebatada? Solo Dios sabía el dolor que me significaba soltar tus manos y dejarte en el asiento trasero de la limusina con los ojos enrojecidos de tanto llorar y tus esperanzas de volver a verme.

Tu cabello castaño cayendo sobre tus hombros, tú perlada piel y tu cuerpo de señorita sería, quizás, la última imagen con la que me quedaría de ella.

—Te amo, Hanabi — dije justo antes de bajarme.

—Te estaré esperando, Hinata – gimoteaste con la voz rota.

Quería decirte que regresaría, que todo volvería a ser normal, pero yo no era capaz de engañarte. Sonreí para tranquilizarte, y aprecié tu dulce sonrisa antes de que me separaran de ti a empujones.

Lo triste de todo, es que iba a ser yo quien te esperará a ti. En otra vida.

Mis lágrimas deseaban escapar de mis ojos, pero no les iba a dar la satisfacción a todos los hipócritas que me observaban; no les permitiría verme destruida, acabada.

Hundí mis sentimientos en la punta de mis pies y me forcé a levantar la cabeza con orgullo, como la Hyuga que estaba honrada de ser. Sentía cientos de pupilas quemándome la nuca y también oía todas sus palabras, pues no eran susurros. Pero a pesar de eso, yo seguiría mi camino.

Entré a la amplia sala del juzgado, escoltada en cada tramo por guardias. Al parecer mi juicio iba a ser de lo más entretenido para los habitantes ricos y envidiosos de la cuidad, ya que lo iban a transmitir por televisión.

Tal vez la gente de los pueblos adyacentes también fuera a ver mi condena, como castigo y prueba de lo frágiles que somos los seres humanos y lo limitados que estamos por las leyes creadas en la capital del nuevo mundo: La cuidad de diamante.

¿Acaso él sabría de mi situación? Verme aquí, sentada, enfrentando a esta multitud, ¿Él acaso vería esto?

—Hinata.

La voz masculina y firme de mi abogado me recibió en el umbral de la gigantesca puerta de roble que estaba en la entrada. Aunque no fuera el momento y el lugar, él y yo nos abrazamos con fuerza.

Después de todo, el era más que sólo mi abogado. Era mi primo. Mi familia.

—Ha llegado el momento, Hinata ¿Estás lista? — me preguntó cuándo nos separamos, siendo criticados por algunos de los presentes.

—Neji… ¿Qué crees que ocurra? — le pregunté. Si la sinceridad se personificara, tomaría la forma de mi primo. Confiaba en él ciegamente.

—Las cosas están difíciles, Hinata —me confesó calmado —, pero no por eso finiquitadas. Queda jugarnos la última carta.

—¿Tú crees qué…?

—No se las dejaré tan fácil, prima. Pelearé tu vida como si fuera la mía.

—Gracias, Neji.

Nos tuvimos que separar, debido a que ya que habían dado la señal para que tomáramos nuestros puestos para comenzar. Tomé mi lugar en un asiento donde solo iban los "culpables" y me quedé en silencio mientras observaba mi entorno.

Miedo era todo lo que corría por mis venas, y no solo por lo que podía pasarme a mí, sino al resto de mi familia y amigos. Bien, "amigos" era una palabra muy grande para mencionar a dos personas: Kiba y Shino, mis mejores amigos de la infancia. Ellos más mis familiares conformaban toda mi vida.

Pero desde que lo conocí a él, mi universo tenía lo que necesitaba para existir.

Llevaba diez minutos en esa silla, tan ensimismada en mis recuerdos y anhelos —que ahora se veían tan lejanos —, que no reaccioné hasta que la jueza mencionó mi nombre. La cámara de televisión me captó y me grabó —quien sabe cuánto tiempo llevaba distraída — y luego enfocó a la jueza, en su alto pedestal de madera a unos dos metros de altura sobre mi abominada silla. Había mucha gente, prácticamente se peleaban por ver cómo me condenaban. Preferí ignorar su curiosidad y concentrarme en los cargos que se me acusaban.

Yo era la ovejita descarriada de la ciudad en esos momentos, la mayor atracción posiblemente, y aun sabiendo eso, no me podía importar menos. Solo me preocupaba de mí misma. Así debía ser.

No era ladrona ni asesina; no secuestré a nadie ni planifiqué un atentado terrorista. Solo tomé una decisión en el momento equivocado. Un error del que no me arrepentía.

Me enamoré de un hombre prohibido. Mi mayor pecado.

—Hinata Hyuga, — inició la anciana jueza, rodeada de su sequito de consejeros —, se le incrimina por quebrantar una norma grado C y dos normas grado A. La primera corresponde a la interacción de tu persona con un procedente de otro pueblo, el acusado Naruto Uzumaki de veinte años, y las otras dos corresponden a los cargos de traición a tu nación y por intentar desertar de la misma. Por favor, preséntese ante la concurrencia y exponga sus argumentos de defensa.

Habría sufrido un ataque de nervios si no fuese por la voz de la jueza, que no era gélida ni brusca como pensé que debía ser, sino cordial y elegante. Por un momento incluso especulé que sentía lastima de mi.

Me puse de pie e hice un gesto de respeto a las autoridades, luego avancé hasta el estrado y me preparé para hablar. Estaba muy nerviosa, casi a punto de desmayarme y con los latidos de mi pequeño y frágil corazón tumbándome en la cabeza y oídos.

Naruto… mi Naruto. Cuando escuché tu nombre recuperé las fuerzas para luchar. Por ti, por mí y por ambos, ¿Qué te habrán hecho mientras no podía saber de ti? ¿Qué estarás pensando?

—Mi nombre es Hinata Hyuga, heredera de Hisashi Hyuga, gobernador de la ciudad de la Luna y líder del clan Hyuga. Tengo diecinueve años de edad y cumplo deberes de estudiante.

Mi voz resultó ser firme y concisa. Después de mi presentación no quedó ni un solo ruido en la enorme sala. Yo sabía que debía continuar y defenderme, pero todos mis meritos llegaron a su límite. La angustiosa sensación de saber que eres la curiosidad de todos era sofocante.

La jueza pasó de alto eso y continuó con su discurso, detallando la relación que tuve con Naruto, un descarriado joven que no se registraba en ningún país ni ciudad, y la forma de cómo intenté escapar con él a otras naciones, quedando como una traidora y desvergonzada cría.

Pero no importaba lo mucho que me menospreciaran. Yo tenía el amor de un hombre bueno. De alguien que ambicionó con un mundo libre para nosotros dos y el resto de los habitantes confinados a estas horribles vidas.

El mundo había cambiado después de las guerras y batallas por el poder, y ahora, esas historias de igualdad y desarrollo solo eran parte de los libros de historia. Simples fragmentos de tradición alejados con el tiempo.

Neji usaba toda su voz para defenderme, provocándome una inquietud en el corazón. ¿Podrían castigar a Neji por ser mi familiar? ¿O a mi hermana o a mi padre?

Los abogados no dejaban de defender sus posturas, y yo apoyaba en mi defensa con todo lo que podía, pero la cruda realidad era que todos los cargos de los que se me acusaban eran ciertos.

Después de cincuenta minutos, la jueza pidió tiempo para que la dejaran analizar su veredicto junto a sus consejeros. La audiencia comenzó a cotillear sobre mí: «Tan bella y joven… es una lástima» —les escuchaba decir —, «Siempre creí que era de las buenas», «Ojalá los jóvenes aprendan de ella que nadie está libre hoy en día».

Me sentía triste y aterrada. Eché un vistazo por primera vez al resto de la muchedumbre y pude apreciar a mis dos amigos sentados juntos, mirándome. Kiba levantó el pulgar para darme fuerzas y luego sonrió. Shino hizo un movimiento con la cabeza para hacerme llegar su apoyo, el cual aprecié instantáneamente. Giré mi cabeza y observé a mi padre. Él estaba hablando con Neji y ambos estaban muy serios, pero cuando se percataron de mi mirada, me sonrieron cansinamente. No lo culpaba, yo estaba del mismo ánimo.

—Los abogados, por favor acercarse al estrado. — pidió uno de los consejeros.

Vi como mi primo se acercaba al igual que el abogado que representaba "al pueblo" y se pusieron a discutir de forma tranquila. Cerré mis ojos y respiré con vehemencia para despejar mis ideas y centrarme en algo que no fuera tan negativo. Recordé el perro de Kiba, Akamaru, y me entraron unas ganas locas de jugar con él y tocar su blanco pelaje. También regresaron a mi cabeza imágenes de momentos felices; como cuando intenté ganar una carrera contra Kiba, o cuando Shino y yo veíamos a las mariposas fluorescentes echar vuelo en las noches de primavera. Incluso la primera palabra de Hanabi vino a mi mente: "pluma", la cual por supuesto no dijo claramente, mas esa era la intención.

—¡¿Qué?!

La exclamación de Neji me bajó de las nubes como si yo pesara doscientas toneladas. Mi primo nunca alzaba la voz.

Abrí los mis ojos y busqué al causante de mi naciente miedo.

Ahí estaba Neji, con la cara roja y las cejas fruncidas, discutiendo con las personas que lo rodeaban. Los ojos de todos se fueron a mí, incluso los de la jueza. Neji desvió su vista al suelo, incapaz de sostenerme la mirada. La multitud se calló y mi corazón latió con rapidez.

Ya tenían mi veredicto.

—Tomen asiento todos los presentes, por favor. — pidió la jueza, y con eso logró callar los nuevos chismes que aparecían —. Ahora procederemos a declarar la sentencia de la señorita Hinata Hyuga.

Mi corazón ya no parecía estar dentro de mi cuerpo, sino en algún lugar ajeno de toda esta maldición. Quizás en otro planeta.

—Se ha estimado que la falta de la señorita Hyuga es equivalente a la pena de muerte — habló la mujer con la misma tranquilidad con la cual me presentó, aunque para mi esas palabras eran las más crueles que había oído en toda mi vida —, sin embargo, dadas las circunstancias en las que nos encontramos, éste castigo no se llevará a cabo.

Un suspiró general invadió el ambiente. Vi a mi padre y a mis amigos sonriendo con desmesurada alegría, casi igualándose a la mía. Pero entonces lo vi. Mi primo estaba sentado con los codos apoyados sobre las piernas y con la cabeza entre las manos… se veía desesperado. Algo andaba muy mal para que él estuviera así.

Miré a la jueza y encontré lo que menos quería ver: Lástima.

Los consejeros estaban serios y con la vista puesta en otro lado, esperando a que los presentes se callaran y así poder continuar. Al ver sus rostros agrios recordé las palabras de la anciana: «Las circunstancias en las que nos encontramos» ¿Qué quería decir con eso?

—Siendo nuestra ciudad la cúspide en cuanto a imperturbabilidad, la falta de la señorita Hyuga se presta para el escándalo y la sublevación. En años no ha habido sentencias graves, no de cargos que se asemejen a la traición por lo menos —esto último lo dijo mirándome a los ojos. Sentí su desaprobación —, por lo que la situación es perpleja para nosotros. Somos el orgullo de la nación debido a nuestro inimputable estilo de vida; por destacar en cuando al orden y servicio, y aunque por supuesto existen crímenes en nuestra ciudad y distrito, no hemos presenciado algo como lo que vemos actualmente en muchísimos años. Esto nos llevó al debate y al juicio en el que estamos hoy presentes —suspiró sonoramente y se acomodó los lentes —. Hoy se ha declarado la sentencia final para la señorita Hyuga, la que será representar a la ciudad de la Luna en la próxima Caza de la paz con la finalidad de expiar sus delitos.

Silencio.

Silencio y padecimiento.

Mis lágrimas cayeron desenfrenadamente por mis ojos y mi boca se secó. Dios no me podía estar haciendo esto. No podía ser verdad… No, por favor.

—¡No puede ser así! — gritó mi padre fuera de control, acercándose al estrado para encarar a los jueces.

—Nosotros somos quienes deciden quien participa en la cacería, Hisashi —aclaró un hombre regordete a la derecha de la jueza —. Tu hija incumplió dos de los más graves delitos y no hay nadie en esta ciudad que postulé siquiera con uno grado B. Está decidido.

—¡La semana pasada acordamos que éste año no participarían personas de la ciudad! — sentenció mi padre. Yo apenas podía mirarlo producto de las lágrimas.

—Eso fue hasta que tu inconsciente hija se echó la soga al cuello. Ella fue criada con nuestras reglas… o tal vez la crianza sin presencia materna le hizo falta.

Me enfureció que ese hombre dejara a mi padre en ridículo frente a todos los espectadores, pero lo que más me descolocó fue que se atreviera a nombrar a mi progenitora. Mi padre nos crió a mi hermana y a mí sin que nada nos faltara. Es cierto que estaba muy ocupado con su trabajo, pero Hanabi y yo reconocíamos su esfuerzo.

—Quiero que te presentes en mi oficina mañana a primera hora — dijo tétricamente mi padre al hombre en voz baja. Yo escuché porque estaba cerca del estrado.

El atrevido hombre cambio la cara por completo, como si recién razonara lo que había dicho y el miedo se apoderó de su rostro.

Dejé de preocuparme de esa discusión y me enterré en el profundo dolor que estaba en mi pecho y en mi garganta. Quería llorar como nunca antes había hecho, casi como cuando mi madre falleció. Rogaba que mediante alguna señal ella me diera su apoyo, pero solo la soledad me cubrió en respuesta.

Cuando era pequeña aprendí que a la Caza de la paz van a parar los peores criminales. Se crearon con el fin de que el mundo viera lo que podía pasar con aquellos que incumplían las reglas impuestas por la Ciudad de Diamante y los países del fuego, el aire y la cascada, pero la verdad era que exterminaban a los mas inimaginables delincuentes: asesinos en serie, violadores, secuestradores, etc. Por eso la mayoría estaba a favor de su existencia.

Pero enviar a una chica de dieciocho años — casi diecinueve — a esa "cacería" era inhumano. Ni en mis más locas fantasías imaginé que me dieran este castigo.

Cualquier persona preferiría morir antes de participar en ello, y yo no era la excepción. La sublime ventaja para el ganador era quedar inmune de su delito, sin pena de muerte. Pero para ganar debías ser el único sobreviviente de la Caza.

Mi crimen no era tan grave como para ser desmembrada; aniquilada o desangrada, así que debía existir otra solución. Algo debía haber.

—D-Disculpen, y-yo… — tartamudeé. Estaba nerviosa y sorprendida por la inesperada noticia, pero mi leve voz no fue impedimento para conseguir atención — Debe haber otra penitencia, algo más.

Los jueces se miraron entre si y luego se detuvieron en mí. La anciana que estaba al poder me miró entristecida y prontamente me respondió.

—A la Caza van delincuentes, señorita Hyuga — me recordó lo ya sabido —. Nuestro pueblo se enorgullece mucho por la falta de crímenes que se presentan, y gracias a eso no hemos enviado personas a este… lugar — dudó ella en como denominar a semejante atrocidad —, pero usted fue descubierta infringiendo tres normas, dos de ellas excesivamente graves, por lo que es la primera y única en la lista de participantes que cumple con el rango mínimo para ser enviado.

—Debe haber algo… ¡Lo que sea! — grité angustiada. No podía morir de esa manera, no quería…

—Hinata… — la voz de mi padre solo me desesperó más. No me atreví a mirarlo pues de seguro me pondría histérica. Llorar era lo suficientemente humillante.

—Las reglas están claras — dijo una mujer que pertenecía al sequito de consejeros —. Se crearon hace ochenta y cinco años, señorita Hyuga. Las catorce ciudades enviarán todos los años a los criminales que encabecen las listas de delitos, sin excepción. Hace dos años que no tenemos a una persona que enviar debido a los bajos delitos… hasta que usted apareció.

Aunque esa mujer lo dijo con suavidad, sus palabras me atacaron como balas. No había nada que hacer por mí… Nada…

— Pero – interceptó la jueza mayor —, también está la opción de "Castigo de sombra" … y todos tienen derecho a usarla, siempre y cuando se esté dispuesto a pagar por el servicio y el gobernador lo autorice, pues es él quien elige a esa persona.

—¿Castigo… de sombra? — pregunté, secándome las lágrimas.

—Consiste en la compra-venta de un criminal. Las naciones con exceso de personas peligrosas pagan a las ciudades que presentan delitos menores, como la nuestra, para enviar una mayor cantidad de personas peligrosas a la cacería y exterminarlos en nombre de otra ciudad, sin mencionar que la persona que los adquiere para la cacería también debe pagar una elevada suma de dinero. Su función es velar por ti y ser, bueno, tu sombra… Incluso son ellos quienes deben morir antes que tú.

La indiferencia con la que mi padre hablaba era horrible ¡¿Cómo podía decir eso?! ¡Las personas no podían ser comerciables! Miré a mí alrededor y mis amigos estaban estupefactos, pero el resto parecía de lo más tranquilo. Sólo entonces deduje que era mi generación la que no conocía de esto, y que esa ley ya era sabida por el resto.

Que una persona — un criminal — velara por mí de esa manera me daba nauseas. A mí me aterrorizaba morir, ¿Cómo es que las personas accedían a suicidarse de esa forma?

—Señorita Hyuga —habló el mismo hombre regordete que insultó a mis padres —, debe entender que estos delincuentes acceden a participar y nadie los obliga. Cuando se "adquiere" a uno de ellos es porque ellos mismos decidieron tomar la opción de unirse a la Caza, dado a que buscan su propia recompensa: Libertad. Si usted llegase a trabajar con uno de ellos y ganase, él o ella también obtiene cierto grado de libertad condicional bajo vigilancia… ¿Comprende?

—Mm, ya veo… — me limité a responder.

Era demasiada presión para soportar. ¿Acaso sería capaz de comprarme una sombra y condenarla junto a mí? Tal vez esa persona tenía posibilidades de sobrevivir de otra manera y pagar su delito en la cárcel o algo, pero, ¿Podría sobrevivir yo sola contra los criminales de otras trece ciudades? Conmigo serían catorce exactamente.

Pero la verdadera pregunta no era ninguna de las anteriores, sino otra. ¿Podría yo, con mis propias manos, asesinar a otro ser humano? El cuerpo me temblaba. No sabía qué hacer. ¿Qué pensarían mis amigos y mi familia de mí si elegía esa opción? ¿Me odiarían? ¿Podría volver a ser la misma Hinata después de eso?

No… a pesar de todo, yo jamás iba a encontrar los fragmentos de lo que alguna vez fui.

—Si usted va a elegir comprar a alguien debe decirlo ahora, señorita Hyuga – dijo la jueza con dulzura, captando mi atención —. Faltan cinco semanas para que la próxima Caza comience, y buscar a un criminal que trabaje para usted podría tomar su tiempo.

—Señor gobernador, ¿Está usted de acuerdo en otorgarle la opción a la señorita Hinata? — preguntó un consejero que hasta el momento había estado en silencio —. Lo menciono porque será usted mismo el encargado de asesorarle un compañero o compañera, señor.

Mi padre me miró con el ceño fruncido, pero no como si estuviera molesto, sino analizándome más bien.

—Ella es quien debe tomar la decisión. — respondió mientras se acercaba al asiento que estaba junto a Neji —. Yo como gobernador me encargaré de su asesoría, pero lo demás le respecta a ella. Hinata, ¿Qué harás?

Miré alarmada a mi primo quien solo reflejaba la culpabilidad que sentía. Tenía ganas de decirle que dio su mayor esfuerzo y que lo apreciaba, pero no podía moverme. Miré a mis amigos y fue la mejor acción que pude tomar. Los dos me sonreían de forma cálida. No me estaban juzgando, y eso se agradecía. Kiba levantó su pulgar, y luego lo hizo Shino, obligado por los golpes que Kiba le daba y no escaparon de mi visión. Sus ojos mostraban tristeza, pero su apoyo me revitalizó.

Si ellos me daban su fuerza para hacerlo, no debía dudar más. Yo quería seguir viviendo.

—Acepto — dije con la voz limpia, sin ruidos que delataran mi debilidad.

La gente comenzó a cotillear de inmediato. Miré otra vez a mis amigos y vi como asentían con la cabeza en forma de aprobación.

—¡Orden, orden en la corte! — gritó la jueza y todos se callaron —. Bien, señorita Hyuga, con esto damos por finalizada su sentencia. Los arreglos sobre su "Castigo de sombra" comenzaran mañana en la oficina gubernamental. ¡Se cierra la sesión!

Cuando las personas comenzaron a abandonar la sala me di el lujo de respirar.

Mi familia y amigos se amontonaron para darme sus fuerzas y yo solo me lancé contra Neji para decirle lo inmensamente agradecida que estaba con él. Mi primo me devolvió el abrazo y se disculpó por su ineficiencia, a lo que yo lo paré.

—Sin ti ya estaría muerta, Neji. Jamás podré demostrarte lo agradecida que estoy contigo y con papá.

—Siempre estaré de tu lado, señorita Hinata — dijo él con el apodo que antes solía utilizar. Como yo era la heredera por sangre, él debía tratarme con respeto, pero con los años logramos llegar al acuerdo de llamarnos por nuestros nombres. Así debían tratarse los primos después de todo.

Papá y yo nos abrazamos con necesidad. Era relajante estar entre sus brazos. No quería soltarlo nunca. No quería dejar eso. A mi familia, mis amigos, mi hogar.

Yo simplemente no quería ir a la Caza de la paz.

—Será difícil, hija, pero te prometí que te mantendría a nuestro lado. Prepárate… mañana será un largo día.

Y así como mi padre dijo, el día siguiente —y los posteriores a ese — fueron una completa tortura mental. La gente que antes solía saludarme me miraba con repugnancia o simplemente pasaban de largo al divisarme en la distancia. No me decían más de lo que debía saber, así que mis conversaciones se reducían a mi familia y a mis amigos.

¿En serio mi delito fue tan grave? Yo no lo creía. Por mis manos nunca pasó un arma, ni la idea de dañar a alguien. Pero aún así fui juzgada como a las más viles personas.

Cuando mi padre me informó tres días después que había seleccionado a mi "castigo de sombra", yo me encerré en mi dormitorio. Recién en ese momento acepté mi destino, el cual consistía en morir en manos de un desconocido.

No importaba que tan fuerte fuese mi compañero, ni lo astuto o lo inteligente. Nada de eso iba a convertirme a mí en una asesina. Simplemente no sería capaz.

—Hinata, ¿Puedo pasar?

—¿Hanabi? —susurré de entre las cubres de mi cama —. Si… adelante.

Mi hermana se lanzó a la cama y se metió entre las frazadas junto a mí. Me miraba con determinación, como si tuviera algo que decirme, pero mantenía la boca cerrada. Cerré mis ojos y me acomodé de lado para quedar de frente a ella.

—Tu guardaespaldas llegará en unos minutos, Hinata – dijo mi hermana, pero yo permanecí como un muerto en vida. Quieta como una mesa —¿No vas a decir nada? ¿No te interesa saber…?

—Claro que me interesa, Hanabi. Y no es mi guardaespaldas, sino mi… sombra —corregí. Noté sus intenciones. ¿Cómo me podría pasar inadvertido el tema de que mi acompañante en la Caza estaba por llegar a mi casa? Llevaba esperando a esa persona durante una semana entera, casi el mismo tiempo que llevaba en cama.

—¿Y por qué no te arreglas? Él está por llegar…

—¿Él? ¿Es un hombre? — pregunté con curiosidad. Jamás indagué sobre mi acompañante en lo absoluto. De hecho, cada vez que mi padre intentaba mencionarlo yo salía disparada a mi habitación como si las simples palabras fueran a dañarme. Por eso no quería salir de mi cama: El mundo se veía más bonito en mis recuerdos infantiles.

—No lo sé —contestó ella mientras me corría el cabello de la cara —, pero creo que papá elegirá a un hombre. Son más fuertes.

—Las apariencias engañan, Hanabi. No lo olvides —mi respuesta fue mecánica ante las palabras de mi hermana.

—Jamás.

—Así está mejor —le sonreí.

La pequeña se fue cuando la convencí de que me sentía mejor, cuando en realidad no era así. Miré los verdes campos a través de mi ventana y las hermosas rosas que quedaban del otoño.

Si por mi hubiese sido, yo no habría salido de mi dormitorio nunca, pero mi padre dijo que las ermitañas no le agradaban a nadie. Me pidió que me presentara ante mi compañero apenas llegara a casa, pues se iba a quedar con nosotros como parte del pacto para familiarizarnos y desarrollar nuestras tácticas de supervivencia, de las cuales yo carecía por completo.

… y aún así yo no abandoné mi habitación.

Cuando escuché movimiento en la planta de abajo me asomé por la ventana como alma que lleva el diablo y vi un par de cámaras de televisión, varios agentes de control y uno de sus carros blindados; en el cual supuestamente venía mi sombra.

Me sentí frágil con mi largo vestido casual y mis arreglos femeninos. ¿De qué me podría servir un atuendo de "princesa" ante un criminal condenado? De seguro me iba a menospreciar cuando me mirara…

Me negué rotundamente a salir de mi confinamiento. Hanabi, mi padre, e incluso mi mayordomo fueron incapaces de abrir la puerta con todas las trancas que le puse encima. Mejor.

Creí que insistirían en sacarme de ahí, pero la verdad es que se resignaron con facilidad. Me sentí agradecida por su comprensión y me dediqué a pintar el resto de la tarde, y cuando miré el atardecer entrar por mi ventana decidí salir y enfrentar al desconocido que estaba en mi casa.

Me miré en el espejo y arreglé mi cabello antes de abrir la puerta. La mansión estaba en un silencio agradable y sin ninguna persona a la vista. Recorrí el vestíbulo y el salón, pero nadie aparecía, luego fui a la cocina y los criados me comentaron que mi padre había salido al edificio gubernamental y que Hanabi se encontraba en el jardín recolectando lirios.

Caminé con lentitud hasta la entrada del invernadero donde mi pequeña hermana cortaba flores. Ella estaba tan concentrada en su labor que no se percató de las hojas que yo iba dejando por su largo cabello castaño, pero cuando lo notó, me encaró.

—Deberías estar recostada en tu cama en estado depresivo, Hinata — dijo Hanabi divertida.

—Prefiero estar aquí, contigo — le respondí con dulzura.

—A sí, ¿eh? Entonces ayúdame a recolectar flores —me ordenó mientras me entregaba unas tijeras —. Espero que el vestido que elegiste para acompañarme no se ensucie, hermana.

—No me lo puse con esa intención, Hanabi… ya sabes.

—Pero al parecer el día de hoy no pudo ser usado como se debía —se lamentó ella con una mueca divertida en el rostro —. Como sea, ya lo harás mañana ¿Cierto?

—Te lo prometo.

Las dos nos dedicamos a recoger flores y luego las pusimos en el florero que está en la entrada de la casa. La acompañé hasta su dormitorio y la peiné. Le tejí una trenza que le llegaba a media espalda y luego la arropé en la cama.

—Mañana será otro día… —me dijo, adormecida.

—Sí, mañana será otro día –—confirmé antes de besar su frente y abandonar la habitación.

Por más que intentaba conciliar el sueño no era capaz de dormirme. Me giraba una y otra vez inquieta, culpando a todo lo que se me ocurriera por mi insomnio: las aves, el frío, el calor, la noche, e incluso a la luna llena con su resplandeciente luz.

Hanabi no mención nada sobre mi sombra, excepto que era una persona muy "particular".

¿Qué se supone que significa eso? ¿Tenía tres ojos, o medía dos metros? ¿Su voz era chillona y su cara se parecía a la de un pez? ¿Era hombre o mujer…? La curiosidad estaba volviéndome loca de ansiedad. Otra razón para culpar mi falta de sueño.

Escuché pasos en el piso de arriba —en el desván más precisamente — y me asusté. Nadie subía ahí por órdenes de mi padre, incluso Hanabi y yo teníamos prohibido avanzar más allá de la escalera que daba al tercer piso.

¿Quién en su sano juicio desobedecería a mi padre?... ¿Podría ser acaso…?

Abrí mis ojos ante la idea de que mi sombra estuviese allí arriba, sobre mi dormitorio. Era la única explicación razonable para esos ruidos, pues los ratones y las plagas no sobrevivieron a la fumigación que se hizo el pasado mes.

Mi corazón latía con fuerza contra mi pecho. La energía de la que carecí esa tarde apareció casi por arte de magia después de escuchar esos pasos. Sus pisadas…

Me levanté de la cama y me puse mi vestido color crema sin tomarme medio minuto. Mi cabello caía sobre mi espalda, totalmente suelto y libre, y mi cara no llevaba maquillaje. No iba a ser necesario a esas alturas de la noche.

Subí descalza para no hacer ruido y me detuve frente a la puerta que contenía un enorme candado.

«Está cerrada…» me lamenté mientras tomaba el dichoso candado entre mis manos. Que enorme fue mi sorpresa cuando la cerradura se abrió e hizo que el candado callera al suelo, junto a mis pies.

El temor regresó a mi cuerpo, haciéndome retroceder, ¿Sería buena idea entrar al desván por mi cuenta sin que nadie supiera de eso? ¿Y si me ocurría algo? No quería preocupar a mi padre o a Hanabi… quizás fuese más inteligente regresar por la mañana, acompañada.

Otro ruido provino desde adentro, a tan solo a unos metros de mí.

No.

Ya no quería depender de nadie más.

Yo era Hinata Hyuga, la condenada de la ciudad de la Luna para ir a la Caza de la paz, no una niña de cristal. Debía aceptarlo y armarme de valor de una vez por todas. Tan solo debía cruzar una boba puerta y ya.

Tomé el pomo con mi mano derecha y lo giré silenciosamente, luego entré a hurtadillas al desván procurando no hacer ruido y cerré la puerta a mis espaldas. Todo estaba en una profunda oscuridad, pero como mis ojos ya se habían adecuado a la penumbra no me costó distinguir los objetos que estaban a mis alrededores. La mayoría eran cajas que contenían cosas que Hanabi, mi padre y yo ya no utilizábamos, y el resto eran muebles viejos; desde escritorios hasta armarios de dos metros cubiertos de polvo. Pero no había ninguna persona a la vista.

Di unos pasos para adentrarme más a la habitación, tanteando con las manos los obstáculos que se me ponían enfrente. Muchas de las cosas que vi me trajeron recuerdos, como una antigua muñeca con la que solía jugar de pequeña, hasta decoraciones para año nuevo que usábamos para festejar. A pesar de estar algo sucio, todo seguía manteniendo su encanto.

…Y entonces vi lo único que no tenía procedente en mi memoria.

Abrí tanto los ojos que casi salen de sus cuencas, y mi corazón se desenfrenó dentro de mi cuerpo, bombeando sangre hasta a la última de mis células.

La persona frente a mi estaba lejos de ser como la imaginé, en todas las formas y sentidos.

Estaba de piernas cruzadas sobre lo que parecía ser una mesita de noche, con la mirada perdida en algún punto del jardín que podía verse a través de la polvorienta ventana frente a su cara. Como estaba de costado y con la cara ladeada, no pude ver su rostro, pero aún así aprecié lo demás.

Llevaba puesto unos diminutos shorts negros que se ceñían a sus blancas piernas —las cuales se encontraban cruzadas una sobre otra —, y una túnica abierta con gorro del mismo color que se extendía hasta el suelo. Sus brazos estaban cubiertos por la túnica, y sus manos descansaban sobre sus rodillas. Por último, llevaba puestas unas botas acordes a su atuendo que le llegaban por debajo de las rodillas y una venda envolviendo el resto del muslo izquierdo. Su cabello negro era el mismísimo manto de la noche y su blanca piel se asemejaba a la mía.

Era imposible que ella fuera la persona que buscaba. Simplemente inverosímil.

Fue entonces que ella giró su rostro, y por segunda vez en toda mi vida, quedé atrapada en los ojos de una persona.

Eran de un verde tan opaco que se acercaba al plomo verduzco, pero era la mirada que ella tenía sobre mí lo que provocó que los vellos de mis brazos se erizaran. Tan sombría, profunda y vacía como los ojos de una muñeca de porcelana, con las gruesas pestañas negras decorando esa misteriosa y enigmática vista.

La nariz pequeña y respingada, los labios finos y pálidos, las cejas delineadas y la perfecta piel perlada hizo que yo creara un nuevo significado de belleza. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Distinta, oscura y frágil. No había palabras para describir al ser frente a mis ojos.

—Al fin nos conocemos, señorita Hyuga —dijo.

Se puso de pie y se acercó un paso hacia mí, pero se detuvo inmediatamente. Yo también lo habría hecho si una persona temblara incontrolablemente por mi presencia. Que tonta y cobarde era.

Su voz era un susurro grave y delicado, sin prejuicios ni dureza detectables. Era agradable de oír.

Me perdí es sus ojos nuevamente y me sentí pequeña como una mariposa; tan quebrantable y diminuta como una mariposa…

La dulzura de su sonrisa no era semejante a la imagen que proyectaba, sino todo lo contrario; cálida y compasiva, ¿Quién y qué era ella?

—Prometo no hacerle nada —me aseguró mientras daba otro paso en mi dirección. No sabía si creerle o huir tan rápido como dieran mis piernas, pero de una u otra forma no podía moverme.

En algún lugar remoto de mi cuerpo yo deseaba conocer a la extraña que me extendía la mano.

—M-Me llamo H-Hinata —logré pronunciar al momento que sujetaba su mano entre la mía.

—Lo sé… te he estado esperando —respondió mientras me soltaba con delicadeza. Estaba tan fría como un hielo.

—L-Lo la-lamento… —tartamudeé ¿Podría dejar de ser tan patética de una vez por todas?

—No te preocupes. Lo comprendo.

El silencio nos invadió a ambas posterior a nuestro cruce de palabras, y sus ojos inspeccionándome no me dejaban respirar. Me sentía tonta al no poder hablar y ser presa de mi timidez. Había mucho que quería preguntarle, pero al parecer mi cuerpo y mis neuronas no deseaban cooperar.

Respiré mucho aire y me tragué mis miedos. Era hora de tomar las riendas del asunto.

—¿C-Cómo t-te llamas? —pregunté con los parpados cerrados por el nerviosismo. Al no recibir respuesta abrí los ojos y me encontré con su mirada indiferente.

—No le he entendido, señorita Hinata —respondió resonante y segura. Yo sabía que me había escuchado, pero de seguro no se conformó de mi mediocre intento de dialogar.

—T-Tu nombre… ¿Cuál es tu n-nombre? —repetí, más claramente.

—Yo tengo muchos nombres, señorita ¿Cuál de todos ellos desea conocer? ¿Mi apodo o el alias que usan para mí?

¿Qué pregunta era esa? Yo le pregunté su nombre y ella me respondía con otra pregunta, ¿Acaso me estaba probando…?

—Yo quiero conocer el verdadero… —susurré con la vista en mis pies.

Levanté poco a poco mis ojos y me topé con una sonrisa sincera en sus labios.

—Sakura. Mi verdadero nombre es Sakura —me respondió.

—Es un bello nombre, como esa flor, ¿No? La de cerezos…

—Sí, así es. Y su nombre significa día soleado, ¿Lo sabía?

—No —me sorprendí por la familiaridad con la que me trataba y, bueno, también porque ella conociera lo que expresaba mi nombre, algo que hasta ese momento yo ignoraba.

—Pues ahora lo sabe. —me sonrió mientras acariciaba su largo cabello negro azabache.

—¿Y c-cómo debo llamarte yo? —le pregunté, dejándola aparentemente pasmada.

—Nunca me han preguntado algo así. Supongo que puede llamarme como usted desee, señorita Hinata, después de todo, yo solo soy su castigo de sombra.

Me resentí ante sus palabras. No es que me hubiesen molestado ni nada parecido, pero no me gustó que ella se viera a sí misma como un objeto, una simple arma.

—Te llamaré como tú me digas que lo haga – le dije reuniendo valor y con las mejillas rojas por mi atrevimiento —. Así como tú me hablaras a mí por mi nombre, sin prefijos.

Su rostro era demasiado expresivo para ser una muñequita oscura. Tenía los ojos abiertos por lo que dije y la boca entreabierta. Sin embargo, una sonrisa orgullosa se posicionó en sus delgados labios.

—Parece ser que no me equivoqué contigo, Hinata. Desde hoy vas a llamarme Sakura, y de ninguna otra manera, ¿Está claro?

—Si —respondí con una sonrisa alegre, de esas que hace mucho no mostraba.

—Bien. Ahora debes marcharte a dormir. Mañana será un largo día y necesitas descansar.

—De acuerdo, emh… Sakura.

Antes de irme le extendí la mano derecha para estrecharla como despedida, logrando que ella me mirara con curiosidad.

—E-Es para dejar todo claro… —le expliqué.

—¿Claro? —me preguntó mientras aceptaba la mano que extendía.

—Si… Ya no serás mi sombra, Sakura. Desde ahora tú y tu seremos compañeras en la Caza de la Paz, ¿Está bien eso? —usé el mismo tono que ella para decir lo último, haciéndola sonreír.

—Será un honor trabajar contigo, Hinata.

Nadie en el mundo conocería nunca lo que ocurrió entre nosotras dos —simples y corrientes criminales —en una de las últimas noches de otoño con la luna como único testigo de nuestro nuevo pacto.

Las cosas iban a cambiar desde ahora, ya lo sabía, pero después de muchas nubes negras sobre mi vida al fin pude ver un pequeño e ínfimo rayo de luz y de oportunidad.

Esa chica era extraña, misteriosa y la envolvía un aire de peligro, pero era justo la persona de la que necesitaba aferrarme y creer. Quería dejarle mis últimas esperanzas de vivir a la chica de ojos sombríos, a la muñequita oscura con nombre de flor.

Quería confiarle mi vida a Sakura.

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No cambié casi nada del capítulo original a este, sólo lo que era ortografía. Mantendré una información básica de antes: 1.) Sakura tiene el pelo negro debido a algo, y ese "algo" es importante. 2.) No extrañen demasiado a Naruto. (No haré spoilers. Esto no es Games of Thrones... por desgracia). 3.)Gracias por leer hasta aquí hahah no pondré notitas de autor hasta el capítulo 4, tanto para no aburrirlos a ustedes como no aburrirme a mi (no sé me ocurre como llenar estas partes de abajo hahaha).

Gracias por leer. En serio lo agradezco de corazón, ¡Son lo mejor!

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28 de Junio 2017 (Ex 15 de febrero 2013)

Cuatro años, maldita sea. Soy una paria.

20:45 pm

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