[Disclaimer: Harry Potter le pertenece a J. K. Rowling.]

One-shot escrito para el reto Reggaetón Mágico de TanitbenNajash.


El odio


Él te da su amor, tú duermes con dudas.

Ahora ves que la costumbre no es lo que aparenta ser.

Es tan sincero, contrario a mis defectos,

pero sigo siendo el malo que no dejas de querer.


El malo, Aventura


Menudo mortífago. La toma por la muñeca, la mira de cerca y levanta las cejas en una expresión indescifrable. Se inclina sobre sus labios gruesos y los cubre con los suyos finos, como si tomara algo que de antemano le perteneciera. Ginny abre los ojos con sorpresa pero no alcanza a reaccionar lo suficientemente rápido como para alejarse. Cuando vuelve a ser consciente de algo ya es demasiado tarde, ya está perdida. Malfoy no la besa como los otros. Aquellos eran suaves, dulces y la trataban como si tuvieran miedo de romperla; él es áspero, seco y la trata como si la odiase.

Ella, que también lo odia, no lo dejaría llevar la batuta con tanta facilidad. Se pone en puntas de pies y, cruzándole las manos por detrás de la nuca, profundiza el beso a su antojo. Él intenta zafarse y ella siente un cosquilleo cálido recorrerle la piel. Le da adrenalina, le gusta que sea un campo de batalla, que sea su enemigo. Le da vida. Cierra los ojos y deja que la bese. Malfoy le acaricia el labio inferior con la punta de su lengua y ella reprime un gemido. Draco sonríe con perversidad sobre sus labios y Ginny le clava los dedos en la espalda, sin cuidarse de tratarlo bien.

—¿Por qué te resistís, Pelirroja?

Él no jadea. A él no se le entrecorta la voz ni le flaquean las piernas. La débil es ella, que vuelve a sucumbir una y otra vez aunque sabe que no le conviene. No, no, ¡no! No importa, no hay lugar para la conciencia. Lo único que Ginny quiere es aprovechar el momento para desquitar sus frustraciones personales con sexo impulsivo, descortés y sucio, tal como él. Es una buena idea... sí, es una buena idea. Ella no querría hacerlo si no lo fuera.

Nunca se explican. Le gusta que no hable en vano, que entienda que no necesita nada de él. Que no le pida explicaciones, que comprenda que no le importa dónde había estado en el pasado ni cuáles son sus planes a futuro. Lo único que le interesa es el presente, y tampoco está segura de ello. Si había un tiempo y un lugar para todo... no importaba. Ya nada, que no sea su boca, importa en el mundo.

Lleva sus manos hacia las mejillas de Draco y le tuerce la cabeza con violencia hasta dejarla en el ángulo perfecto. Y entonces, fuerte y salvaje, lo besa. Entreabre los labios, deja salir su lengua y empuja con ella a las palabras del rubio. Quisiera hacerlo atragantar.

—¿Llamás a esto resistirse, Malfoy?

Quisiera besarlo el tiempo suficiente como para absorberle la arrogancia por la boca, cual si fuese una dementora. Lleva una de sus manos hasta el cabello rubio y enreda sus dedos por él. Jala con saña. Es el odio.

Él ríe, y eso la enfurece más. Sin pararse a pensarlo, Ginny se arroja sobre el cuello descubierto de Malfoy y lo besa con ímpetu. Sube con sus labios hasta llegar detrás del lóbulo de su oreja y sonríe. Sabe que es su punto débil. Una vez que ella lo besara ahí, él ya no diría nada más y se limitaría a darle el placer impulsivo, descortés y sucio que ambos están buscando.

Pero no quiere dejárselo tan fácil. Vuelve sobre sus propios besos y desciende hasta su nuez. Libera a la punta de su lengua y lame lentamente. Malfoy deja escapar el aire en una exhalación ronca y, sin pedirle permiso, envuelve su trasero con sus manos. Esta vez, al sentir su erección caliente contra su clítoris, Ginny no puede reprimir un gemido. Como si estuviera hipnotizada, separa sus piernas y se inclina hacia atrás, para sentirlo mejor.

Malfoy aparta el cabello pelirrojo con el dorso de su mano y le recorre el cuello con sus labios. Con dos de sus dedos le hace a un lado la remera y deja al descubierto su hombro pecoso. Desliza su pulgar a lo largo de su clavícula desnuda y un escalofrío se apodera de la espalda de Ginny. Él sonríe.

—Apuesto a que con San Potter no te pasa lo mismo, Weasley.

Otra vez. Ya empezaba.

—No estoy acá para hablar, Malfoy.

—Por supuesto que no —le concede, en voz baja y aterciopelada—. Los dos sabemos porqué estás acá —anuncia, después de una pausa.

Ginny voltea la cabeza con brusquedad, como si de pronto quisiera darle la espalda.

—Por el sexo —responde con la voz firme, a pesar de que sus piernas continuan flaqueándole.

Draco ríe y niega con la cabeza. Continua besándola en silencio y Ginny se entrega al placer. Cuando ella se olvida hasta de su propio nombre, Draco sube hasta su oreja y la besa ahí también. Ginny no hace ni un esfuerzo por mantenerse firme y se deja sujetar por sus brazos. En ese punto, en el que no podría estar más entregada al deleite de su cuerpo, Draco retoma la conversación que ella ya había dado por finalizada.

—Estás acá porque me pertenecés —le dice al oído en un susurro sordo.

Por inercia, Ginny abre los ojos, aunque su mente esté muy lejos.

—Eso... eso no es verdad, Malfoy.

Él ignora su respuesta. Vuelve a besarla mientras desliza una de sus manos dentro del pantalón de Ginny. La toca por encima de la ropa interior. La siente caliente y húmeda.

Retira su mano rápidamente y ella salta sobre él, rodeándole la cadera con sus piernas. Sin dejar de besarla, Draco la sujeta por los muslos y se dirige hacia la cama. Ginny piensa que sus besos son un regalo y una condena. Eran el arma de doble filo por excelencia.

Malfoy se detiene justo frente a la cama y ambos se miran a los ojos. Él no puede negar la tensión; ella no puede negar la conexión... aunque fuese lo que más desearía hacer en el mundo. Supone que es el precio que tiene que pagar. Draco le sonríe de un modo que sólo él domina y se relame los labios con su lengua de serpiente. Ginny tensa su cuerpo y se prepara para recibir la inyección de veneno.

—Si no sos mía, ¿entonces por qué seguís volviendo?

Ella inhala por la boca y parpadea repetidamente, pero ninguna respuesta acude a su salvación. Mira sus labios finos y sus ojos grises y se da por perdida. Se echa para atrás y se deja recostar en la cama.

Y se despierta. Boca arriba, aplastada contra el colchón, con la sensación de haberse caído desde una gran altura. Los labios resecos, el aliento jadeante, los ojos chocolate que lo buscan y no lo encuentran. Suspira. Siente un cuerpo a su lado y sabe de quién es. Morocho, de miopes ojos verdes, con una cicatriz en forma de rayo; el que le dio el anillo que lleva en su dedo anular izquierdo. Su prometido.

Pero no es amor lo que ella necesita en ese preciso momento. Con movimientos sigilosos, sale de la cama y se encierra en el baño. Por el bien de sus ojos, no prende la luz. Baja la tapa del retrete y se sienta sobre él. Suspira con hastío. Se promete, en vano, que esa sí que sería la última vez.

Cierra los ojos, se mete las manos por debajo de la remera y se envuelve con ellas los senos. Sus pezones, esos pequeños delatores, están erectos. Ginny los toca con las yemas de sus pulgares y se repite, una vez más, que esa sería la última. Baja una de sus manos hasta su sexo y la cuela dentro del pantalón. Detesta estar tan lubricada con la sola fuerza de su recuerdo, de su aparición inconsulta en sus sueños. Se aparta la ropa interior hacia un lado y penetra en su propio centro con dos de sus dedos. Quiere terminar con eso lo antes posible, así que baja la punta de ambos hasta colocarlos por debajo de esa pelota de placer, el punto g. Flexiona y estira sus dedos repetidamente ignorando a las lágrimas de frustración que descienden por sus mejillas. Piensa en su cabello rubio, en sus ojos grises, en la estúpida prohibición que la hizo sucumbir. Cuando la guerra había terminado y el mundo mágico entró en un período de relativa paz, Malfoy perdió la mayoría de las cosas que lo distinguían: su poder, su renombre y su riqueza. Pero el maldito mantuvo su imperturbable arrogancia y su endemoniada belleza.

Baja su otra mano y se estimula con ella el clítoris. Haciendo las dos cosas a un tiempo, no tarda en alcanzar el clímax. Las paredes de su vagina se contraen sobre sus dedos en un recordatorio innecesario de quién es el que ocupa sus pensamientos. Ni su estúpido cuerpo la deja en paz.

Se recuesta contra la pared y se queda sentada en esa posición, intentando no pensar en nada, es decir, en nadie. Cuando comienza a perder el calor, ella vuelve a masturbarse con el ímpetu con el que quisiera estar teniendo sexo con Malfoy. Se hace a sí misma las cosas que desea que le haga él. Espera hasta que su imagen encandile sus pensamientos y recién entonces hace un esfuerzo por ponerse en pie. Sólo prende la luz cuando sus piernas le responden y luego evalúa daños. Se mira los dedos y ve, perdido entre sus fluidos corporales, un rastro de sangre.

Va hasta la ducha y hace correr el agua. Sin pensarlo dos veces, se mete debajo del chorro frío. Su cuerpo comienza a temblar, denunciando el tormento al que lo está sometiendo. Ella lo ignora. Si podía sentir placer ante la imagen de Malfoy, también tenía que poder sentir dolor frente a la idea de haberse excitado con él.

Ginny empieza a bañarse mecánicamente mientras siente a sus lágrimas calientes bajar por su rostro. Entrelaza sus manos, las apoya contra la pared y recuesta su frente por ellas. Era insostenible. Esa estúpida situación era insostenible. Tendría que escribirle. Es una buena idea... sí, es una buena idea. Ella no querría hacerlo si no fuera... la única manera.

Cierra el grifo, se envuelve en una toalla y se dirige al armario. Toma el pijama más grande y raído que encuentra y se viste con él. Apaga la luz, sale del baño y vuelve al dormitorio. Levanta las sábanas y se introduce dentro de la cama. Su prometido, que estaba de espaldas a ella, se voltea cuando la siente a su lado. La envuelve con su brazo a la altura de su cintura. Ginny teme que le fuese a decir algo o que le preguntase por qué demonios se bañaba a las tres y media de la madrugada.

Pero es afortunada. El salvador del mundo mágico está lo suficientemente dormido como para no distinguirla de un troll. Ginny suspira y se siente aplastada por el peso de su abrazo. Siempre había tenido dudas, pero ahora directamente ya no sabe si lo ama. Él la quiere y su amor es sincero, ella puede percatarse de eso... pero, en el medio de la noche, Ginny vacila. Porque las dudas siempre tomaban la delantera por las noches, en el vacío negro que desespera.

Levantarse, comer, entrenar, acostarse a dormir. La rutina la está matando. Su vida ya no tiene ni una chispa de pasión... al menos no de día, al menos no con su prometido. No lo ama, está segura. Toma aire y suspira con pesadez. El brazo de Harry realmente le molesta, pero no piensa correrlo. Que sea el recordatorio vivo y latente de sus errores.

No debe mentirse a sí misma. Quiere despertar al lado del joven que difícilmente podría haberle gustado menos u odiado más. Pero si una es adicta a algo necesita seguir consumiéndolo, aunque sepa de antemano que la destruirá. No puede mirarse al espejo y decirse que de él sólo quería sexo, porque se estaría mintiendo. No era el sexo, era la persona. Incluso los amantes suelen odiar aquello que aman.

Tenía que escribirle. Iba a escribirle.

Ni siquiera era capaz de odiarlo como le hubiese gustado.