Disclaimer: Gankutsuou y sus personajes son una creación de Mahiro Maeda basados en El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas

Hola, gracias por entrar n.n

Me declaro admiradora ferviente de la novela de Dumas, por lo que no dudé un solo segundo en recorrer este animé. Creo que las elecciones de su creador para trazar su propia perspectiva han sido interesantes, por lo que la siguiente es una escena que parte de la serie. Aun así, también he tenido en cuenta algunas ideas de la historia original.

Disculpen por los posibles fallos y gracias por leer :D


Castillos de cristal


Confiar y esperar, Albert siguió repitiéndose esas palabras hasta advertir que el sol comenzaba a declinar. Allí en su vieja casa, junto a ese retrato de otro tiempo, después de cinco años pudo vislumbrar por fin un resabio del alma de aquel hombre.

Confiar y esperar… Miró la carta que había estado estrujando de forma inconciente, la carta que le devolvió un poco de claridad. Edmund Dantés también había tenido ilusiones, proyectos, cosas que esperar, las mismas cosas que terminaron por truncar su presente. Edmund Dantés también había vivido construyendo castillos de cristal.

Podían ser humildes esperanzas, pero quien las posee nunca las mide, sino que las cobija. Un barco, una mujer, una vida con trabajo, pan, familia, amor… Albert había aprendido, sin embargo, que hasta los sueños más simples podían estrellarse contra la fatalidad.

Confiar y esperar, confiar y esperar… Aun así, Edmund tuvo su oportunidad. Pero el dolor se cuela entre las grietas del alma fracturada y anega todos los espacios que pudieron haberse llenado de algo más. El alma de las personas también está hecha de cristal.

Albert se puso de pie con esfuerzo, sintiendo como nunca el peso de la carga que llevaba consigo. Sus propios castillos se habían derrumbado hacía mucho y, a veces, aún ahora, se hería con alguno de los trozos dispersos. Siempre fue muy torpe para lidiar con la realidad.

Confiar y esperar. El alma de Edmund Dantés, el alma por la que tendría que seguir adelante. Quizás Eugénie todavía quisiese aceptarlo, quererlo, compartir una casa y una familia, tripular su propio barco. O quizás estuviese incurriendo en el viejo vicio de hacerse ilusiones, de creer que las cosas podían ser diferentes.

En todo caso, sólo había una manera de averiguarlo. Le echó un último vistazo a la joven de Marsella, la mujer que había conocido la felicidad de otra época, y Albert deseó para sí una dicha nueva, sencilla y más transparente. Tal vez no hubiese que forzar al corazón, sino simplemente conocer lo que se puede hacer, y hacerlo.

En la penumbra de la casa olvidada, en el castillo que nunca debió ser erigido, Albert dio los primeros pasos hacia la salida, hacia el intento. Lo haría, confiaría y esperaría, pues comprendía que de todos modos no se podía vivir de otra manera. Lo haría por todos aquellos que lo alentaron, que lo quisieron, por todos aquellos que confiaron y esperaron por él.