Los personajes le pertenecen a Meyer.
Bajo las alas carmesíes
del odio donde lo perdido estaba seguro
hasta que el amor nuevamente…
El corazón de las tinieblas
es donde existe la esperanza de encontrarte,
y la esperanza de nuestro réquiem amor
Love^s réquiem HIM
LA MUJER DEL CANIBAL.
Prólogo.
Flor Negra.
Mayo 2013
Se lleva el cigarrillo a su boca y aspira profundamente mientras ve a las personas detrás de la sucia cortina del bar. Todos ellos esperando al cantante de voz rasgada que, desde hace una semana y acompañado de una guitarra negra con una flor roja de fondo, toca en aquel lugar perdido de un pueblo fantasma que no aparece en el mapa. De vez en cuando, alguno lo mira y entrecierra sus ojos tratando de recordar en donde había escuchado aquella voz, pero la figura de un hombre flaco de treinta y cuatro años, con vaqueros rotos y una camisa negra que hiede, quitan toda sospecha. Aquel hombre de rostro anguloso, barba descuidada y un cabello largo que necesita un corte de manera urgente, trata de ocultarse en aquella facha de perdedor, de que nadie vea sus tatuajes y de no hablar demasiado. Pocos minutos después, ya habiendo pasado el momento de atención, se siente aliviado, al menos ninguno de esos idiotas vendrán hacía él y le preguntarán cosas que no está dispuesto a contestar, preguntas que no quiere escuchar ni voces ansiosas y llenas de estúpida admiración por el recuerdo de aquel hombre que lo tuvo todo y que de un día para otro decidió dejarlo atrás.
La gente que va allí son siempre los mismos: hombres agotados de una jornada de trabajo que viajan solitarios en los grandes camiones y que su hogar es la carretera, mujeres con cabellos descuidados y teñidos de rubio que se sientan desesperadas en la barra buscando incesantemente a alguien que las saque de aquel hueco en que viven, él las conoce, ha tenido que lidiar con muchas durante los últimos dos años. Mujeres que, tras una mamada, quieren el puto cielo ¡peor aún! una casita, un buen horno y el sueño de la barbacoa cada fin de semana.
-¡Hey! Deja de fumar y sal a cantar Tony, la multitud te espera- un tipo gordo, con una camisa de un color indefinido, lo mira con rabia, Tony pone su cigarrillo en una de las esquinas de su boca y observa con fastidio a quien se dice su jefe, tira la colilla al suelo y la pisa con indiferencia esperando que éste haga el anuncio de la próxima tanda de canciones que él va interpretar.
Son las diez de la noche y todos allí, hombres y mujeres, están demasiado borrachos para importarles la música o como él va a interpretar una canción. El hombre agradece que no sean las ocho, ese maldito horario donde todos piden las mismas canciones sin gracia que, aquellos tipos forajidos de la sociedad, creen que pueden tararear sin desafinar. Esa es la hora donde él canta lo que le da la gana y canta sólo para él y para ella… la música que debí componerle años atrás.
- El bar –Tony escucha el nombre del lugar pero no le importa, dos años yendo de sitio en sitio, unos peores que otros, le dieron la suficiente indiferencia para nunca recordar por más de tres minutos los nombres de los bares donde cantaba- se complace en anunciar al gran cantante Tony Stevens -ese no es su nombre, pero nadie lo sabe, al menos ese nombre puede borrar el verdadero y lograr el efecto de que, si alguien por alguna cosa o gesto lo reconoce, al instante crea que está desvariando y que no es aquel que un día cantó en grandes escenarios o fue una gran estrella del rock- recibámoslo con un fuerte aplauso.
Todos aplauden como una horda de monos a los cuales se les da una orden y se les promete unas bananas por hacer tan increíble acto.
Camina con un nuevo cigarrillo que cuelga en sus labios, no mira a nadie realmente, tan sólo agarra a su adorada guitarra, lo único que tiene, su tesoro, hecho por ella recuerda con dulzura lo buena que es construyendo bellas guitarras.
Es el momento en que puede cantarle a ella la música que le ha compuesto por veinticuatro meses, canciones que ella nunca escuchará… todo lo que él alguna vez pudo decirle y que, sin embargo, los dieciséis años de desencuentros entre ambos nunca lo permitieron, quiso escupir al suelo, no era tiempo de remordimientos, él había jodido todo ¿de qué servía arrepentirse cuando seguramente el odio de ella hacia él se habría acrecentado?
Se sentó en la silla frente al viejo micrófono que chirrió, todos chirreaban, se apartó un poco hasta que éste dio el tono deseado. Una luz azul pálida apuntó a su cara y, como un reflejo, él trató de evitarla, tan sólo porque quizás, en algún momento, alguno de aquellos borrachos y mujeres solitarias pudiesen reconocer en sus ojos y en su actitud a aquel del que tanto deseaba huir.
El olor a frito, a cebolla y a carne de hamburguesa venido desde la cocina, le hizo hacer un gesto de asco; un hombre frente a él babeaba a una chica flaca que, seguramente, había esnifado algo de coca en el baño para así poder aguantar al hombre que parecía sacado de una de aquellas películas de Star Wars El retorno del Jedi seguramente la joven necesita coca para tener la lengua dormida y todos sus sentidos muertos para hacerle creer al hombre que era lo mejor mientras se metía su polla en la boca. Si, él conocía a muchas de estas chicas, había vivido con ellas durante años.
-Esta canción se llama Flor negra – la guitarra oscura comenzó a rasgar. Un gesto de indiferencia frente a todos los que estaban allí, cada día daba gracias porque no tenía que escuchar el aullido histérico de alguna loca que gritaba desde lo lejos ¡Te amo Eddie! Quiero tener tus hijos ¡maldita estupidez! Daba gracias que al menos la soledad de ser un agobiado cantantucho de bar le diera la oportunidad de cantar sólo para él mismo.
Tú eres la flor que creció en el desierto.
Yo el sol que te secó sin piedad,
Tú eres polvo en el viento,
Yo soy la tormenta que arrasa, soy la oscuridad…
¿Puedo tocarte un día?
¿Pude llamarte mía?
Flor negra, sombra que ya no está…
¿Puedo tocarte un día?
Pude llamarte mía…
Flor negra, estrella lejana…
Niña mía que no supe amar…
¿Puedo tocarte un día?
Pude llamarte mía…
Y sin embargo nunca miré atrás…
Ahora, sólo miro el camino,
Piedras gritan mi soledad,
Fantasmas que van hacia la nada…
Y yo tratando de respirar…
¿Puedo tocarte un día?
Flor negra, sombra que ya no está...
Pude llamarte mía…
Pero siempre entre tú y yo existió el jamás.
Por un segundo el hombre observó al público que estaba frente a él, buscaba algo, un contacto, alguien que realmente entendiera el significado de aquella canción, nada. Hizo una mueca amarga, trece años cantando, componiendo, gastando su vida en la existencia vacía de una estrella de rock y nunca le importó lo que sentía la gente por su música, sólo quería estúpida admiración y el sentimiento de poder que daba ésta. Quiso escupir el suelo ¿hasta cuándo debía estar parado frente a todos aquellos zombis que se diluían entre la soledad y sus vidas mediocres? Un jodido cigarrillo, es lo único que quiero, largarme de aquí y no recordar ninguna de estas caras.
Faltaba una tanda más de canciones, algunos tosieron incómodos por el silencio reinante, una América de gente que no soportaba el silencio, ruido para no permitir el pensamiento de una vida de escoria.
-¡Hey!- gritó un tipo pecoso y medio borracho- canta "muévete suavemente".
El hombre con la guitarra y con deseos de largarse de aquel antro, quiso ir hasta el imbécil con cara de niño puberto y golpearlo hasta verlo sangrar, ni por todo el maldito dinero cantaría esa idiota canción, la odiaba con todo su corazón, aquella representaba su fracaso, su ceguera y una vida destruída, la de él y la de ella. Una sola nota ejecutada y el rostro de su primera esposa vendrían a él, al final sólo se preguntaba ¿Cómo pude ser tan idiota? Componerle una canción a quien no lo merecía.
Volteó su cabeza y fingió que no había escuchado muy bien, rápidamente una nota, cualquiera, una canción insulsa y cursi para así darles ruido a todos aquellos que esperaban cualquier cosa para así soportar la noche y pensar que, al día siguiente, no tendrían que continuar… vida sin emoción, rutina odiada y días eternos en carreteras solitarias en donde la casa no existía y sólo era seguir, continuar y perderse, todos con un sensación de vacío y sin entender el porqué ser adulto era un absoluto fracaso.
Cantó cuatro canciones más, canciones que no sentía, canciones que repetía y que sólo eran motivadas por el cansancio, al menos ese día, sólo el pecoso con cara de bebé baboso le había recordado quien fue en un tiempo, aquel que por más esfuerzos que hacía siempre estaba allí cada vez que tocaba la vieja foto.
Doce de la noche, todos borrachos, él muerto de hambre y con una caja de cigarrillos por empezar, caminó por el pasillo del sucio bar. Fue hasta el baño, algo escuchó, un hombre resoplaba como toro a punto de morir.
-¡Mierda!- lo escuchó gritar.
Sexo anónimo en un sucio baño ¿Cuántas veces él lo había escuchado? Después de tantos años, las rutinas de los fracasados eran hábitos que él podía soportar con el estupor de la indiferencia o el fastidio.
El hombre miró hacia el techo, afianzó su roída gorra y colocó su guitarra al lado de manera amorosa como si de esta manera él la salvara de la vulgaridad y la mugre; tendría que esperar para vaciar su vejiga unos minutos más. Pegó su espalda a la pared y colocó un cigarrillo en las comisuras de sus labios sin prenderlo, amaba esa sensación, la sensación anticipada de la nicotina que lo calmaba, era su único placer y, en algunos momentos, se abstenía de prender el cigarrillo tan sólo por el juego placentero de saber que después el humo llenaría sus pulmones. A los dos minutos la puerta del baño se abrió y sin sorpresa, Jabba el Hutt, salió de allí babeante con la chica flaca de ojos vidriosos y rostro perdido. El gordo borracho la tomó de la cintura y estampó un beso en su mejilla.
-Eso fue jodidamente bueno pequeña.
Apenas ojeó a la chica, la miró sin lastima, la observó con la absoluta convicción de que, quizás en unos meses, ella estaría en una casa cargando dos bebés gordos y hundiéndose entre cafés matutinos y rogando porque Jabba el Hutt se demorara unos días más, eso para ella sería la felicidad y el sueño de su vida realizada.
La chica le devolvió la mirada y se topó con los ojos azules de aquel que la observaba sin emoción, una chispa de vergüenza, un grito de ayuda inconsciente y el hombre sólo volteó su cara hacia otro lado, se quitó el cigarrillo de su boca y agarró su adorada guitarra sin volver la cara hacia la pareja que se marchaba.
Entró al baño y simplemente se desconectó de toda sensación de asco o repugnancia, hizo lo que tenía que hacer, su única preocupación era su preciosa guitarra negra, ella que parecía una extensión más de sí mismo, un regalo hecho desde el corazón o, si se quiere, desde el adiós de alguien que ya no estaba.
Se miró al espejo y, viendo hacia los lados, se quitó la sempiterna gorra oscura, sobre sus hombros cayó la espesa melena cobriza, se llevó las manos a ella para apartarla de su frente. Se preguntaba como después de excesos con el cabello como estrella del rock, tintes de todos los colores y cientos de locuras echas con él, aún éste parecía mantenerse como si tuviera dieciséis años. Se acercó a la imagen, abrió el grifo y el agua helada sobre su mano derecha fue como si hubiese tomado un trozo de hielo, era doloroso, pero no importaba, ahuecó sus manos y humedeció su rostro barbado y enjuto. Gotas de agua se deslizaron por su cuello y él las limpió con furia, en la esquina de la camisa negra se adivinaba ciertos colores, dibujos que odiaba, restregó de manera impaciente, de esa forma, y casi hasta el dolor, se soñaba con que él se podría quitar cada uno de aquellos dibujos hechos, más por vanidad que por convicción, pero que de una u otra manera representaban lo que él había sido durante años.
-¡Vamos!- rugió furioso imaginando que su piel blanca estaba libre de todo aquello, podía soñar que en algún momento podría volver, volver a la escuela a aquel pueblo que durante años detestó y cambiar aquel día, aquella noche y que su vida sería diferente- ¿Por qué no fue todo diferente? – esa era siempre la pregunta, la única pregunta, quizás la más importante.
Volver a Forks.
Volver a conocerla.
Mirarla.
Entender quién era.
¿Por qué se escondía de todos?
¿Cómo soportó su vida paupérrima y miserable?
Decirle que era hermosa.
Llenarla de piropos e invitarla a salir para regalarle flores y bombones… ser su novio, el que ella se mereció y que nunca tuvo.
Admirar a aquella niña que aguantó todo con su dignidad intacta y sin bajar nunca la cabeza.
Comprender en que punto de su vida él se había convertido en un cerdo sin corazón y en su pesadilla.
Estar con ella aquel día, sostener su mano y decirle que no estaba sola.
Una oportunidad… un poco de perdón, estar allí contigo y tender mi mano hacia ti y decirte que jamás estarías sola, acompañarte y no permitir que… pude tenerte, pude tenerte y hacerte mía, pero no lo permití y tú nunca dijiste nada con resignación pensó que si ella hubiese hablado él jamás la habría escuchado.
No la merecía.
Cerró los ojos, demasiado tarde, este era el mundo, no había milagros y si estos existieran él no los ganaría.
Parpadeó, no estaba viejo, sólo tenía treinta y cuatro años. Sus ojos azules recorrieron aquel rostro de manera milimétrica, se concentró en sus facciones, aún estaban allí, intactas y hermosas, aunque la barba, la ropa negra y simple, la delgadez y el esfuerzo monumental por pasar desapercibido habían hecho el trabajo de desaparecerlo bajo el ojo escrutador de todos.
Con pasos agotados salió hasta la barra, esperaba el pago por la noche, una hamburguesa pegajosa y una jarra de cerveza, después volvería al hotel y allí tomaría un valium y se dormiría viendo la televisión hasta el día siguiente en que todo comenzaría de nuevo. Aunque algunas veces tenía suerte y soñaba con ellas, ambas caminando de la mano por la calle, la más joven le sonreía, corría hasta él y lo abrazaba fuertemente mientras que la mujer - un poco mayor pero hermosa y morena - lo miraba con ojos dulces y lo invitaba a casa su casa… "nuestra casa" un lugar repleto de flores y que olía a madera y donde se escucharía la voz cantora y dulce de ella interpretando un canción de amor, repleta de esperanza por la vida perfecta que él le había proporcionado.
Buenos y perfectos sueños.
El viejo cantinero, un hombre negro y con ojos niños, lo observó fijamente, en silencio le pasó la lata de cerveza que Tony destapó de manera rápida mirando hacia el suelo. El cantinero se preguntaba el porqué aquel hombre siempre parecía estar perdido, odiar cada cosa y hacer cada movimiento con la regularidad de un autómata.
-¿Ya comiste Tony? No te he visto comer en horas, sólo fumas y fumas, eso no alimenta.
La contestación del hombre fue silencio.
-Dame otra cerveza Andrew- la primera fue bebida sin que él se detuviese en el sabor amargo del licor, sólo sentía el ardor que le recorría por su garganta, un ardor que le quemaba, pero, que a la vez, hacía que sintiera su cuerpo en toda totalidad. Un borracho pasó por su lado dando tumbos, Tony trató de esquivarlo con el afán de que el ebrio no tocara su guitarra, pero fue inútil, pues en un segundo la humanidad del tipo se fue contra el instrumento: la golpeó y la tiró al suelo. Tony rugió de furia, el cantinero se quedó inmóvil frente al hecho de que, por primera vez en el mes que llevaba el muchacho cantando en el bar, mostrara un rasgo de sentimientos, todo por aquella guitarra.
-¡Idiota!- Tony lo empujó- fíjate por donde caminas- agarró su guitarra y la apretó contra su pecho.
El borracho de grandes ojos oscuros se le quedó mirando mientras que de sus labios caían babas y se tambaleaba.
-Lo siento hermano- una risa retorcida y estúpida se dibujó en el rostro del hombre- no quise hacerle daño a tu mujercita ¿se lastimó?- la fuerza de la ironía en aquellas palabras hicieron que el indiferente Tony diera unos pasos al frente. El borracho - igual de alto que él y un poco más joven - retrocedió y cayó al suelo frente a los azules y eléctricos ojos que se clavaron en el ebrio con una furia ciega, no necesitaba más, el relámpago de la rabia lo atravesó - ¡oye lo siento!- el hombre se disculpaba y no sabía porque ¡era una estúpida guitarra!
-¡Tony!- el dueño del bar, bola de grasa y camisa sucia, gritó desde lejos- no quiero una pelea en mi bar ¿lo oyes? Si no te largas ahora mismo.
El cantante resopló ¿qué le importaba que el maldito lo despidiera? No necesitaba el dinero, dos años de su vida escupiendo sobre él. Se apartó del hombre que trataba de pararse del suelo, agarró su lata de cerveza y la bebió de un golpe, puso su guitarra entre la barra y él, como si así la pudiese proteger de todo.
-Amas esa guitarra ¿no es así muchacho?- el cantinero trataba, desde hace un mes, entablar amistad con aquel silencioso hombre que le causaba una gran curiosidad, esperaba cada noche por escucharle cantar una sola canción, la que lo identificaba, siempre una diferente, pero seguramente de su autoría. Cada canción hablaba de un hombre que se debatía entre sus recuerdos, esperando que su vida cambiara, que alguien viniera y lo perdonase, canciones sobre hombres y mujeres que existían en el mundo buscando, anhelando, siempre alertas.
-Es todo lo que tengo Andrew, todo lo que tengo- el cantinero se sorprendió ante aquella voz suave y amable, no eran los típicos bufidos y monocordes de siempre- la hizo mi mujer- al decirlo, apretó la guitarra negra a su pecho- hacía cosas hermosas con sus manos, artesana- si, artesana, musa y su joya preciosa, lo único que rescataba en su vida.
¡Y allí estaba! Andrew, como todo cantinero del mundo, conocía a los sonámbulos que deambulaban cada noche por los bares; entre el licor y una sola palabra podía definir un hombre, y Tony Steven en aquella confesión y en las canciones que interpretaba cada noche abrió un poco su corazón solitario.
-¿Hacía?- le sirvió otra cerveza- ¿Dónde está ella? Mi amigo, yo no estaría aquí cantando entre idiotas perdedores si tuviese una mujercita tibia que me esperase en casa.
-Ella no me espera- respiró profundamente, le dio a su cara la misma expresión enfurruñada de siempre y, con ese gesto, dio por terminada la primera conversación íntima y real que había tenido en muchos años.
A la media noche cantaba las dos últimas canciones, para él era lo mejor de la noche, esperaba la hora para volver al remedo de escenario del bar, éste era una rampa improvisada con dos luces blancas y mortecinas que lo iluminaban.
Sólo había tres clientes que se desmadejaban en las mesas, amaba la sensación de cantar en aquella soledad donde sólo su voz lo acompañaba. Irónico, durante trece años cantó en escenarios donde miles de personas gritaban como una horda sin freno, donde ni siquiera su voz se podía escuchar, donde todos los de la banda y él embotaban sus sentidos y se emborrachaban de vanidad, donde él era un dios poderoso que se levantaba frente a todos y nunca sintió una conexión real y verdadera con nadie, ni siquiera con las canciones que interpretaba, pero allí,y en los lugares de soledad y podredumbre de aquella América de carreteras sin nombre, por primera vez se había sentido como un músico real.
Cuando todo se derrumbe, cuando el cielo deje de ser azul y se convierta en rojo negro… amor…
Espérame, toma mi mano y construyamos un mundo nuevo.
Bésame en el sueño y en la realidad…espérame, toma mi mano amor y olvidemos la muerte, el pasado y el dolor…
Espérame amor…
Espérame sin miedo,
Espérame contra todo…
Volveré desnudo y libre,
Sin pasado, puro y bueno…
Los tres borrachos alzaron sus cabezas como esos viejos camellos que, en el desierto y después de kilómetros de vagar, piden un poco de agua, se dan cuenta que al final el caminar ha cesado, miran a alguna parte y bufan de cansancio y sed ¿qué canción era aquella?, ¿por qué diablos ese hombre flaco que se difuminaba entre las luces cantaba con voz desgarrada y triste?, ¿por qué todos en un segundo quisieron levantarse, estar sobrios, limpios e ir a casa?, ¿cuál? ¡Cualquiera!
Uno de ellos aplaudió en medio de la borrachera, el sonido del aplauso se escuchó en aquella noche fría, todos voltearon a verlo, pero el hombre continuaba aplaudiendo hasta convertir aquello en un sonido hueco hasta el fastidio.
Tony bajó del escenario, fue hasta el hombre que aplaudía y parecía dolerle las manos, tomó sus muñecas y las zamarreó con fuerza para que éste abandonara el trance idiota en que estaba.
-¡Basta ya!- el borracho se quedó inmóvil, abrió la boca en una O que contenía estupor y sorpresa, tosió con aquella tos que dice que una tuberculosis en ciernes estaba tomando sus pulmones, se enfrentó al hombre que lo sostenía y una lágrima salida de no sabía donde recorrió su mejilla.
-Hace años no escuchaba una maldita buena canción, todo es una mierda sin gracia, años, años- lo decía para él, al cantante le importaba un bledo, sólo era la letra de la canción lo único importante allí, lo que hizo que aquel día, semana, mes y año sentado en un viejo camión desde Alaska hasta Nuevo México valiera la pena.
Con una mirada indiferente, Tony Steven dejó al hombre sumido en su estupor, en aquella nube de placer feliz y alcohol, ¡mierda! un borracho, casi cadáver que caminaba era el único que entendía la esencia misma de la canción.
Espérame cuando el mundo se derrumbe…
Paró en seco, desde los recuerdos claros y profundos de su mente, vio unos ojos cafés profundos y hermosos, un rostro de piel de porcelana, un cabello ondulado que bailaba con el viento, la amenaza de lluvia, aquel día en Forks cuando ella tenía diecisiete años y, parada en la acera de una de las tres calles de aquel pueblo, lo vio pasar en su auto plateado con Jane a su lado y sin que él, Edward Masen, se detuviese un segundo a preguntar el porqué aquella niña extraña que detestaba parecía estar esperando verlo cuando él se había despedido de aquel estúpido pueblucho para no volver, cuando él tenía frente a sí un futuro, una vida, el mundo a sus pies y ella estaba condenada a nada.
Espérame amor…
Espérame sin miedo,
Espérame contra todo…
Volveré desnudo y libre,
Sin pasado, puro y bueno…
Los ojos, los ojos marrones dulces y enigmáticos esperaban por él, por Edward Masen, porque él, algún día, recordara lo que una noche había ocurrido, que recordara quien lo inspiró a escribir su primera canción de amor…ella esperaba por él, y el nunca volvió.
Y volvía a repetir la frase que lo mantenía en pie:
Perdóname… perdóname, daría lo que fuera por volver, por volver a ti, daría mi alma si pudiese para que los años que estuvimos juntos yo te hubiese visto, porque todo fuera real.
Pero no, ella no estaba, ya se había ido: él la había matado.
La había matado años atrás, lenta, metódicamente y sin piedad alguna.
Caminó hacia la puerta, el dueño del bar le cerró el paso y sin más ni más le puso sobre el pecho los dos mil dólares que le debía, Tony se quedó mirando la mano que sostenía los billetes, una mueca irónica cruzó por su rostro, alzó su mirada y se burló del sucio tipo y sus miserables billetes.
-¡Largo! Ya no te quiero aquí, tu música deprime a todos, ya el mundo es asquerosamente podrido para que un idiota venga y les diga en que mierda están ¡toma!
Tony tomó el gajo de billetes, soltó una carcajada y sin más se los tiró a la cara.
-Mejor cómprate una camisa nueva, el resto ¡jódete!- caminó dos pasos, volteó a mirar por última vez el bar y casi vomita en el piso.
Un lugar más.
Un pueblo cualquiera perdido en el mapa.
Gente que va y viene.
Ningún recuerdo, nada que valiera la pena, sólo mierda bajo la suela de sus zapatos.
Se subió la solapa de su chaqueta, el frío le calaba hasta los huesos, acomodó su guitarra en su espalda, se llevó las manos hasta su boca para poder calentarse y caminó hasta el viejo cadillac modelo 87. Una niebla blanca se movía lentamente por las calles, por un momento paró en medio de la carretera ¿hasta cuándo tendría que aguantar ver la amenaza de algo que siempre presentía pero que se demoraba tanto en llegar?
¿La muerte?
¿El olvido?
¿La nada?
¿Ella?
Una y media de la noche, buscó las llaves del auto en su chaqueta, de pronto sintió a alguien que lo observaba, volteó dispuesto a pelear, ningún maldito lo robaría, ninguno le quitaría su guitarra, más la sorpresa fue cuando frente a él vio al chico pelirrojo de cara pecosa que le había gritado en el bar que cantara una canción olvidada y que él detestaba.
-Tú eres Edward Masen ¿no es así? ¡Diablos!- el pecoso saltó lleno de gozo- el líder y vocalista de The Carnival – se acercó a Tony quien respiraba alterado, buscaba las maldita llaves para salir corriendo de allí- si, te decían el Caníbal- los ojos verdes del muchacho se dilataron, estaba seguro que era su ídolo, él representaba su sueño de adolescente, sexo, chicas y rock and roll- te vi en un concierto en California en el 2008 hermano, eras lo más putamente fantástico que yo había visto en mi vida, fui con mis amigos sólo para verte- la emoción hizo que el chico arrinconara al hombre en el auto- tu primer trabajo Station nothing fue monumental, el segundo y el tercero una porquería- Tony estaba asqueado, ¡cuántas veces tuvo que aguantar la misma basura de niñatos que pretendían entender su música!, ¡no había qué entender! Su época de cantante famoso fue una farsa- pero los dos últimos Dreams Theater y Streets Diamonds ¡lo mejor! ¡Hermano eres mi ídolo!
Su búsqueda incesante por las llaves era maniática y desesperada, se removió entre el cuerpo del chico ansioso ¡al fin! No había sido tan feliz en meses ¡las putas llaves tintinearon en uno de los bolsillos de la chaqueta, las sacó, pero en sus manos temblorosas y frías, éstas cayeron al suelo.
-No sé de que estás hablando- se paró furioso, llevó una de sus manos hasta la puerta para abrir el auto, pero el agarre del chico persistente en su brazo lo tomó por sorpresa.
-¡Eres tú, Eddie Masen! No mientas, todos creen que estás muerto ¿qué fue lo que pasó? Estabas en la cima hermano, en la maldita cima del mundo, dinero, fama, chicas ¡todo! Eres el Caníbal- lo apretó con furia- debes volver, todos te están esperando, cantas mejor que antes ¡vuelve!
Fue en ese momento que Edward Masen rugió como animal lastimado, se soltó del chico con violencia y lo empujó dos metros lejos de él, abrió la puerta y antes de entrar en el Cadillac gritó:
-No soy Edward Masen niño, él no existe- tomó su guitarra y la tiró dentro, cerró la puerta, prendió el auto y arrancó, no sin antes escuchar:
-Fue por tu mujer ¿no es así Eddie?, ¿fue por ella?
¡Dios!
Golpeó con furia el volante de su carro, no una sino varias veces, un sonido se atragantaba en su garganta, un impotencia y un hielo punzante que recorría su sangre.
-¡No soy él! Maldita sea, no soy él- conducía como un loco, sin rumbo fijo, que fácil sería estrellarse contra un árbol, contra otro auto, contra una pared y dejar todo el maldito circo de su pasado atrás.
Te amé tanto Edward, tanto, desde niña, tenerte era mi sueño… y cuando me besaste en la noche del baile de preparatoria pensé que nada me importaría, mi vida triste valió la pena esa noche, pero no sabía que ese día comenzaría mi pesadilla ¡ojalá nunca te hubiese conocido! Ojalá no hubieses existido ¡jamás!
Frenó con violencia en medio de aquella nada, las llantas del auto chirriaron en el asfalto, no, no, sería demasiado fácil, demasiado fácil, ella nunca lo hizo, sobrevivió a todo ¿Qué clase de cobarde era él si huía sin enfrentar cada acción y cada palabra?
Llevó su mano hasta la guantera y sacó una foto, eran dos, pero ambas estaban pegadas por la mitad, allí estaban ellas, lo más importante en su vida, sus amores, sus chicas, todo, todo lo real que un idiota como él había tenido.
Miró hacia los lados como un ladrón que teme que alguien lo vea con las manos sobre el tesoro, si, porque ellas eran sus tesoros. Respiró, el aliento salió de él como un vaho que empañó los vidrios, acercó la foto a su boca, deseaba besarlas a ambas, un poco… un poco, rozó la foto con sus labios… cerró los ojos, lágrimas de nostalgia brotaron, dejó de respirar un segundo…
Isabella Swan ¿Qué quieres ser cuando adulta?
La niña perdedora alzó su cara al profesor y contestó con un hilillo de voz:
Sobrevivir…
¡Dios! como se había burlado de ella, ese era su grito de ayuda y no la escuchó.
¡Hola! Me llamo Vanesa, soy buena en el piano, pero voy a estudiar medicina, es un gusto conocerte Tony, un gusto.
Como si tocarlas y pensar en ellas le fuese prohibido, guardó la foto de nuevo, apretó el volante con dureza y fijó su mente en la carretera… prendió el auto, otra noche, otro día, gente sin rostro, un nuevo lugar, su guitarra perfecta, música en su cabeza, dos nombres como norte y de resto nada.
Sólo el olvido.
Porque Edward Masen había dejado de ser, porque ahora se llamaba Tony
Steven, porque él cantaba en bares de mala muerte, porque la vida era esta, porque no era hora de pedir perdón, porque no había autocompasión en él, porque todo el mundo se derrumbaba y porque Isabella Swan lo odiaba.
¿Puedo tocarte un día?
¿Pude llamarte mía?
Flor negra, sombra que ya no está…
¿Puedo tocarte un día?
Pude llamarte mía…
Aquí el primer capítulo.
Debo hacer unas pequeñas aclaraciones.
Si, este Edward tendrá los ojos azules y a lo largo de la historia lo veremos con diferentes colores de cabello y un look agresivo ¡es una estrella del rock!
Muchos de los personajes de la saga no saldrán o aparecerán brevemente.
La historia total de ambos, empezará a ser contada desde el tercer capítulo.
Hace un año y medio conté mi intención de escribir esta historia a mi amiga y cómplice Zujeyane y a mi pequeña mariposa Aramí, gracias a ellas.
A mis amigas, Ximena, Elisita, Melisa y Belen.
A mi Beta Elizabeth Bathory ella es la que me impulsa siempre.
A Verota con quien comparto el amor por el rock, espero que te guste linda.
A Ali amiga en estos caminos del FF, quien tuvo la deferencia de leer parte de esto, mil y mil gracias.
Historia dedicada a mis héroes del heavy metal y el Rock and roll.
Gracias por leer.
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