Advertencias: Además de que sólo me pertenecen las salidas de madre de cada personaje, nunca sus Nombres, creo que el resto queda claro en el summary.

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Para mi insensata mujer,

Que me incita a permanecer

en este mundo de fantasía

que tantas risas nos ha hecho salir.

Allí, donde solíamos gritar


Prólogo

Corrió a través del oscuro pasillo que los separaba. A cada paso dado sentía el sendero aún mayor ¿De eso se trataba la distancia? Seis puertas. Cinco. Necesitaba verlo antes de partir. Cuatro. No me olvides. ¡Cuánto necesitaba decir aquello! Entregar la carta que apretaba en una de sus manos, y tal vez poder abrazarlo.

Dos. Uno. Puerta número siete. Tomó el asa girándola suavemente. Si tenía suerte estaría desocupado y podrían explayarse antes de que su padre lo retirase definitivamente de la escuela.

Estaba de pie frente a la ventana. Al escuchar el chirrido de la puerta, volteó a tres tiempos.

Uno. Itachi frente a la entrada, jadeando. Dos: sonrió contrariado (¿Qué expresión más verdadera en aquellos momentos?) Abrió la boca para pronunciar algo, pero el chico se le adelantó y cerrando la puerta pronunció:

- Minato.

- Aún aquí.

Tres. Itachi corrió a sus brazos, pero algo lo detuvo a medio camino. ¿Orgullo? Minato, después de tanto tiempo, seguía extrañándose con el comportamiento del niño. A veces, tan volátil, y otras tan sólido como sus principios.

Sabía. Lo extrañaría. Era su primer acercamiento a una relación padre-hijo. ¡Y no es que no los tuviese! Naruto era la luz de su vida, pero Itachi, Itachi había sido el primero…

- Minato. ¿Ocupado?

- Tengo unos minutos. ¿Qué ya no te ibas? – no necesitaba respuesta. Por lo mismo, el moreno le miró, ceño fruncido, apelando a tan ridícula pregunta. Sentía los latidos de su corazón retumbando en sus oídos.

- Papá dijo que vendría en unos – miró su reloj – veinte minutos. Pero quise venir a despedirme antes de partir.

- Vaya… haces que me sienta importante. Ya, ya, no te pongas tan serio. Ven, siéntate, podemos charlar unos momentos.

Ofreció asiento en uno de los sillones de su oficina, que Itachi, cansado como estaba, aceptó gustoso. Luego acercó la silla de su escritorio para que quedasen frente a frente.

- Cuéntame ¿Firme con tu decisión?

- Minato. Los hombres nunca nos retractamos de nuestras elecciones – Alegó. Estas conversaciones en que el rubio apelaba a sus más profundos sentimientos y, porque no decirlo, a su intelecto, habían sido pan de cada día desde la primera vez que se conocieron. Pero ahora no había tiempo. Debía decirle cuánto lo extrañaría, que profesor y amigo como él nunca más encontraría. Y tal vez. TAL VEZ

- No se trata de hombría, sino de madurez. Y con tus palabras, un hombre sabría retractarse a tiempo si lo que ha elegido no es el mejor camino. Sabría controlar sus deseos y terquedad – Delineó con la mirada su rostro. Se veía apesumbrado por algo. A lo mejor estaba siendo influenciado… era posible. Analizó el papel que llevaba en su mano derecha. Itachi respondió a la acción aflojándolo un poco. Lo arrugaba.

- Nos comunicaremos. No por teléfono, restringirían mis llamadas y no podría hablar – cuánto ni como quisiese – te escribiré por mail ¿tienes la misma dirección? – Minato asintió – Bien.

- Cualquier cosa que necesites…

- Puedo contar contigo. Lo sé.

- Itachi.

- ¿Hm?

- Cuídate. ¿Lo prometes? – "No estoy de acuerdo con esto, ¿Es que tu padre solo piensa en su autosatisfacción?, La adolescencia nunca será saludable en ausencia de los cimientos que la familia y los primeros lazos crean"

- No es necesario prometerlo. Sé cuidarme bien.

- Ah. Cierto

Un profundo silencio los atrapó. Minato intentaba – en parte – controlar las ganar de expresar sus preocupaciones. Se sentía responsable de la situación en que Itachi se veía envuelto.

A primera vista, el ofrecimiento por parte de Fugaku de educar a su hijo – constancia de su brillantez y superioridad intelectual con el resto de los de su edad – había parecido una oportunidad excelente de transmitir todos sus conocimientos.

Adoraba la enseñanza, y las ansias de criar a un chico como al Itachi que había conocido en una de las tantas reuniones sociales que celebraba Fugaku, no lo habían hecho pensar más de dos veces.

Y se sintió un hombre afortunado – Kushina bromeaba la mayor parte del tiempo con que lo adoptase, si tanto le quería – corrigiendo, entregando cariño, sobretodo enseñando el mundo con la libertad tan esquiva de la escuela formal. Largas conversaciones y paseos de expedición, ya fuese analizando pequeños insectos, o simplemente conversando de la vida frente a la visión de un hombre abandonado de sus ideales, y los matices imprevistos de una mente pura, apenas entregándose a la crueldad del mundo que como un neófito tanteaba, le devolvieron el vigor que uno sin proponérselo, con el paso de los años va perdiendo. Como una caricatura que de forma sublime pierde el color limitándose a un par de trazos, que si bien inequívocos y estilizados, no poseen la intensidad ni entrega de quién recién aprende las proporciones del cuerpo y la dificultad de plasmar su sentir en un lienzo; alejado de las peticiones de la industria y cultura de masas…

- Minato.

-…

- Minato. No te pierdas.

Pero su complacencia y luego, la hermosa relación entablada, habían hecho del moreno alguien tan capaz a ojos de otros, que de todos los contactos que su padre poseía, había conseguido que le diesen la oportunidad de dar exámenes en una prestigiosa escuela. Y no sólo lo habría logrado, también lo habían adelantado unos cursos. El Itachi de trece años cursaría sus dos últimos cursos de preparatoria.

¡Había tratado de convencer a Fugaku por todos los medios! Que era una mala opción, que Itachi era un chico demasiado sensible para llevar de buena forma un cambio tan grande. Pero la terquedad de aquel tipo –tan característica de los de su estirpe, sabía reconocer – había hecho oídos sordos a cualquier sugerencia que estuviese en contra de sus aspiraciones, o proyecciones que en sus hijos intentaba alcanzar.

- Disculpa. ¿Decías?

El pequeño endureció su postura. Conciente del momento preciso para vomitar el remolino de emociones que contenía, descubría también que no había palabras para comenzar. A la mierda la compostura, si no es esta vez, no será nunca, se dijo.

- Te extrañaré.

- Yo también. ¿Con quién saldré a comer buñuelos después de clases? – Minato acercó su rostro al de Itachi con aquella sonrisa que dejaba entrever la perfecta y blanca línea de dientes que a todos derretía. Esos ojos, esa boca carmesí. No recordaba desde cuando esa expresión lo mareaba. Desde cuando esa boca hacía que su mente pidiera a gritos que le besara…

- Los buñuelos son un asco. Deja de comerlos de una vez.

- Pequeño, no empieces. Lo digo porque me agradaba comerlos contigo. O salir a comer dango, cuando no podía convencerte – revolvió sus cabellos y ante esto, Itachi ruborizó. Intentó esconder su mirada ladeando el rostro. Cayó en cuenta de tener la carta aún en sus manos. Carraspeó. El rubio le miró expectante a lo que volvió a mirarle a los ojos, un poco más sereno, pronunciando.

- Toma. Te he escrito una carta – le alcanzó el sobre. En su cubierta se leía: "Para Minato Namikaze, en honor a todos los momentos y felicidades, juntos"

- El honor me lo haces tu a mi, no era necesario – La tomó en sus manos entusiasmado y quiso abrirla, pero Itachi le detuvo con un muy exagerado manotazo. Alzó una ceja extrañado.

- No la leas ahora – claro, se avergonzaba – De alguna forma quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí, ya que sin tu ayuda, no habría llegado a donde estoy – puso cara de circunstancias, Itachi obvió el gesto – En todos estos años, he aprendido a quererte como a nadie lo he hecho. Dedicaste un tiempo único en mí, y de veras lo agradezco – hizo una pequeña pausa. Minato le escuchaba atentamente, supo darse cuenta. ¿Y ahora que hacía? Un beso, la carta, blablabla, ¡Qué! - Hay dentro una carta, y un pequeño regalo. Y si te das cuenta, un mensaje más pequeño. Y te pido, no lo leas. No lo leas hasta dentro de dos años...

- ¿Por qué debería esperar tanto tiempo?

- No lo leas en dos años ¿Lo prometes?

- Como digas.

- Promételo, Minato.

- Lo prometo. Y contesta tu teléfono de una vez.

Su celular sonaba de forma intermitente desde hace unos diez minutos. Observó el visor de éste y dijo más bien para sí mismo:

- Es papá. Debe estar furioso.

- Entonces, salgamos – le invitó a ponerse en pie, mientras volvía a su lugar la silla antes sacada. Ambos abandonaron la habitación y Minato cerró la puerta tras suyo.

Los últimos y repentinos rayos del atardecer se colaban por entre las pequeñas ventanas del pasillo. La distancia a esa puerta ahora parecía un simple trecho. Doblaron al final de éste y salieron al patio.

Era una tarde helada de cielo carmín, rasgado por escasas nubes rebeldes, claro vestigio de lluvias anteriores. Probablemente mañana estaría despejado.

- Dime si no extrañarás todo esto.

-¿ah?

- La tranquilidad, tu casa, familia. Los juegos… no sé.

Rodeó al pequeño con el brazo, en un intento afectuoso, pero se encontraba muy enajenado a toda circunstancia.

-Cielos tan puros… nada similar encontrarás. Quizá soberbios paisajes, y grandes cosas que te deslumbren. Pero como dicen, no todo lo que brilla es oro. Lo místico de este pueblo es algo imposible de igualar… creo fue ese mi motivo principal de dejar todo lo que había construido en la capital y mudarme a vivir aquí todos estos años –en una pequeña pausa, cerró sus ojos alzando su cabeza al cielo. Inundó sus pulmones con la fresca brisa otoñal - ¿Se respira la felicidad, no crees? A lo mejor no se compara a como solía ser cuando era niño, pero aún conserva ese encanto de los ritos, se las tradiciones sin pulir.

Itachi guardó silencio, confundido frente a aquella confesión. Y ese sería su estigma hasta no vivir en carne propia cada palabra dicha por el Minato. Que el calor del hogar es para el viajero una incómoda sombra en su corazón, que se verá insatisfecha sino hasta volver a sus raíces y comprobar con cierta aprensión, que los bellos paisajes de la infancia, se vuelven un refugio al cual acudir frente a los desazones y complicaciones que arrastra la adultez.

- ¿Y tu despedida de curso?

- Como una despedida, supongo.

- Apuesto que Shisui lloró.

- No me jodas, digamos que no quiere aceptar que me voy.

- Así cualquiera. - Minato sonrió.

Salieron del hall, y a la distancia divisaron al padre de Itachi apoyado en el capó del auto. Les dirigió un quedo saludo, y con un gesto, indicó a Itachi que subiera al auto, Se atrasaban.

- Fugaku se ve estreñido. ¿Cuánto llevas de retraso?

- En realidad nada. Pero quería llegar media hora antes de lo que debía.

-Como si pensara que por mi culpa no fueses a tomar ese avión….

- Si me ve contigo, yo pensaría lo mismo – Pero aunque me lo pidieses no lo haría.

Guardaron silencio y, con un poco de añoranza, se miraron tratando de disfrutar aunque pequeño, ese valioso instante. ¿Cuándo volverían a estar así…? ¿Meses? ¿Años tal vez?

- Has sido como un hijo, pequeño. Espero que Naruto me aguante todo lo que me aguantaste tu a mí- Sonreía pensativo… Naruto era una Némesis del chico. ¿Sería un buen padre, como creía haber sido para Itachi?

- Serás un padre excelente – dijo el moreno, como adivinando su pensamiento - Manda mis saludos al pequeño Naruto. Y no le dejes comer tanto dulce, que ya parece una bola.

Rieron. Fugaku amenazó al chico con la mirada, irritado .Subió al auto. Ambos se miraron cómplices de la sacada de quicio que tenía su padre, pero era hora de partir. Finalmente.

Itachi se acercó lo suficiente, controlando completamente el campo visual del rubio. Sus orbes azules tintinearon expectantes, pero el chico parecía incapaz de pronunciar palabra.

- Supongo que ahora debemos decir adiós – Minato se rascó la cabeza sin querer decir más. Las despedidas no eran lo suyo, ni menos en circunstancias tan… conflictivas.

- No olvides que es momentáneo. Cuando termine los estudios te demostraré no ser el único que deba aprender cosas entre los dos.

- ¿A modo de apuesta dices, pequeño?

- No. Será un hecho.

- Entonces cuando vuelvas, recuérdame llevarte a una de las mejores cafeterías de la ciudad, para que me cuentes todo lo que has aprendido. Y te preguntaré ¿Habrían sido las cosas distintas si siguiese como tu maestro?

- Insensato. No me puedes enseñar más. Pero si es así, también preguntaré… ¿Cuánto me extrañaste? Y espero sea lo suficiente, señor.

Se escuchó la bocina del auto, y a Itachi se le crisparon los nervios. ¡Un poco más, maldición!

- Bueno, me voy.

Tendió la mano a Minato, y éste en un movimiento ralentizado, se la dio. Volvía a usar aquella armadura de insensibilidad, ese gesto tan prepotente de los Uchiha, que deseaba controlar todas sus emociones y reducirlas a una lista de buenas conductas y apariencias.

- Gracias, por todo.

- No, gracias a ti. Cualquier problema, no dudes en llamarme.

- No lo creo. Pero lo tendré en cuenta.

Itachi volteó. Camino unos pasos hacia la salida, pero ¡Diablos! ¿Eso sería todo? Ni se acercaba a lo que había planeado hace tantos días atrás. Determinación, Itachi, determinación, si se iba y sólo conseguía esa tosca despedida, se arrepentiría el resto de sus días. Dio media vuelta, volvió a estar frente a frente con el rubio. Tomó aire, y tomando todo el control de su boca que rechinaba temblando del puro nerviosismo, pronunció con voz seria.

- Te amo.

- Yo también.

Itachi abrió sus ojos sorprendido. ¿Minato lo amaba? De ser así sólo lo hacía como a un hijo, comprendió.

- No lo olvides jamás, ni mucho menos a mí. Te amo.

Estiró sus brazos lentamente esperando que el otro terminara el gesto. El rubio lo asió por la cintura, levantándolo en un cálido abrazo. Sus mandíbulas chocaron, por la velocidad del gesto y sin proponérselo, a modo de descarga eléctrica. Los hechos se volvieron confusos.

Lo que el mayor interpretó como una torpe despedida, a ojos de Itachi sería una amarga victoria. Decidido, y ya sin importar si su padre los viese, tomó por los cabellos al rubio y presionó los labios del maestro contra lo suyos. Tan fugaz que para Minato habría sido un roce, un movimiento mal ejecutado, al correr inmediatamente su cara y depositar un beso en la mejilla del rubio; pero para sí mismo, lo que había deseado por tanto tiempo, robar un beso de esa boca, esa que ya pertenecía a otra persona.

Corrió al escuchar un estruendo de bocinas y subió al auto sin atreverse a voltear. Su corazón latía a mil por segundo, se sentía acalorado de pura conmoción. Su padre le miró de reojo y rezongó. Ya habría tiempo para regañarlo por esa escasez de etiqueta. Dobló en la primera calle a su derecha, y el auto desapareció de vista.

Minato observó el vehículo en lo posible, y se encaminó dentro de la escuela. Tocó sus labios, pensativo.

Eso había sido un error de cálculo por la emoción, ¿no?

- Señores pasajeros. Junto con saludarlos, debemos advertir posibles turbulencias en los momentos siguientes de nuestro viaje. Se recomienda abrochen sus cinturones y en caso de sentiros incómodos, se ruega llamen a las azafatas para dar aviso. Ellas indicarán las instrucciones que debéis seguir según sea el caso. El avión aterrizará dentro de cuarenta y cinco minutos. Por su atención, gracias.

Itachi resopló aburrido, luego de lanzar lejos un libro de mano ofrecido como lectura por Sasori, que habría leído y releído durante las horas de viaje en avión. Sabía casi de memoria cada uno de los párrafos, especialmente los dedicados a la esquizofrenia de Van Gogh y las circunstancias en las cuales habría cortado su oreja. "Y aún así, loco y aislado, se ha vuelto un importante artista contemporáneo". Miró a la ventanilla a su izquierda. Se encontró con el reflejo de Deidara y el pelirrojo, quienes discutían animadamente acerca de las posibles condiciones climáticas que encontrarían al bajar. "Por lo menos lo loco lo tienen de sobra", comentó para sus adentros. Cerró los ojos. Los aviones nunca habían sido de su agrado. Siempre sentía la sensación de ahogo, en esos momentos acentuada por la resaca de la despedida celebrada la noche anterior. ¿O se debía también a aquello que contraía su estómago? Un poquito de ansiedad tal vez. Se cumplían dos años desde la última vez que había visitado Japón, entre excusas de cursos de verano y la razón implícita de sentirse asfixiado con las constantes preguntas de su familia en torno a los estudios y si es que los extrañaba, si es que no; si le gustaba Estados Unidos, si era grande, chico, sucio, feo, frío. Si vivía bien, si lo trataban bien. En fin, las preguntas típicas.

Por otra parte, el hecho de vivir prácticamente solo, agudizaría su carácter solitario y de poca tolerancia. A Deidara lo soportaba por ser la pareja de su mejor amigo, porque de otro modo, se habría acriminado con él desde un comienzo. Su carácter escandaloso difería demasiado de lo que consideraba una sana amistad. Apenas y soportaba los tumultos de gente, y el deber entablar conversaciones con quienes poco le importaban, cosa común al llegar a su casa, donde se volvía centro de atención al ser el "hijo modelo" y ejemplo de sus familiares, simplemente lo saturaba.

Se acomodó en el asiento, luego de poner play al mp3 en su bolsillo, dispuesto a relajarse unos instantes.

Se quedaría dos meses en Japón, acompañado por la pareja de artistas, y luego volvería a Estados Unidos a incorporarse en alguna importante firma de abogados, o en defecto, a formar parte de una nueva sociedad, idea tentativa pensada por él y sus compañeros recién titulados. Sabía que esta decisión tomaría por sorpresa a sus padres, y lamentaba en lo profundo ver a Sasuke entre intervalos tan largos de tiempo, porque estaba seguro, que la imagen del niño que había dejado la última vez, distaría completamente de lo que vería esa tarde. A pesar de mantenerse siempre en contacto – ya fuese vía mail o llamándolo por teléfono- extrañaba poder abrazarlo y pasar horas conversando. Sasuke era muy parco en trato, empeorando al hablar por teléfono. De seguro ni la mitad de lo que le pasaba era de su conocimiento.

- Itachi… No te ensanches tanto que me estás aplastando. Me estoy murieeendo…- el rubio se deslizó por el asiento, echando su cabeza hacia atrás y quejándose de vez en cuando.

- Eso te pasa por subirte ebrio, tonto. Suerte fue que no se dieran cuenta – dijo Sasori, quién alzó la mano captando la atención de la azafata, que atendía a otros pasajeros – decente por favor, para que no nos joda.

- Pffft, si estás igual de borracho que yo. Tengo sed.

- Tómate un vaso de agua y cállate ¿Ok? Te has estado quejando desde que subimos y no me has dado respiro ni para dormir.

Itachi sentenció con una mueca de disgusto, justo antes de tomar las antiparras y echárselas encima. Deidara alegó por lo bajo, poco le importó a él. Estar acostumbrados a los típicos reclamos y sandeces con las que de pronto salía a lo largo de todos los días, viéndose de forma intermitente si así lo permitía el desfase de los horarios de cada uno, era diametralmente distinto a tenerlo cuatro horas seguidas sentado entre ambos en los asientos del avión, sin interrupciones, sin siquiera un momento de silencio o tranquilidad. Itachi había decidido mantenerse al margen e ignorar cualquier comentario o pregunta mostrándose realmente interesado en la lectura y música, y al dejar el libro de lado, había perdido cualquier posibilidad de escapar: Deidara le sacaba los audífonos de vez en cuando, haciendo preguntas de su familia o quejándose de lo pegados que estaban el uno del otro, pues parecía excepcionalmente indignado por la decisión de elegir la clase turista por mero asunto de dinero. Pasaba olímpicamente por alto que el acuerdo fue con fin de llevarlo también ¡A primeras sólo Sasori estuvo contemplado en el viaje!

- OH, holyshit! – gritó Deidara al remecerse violentamente, algunos curiosos voltearon buscando al autor de la expresión.

Las turbulencias comenzaron, e Itachi asió con firmeza ambos lados del asiento, no podía ser peor. Sasori cerró los ojos, intentando conservar la calma, pero ambos salieron de sus quehaceres cuando escucharon los extraños sonidos que profería Deidara. Itachi destapó sus ojos para encontrarse con una escena bastante singular: El pelirrojo se encontraba literalmente encima del otro, y a escasos centímetros de él mismo. Le interrogó con la mirada y Sasori respondió.

- No se puso el cinturón. Ayúdame – Tomó al rubio afirmándolo al asiento mientras Sasori lo aseguraba. Contempló divertido la palidez del rostro del chico, su respiración era acelerada.

- ¿Es tu primera vez, no?

Volvieron a remecerse. La cabeza del rubio dibujó una veloz circunferencia en el aire, antes de caer sin fuerzas hacia delante. Sasori e Itachi se miraron perplejos, aguantando las ganas de reírse. La situación no cambió en los siguientes diez minutos, y Sasori chequeaba de vez en cuando que Deidara no hubiese muerto o algo así. El moreno observaba en silencio la escena, haciéndose diversas preguntas, que eliminó rápidamente de su cabeza. El artista preguntó.

- Ita. ¿Esto no hace mal a tu

- No, muy poca la emoción – rió. Luego calló por un momento, y volvió a tomar la palabra – En casa nadie sabe, así que ruego que ni tu ni Deidara

- Comentemos el asunto. Lo sé.

- Gracias. A todo esto, mi madre te va a adorar.

Sasori enarcó una ceja y sonrió susurrando.

- ¿No es muy tarde para eso…? - El rubio levantó la cabeza bruscamente, captando la atención de ambos - ¿Estás bien?

- ¿Se terminó cierto? – Deidara abrió los ojos y sonrió débilmente a su pareja. Suspiraron aliviados.

- Llegamos en diez minutos.

- Perfecto, porque no me aguanto las ganas de buargh - con el impulso de la arcada echó su cabeza hacia delante y vomitó todo el contenido en su estómago. Itachi se echó para atrás esquivando asqueado el chorro.

- Mierda.

Tapó su cara con una mano. Sasori puso los ojos en blanco y exclamó.

-¡¿No podías aguantarte hasta que bajaramos?

La azafata acudió inmediatamente a la fila de asientos. El resto de los pasajeros observó de reojo al trío, comentando lo escandalosos que eran. Itachi mostró su sonrisa más galante señalando con un dejo de pena en la voz.

- Querida, disculpa. ¿Podrías traer un poco de papel? A mi amigo le cayó mal el desayuno del avión.


Revolviendo unos papeles y gracias al exceso de tiempo libre que me conceden estas minivacaciones, me encontré con este fic, y me decidí a subirlo.

Más que nada este capítulo cumple una función aclaratoria de todos los acontecimientos que puedan luego suceder.

Además tuve que tipearlo de nuevo, porque a mi tan bien ponderado padre no se le ocurrió mejor idea que borrar este y otras cuántas cosas que tenía almacenadas (notése que el borró viene de la mano de un loleyótodoynolegustóparanadaloqueencontró).

Llamas, una visita directa al infierno, críticas… Todo se recibe con lo brazos abiertos.

(A todo esto agregué la última parte a este capítulo, quedaba mejor aquí).