Mi problema es que consiento a todo el mundo. Esta es una nueva serie de viñetas independientes sobre Draco y Luna.

Taiga

Draco estaba atónito. Cerró los ojos, contó hasta cinco y los volvió a abrir para asegurarse de que no estaba alucinando.

Ahí seguía, con el ceño ligeramente fruncido, los labios apretados y los ojos abiertos de par en par.

Luna hacía un berrinche.

Eso sólo podía indicar una cosa: pasaba demasiado tiempo con él.

No pudo evitarlo y empezó a reír. Por supuesto que ella abandonó su intento de convencerlo y unas risas juguetonas salieron de su boca. Continuaron riendo durante minutos, ahí de pie, en medio de la nada.

Cuando recobraron la compostura, Draco volteó hacia todos lados. El lugar permanecía imperturbable, un paisaje blanco hasta donde acababa la vista, la nieve les daba a los árboles un aspecto de estatuas de marfil.

–De acuerdo –dijo el joven –. Pero sólo una hora más.

–No hay problema, los buerys llegarán, los atrae la calidez –afirmó Luna sonriente.

– ¿Enciendo una fogata?

–No, sólo sigue sonriendo.