Preámbulo.
Otra oscura noche de invierno, el frio helaba su piel. Y con su piel me refiero tanto a la suya como a la de él. Y con él me refiero a su otro yo. Sé que suena complicado, pero es que los azares de la vida quisieron que él tuviera un doble y que él también. Es poco razonable que hable de ellos como él y él, sabiendo que es muy difícil que esto se comprenda, pero es imposible expresarlo de otra forma. La razón es simple: él no es sólo él. Él es parte de su otro él. Son tan iguales como dos trozos de servilleta, tan diferentes como las huellas dactilares en estas.
Tal vez a simple vista uno los vea idénticos, una copia. ¿Quién fue primero, Fred o George? lo cierto es que podría decirse que uno se formó primero en el útero o que el otro salió antes al exterior, pero nadie lo consideraría correcto. Sobre todo porque Fred es la copia exacta de George, así como George de Fred. ¿De quién se copió quién, ambos idénticos?
Interiormente, sin embargo, hay diferencias. Aunque sean ínfimas, Fred y George no son iguales internamente. Allí es donde se complementan. Uno puede pensar que es sorprendente que una sonrisa tan traviesa se forme a la vez en dos rostros distintos. Pero es que no son dos sonrisas iguales. Es como si una sonrisa fuera la continuación de la otra, su complemento, lo que le falta.
Nadie jamás podrá concebir un mundo sin Fred, simplemente porque sería como ver a George partido al medio. Algo antinatural, repelente. Al revés sucede lo mismo. Pero, aunque duele, no es tan difícil imaginar un mundo sin los dos. Es como una sola persona. Si uno muere, por consiguiente muere el otro. Es imposible formular una oración que contenga el nombre del uno si no se menciona en la siguiente el nombre del otro.
Leerlo así es confuso, lo sé de buena mano, pero cuando los conoces todo se vuelve claro como el agua. Ellos son simplemente ellos, eso lo entiende uno con apenas verlos. No son él y él. Son ellos. Y punto.
