NI LA HISTORIA O LOS PERSONAJES ME PERTENECEN

LOS PERSONAJES PERTENECEN A S.M Y LA HISTORIA ES UNA ADAPTACION DE Kelly Hunter

Protagonistas: Edward Cullen y Bella Swan

Argumento:

Le ofreció dinero para ayudarla en el negocio, pero quería darle mucho más que eso…

Restaurar un viejo hotel no era nada barato, pero Bella Swan no quería aceptar la ayuda económica de Edward Cullen. El problema era que el sexy magnate hotelero no era de los que aceptaba un no por respuesta… A medida que su aventura iba convirtiéndose en algo más y más placentero, Bella iba dándose cuenta de que Edward no era de los que se quedaban con una mujer para siempre, pero no pudo resistirse a aceptar lo que él pudiera darle.

Edward estaba convencido de que el romance acabaría por apagarse, pero de pronto descubrió que era él el que no quería que aquellas apasionadas noches acabaran jamás…

Capítulo 1

El viejo y arrugado portero del hotel, resplandeciente con su túnica y su turbante de color hueso, preguntó:

—¿La señorita Swan?

Bella asintió y se giró para observar el edificio desvencijado que se alzaba ante ella. Las majestuosas columnas de mármol; las escayolas rotas de la entrada; la magnífica escalera, envejecida por el tiempo y por el paso de muchos pies, y el jardín descuidado y lleno de malas hierbas.

—Bienvenida a Penang, la perla de Oriente —anunció pomposamente—. Y al hotel Cornwallis, el corazón reluciente de la Georgetown colonial.

Bella le dedicó una mirada de ironía. Ciertamente, el hotel estaba en pleno barrio colonial y todavía poseía un aire de grandeza, aunque bastante desgastado. Pero de reluciente no tenía nada.

—Sé lo que está pensando —continuó el hombre—. Que nuestro hotel es viejo y que necesita reparaciones urgentes. Pero hace sesenta años, cuando empecé a trabajar aquí, era tan bello que su visión alegraba la vista.

—No lo dudo.

Emmett, el nombre que indicaba la placa de su chaqueta, sonrió.

—Con un poco de amor, podría volver a ser lo que fue.

Bella pensó que necesitaría amor y enormes cantidades de dinero.

—Pero antes hay que romper la maldición —añadió.

—¿Es que hay una maldición?

—Por supuesto que sí. ¿Cómo cree que un hotel tan elegante se ha convertido en un lugar tan deteriorado? —preguntó.

—¿Por años y años de abandono?

—No sólo por eso, aunque también es cierto —respondió—. Avisaré al señor Edward de su llegada. La estaba esperando. Todos la estábamos esperando.

El portero le abrió la puerta.

—Señorita Swan…

—Llámame Bella, por favor.

Bella no se había dado cuenta hasta ese momento; pero aunque fuera con retraso, le pareció extraño que conociera su identidad.

—Señorita Bella… —dijo él, con ojos brillantes—. Bienvenida a casa.

Capítulo 2

Aquel lugar no era su casa.

Al margen de lo que el portero hubiera querido decir, aquel hotel nunca había sido su casa. Bella había crecido y estudiado en Sidney, en un piso elegante y caro desde el que se veía el puente Harbour. Lo había elegido precisamente por las espectaculares vistas del puerto y porque sólo estaba a dos manzanas de la sede de Swan Corporation, donde pasaba casi todo su tiempo. Allí estaba su hogar. No en un hotel destartalado de una ciudad al otro lado del mundo. Aunque lo hubiera heredado de una madre a la que ni siquiera había conocido.

Pero el anciano portero estaba esperando a que entrara y su mirada era amable y cariñosa. Fuera o no fuera su casa, ahora era la propietaria del hotel y debía asumir su responsabilidad.

Además, ella sabía mucho de responsabilidades. A fin de cuentas era la hija de Charlie Swan; la única heredera de toda la fortuna familiar.

Sabía que podía hacer aquel trabajo. Lo sabía.

Cambiar de vida iba a ser indudablemente difícil. Sin embargo, también estaba acostumbrada a los cambios.

Sonrió a Emmett, tomó aliento, echó los hombros hacia atrás y entró en el hotel.

Era la viva imagen de su madre. Tenía la estructura delicada y el rostro perturbadoramente bello de Esme.

Edward Cullen estaba en lo alto de la gran escalinata, observando a la mujer a quien Emmett acababa de invitar a entrar. Siguió en aquel punto estratégico, aprovechando que nadie lo había visto, mientras ella contemplaba el vestíbulo con curiosidad y alzaba la mirada, como todo el mundo, hacia la lámpara de araña del techo: seis mil piezas de cristal. Llevaba años sin funcionar, pero era tan bonita que carecía de importancia.

Los labios de Bella Swan se curvaron en una sonrisa más propia de niña maravillada que de heredera calculadora. Y Edward sintió una punzada en el corazón.

En ese momento apareció Rose, la vieja recepcionista que estaba de turno, y avanzó hacia ella. La hija de Esme extendió un brazo para estrecharle la mano, pero ella se acercó y se llevó la mano a su ajada mejilla. Fue un gesto tan sorprendente para ella que no pudo ocultar su incomodidad. Rose habló brevemente y Bella sacudió la cabeza con una expresión vagamente nostálgica. Fuera cual fuera la pregunta que ella hacía, su respuesta era negativa.

Por fin, se apartó un poco de la recepcionista, se apartó un mechón de cabello negro y brillante y volvió a mirar a su alrededor.

Edward se preguntó si notaría el intrincado y magnífico detalle de las balaustradas que flanqueaban la escalinata, si sabría pasar sobre la alfombra persa desgastada y fijarse en el color exquisito del mármol de los escalones, si reconocería la magia del lugar o si sólo vería cansancio y decadencia por todas partes.

En ese momento, ella lo miró.

Pasaron unos segundos que se hicieron interminables y Bella empezó a subir por la escalinata. Edward pensó que debía haber bajado a saludarla, que debía haberse comportado como un caballero y no como una estatua, pero se había quedado petrificado al verla.

Cuando llegó a su altura, Bella sonrió con cordialidad y le estrechó la mano.

—Señor Cullen… Soy Bella Swan.

—Lo sé.

El contacto de su mano, pequeña y delicada, desató en él un deseo tan intenso que apenas pudo contenerse. No era la primera vez que deseaba a alguien y por supuesto sabía controlar sus emociones, pero tuvo que soltarla con cierta brusquedad. Y aun así, todavía sentía el eco de su piel.

—¿Cómo ha sabido quién soy? —preguntó ella—. ¿Cómo lo ha sabido Emmett?

—Es que se parece mucho a su madre.

Era cierto. Sin más excepción que los ojos. Porque los de Esme habían sido de color castaño y los de su hija eran grises como un cielo invernal. Unos ojos fríos y desconfiados que lo calculaban todo con un detenimiento que le habría gustado si el objeto de su observación no hubiera sido él mismo.

Pensó que eran los ojos de su padre y se acordó vagamente de aquel hombre severo y de cabello oscuro. Por eso le resultaban tan familiares.

—¿Nunca ha visto una fotografía de su madre? —preguntó él.

Los ojos de Bella Swan se oscurecieron.

—No. Sé muy poco de mi madre, señor Cullen. Hasta que sus abogados se pusieron en contacto conmigo hace tres días, estaba convencida de que mi madre era huérfana, de que se había casado con mi padre y de que había fallecido poco después de darme a luz —respondió.

—¿Creía que estaba muerta? —preguntó Edward, asombrado.

—Sí, eso fue lo que mi padre me contó. Me dijo que lo abandonó después de que yo naciera porque se había enamorado de otro hombre, un viudo que al parecer tenía un hijo. Y que más tarde, murió.

Edward asintió.

—Usted es ese hijo, ¿verdad? —continuó ella.

—Sí.

Edward no dijo más porque no sabía qué decir. Y Bella echó los hombros hacia atrás.

—Entonces… mi madre… ¿estuvo viviendo con usted y con su padre?

—En efecto —respondió—. Murió en brazos de mi padre hace seis días.

Bella asintió y apartó la mirada como si su visión le resultara dolorosa.

—Le acompaño en el sentimiento.

—¿No quiere saber nada más?

Bella se encogió de hombros en un gesto más cercano a la confusión que al desinterés.

—Usted y yo no nos conocemos. De hecho, yo ni siquiera conocí a mi madre. No sé por qué se mantuvo lejos de mí ni, desde luego, por qué me ha dejado este hotel —contestó, mirando la lámpara de araña—. ¿Qué se supone que debo hacer con él?

Edward tuvo que hacer un esfuerzo para no flaquear ante la incertidumbre de Bella. Si decidía arreglar el establecimiento, él la ayudaría. Si prefería quemarlo hasta los cimientos o venderlo, contaría con su apoyo. Se lo había prometido a Esme.

—La decisión es suya. Pero de momento, he preparado un informe con los datos financieros de los últimos años —dijo, señalando la carpeta abultada que habían dejado en una mesa—. El hotel pierde dinero. Siempre lo ha perdido.

—Supongo que no habrán hecho cálculos sobre lo que costaría arreglarlo, ¿verdad?

—Sí, por supuesto que sí. Lo tiene todo en la carpeta. Pero tal vez prefiera sentarse antes de verlo. Ordenaré que le traigan un vaso de té helado y un abanico.

—Oh, vaya —dijo ella, sonriendo con ironía—. Veo que tienen de todo.

—Como verá en el informe, las cuentas están perfectamente cerradas. Me he encargado de que el abogado se reúna con nosotros mañana, al mediodía, para que lea el testamento. Yo soy el albacea —explicó—. Pero no habrá ninguna sorpresa. Dice que el hotel es totalmente suyo e incluye algunas gratificaciones económicas para parte de la plantilla. Eso es todo.

Bella tomó aliento y expulsó el aire muy despacio.

—¿Prefiere que cambie la cita? —continuó.

—No —dijo ella—. Al mediodía me parece bien.

Él asintió.

—Le hemos preparado una suite. También está el ala norte del último piso… no se ha usado desde hace años, pero si se queda con nosotros, es posible que quiera usarla como residencia.

Edward no encontró ninguna forma diplomática de decir lo que tenía que decir, así que se decidió por una aproximación directa.

—Sus padres vivían allí —concluyó.

—Me quedaré con la suite —afirmó ella—. Gracias por encargarse.

La posición de Edward era bastante incómoda. Todavía faltaba otro asunto. Se lo había prometido a su padre y no tenía más remedio que decirlo, pero iba a resultar muy chocante para Bella Swan.

A fin de cuentas no había sabido nada, de ninguno de ellos, hasta tres días antes.

—Mi padre me ha pedido que la invite a alojarse en su casa. Vive en el otro extremo de la isla.

Bella lo miró en silencio.

—Por supuesto, también puede usar las instalaciones del Grupo Cullen si las necesita —continuó él—. Nuestro hotel insignia está aquí, Georgetown, y de hecho yo vivo allí. Pero tenemos hoteles en Kuala Lumpur, Singapur, Hong Kong y China.

Bella siguió sin hablar. No parecía entender lo que le estaba ofreciendo.

—Lo que pretendo decir es que… bueno, a mi padre y a mí nos gustaría que nos considerara miembros de su familia.

Ella rompió el silencio en ese instante. Y Edward supo lo que iba a decir.

—Se lo agradezco sinceramente, pero no.

—¿No? ¿No a qué?

—No a todo. Ya tengo una familia, señor Cullen. Y por cierto, también tengo dinero de sobra. No estoy buscando ni lo uno ni lo otro.

—Entonces, ¿por qué ha venido?

—Porque debía hacerlo. Tenía una madre a quien no conocí y tengo un padre que se niega a hablar de ello y un hotel destartalado que de repente es mi responsabilidad. Necesitaba respuestas —explicó—. Dígame, señor Cullen, ¿qué habría hecho usted en mi lugar?

Edward pensó que era una mujer batalladora y sonrió levemente. A Esme le habría encantado.

—Hable con mi padre. Él puede darle todas las repuestas que busca.

—¡No! —espetó ella—. Tal vez sea injusta, pero por ahora siento un gran resentimiento hacia su padre. Le agradezco su oferta de hospitalidad, pero lamento que no llegara hace veinticuatro años. Encontraré las respuestas por mi cuenta.

—Puede que no le gusten… —le advirtió.

Bella sonrió con amargura.

—Lo sé.