Prólogo

Oscuridad.

Gritos.

Dolor… mucho dolor.

Sufre. Quiere gritar, pero su voz se atora y su garganta arde. Como si bajara fuego por esta. Tiene la boca seca. La cabeza pesa, todo da vueltas y no tiene idea de nada. No recuerda nada.

Entonces, una imagen; fuego. Rostros que no son rostros y sombras de formas desconocidas. Animales. Son grandes. Lobos, recuerda, muchos de ello. ¡Po! La voz de Víbora se abre paso en su mente. Resiste panda, escucha a Tai Lung. Y entonces, es consciente de que no se trata de un recuerdo.

¿Qué resista? ¿Qué sucede?... No recuerda lo último que hizo. Recuerda la pelea, recuerda a esos lobos, pero no recuerda qué pasó con él. ¿Lo golpearon? Sí, eso tiene que ser. Recuerda a Lord Shen con su cañón, apuntando al pueblo, y luego… nada. Oscuridad. Un dolor insoportable que su garganta es incapaz de gritar. La falta de aire. Sangre. Está seguro que eso es sangre.

Tráiganlo aquí. ¡Rápido, rápido!

Es una voz femenina, ronca y firme, desesperada, que suena lejana y vaga.

Siente que le sujetan. Siente que le mueven y cada roce duele como los mil demonios. Sus labios se retuercen en inentendibles quejas, que suenan mas a murmullos… y entonces, por fin, un poco de luz.

Luz y rubíes.

Chico… Chico, ¿me escuchas?

Parpadea… y la ve. Ve lo más hermoso que ha visto en su vida. Y luego, la nada. Oscuridad. Silencio.

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La conoció en una misión.

Una misión peligrosa.

Casi murió… y ella fue su ángel.

Sí, porque solo un ángel podía acariciar como lo hacían sus manos. Solo un ángel podría haberle sonreído de esa manera. Solo un ángel podría haberlo hecho sufrir tanto.

Solo algo divino, algo propio de otro mundo tal vez, podía ser tan hermoso a la vez que letal.

Porque tardó en hacerlo, pero lo comprendió; comprendió que no era miel eso en sus labios, sino veneno; dulce y engañoso, mortal. besos envenenaban y sus caricias lastimaban con una delicadeza tal que el daño pasaba desapercibido. Ella no era buena… y él lo sabía, siempre lo supo y aún así se enamoró.