N/A: Bueno... Hace ya rato que deseaba escribir un fic de VOCALOID, así que aquí está, je je... Está basado en "La saga del Mal" de Mothy. Aquí, sin embargo, Rin no es tan mala. Al menos, no con todos... Y atiende a razones... Más o menos. Mi versión de lo que debería haber pasado si Rin no hubiera estado tan colada del "príncipe del otro lado del mar".
Disclaimer: VOCALOID no me pertenece. La "Saga del mal" tampoco. De ser así, Miku Hatsune habría sido destruida hace tiempo, y Rilliane se habría quedado con Len y con Kaito, je je.
Saga del Mal
Capítulo 1: Sueño Premonitorio
Las campanadas de la Iglesia anunciaban las tres de la tarde. Ann Lucifenia D'Autriche estaba de parto. Los médicos reales trabajaban con furor para llevar a buen término aquel embarazo... Pero no se esperaban aquello.
La Reina de Lucifenia había dado a luz a gemelos.
El rey Arth no sabía qué hacer. Se suponía que sólo debía nacer un bebé, no dos. Por ello, mientras la reina descansaba por el duro esfuerzo, tomó en brazos al bebé que tenía más cerca. Resultó ser el niño.
- Decidle – dijo él, dirigiéndose a los médicos – que uno de los bebés no sobrevivió al parto.
- Pero ella les ha visto, señor – repuso uno de los médicos -. Incluso les ha puesto nombres: El chico es Allen y la chica Rillianne.
Un destello de ira brilló en los ojos del rey, ante la impertinencia involuntaria de aquel médico. Respiró profundamente y más calmado contestó:
- Entonces inventad algo. No sé, tuvo un problema respiratorio, le falló el corazón... Lo que se os ocurra, pero que sea coherente. Aquí solo a quedado viva nuestra hija. ¿Entendido?
El tono amenazador de su voz dejó claro que aquella era una orden. Los médicos asintieron, pero aquel médico que había hablado (cuyo nombre era Hiyama Kiyoteru) miró tristemente al bebé que seguía en la cuna, y se dijo así mismo que protegería a los gemelos, dijera el rey lo que dijera.
Ajeno a tales pensamientos, el rey miró a Hiyama y entregándole al bebé le dijo:
- Deshazte de él. Yo ya tengo a mi heredera.
Hiyama asintió, mas cuando se hubo alejado del reino, se dirigió a la casa de su mejor amigo, Leonheart Avaddonia, el Comandante de la Guardia Real.
- Cuida de este niño como si fuera tuyo – dijo el médico con pesar -, se llama Allen. Cuando tenga cuatro años, envíale de vuelta a la Princesa Rillianne.
Leonheart Avaddonia asintió, y tomó al bebé entre sus brazos.
- Se hará como dices, amigo mío.
*Cuatro años después*
El rey había muerto de una misteriosa enfermedad, y la reina se había visto obligada a reinar sola, hasta que su única hija tuviera la edad suficiente para manejar el reino.
Dado que la reina siempre estaba muy atareada, la princesa Rillianne pasaba mucho tiempo sola, bajo los calculadores ojos de los nobles. Viendo esto, Leonheart Avaddonia se acercó a la reina, y le dijo:
- Mi señora, si no os parece mal, mi hijo puede hacerle compañía a la princesa, como su sirviente oficial...
La reina, ante aquella propuesta, no pudo más que sonreír.
- ¡Sin duda, Leonheart! Pero te advierto que deberá pasar con Rillianne cada instante del día, sin excepción, a menos que así lo requiera mi hija. Le será preparado un colchón en los aposentos de Rillianne, y allí dormirá.
El Comandante de la Guardia Real asintió, y esa misma tarde Allen fue enviado a palacio. Allí, antes de ver a la Princesa, los sirvientes comunes le prepararon a conciencia, con un uniforme negro y bordes amarillo dorado, que combinaba con el vestido de la princesa. En una habitación cercana a los aposentos de Rillianne, se estableció un delicado armario, lleno de ropas para él que iban a conjunto con toda la ropa que poseía la princesa.
Finalmente, Allen fue llevado a la presencia de la princesa Rillianne, que se encontraba en su jardín rodeada de flores amarillas.
Ella le miró con curiosidad, y al principio con desconfianza, pero en un par de horas los dos corrían entre las flores entre alegres risas.
La amistad entre ellos creció en cuestión de horas, y cuando llegó la hora de dormir...
- Allen... Me dan miedo los monstruos. ¿Puedes dormir aquí conmigo? Por favor... - dijo ella, señalando el lado izquierdo de su enorme cama.
- Lo que desee mi princesa – dijo él, al tiempo que se acomodaba junto a ella -. Rillianne... Siempre te protegeré.
Ella le regaló una sonrisa deslumbrante, y esa noche durmieron entrelazados. Por primera vez en sus vidas, la princesa y el sirviente se sintieron verdaderamente felices... Como si siempre hubiesen echado algo en falta... Y lo acabasen de recuperar.
*Diez años después*
La reina Ann había sucumbido a la misma enfermedad que se había llevado a su esposo. Lo cual dejó a la joven princesa Rillianne como gobernante.
Ya que esta tan sólo tenía catorce cortos años, la princesa se dejaba guiar por sus deseos y caprichos, imponiendo enormes impuestos al pueblo y comenzó despiadadas purgas, en las cuales todo aquel que se ponía en su contra era condenado a la guillotina.
En pocos meses una gran hambruna comenzó, y Leonheart se presentó ante la princesa, que se encontraba tranquila en su trono, con su fiel sirviente de pie a su izquierda.
- Habla, héroe – dijo la princesa -. Explícate. ¿Qué te trae hasta aquí con tanta urgencia?
El Comandante de la Guardia Real le dedicó una prolongada reverencia, y a tal gesto le siguió el ponerse de rodillas ante la sonriente princesa.
- Mi señora – empezó él -, una gran hambruna está asolando al país. Muchas personas mueren por falta de alimentos...
Los ojos de la princesa brillaban con malicia, pero en ese instante su sirviente le susurró algo al oído. Lo que fuera que le había dicho Allen Avaddonia, pareció serenarla. Con una amable voz contestó:
- Dime pues, héroe, qué necesita el pueblo para mejorar su situación. Si tu petición es razonable, me pensaré el concedértela.
Leonheart tragó saliva. Estaba casi seguro de que, sin la intervención de Allen, la princesa lo habría enviado a la guillotina.
- Mi señora, si no es mucho pedir, me preguntaba... ¿Podrías enviar al pueblo parte de los alimentos de Palacio? Por supuesto, sería una cantidad muy reducida...
Él no se atrevió a seguir. Si se le ocurría mencionar el bajar un poco los impuestos... ¿Le cortaría la cabeza? Mejor no tentar a la suerte. Si Rillianne llegaba a acceder, ya sería un verdadero milagro. Escuchar a Allen aclararse la garganta le devolvió a la realidad. Observó con atención cómo la princesa le susurraba algo a Allen. El fiel sirviente asintió antes de decir:
- La princesa necesita considerar tu petición en privado. Vuelve mañana, a las tres de la tarde, para obtener tu respuesta. Hasta entonces, guárdate de hacer alguna tontería.
- Ahora llévenlo a su casa. No le dejen acercarse hasta la hora acordada – dijo la princesa.
Con un gesto de Rillianne, Leonheart Avaddonia fue expulsado del palacio.
En casa del héroe, le esperaba su hija Jermeille. Al verle llegar sano y salvo, la chica le abrazó. Lágrimas de felicidad caían por sus mejillas hasta llegar a su delicado vestido carmesí.
- No te alegres aún, hija mía – dijo Leonheart, abrazándola con fuerza -. La princesa ha decidido reflexionar sobre mi propuesta. Ya veremos mañana, a las tres en punto de la tarde, cuál será su veredicto.
Jermeille, aún con lágrimas en los ojos, se separó un poco de su amado padre, lo justo para poder mirarle a los ojos.
- Oh, padre... Quizás tenías razón. Quizás la princesa Rillianne tiene un corazón...
El hombre sonrió. Sabía perfectamente que la princesa podía ser benevolente, dado que muy a pesar de vivir entre nobles calculadores, ella había tenido a su gemelo allí, para apoyarla sin condiciones.
- Sí, Jermeille... Quizás sí...
En el palacio, exactamente en los aposentos privados de la princesa, esta discutía con su sirviente las posibles consecuencias que tendría ignorar la necesidad del pueblo. Acabaron enfadándose entre sí, y esa noche (como siempre que enfadaba a la princesa) Allen tuvo que dormir en aquel modesto colchón que Mariam Futapie, la jefa de las sirvientas, seguía arreglándole cada mañana, aún sabiendo como sabía que el chico casi nunca la utilizaba.
Pero esa noche fue muy especial para la princesa. Mientras Allen dormía en su modesto colchón, Rillianne soñó que mandaba matar a Leonheart, y la inmediata promesa de venganza de su ahora huérfana hija... Después, ella enamorándose del príncipe Kyle Marlon, el del otro lado del mar, y lo nefastos que fueron sus celos contra la chica de cabellos verdes que le había "robado" a su amado. Soñó que iniciaba una "Cacería Verde", en la cual tan solo deseaba matar a aquella chica... El pueblo de Lucifenia alzándose para derrocarla, dirigidos por Jermeille...
Y Allen. Allen, tras llevar a término su orden y matar a la chica de cabellos verdes, de la cual estaba secretamente enamorado... Allen, que al escuchar el rumor de la gente – aquella gente que se había alzado para derrocarla – hizo que intercambiaran sus ropas, confesándole que en verdad él era su hermano gemelo...
Allen... Su cabeza separada de su cuerpo, por la afilada hoja de la guillotina...
Allen, muerto por pecados que ella le hizo cometer...
La princesa despertó entre gritos, y rápidamente se abalanzó sobre su confundido sirviente, que seguía medio dormido, y le tocaba el cuello como para asegurarse de que seguía intacto.
En cuestión de segundos se presentaron en los aposentos de la princesa Rillianne decenas de soldados de la Guardia Real, precedidos de Mariam Futapie, Ney Futapie y Charttetto, todos preparados para combatir lo que fuera que había hecho gritar a la princesa.
Ante sí, encontraron una escena bastante particular:
La princesa Rillianne a horcajadas sobre su fiel sirviente, abrazándole como si en ello le fuera la vida, y el pobre chico medio asfixiado por la fuerza del abrazo y con la confusión claramente expuesta en su rostro, tan similar al de la princesa.
Cuando Rillianne se convenció de que Allen seguía vivo y con la cabeza en su sitio, se giró hacia los soldados y las sirvientas que se habían quedado atónitos con aquella escena.
La princesa les dedicó una mirada aterradora, y por un instante todos creyeron que serían asesinados sin remedio, cuando la voz de la princesa, en tono neutral que iba totalmente en desacuerdo con la expresión de su rostro, dijo:
- Soldados, por orden mía les digo que destruyan en este mismo momento la guillotina, busquen a los recaudadores de impuestos y les informen que reduzco las actuales cantidades a su milésima parte. Sirvientas, vayan a la cocina y preparen comida necesaria para alimentar a toda Lucifenia. Seguidamente, y con ayuda de los soldados, repártanla por todo mi reino. Si al final de este día aún hay algún súbdito con hambre, personalmente me encargaré de soluciona el problema – arqueó una ceja cuando vio que ni los soldados ni las sirvientas se movían, de tan atónitos como estaban -. ¡MUÉVANSE! ¡NO TIENEN TODO EL DÍA!
Ante aquel grito final, los soldados y las sirvientas salieron en tropel de sus aposentos, moviéndose con rapidez para acatar las órdenes de la princesa. Esta cerró las grandes puertas de sus aposentos por sí misma, antes de girarse hacia su fiel sirviente, que seguía en su modesto colchón, totalmente incrédulo.
Una gran sonrisa se dibujó en los labios de la princesa cuando le miró, y acto seguido volvió a lanzarse sobre él. Allen la acunó entre sus brazos, acariciando la femenina espalda.
- Ehhh... ¿Rillianne?
Pero ella no le dejó continuar. Le dió un apasionado beso en los labios antes de decir:
- No, Allen... Llámame Rin, ¿Sí?
Esa vez, fue él quien le dedicó una cálida sonrisa.
- Umm... De acuerdo, pero si tú me llamas Len, ¿Sí?
Como única respuesta, ella volvió a besarle.
N/A: No me vengan con que "Rin era más egoísta" o "En el vídeo Len muere", porque eso ya lo sé. Sencillamente, estaba muy harta de que casi en todas sus canciones (hermosas, por cierto) murieran o Rin, o Len, o ambos. Esta historia es mi versión de lo que hubiese pasado si Rin no hubiese sido tan egoísta... O si hubiese tenido un sueño revelador, como le ha pasado aquí. Me estoy planteando hacer una two-shot o una three-shot... Para mis lectores habituales, voy a actualizar "FyD" pronto. Como final... ¿Que tal un comentario?
