Todos los personajes pertenecen a Hidekazu Himaruya, sin ánimos de lucro.
Volví a subir la historia, pero decidí hacerle muchos cambios porque no estaba contenta. Espero que lo sepan comprender.
Capítulo I
Tras un exhaustivo viaje que les había llevado muchísimas horas, finalmente habían podido colocar los dos pies frente al hotel que les alojaría. Habían tenido que salir del confort de su casa ya que sus jefes también estarían allí. Uno de ellos, suspiró. Luego, tomó la mano del pequeño Sealand y decidió que era hora de entrar y registrarse.
—¡Vamos Su-san! —gritó Finlandia, al darse la vuelta.
Pero cuando giró, no había rastros de su cónyuge. No tenía la menor idea en dónde se había metido, lo que le desconcertó. Apenas llegaban para la Conferencia de Naciones y el sueco ya se había extraviado. ¿Cómo podía ser eso posible? Todo lo que tenía enfrente era una inmensa cantidad de maletas y nada más. Y un hombre de la altura de Suecia, no era precisamente fácil de perder.
—¿Papá? —preguntó el niño, mientras que revisaba el auto en el que se habían transportado desde el aeropuerto.
—Estoy aquí —dijo repentinamente una voz detrás de la montaña de equipaje.
Finlandia se asustó bastante, pegó un par de saltos y cayó en la acera. No sabía si estaba alucinando o sí de verdad había escuchado la voz de Suecia. Pero no le quedaba otra, ¿en dónde más se había podido meter ese hombre? Respiró profundamente, esperaba que el resto del tiempo que debían quedarse allí, no sucediera nada más.
Se levantó y comenzó a tirar las maletas hacia el suelo, buscando desesperadamente. Esperaba que realmente el sueco se encontrara allí. De la nada, pudo ver la cara del que estaba intentando halla y pegó un grito. La verdad era que a pesar de los siglos que ya llevaban conviviendo, aún esa mirada le daba miedo.
—¿Estás bien? —cuestionó al ver la cara de terror que tenía el finlandés.
—Sí, creo que sí… —respondió, aunque todavía estaba temblando.
Por su lado, el niño se había adelantado. Mientras que sus padres adoptivos arreglaban sus asuntos, había decidido hacer su propia investigación ahora que nadie le prestaba atención. Su sueño era ser algún día parte de esa Conferencia y necesitaba saber qué era lo que se requería para ser tomado en cuenta.
Luego de recuperarse de todos esos sustos, Finlandia ya estaba listo para ingresar al hotel. Estaba muy ansioso por probar el sauna y el jacuzzi. Ahora que ya se había asegurado que Suecia estaba allí, llevando todo el equipaje de la familia, estaba preparado para continuar. Miró hacia su lado, para volver a agarrar de la mano a su pequeño, pero éste había desaparecido.
—Sea, ¿no crees qué nos vamos a divertir esta semana? —El muchacho estaba sonriendo, mas al darse cuenta de que el niño faltaba, cambio su expresión. —¿Sea?
—¿Qué sucede, Fin? —inquirió el escandinavo, que no podía ver mucho más.
—Perdí a Sea —respondió con una risa nerviosa.
Adentro del lugar, Sealand estaba revisando todo con mucha curiosidad. Era una vida que definitivamente se imaginaba para él. No podía creer la buena vida que podían llevar los países, ir a hoteles de lujo y conocer otros lugares distintos. Definitivamente, lograría su objetivo de convertirse en uno. Eso simplemente lo animaba a estar más seguro de su meta.
Sabía que si quería ser un país fuerte y sobretodo, reconocido, debía hacerse de una gran cantidad de aliados y amigos. Dado que ya se encontraba en la recepción, era el mejor lugar por donde comenzar. Allí podría ver quiénes ingresaban al recinto, así que estaba seguro de que conseguiría unos cuantos saludos y quién sabe, tal vez un aliado.
—¡Hola! ¿Cómo están? —El niño se había parado cerca de los ascensores, no volvería a ser ignorado como esa vez anterior.
Estaba lleno de energías y totalmente preparado para hacer nuevas amistades.
Mientras tanto, Finlandia nuevamente estaba sumido en la desesperación: Había perdido a Sealand. Necesitaba hallarlo en cuanto antes fuera posible, después de todo, era tan sólo un niño. Suecia estaba mucho más tranquilo, estaba seguro de que su hijo no había podido ir demasiado lejos. Después de todo, le resultaba bastante difícil pasar desapercibido.
—Pasemos —indicó el país escandinavo, pese a que el finlandés estaba como un loco mirando por todas partes en busca de una pista de Sealan.
—¿Cómo puedes permanecer tan calmado? ¡¿Y sí le sucedió algo? —preguntó histérico.
—No te preocupes —El hombre avanzó, a pesar de todo lo que llevaba consigo.
De todo le había pasado por la cabeza de Finlandia. ¿Y si Rusia había decidido llevarlo consigo? Esa idea le daba miedo, sabía por experiencia propia lo que ocurría cuando al ruso se le ocurría tomar a alguien como su subordinado. Debía hallarlo antes de que fuera demasiado tarde.
El menor no dejaba de mirar en ningún rincón, quería encontrar lo más rápido posible a Sealand. Sin embargo, eso no iba a tardar demasiado. Una vez que llegaron al lobby del hotel, comenzaron a escuchar un escándalo. Suecia bajó las maletas al suelo, para que el botones se encargara de ello y fue a revisar qué era lo que estaba sucediendo.
—Niño, no deberías estar aquí —explicó el gerente del lugar, a modo de reprender al pequeño que continuaba parado al lado de los ascensores.
—¡Déjame! ¡No estoy haciendo nada malo! —respondió éste, que intentaba zafarse del alcance del hombre.
—Esto es una reunión exclusivamente para los países y tú no eres uno —aseguró mientras que empujaba al preadolescente.
En ese momento, el escandinavo decidió intervenir. Suecia se hizo camino a través del grupo de países que estaban ahí reunidos. Tocó el hombro del gerente, mientras que Sealand aprovechó esa situación para correr detrás de su padre adoptivo.
—Señor, ahora estoy ocupado… —Se volteó y no tardó en sentir cierto temor al ver a ese hombre que le miraba fijamente.
—¿Hay algún problema? —cuestionó el sueco.
—Estaba tratando de sacar a ese niño y… —explicó, mientras temblaba. La verdad es que le costaba decir algo coherente debido a la sensación que le rodeaba por culpa de Suecia.
—Es mi hijo —afirmó, mientras que acariciaba el cabello del niño.
—¡Lo siento, señor! —exclamó.
Por su lado, Finlandia intentaba obtener alguna visual acerca de la situación, por lo que caminaba en puntillas. Pero pese a sus esfuerzos, la multitud que se había reunido era grande y su altura no le favorecía demasiado. Quería saber demasiado qué era lo que estaba sucediendo, apenas podía ver el cabello rubio del sueco y nada más.
Enseguida se dio cuenta que aquel se estaba acercando a él. Sonrió, estaba esperando impacientemente por alguna respuesta favorable. Quizás Suecia le traería una buena noticia, seguía sin poder creer que Sealand se había podido escapar de esa manera. Con la inmensa cantidad de países presentes, sería muy complicado recorrer todo ese enorme edificio.
—¡Su-san! —Finlandia movió su mano para que el hombre pudiese divisarlo con facilidad.
El país escandinavo había tomado firmemente de la mano al niño, para evitar que volviese a hacer de las suyas. Estaba algo molesto por hacerle pasar por todo eso y por la preocupación que le había ocasionado a su "esposa". Pero también estaba contento, al menos no le había sucedido nada.
—Aquí está —El escandinavo empujó a Sealand para que el otro nórdico pudiese respirar tranquilo.
El muchacho al ver que el niño estaba tal cual como había bajado del automóvil, no pudo evitar sonreír y enseguida fue a abrazarlo. Puso su mejilla contra la del muchacho, estaba demasiado contento por haberlo recuperado sin mayores incidentes. Estaba tan emocionado que no se daba cuenta de la intensidad con la que estaba abrazando al niño.
—¡Mamá...! —El rostro de Sealand estaba totalmente colorado.
—¡No vuelvas a hacer eso! —Finlandia se apartó y volvió a mirar al chica.
—Sólo quería hacer amigos —se defendió.
—Nos deberías avisar —respondió el sueco, que mantenía sus seriedad.
Luego de registrarse finalmente en el hotel, el botones les dio la tarjeta llave de sus habitaciones. Habían solicitado dormitorios diferentes, uno para el niño y el otro, para los dos nórdicos. Por supuesto, eran contiguos, de esa forma podían vigilar a Sealand y asegurarse de que no se metiera en ningún problema.
Apenas bajaron del ascensor, donde se encontraban las habitaciones correspondientes, pudieron escuchar una voz demasiado conocida por los tres. Suecia no quería creerlo, esperaba que simplemente fuera objeto de su imaginación. Respiró profundamente, aunque no creía en ningún dios en particular, el momento requería de una buena plegaria. Rogaba estar equivocado.
Pero Finlandia sonrió. A pesar de saber el disgusto que aquel personaje en cuestión causaba a su esposo, sabía que aquel hombre estaba acompañado por Noruega y éste siempre traía consigo a su hermano menor. Una reunión de los nórdicos antes de lo previsto.
—Pensé que estaríamos tranquilos... —Estaba resignado, sabía que todas las demás habitaciones estaban ya reservadas y no le quedaba otra que ir a saludar.
—No puede ser tan malo, Su-san —respondió Finlandia, quien jaló del brazo al sueco.
—¿De verdad piensas eso? —Suecia miró incrédulo al muchacho.
—Bueno, peor de lo que pasamos en su casa no puede ser —explicó el finlandés, con un gran optimismo —.Además, estaremos separados.
El escandinavo asintió, quizás se estaba preocupando por nada. Los tres más el botones continuaron con su camino hasta los respectivos dormitorios. Suecia tenía planeado hacerlo silenciosamente, de esa forma, Dinamarca no se daría cuenta de su presencia. Sin embargo, Sealand se adelantó y corrió hacia el islandés.
—Sealand, ¿qué haces aquí? —preguntó el menor de todos los nórdicos, mientras que tomaba su valija.
—¡Vine con papá y mamá! —exclamó y señaló a esos dos, que iban marchando de manera bastante lenta.
Al oír eso, el danés que estaba ingresando en su habitación, sacó su cabeza para confirmar lo que había dicho el niño. Efectivamente, su némesis estaba en el pasillo, de la mano con Finlandia. No pensaba desaprovechar la oportunidad que raras veces se le presentaba: Demostrarle que aún era el rey del Norte de Europa.
—¡Sigue ordenando las cosas, tengo un asunto pendiente! —dijo dirigiéndose al noruego, que ya había entrado allí y estaba intentando arreglar todo.
—¿Qué asunto? —El noruego intuía que no se traía nada bueno entre manos.
Suecia abrió cada una de las puertas de las habitaciones y cuando se propuso sacar una de las maletas, una sombra se asomó. Sabía que no era Finlandia, ya que éste no tenía un cabello tan desordenado y extravagante. Respiró profundamente porque sabía exactamente de quién se trataba.
—¡Vaya, Suecia! La vida es graciosa, ¿no lo crees? Tú y yo nuevamente compartimos el mismo piso —opinó Dinamarca.
—¿Y? —cuestionó con gran indiferencia, francamente no le interesaba mantener ninguna conversación con él.
Finlandia simplemente contemplaba esa escena, la cual esperaba que terminara sin ningún herido. ¿Cuáles eran las probabilidades de que eso sucediera? Como sabía que eran bastante malas, decidió ayudar al pequeño a acomodarse en su dormitorio. Además, era un trauma que quería evitar al niño.
—Bueno, es obvio. Al ser yo el mayor de todos ustedes, tengo que vigilar que...
En eso, por detrás, se acercó peligrosamente Noruega. No le extrañaba a éste que Dinamarca estuviese dando uno de sus discurso que a nadie le importaba. Y él conocía lo suficientemente bien a Suecia, como para saber qué no lo soportaba. Repentinamente, el danés no pudo decir nada más, ya que el noruego lo tomó de la oreja y lo arrastró al dormitorio.
—¡Oye! —se quejó.
—Hay cosas que deberías estar viendo —explicó, sin sudar una gota.
—Gracias, Noruega —A pesar de que ya se había ido, sabía que siempre podía contar con su intervención.
Después de dejar todo a punto, Finlandia decidió ir a la habitación que compartiría con el sueco por el tiempo que durara la conferencia. Se aseguró que Sealand tuviese todo a su alcance, incluido un peluche de oso que le habían regalado hacía un tiempo. Sonrió al ver al niño tan concentrado en una serie de animación. Parecía que ahora iba a tener todo bajo control y no había nada importante por lo que preocuparse.
Cuando ingresó a la habitación, estaba bastante sorprendido. Había muchísimas comodidades, una televisión plana enorme, su propia mesa de billar, una preciosa vista a la ciudad y un enorme jacuzzi en el baño. Eso sin contar con los sofás que aparentemente eran de los más cómodos que había podido probar. Y la temperatura era a la que estaba acostumbrado.
Por un momento, se había olvidado por completo del sueco, así que cuando le vino a la cabeza, no lo vio por ninguna parte. Finlandia estaba confundido. Estaba seguro de que lo había visto meter todo el equipaje dentro de la pieza del hotel y era imposible que se hubiera ido a la habitación que compartían Dinamarca y Noruega.
Estaba agotado por culpa del viaje y no ansiaba demasiado jugar a las escondidas con Suecia. Inicialmente habían hablado de aprovechar ese día antes de la reunión. Pero resultaba un poco difícil hacerlo sin la presencia del escandinavo.
De la nada, escuchó cómo caía el agua dentro del baño. Estaba con algo de miedo, ¿había alguien más en la habitación que desconocía? No sabía si arriesgarse o aguardar a que Suecia decidiera aparecer. Sin embargo, esto último parecía que no iba a suceder así que respiró profundamente para darse un poco de coraje.
Caminó lentamente mientras que buscaba algo para llevar en la mano. Era de las pocas veces en las cuales extrañaba no tener esas antiguas armas que habían utilizado Suecia y Dinamarca en su momento. Le parecía raro que el aparente extraño no saliera del baño. No podía imaginarse con lo que se estaba a punto de encontrar. Su corazón le palpitaba cada vez más rápido.
Sin mucha prisa y luego de tragar un poco de saliva, Finlandia optó por asomar la cabeza por el marco de la puerta. Había algo de humo así que no pudo determinar de buenas a primeras de quién se trataba. Volteó para ver si el país escandinavo estaba justo detrás de él, como casi siempre sucedía. Sin embargo, aparte de su sombra, no había nadie más.
Mientras que se adentraba en ese baño, se dio cuenta de que había ropa que estaba arrojada sobre el suelo. Aún no estaba seguro de que estaba sucediendo, los nervios le estaban traicionando. Repentinamente vio una alta figura que parecía que le estaba aguardando. A medida que se iba acercando, le resultaba bastante conocida esa persona.
—¿Su-san? —se arriesgó a preguntar, seguía sin poder ver bien debido al vapor del agua.
—¿Fin? —cuestionó el otro, que ya se había metido dentro de la bañera.
—¿Eres tú? —Finalmente llegó donde estaba el jacuzzi y allí estaba sentado el sueco, quien se había sacado prácticamente todo y ahora estaba aprovechando para descansar —¡Ah, al fin te encontré! —se quejó —¿No crees qué es muy temprano para estrenarlo?
—Tenemos una cena de bienvenida… —explicó, aunque eso no era lo que le interesaba demasiado.
—¡¿Qué? Y yo que quería disfrutar de esta noche —se lamentó el finlandés.
Ambos se quedaron en un silencio un tanto incómodo. Finlandia comenzó a pensar en todo lo que iba a suceder esa noche y realmente estaba un poco asustado. No podía recordar una sola Conferencia de Naciones que había resultado bien. Se estaba comenzando a preocupar, hasta que el escandinavo tocó su pie.
—Acompáñame —le pidió el hombre.
—Bueno, creo que un poco de descanso no vendría mal —resolvió finalmente.
En la habitación contigua, Sealand estaba planeando la manera en que se haría de más aliados. Quería aprovechar ese viaje al máximo, ansiaba demasiado ser reconocido por el resto de los países. Y lo lograría. Luego de terminar su videojuego…
Ojalá quieran darle la oportunidad.
Gracias por leer~
