Era un día que yo creía como cualquier otro.
Aunque era sábado, me tocaba preparar el almuerzo, pues ni mi hermano ni mi papá estarían en casa durante todo el día.

Mi papá estaba de viaje en una expedición. Por lo que me había dicho, estaban investigando algo relacionado con unas plumas.
En cuanto a mi hermano, tenía exámenes y pasaría la noche estudiando en casa de Yukito... Honestamente nunca entendí eso, ni siquiera estudian la misma carrera... aunque mi hermano nunca reprobó ningún examen luego de prepararse con Yukito... de algún modo le debe funcionar.

Pero ese no es el punto de este post, es algo diferente.

Mientras estaba terminando una tortilla, bastante accidentada debo decir, sonó el timbre. No esperaba a nadie y el ruido hizo que arrastrara rápido la espatula por la sartén, destrozando mi preparación... al menos conservaría el buen sabor.

Corrí hacia la puerta y al abrirla estaba él. Syaoran, vistiendo una hermosa camisa azul, con pantalones, corbata y zapatos negros haciendo juego. La corbata tenía un dibujo particular, de una... ¿Cómo les dicen? ¡Ah, si! ¡Una Mokona! Pero ese no era el detalle más especial. En sus manos sostenía un ramo de flores. Una perfecta combinación de flores de cerezo y durazno que apretaba con sus puños mientras intentaba no temblar.

- Fe... fe... fe... fe... ¡Ay, no puedo! -dijo él, dándose vuelta y apoyándose resignado contra el marco de mi puerta.
-Syaoran-kun... -pronuncié intentando poner mi mano en su espalda para darle ánimo.
-¡Esperá! Yo puedo sólo. -Agregó, pasándose derecho de un saque.
-Fe... fe... -seguía repitiendo sin parar.
-Fe..., ¿qué? -pregunté.
-Hoy. Hace tres años... -intentó explicar mirandome fijo, hasta que pudo decir con todas sus fuerzas: -Hace tres años me diste el oso... ¡FELIZ ANIVERSARIO!

Se ve que olvidó toda su timidez cuando lo dijo porque pegó tal grito que hasta los vecinos deben haberlo escuchado.
Al mismo tiempo extendió sus brazos e intentó entregarme el ramo... en realidad lo estrelló contra mi cara. Empezó a pedirme disculpas compulsivamente, pero no eran necesarias. Lo que había sucedido a mi jamás me molestó.

Siendo honesta, soy pésima para recordar fechas y obviamente no tenía registro de que ese día fuera ESE DÍA.

Le agradecí el regalo con un fuerte abrazo y lo invité a pasar. Él aceptó, pero me dijo que sólo entraría por un momento a esperar que yo me alistara para volver a salir, pues tenía sorpresas planeadas para mi.

Sentí un poco de pena por no haber hecho nada para él, así que le ofrecí armar rápidamente un bento para llevar con con nosotros el almuerzo que había preparado.
El aceptó... aunque su cara parecía decir lo contrario.

Pasamos un día hermoso. Syaoran organizó un sistema de postas temáticas, que nos llevó a recorrer cada punto de Tomoeda donde tenemos algún recuerdo juntos.

La escuela donde nos conocimos, el acuario, la pista de hielo, el café del centro comercial donde tuvo lugar la exposición de ositos, el Templo Tsukimine, la Torre de Tokyo. Y para concluir, un paseo al atardecer por el Parque Pingüino.

Él me llevó hasta los columpios donde se me declaró hace ya tanto tiempo. Me dio un beso en la mejilla y se paró frente a mi. Puso su mano en su bolsillo y sacó una pequeña cajita rosa con un moño verde.
Estaba por entregarme un obsequio, pero de pronto se escucharon truenos y del cielo nublado empezó a caer agua sin parar.

Él me tomó rápidamente de la mano.
-¡Vamos! -dijo, mientras corríamos bajo la lluvia.
Sé que fue un imprevisto, pero la adrenalina de correr con él bajo esa tormenta fue una de las cosas más bellas que me han tocado vivir.

El departamento de Syaoran queda a apenas dos calles del parque, por lo que nos refugiamos allí.
Ya eran las 8 de la noche. La lluvia seguía cayendo copiosamente y cada vez empeoraba más el clima.
-Quédate esta noche. No quiero que corras peligro -explicó Syaoran, escurriendo su camisa, un poco para secarla, pero más a causa de sus nervios.

Llamé a mi padre y él mismo me sugirió que no regresara a casa. Cuando puse la llamada en altavoz dijo: -Puedes tener un accidente. Además ni Touya ni yo pasaremos la noche en casa. Estarás mejor con tu querido amigo. Dile que le encargo que te cuide mucho.
Mi papá cortó, pero nosotros dos seguíamos sonrojados, mirándonos fijo.

-¡Tengo que cocinar algo! -dije, para cortar la tensión.
Corrí hacia la cocina tropezando contra todos los muebles. Abrí las alacenas y encontré pura comida de Hong Kong. ¡Todos los envases estaban en chino!
Hoe... ¡no entendía nada!

Llamé con timidez a Syaoran.
-¡Ah, si! Son provisiones que me envía mi madre. Puedo leerte las etiquetas para que identifiques cada cosa y ayudarte a cocinar. -me explicó él.

Yo me alegré muchísimo, era mi oportunidad para preparar algún platillo chino de los que me había enseñado a hacer Meiling.
Preparé Chaw Fan de carne y Jiaozi.
Todo venía saliendo a la perfección hasta que empecé a rellenar las porciones de jiaozi.

Por la espalda, mientras me encontraba concentrada frente a la mesada recibí un fuerte y rapido golpe en la cabeza e inmediatamente todo el aire se puso blanco mientras yo tosía... Alguien me había estrellado en la nuca lo que quedaba de la harina que usé para hacer la masa.

Si hubiera estado en casa, el responsable podría haber sido perfectamente mi hermano, pero allí, en ese departamento... no podía ser posible... ¿o si?

Volteé con la cara empolvada en blanco y ahí estaba Syaoran, agarrado del marco de la puerta y riendo a carcajadas sin parar.
-¡Sakura Fantasma! ¡Sakura Fantasma! -repetía mientras todavía reía como loco.
-¡Syaoran-kun! ¡Tu no eres así! -dije gruñendo enojada, mientras tomaba una botella con agua y me acercaba a él.
-¡No Sakura, detente! ¡Mezclar agua con harina hará un chiquero! -gritó él, que todavía no paraba de reírse.

Syaoran se echó a correr en círculos por la cocina mientras yo lo perseguía, pero se detuvo frente al refrigerador.
Rápidamente lo abrió y tomó un pequeño recipiente con el que me amenazó gritando:
-¡GELATINA DE VEGETALES! -gritó.
El maldito ganó la partida. Amenazarme con mi comida odiada fue una buena estrategia de batalla.
Terminamos riendo como locos.

Luego de quitarme la harina del cabello cenamos. Syaoran preparó una mesa divina con velas y cuatro sillas para nuestros osos y nosotros.
-¡Está delicioso! -dijo él con alegría-. ¡Me recuerda a la comida de mi madre!
Ese pequeño comentario me dio mucha paz y pude relajarme.

Hablamos de su familia, de la mía, de sus planes para ingresar a la carrera de arqueología de la Universidad de Tokyo.
-¿Tomarás la catedra de mi papá? -le pregunté.
-Estaría más que encantado. -respondió contento y comenzó a relatar el porqué de su interés por el trabajo de mi padre. Se lo notaba muy apasionado.

Ya eran cerca de las 22:30. Ambos teníamos sueño. La lluvia seguía cayendo sin parar y los relámpagos eran cada vez más intensos.
Intenté levantar la mesa y lavar los platos, pero él no me lo permitió.
En agradecimiento me quedé con él en la cocina mientras limpiaba, mostrándole parte de la coreografía que estábamos ensayando en el club de animadoras.

Al culminar Syaoran cerró el grifo y me miró fijo con ternura y algo de resignación.
-Puedes dormir en el cuarto de Meiling si gustas... O podemos llevar el futón a mi habitación... como te asustan los truenos. -explicó temblequeando la voz.

No quise incomodarlo, así que decidí ir al cuarto de Meiling en el que encontré un hermoso pijama con cerezos bordados.
Terminé de vestirme, pero mientras estaba por meterme en el futón, una catarata de truenos y relámpagos azotaron al cielo.
-¡Hoeeeeee! -grité sin darme cuenta.
Me llené de valor y tomé la mejor decisión... irme al cuarto de Syaoran.

Toqué su puerta de una manera un poco frenética, sosteniendo el futón con una mano y el osito que él me hizo en la otra.
Él abrió la puerta preocupado.
-Los tru, tru, tru, los truenos. -expliqué como pude.
Él me extendió una hermosa sonrisa, se puso a un lado de la puerta y dijo: -Adelante.

Puse mi futón junto a su cama y me metí adentro. Él hizo lo mismo en su cama.
¡Trash! ¡Otro trueno azotó al cielo! ¡Pegué un grito tremendo!

Syaoran se inclinó sobre mi desde su cama. Yo no lo vi porque tenía los ojos cerrados del miedo, pero si lo escuché. -Sakura, cálmate, es sólo un trueno, como los que hago con magica. -explicó confiando en un raciocinio del cual carezco.
-¡Si, pero los truenos mágicos puedo predecirlos, te veo hacer el conjuro y sé que sonará, estos me sorprenden porque...! -no pude terminar la frase.

Sentí algo. Algo en mi boca.

Syaoran se había inclinado a darme un beso. Un beso absolutamente mínimo, sutil. Apenas había rozado débilmente mis labios.
Me volví de cristal, quedé totalmente congelada.

No había hecho presión, no sentí ningún tipo de humedad. Simplemente acarició mis labios con los suyos de punta a punta tan sólo una vez, tan rápido como pasan esas estrellas fugaces a las que se les piden deseos.

-Eso te protegerá de los truenos. -dijo con una expresión de paz absoluta. Y le creí.
-Syaoran-kun... me besaste. -dije lentamente y en voz baja.

-Perdon, te pido mil disculpas. Pensaba hacerlo en el parque, pero la tormenta y... ¡ay, no sé! Soy pésimo para los momentos! -explicó con un color en su rostro que superaba sus niveles habituales de sonrojo.
- Lo sé... -respondí.

Con sólo escucharlo comencé a sonreír. Sus nervios, su respuesta, me llenaron el alma de ternura.
Comenzamos a reír a carcajadas.

-¡Ah! ¡Es verdad! ¡Tu regalo! Dijo exaltado y pegó un salgo sobre mi hasta llegar a su escritorio, de donde tomó la pequeña cajita que quiso darme en el parque.
-Para ti. -pronunció extendiendo hacia mi el obsequio con ambas manos.
-Syaoran, no hacía falta. En serio. Ya con el beso es suficiente. -quise explicarle, pero él se defendió: - El beso no fue un regalo... Hace tiempo quería... ya sabes... besarte. -explicó mirando hacia el suelo.
-Yo también quería que lo hicieras! De hecho... no sé porqué tardaste tanto. -dije tímidamente.
-Es que creí que no querrías... tampoco sabía planear el momento... y además... -interrumpió su alegato.
-¿Además? -indagué intentado comprender.
-Además, muchas veces sueño con cuatro señoras de Kyoto y Osaka que me dicen que no lo haga. -dijo con mucho convencimiento... y un poco de miedo.
-¿Hoe? -Yo no entendía nada.
-No lo sé, cosas extrañas... Una tiene un látigo. -explicó confundido mientras rascaba su cabeza.
-Por favor, abre tu regalo. -agregó mientras se volvía a meter en su cama y me miraba de costado, quebrando su rostro hacia un costado y sosteniéndolo con su mano.

Abrí la caja y allí encontré una pequeña esferita roja. -¿Qué es esto? -pregunté confundida. Pero inmediatamente al registrar mi voz, el objeto comenzó a emitir luz hasta transformarse en un hermoso y angosto lazo rojo con destellos verdes.

Syaoran comenzó a explicarme: -Es un regalo mágico. Es... mi hilo rojo. Logré sacarlo de mi cuerpo y quiero que seas la única en tenerlo.
Levanté mi rostro lentamente mientras el hilo flotaba alrededor mío. -Es una locura. -le dije. Extraer el hilo rojo del cuerpo era algo que sólo los magos más poderosos podrían hacer y que sería capaz de producir la muerte.

-No tengo la magia suficiente para crear una carta que lo exprese, pero quiero que sepas que te amo y que siempre será así. -dijo mirándome a los ojos recostado sobre su almohada mientras la lluvia seguía cayendo.
Inmediatamente comencé a llorar de la emoción.

Ante mi llanto el hilo reaccionó elevando mi cuerpo y llevándolo hacia la cama donde estaba Syaoran, para terminar envolviéndonos a ambos en él.

Quedamos abrazados, mirándonos a los ojos ante la custodia del hilo rojo.
-No hagamos nada. -me dijo. -Sólo abrázame.

Y así pasamos la noche, iluminados por la luz de su hilo rojo, unidos en un abrazo que mató a todos mis miedos... y también a los de él.