Chilling Pain
Volverlo todo negro. Como la boca de un lobo, como la noche sin luna. Volverlo todo negro. Como un pozo sin fondo, como la noche sin luna.
La letanía de plegarias que retumbó en la habitación le llegó como un mero susurro acallado gracias a la mordaza que se mantenía segura en la boca de la persona que, ocupaba la pequeña habitación además de él. La luz opacada del diminuto bombillo era un simple adorno, decoración para alcanzar el aire necesario en su obra maestra, él suspiró relajando la espalda y relajó el cuello perdiendo la mirada en la espesa cabellera castaña que descansaba a pocos metros de distancia; abrió el grifo y lavó sus manos con minucioso cuidado, escarbó la piel debajo de sus uñas y cuando estuvo satisfecho con el resultado, dejó que traviesas gotas de agua se desplazaran por sus muñecas hasta el inicio de su antebrazo, guantes de látex le adornaron y melindroso dio vuelta.
Rodeó con pasos tranquilos el trémulo cuerpo de la dulce muchachita destinada para esa noche. En un ademán apresurado quedó a la altura de sus ojos, el penetrante ébano en el que se perdió le hizo sonreír y su expresión se entornó ensoñadora; negó despacio y posó dulce su dedo índice sobre sus labios en señal de silencio, su sonrisa se ensanchó brillante al contemplar como la chica obedecía. «Perfecta.»
Arqueó una ceja en un gesto, que en cualquier otra situación a la chica en cuestión le hubiese parecido coqueto, y ella tiritó. Su expresión no daba lugar a réplica, sus órdenes eran claras y ella solo tenía que obedecerlas; con la punta de los dedos delineó su perfil y con el dorso de la mano acarició su mejilla, ella gimió y cerró los ojos con fuerza, si su mente se llenaba de obscuridad y se tomaba el tiempo suficiente para contar de forma regresiva desde el diez, estaba segura que lograría despertar de ese terrorífico sueño. Ladeó el rostro confundido y esperó paciente a que la respiración de la muchacha se igualase solo para llevarse la espantosa sorpresa de que no estaba en un sueño, no se trataba de una aterradora alucinación ni escapes en una pesadilla. Eso era muy real, él era real y estaba allí para llevarla a la cúspide de placer. «Su placer.»
La castaña se removió con el corazón acelerado, golpeando doloroso la caja de seguridad de sus costillas y un jadeo escapó al sentir una mano enguantada que se colaba entre sus piernas.
—No. No, por favor. Por favor, por favor, por favor, no. —Pidió en una respiración, las palabras se le amontonaban en la punta de la lengua y no lograba articular con claridad, no la necesitaba, todo lo que sabía era que debía llegar al hombre que la observaba con perturbante tranquilidad y fascinación. —No, no, no. —Su cabello cayó como cascada por sus hombros y cuello en lo que se movía incesante dando fuerza a sus plegarias; lágrimas escurridizas no tardaron en adornar sus pestañas y darle vida a sus ojos que reflejaban el temor y el asco del que era presa. Sus piernas fuertemente aseguradas a cada lado de la silla le mantenían en su lugar creando marcas rojizas en las coyunturas de sus tobillos e incluso en sus muñecas; hipó y la respiración se le cortó al tiempo que mordía sus labios rotos y creyó por momentos que era capaz de reconocer el sabor metálico de su propia sangre. —Basta. —Rogó con la garganta ardiendo de furia, impotencia y pena, pero lo único que recibió fue el chasquido de una lengua aguda que no dudaría en hacerle daño.
—Eso no fue lo que te pedí. —En contralto que difería en su totalidad con la frialdad que se mostraba en su semblante le habló. Irguió por completo la espalda y le dedicó una mirada obscura, ennegrecida, el incendio de su interior se avivó y un flash de sus perfectos y blancos dientes fue lo último que ella pudo ver antes de sentir el incómodo y largo alambre que raspaba la piel de su cuello y la enrollaba tal cual víbora hambrienta que lograba dejar sin escapatoria a su presa. Forcejeó inútil y derrotada, vencida quedó y las membranas de sus ojos se destiñeron diciendo adiós a todo rastro de vitalidad; su cuerpo vacuo, una simple cáscara de lo que una vez fue se destensó y guindó de un lado en lo que sus suaves ondas le arroparon y ocultaron sus facciones.
Todo negro, como la boca de un lobo, como la noche sin luna. Como un pozo sin fondo, como la noche sin luna.
Él miró con clara molestia e indignación a la muchacha que ya no emitía ni un solo quejido, él había tenido tantos planes, tantas ilusiones y expectativas, pero nada fue lo suficientemente cercano a lo que se imaginó, creyó que la chiquilla tendría algo de valor, de coraje, de disposición de vivir, pero simplemente se había resignado a morir luego de apenas una noche. Que decepción, que desperdicio. Se quitó los guantes blancos con un movimiento fluido y grácil, el sonido seco del material se escuchó perfecto en la estancia y luego de botarlos en la papelera que tenía cerca de la puerta, se alejó cerrando la puerta tras de sí sintiéndose resignado.
Debía empezar de cero.
