Disclaimer: No son míos.
Compota de manzanas
Una vez de pequeña, tendría unos 11 años… robé un frasco de perfume en unos grandes almacenes. Recuerdo que el corazón se me iba a escapar del pecho y que el miedo entorpecía mis manos y mis gestos. Ni siquiera lo necesitaba realmente, pero quería dejar de sentirme como una vagabunda y mi estúpido razonamiento infantil llegó a la conclusión de que un perfume haría que me sintiera mejor. Sabía que mi aspecto no haría sospechar a los guardias de nada y así fue, y salí indemne por la puerta sin que nada ocurriera. Cuando las puertas se cerraron con un golpe seco, recuerdo que corrí como alma que lleva el diablo y no dejé de hacerlo hasta encontrarme lejos de la ciudad. Todavía temblaba cuando me senté a la hoguera, bajo el puente, junto a dos muchachos adolescentes, que también hacían recuento de lo que había birlado con orgullo. Solo entonces y cuando conseguí calmar mis nervios, pude sacar aquel frasco. Arrugue el entrecejo cuando me di cuenta de que tenía forma de manzana y disgustada lo eche sobre mi muñeca con suavidad, no era el olor que mas me gustaba, pero tendría que valer. Durante días ese olor a manzana, dulzón y penetrante me acompañó, recordándome mi primer delito. Puede que fuese en ese momento cuando desarrollé mi aversión a las manzanas. Así, que cuando aquella camarera colocó la copa de martini acompañada con un trozo de manzana frente a mi, fruncí el ceño y lo retiré sin demora.
- ¿No le gustan las manzanas?.- Me preguntó ella alzando sus cejas divertida. - A todo el mundo le gustan.- Murmuró pensativa.
Me quité las gafas de sol, para observarla mejor. Era morena, de pelo corto y rizado, y tenía unos labios sensuales. Una curiosa cicatriz justo encima de ellos llamó mi atención.
- No es mi fruta favorita.- Le dije sonriendo amablemente. Sus ojos marrones se quedaron fijos mirado los míos, como si intentara bucear en ellos. Abrió la boca con intención de decir algo, pero la volvió a cerrar sin dejar de mirarme.
- ¿Nos conocemos?.- Preguntó finalmente.
- No lo creo.- Contesté haciendo memoria. Y mientras lo decía, una sensación extraña me embargó.
- ¿Seguro?.- Volvió a preguntar frunciendo el ceño.- Me resulta usted muy familiar.
- No, lo siento.- Contesté extrañada.- Lo recordaría.- Le dije ampliando mi sonrisa.
Ella pareció satisfecha con mi respuesta y me devolvió la sonrisa acercándose para ofrecerme su mano amistosamente y de repente mi corazón se saltó un latido. Olía a compota de manzanas… pero por algún motivo que no lograba entender, ese olor no me resultó desagradable sino demasiado familiar, como el de la tierra mojada tras las primeras lluvias de otoño.
- Roni, encantada de conocerla, señorita…
- Swan, Emma Swan.- Murmuré un poco aturdida, apretando su mano con fuerza.
Nada más tocarla, mi mano pareció desprender un calor que me hizo contener el aliento. Mi corazón se aceleró ñpor su cuenta, tomándome por sorpresa. No soy de esas personas que creer en los encuentros destinados ni en otras vidas… pero siempre hay una primera vez para todo y nada más soltar su mano, la sensación de vacío y frío fue abrumadora. Ella estaba sorprendida, tanto como debía estarlo yo, porque sus ojos miraban su mano extrañada.
- ¿Lo ha sentido?.- Preguntó entusiasmada.
- No… no sé a qué se refiere.- Le dije disimulando. Ella parpadeó confusa y abrió la boca para decir algo cuando otro cliente la llamó. Turbada se apresuró a retirarse hacia la otra punta de la barra para atenderle, negando para sí misma.
Tomé el trozo de manzana y con un gesto distraído lo mordisquee mientras me quedaba observándola. Como admitir que imágenes de aquella mujer, de aquella simple camarera de Seattle habían invadido de repente mi memoria al tocarla. Cómo asimilar esa imágenes tan irreales en donde yo parecía no solo conocerla, sino quererla hasta el límite de mis fuerzas. La melancolía que sentía era dolorosa. ¿Qué era aquella sensación?. Y me invadió el deseo de volver a sentirla, de volver a tocarla… pero en vez de hacerlo, apuré mi copa y con paso ligero, salí de aquel bar. Iba tan aturdida que al salir tropecé con un hombre joven. El se disculpó amablemente, a pesar de que yo había tenido la culpa. Ni siquiera pude ver su cara, pero algo en su tono de voz, me hizo apurar el paso llena de un pánico desconocido, y casi salir corriendo de allí.
Las pesadillas habían vuelto una vez más. Pesadillas llenas de monos voladores, dragones, gigantes y otros seres inexistentes. Pesadillas en las brillaba una placa de sheriff sobre una mesa y un niño de ojos verdes me quitaba una manzana roja de las manos.
Esta noche, sin embargo, las pesadillas son distintas. Esta noche la camarera está en ellas, me toma de la mano para enfrentar a los monstruos y viaja conmigo en un coche amarillo. Cuando despierto, la sensación es mejor… no buena, solo mejor.
Las noches se suceden y las pesadillas continúan. La visita al psicólogo no mejora la situación y hay un impulso poderoso que me incita a volver a aquel bar y tras varios días solo pasando por delante, por fin me decido a entrar.
Son solo las 8 de la noche y hay poca gente. El ambiente es lúgubre pero acogedor. Me detengo a observar antes de tomar asiento en la barra y la veo de espaldas, limpiando la maquina de café. Ella tarda en darse la vuelta y cuando lo hace, deja caer la taza de sus manos y me mira de una manera tan intensa que me hace tragar saliva.
- Señorita Swan.- Murmura bajito. Y esa manera de llamarme que tiene, golpea mis oídos y me dejan idiotizada. Ella se recompone de su estupor y sonríe.- No esperaba volver a verla por aquí.- Se agacha para recoger los trozos de la taza y limpiar el desastre.- Disculpe, en seguida le atiendo.
- Tómese su tiempo.- Contestó intentando calmar los nervios y el temblor de mis manos. No puedo dejar de observar cada gesto y siento un calor en la boca de mi estomago que me hace retener el aire.
Continuará...
