Tienes que hacer algo.
No es que la veas mucho. Te corriges: más bien la ves todos los días, sólo que no habláis mucho, y nunca es por mucho tiempo. La ves sonriendo furtivamente cuando alguien te tira un zumo de uva por encima de la cabeza, como si disfrutara cada vez que te arruinan la ropa o te ensucian el pelo que has estado media hora arreglando para que quedara perfecto.
No es que te caiga especialmente simpática, pero tú nunca le hiciste nada malo, ni siquiera nada por lo que pudiera guardarte rencor. No entiendes porqué narices se divierte tanto cuando la gente te deja en ridículo, que viene a ser casi todos los días, si no contamos los fines de semana, que te quedas en casa ensayando y soñando ser una estrella.
También la ves con el ceño fruncido y cara de odio cada vez que Finn se te acerca para que le aconsejes sobre la altitud de una determinada nota.
Por eso, ese día, en el que las dos habéis llegado antes al ensayo, te pilla desprevenida que te bese.
Es un beso rápido, apenas roza tus labios. Y es fugaz, como una estrella. Y todo tu alrededor se siente más pesado de repente. Más ruidoso. Más colorido.
Querrías haberle abofeteado o, al menos, haberle apartado. No tiene derecho a hacerme esto, te dices. Pero tampoco es que hubieras podido reaccionar de alguna manera que implicara tener la boca cerrada, porque en este momento la mandíbula te llega al suelo.
Quinn Fabray acaba de besarte, Rachel Berry. Tienes que hacer algo.
N/A: Esto surgió como un experimento de escritura en segunda persona. En principio era solamente lo que conforma este capítulo: un drabble. Cuando lo escribí, quedó guardado sin más, y casi me olvidé de él. Luego, lo encontré y lo compartí. Y desde entonces, ha ido evolucionando en mi cabeza como algo más, hasta el punto de no saber dónde acabarlo. Espero que, de alguna manera, me ayudéis en esto.
