No había podido evitar que su corazón palpitara fuerte en saber que Roberto estaba ahí. Mirándole, observando su juego. Miró hacia el público, intentando discernir dónde estaría, deseando verle de nuevo con esa barba de dos días sin afeitar y ese pelo rizado revuelto. Dios, ¡cuánto le había echado de menos! Sonrió mirando hacia las gradas, y levantó un puño.
Roberto ¡fíjate cómo juego!- gritó, sabiendo que Roberto lo vería y sonreiría, con esa sonrisa orgullosa que siempre tenía cuando le miraba jugar.
El saber que Roberto estaba ahí le había dado más fuerza, más ganas. Tenían que ganar a la selección alemana, y ganarían pasara lo que pasara. Se esforzó todo lo que pudo, animando también a sus compañeros, todos querían ganar ¡y lo harían!
Cuando él mismo marcó el gol de la victoria con una chilena no pudo contener su alegría ¡lo habían conseguido, habían derrotado a la selección alemana, eran campeones del mundo! Se abrazó con sus compañeros, sus amigos, aquellos a los que les debía el estar allí.
Hasta que notó una presencia detrás de él. Se giró, y allí lo vio, con sus eternas gafas de sol. Con un gesto se las quitó, y le sonrió a Oliver. Su sonrisa se ensanchó cuando éste le miró, y supo que se estaba reprimiendo para no correr hacia él. Y entonces lo supo, todas las dudas que había tenido respecto a lo que el joven futbolista sentiría por él al verle se esfumaron en ver como sus ojos brillaban con emoción en contemplarlo.
Enhorabuena Oliver, has hecho un buen trabajo- dijo mientras la sonrisa se hacía tan amplia que parecía querer salir de sus labios.
Oliver le miró, sabiendo que había estado viendo el partido. Había tenido que luchar mucho para aclarar lo que sentía respecto a Roberto cuando le recordaba, no sólo era un cariño fraternal, aunque cuando era niño lo había sido. No, ahora era un joven racional y cómo tal entendía perfectamente que eso que sentía por Roberto era deseo, un deseo tan fuerte que apenas podía controlarlo. Su pecho latía desbocado, y sentía su cuerpo responder a la presencia de aquél con quién tantas veces había soñado que dormía.
Roberto no podía expresar con palabras lo orgulloso que se sentía de ese chico al que había dejado de pequeño, siendo incapaz de despedirse de él, y al que ahora reencontraba siendo ya un joven fornido que había guiado a su selección hasta el Campeonato mundial juvenil. Pero aún le faltaban muchas cosas por aprender, y ahí iba a ayudarle.
Oliver, ven a Brasil- le dijo sin miramientos- te voy a entrenar a base de bien.
Los ojos de Oliver se humedecieron de lágrimas y sin poder reprimirse más corrió hacia Roberto lanzándose a su pecho mientras lloraba, y las lágrimas caían sin parar por sus mejillas. Notó como los brazos de Roberto se cerraban sobre su espalda, abrazándole mientras sonreía tiernamente, cuánto había echado de menos a ese jovencito que se había colado en su corazón… y cuánto había echado de menos Oliver a su mentor, su amigo, su entrenador… su amor.
Roberto voy a ir, y también demostraré que puedo ser un profesional en Brasil- dijo Oliver con la voz trémula, sin dejar de derramar lágrimas y mojar el jersey de Roberto. Pero a él no le importaba.
Volvía a tener ese cuerpo junto a él, y aunque era mucho más fuerte y desarrollado a cómo lo recordaba, y olía a sudor después del partido, no pudo sentirse más feliz. Le estrechó un poco más, deseando alargar ese abrazo un poco más de tiempo, pero no podía permitirse el lujo de levantar sospechas sobre lo que realmente su corazón albergaba por ese chico.
Cuando se separaron, Roberto le limpió las lágrimas de las mejillas con suavidad.
Vete a duchar y a celebrar con tus compañeros- le dijo en un susurro mientras le sonreía- luego te llevaré a casa.
Oliver asintió y le regaló una sonrisa, la más hermosa que Roberto jamás había visto, antes de seguir a sus compañeros hacia los vestidores. Ellos estaban eufóricos y no dejaban de cantar, pletóricos, y Oliver pronto se unió a la fiesta, sabiendo que ahora ya no tenía ningún motivo para estar triste.
Un discreto toque en la puerta le distrajo de sus pensamientos. No necesitó preguntar para saber quién estaba al otro lado, y después de decir un suave "adelante" la figura de Oliver se adentró en la habitación.
Sabía que eras tú- dijo Roberto levantándose de la cama y acercándose, mientras Oliver cerraba la puerta tras de sí. Éste se quedó parado en medio de la habitación, y Roberto también se detuvo- ¿estás bien? ¿Te pasa algo?
Roberto…- dijo el joven, mirando hacia el suelo. Entonces, repentinamente, se abalanzó hacia el cuerpo de su entrenador, quién apenas tuvo tiempo de reaccionar y abrir sus brazos para recibirle.
Eh, tranquilo, Oliver…- susurró mientras el joven se abrazaba casi con desesperación a su cuerpo. No lloraba, pero su cuerpo estaba temblando como una hoja en una noche fría otoñal- tranquilo, estoy aquí…
Te he echado de menos- susurró Oliver, y Roberto le acarició el cabello con cuidado, dejando que sus dedos se enredaran entre sus hebras- creía que no volverías nunca más, que me habías olvidado…
¿Olvidarte?- susurró Roberto, sorprendido de esa declaración- ¿cómo iba a poder olvidarte? Oliver, tú me devolviste las ganas de vivir, me diste un nuevo sueño, ¿cómo podría olvidarte después de eso?
Ambos estuvieron en silencio un rato más, abrazándose en medio de la habitación, sin importar nada más que ellos dos.
Has crecido- susurró Roberto de pronto, dejando que su aliento chocara contra la piel de Oliver- pero me alegra ver que tú tampoco me has olvidado.
Nunca te olvidaré, Roberto- respondió Oliver cerrando los ojos- te lo dije hace años. Aunque fuera un niño por aquél entonces y no sabía bien lo que significaba, sabía que siempre serías la persona más importante para mí. Y lo seguirás siendo, siempre.
Roberto le sonrió, soltándolo. Éste le sonrió a su vez, y Roberto le agarró de la mano, invitándolo a sentarse en la cama. Oliver la miró, en esa cama habían dormido muchas noches los dos juntos, mientras él era un niño y le dejaba que Roberto le contara tácticas y otras cosas sobre sus partidos en Brasil hasta que se quedaba dormido.
Pero ya no era un niño, y sabía las implicaciones que tenía el dormir con Roberto. No tardó mucho en darse cuenta que ese tipo de relaciones, esas cosas que sentía por Roberto, no estaban bien vistas en el mundo del fútbol. Y él quería ser un futbolista profesional ¿no?
Sintió la mirada de Roberto, observándolo. Oliver le miró, y Roberto alargó su mano hasta acariciar la mejilla de su joven pupilo, suave a pesar de la barba que comenzaba a crecerle, haciendo de su rostro un poco más varonil.
Sé lo que piensas, pero no tenemos que ir más allá, y lo sabes. Eres lo bastante mayor para decidir qué es lo que quieres- susurró mientras sus caricias continuaban, su voz sonando mucho más suave de lo que recordaba que fuera.
Te quiero a ti, Roberto- respondió Oliver con vehemencia- siempre te he querido a ti, y siempre lo haré. Lo demás no me importa.
Y en un arrebato de seguridad, o de insensatez, o de ambas cosas a la vez, Oliver agarró con suavidad el rostro de su entrenador entre sus manos y se acercó, besándolo con pasión reprimida. Sintió como su corazón aleteaba, por fin había hecho lo que tanto tiempo había ansiado hacer, y no pudo más que besar y succionar más y más. Notó como Roberto reaccionaba instantes después y sus labios devolvían el beso con la misma pasión, succionando, besando y chupando a partes iguales mientras sus brazos se cerraban por su espalda, atrayéndole hacia él todavía más. Sus alientos se entremezclaban, no fueron más allá de esos besos pero no era necesario, pues todo el amor que se profesaban quedó grabado en cada roce, en cada caricia, en cada suspiro, en cada gemido que escapaba de sus gargantas sin poder evitarlo y que la boca del otro recogía.
Cuando se separaron por falta de oxígeno, ambos tenían las respiraciones aceleradas. Se miraron algo avergonzados, sobretodo Oliver que era la primera vez que besaba a alguien, y Roberto no pudo evitar sonreír tiernamente por verle sonrojado; al igual que tampoco pudo evitar agarrarle con fuerza y acercarlo a él, abrazándole mientras suspiraba, feliz.
¿Puedo quedarme esta noche contigo?- susurró Oliver mientras le miraba todavía sonrojado- sé que serás mi entrenador y no sería correcto, pero… sólo por esta noche.
Roberto se tomó la libertad de torturarlo un poco mientras fingía pensárselo, observando la expresión de ansiedad y preocupación de Oliver, pero no tuvo corazón para fingir demasiado y segundos después asintió sonriendo.
Esta y todas las noches que quieras, Oliver- respondió mientras alargaba su mano y le despeinaba el pelo ya de por sí despeinado.
Éste sonrió ampliamente y ambos se levantaron de la cama, sólo para coger las sábanas y mantas y echarlas hacia atrás. Roberto se tumbó primero mirando hacia el techo y estiró su brazo por la almohada, cuando Oliver se metió en la cama junto a él se estiró boca abajo. Una mano fue acariciando el abdomen de Roberto con lentitud, hasta quedarse allí mientras una pierna se posaba por encima de las piernas de Roberto; y reposó su cabeza en el hueco de su cuello, dejando que su respiración chocara contra la piel de su entrenador, provocándole escalofríos.
Buenas noches, Oliver- susurró Roberto mientras con la otra mano cogía las mantas y sábanas y las echaba por encima de ambos, arropándolos.
Entonces su mano se metió por debajo de las sábanas y se posó en la espalda del joven futbolista, aspirando ese olor tan característico que no había podido olvidar nunca. Notaba como el fuerte pecho de Oliver chocaba contra el suyo propio, y agradeció a quién fuera que hubiera allí arriba por hacer que Oliver durmiera sin la parte de arriba del pijama, una costumbre que había cogido de él mismo, y pudiera notar su piel contra la suya.
Buenas noches, Roberto- susurró el joven, suspirando.
Y ambos se durmieron, acompasando sus respiraciones, dejando que sus corazones palpitaran al unísono, sin dejar que el resto del mundo supiera lo que pasaba entre ellos. Nadie iba a aceptarlo pero ¿qué importaba? Para ellos, lo que habitaba en sus corazones era más importante que lo que los demás opinaran, y nunca jamás se arrepentirían de esta decisión. Nunca jamás se arrepentirían por quererse, aunque tuviera que ser en silencio.
