Muerte
Erwin Smith
[...]

En las cuatro paredes de la habitación estaba impregnado el sentimiento de muerte. Erwin lo sabía, que allí no había ninguna reunión sobre nada. Que iba a morirse.

Revisó detenidamente el panorama, las paredes viejas con manchas producidas por la humedad, las grietas que se alzaban en las esquinas, una que otra telaraña y en el techo la madera hinchada. Observó por la ventana la noche caer con recelo, como sabiendo que tras su manto se ocultaría el fin de la vida de una persona, queriendo no ser testigo de un final ajeno.

Suspiró, admitiendo que era un fin que merecía y que, de hecho, esperaba todo el tiempo. Sabía que después de dar tanto en esa batalla inacabable ese era el puerto seguro para él. Que su última morada sería una repleta de dolor, y que era lo que alguien como él (quien sacrificó tantas vidas con un objetivo egoísta) debía de tener.

Encendió una vela, que estaba casi consumida por el uso. Y el cuarto se vio más tétrico con la pequeña iluminación, con las sombras de todos los objetos viéndose repentinamente como espectros que buscaban arrastrarlo junto con ellos. A la oscuridad. Tomó asiento en la silla que estaba acomodada frente a la mesa, ambas de madera vieja y rechinante.

El crujir de la madera le despertó un miedo indómito. Sabía su destino, mas no de qué forma le llegaría.

Miró a todas partes, a la cama junto a la ventana, al pequeño armario junto a la puerta, y él en el medio de esa odisea taciturna, sentado a la mesa. La soledad presente en el silencio de la escena, como si el mundo se hubiese detenido a ver su final llegar. Expectantes.

Tomó el vaso que reposaba en la mesa, su contenido era alcohol. Pero no supo decir qué era, pensó que el que era bueno con los olores era Mike. Exhaló, dejando que la retahíla de recuerdos le golpeara de frente. Rememorar antes de perecer, parecía algo típico de los cuentos que acostumbraba a leer en su niñez. Por un momento la duda sobre si los titanes tenían dicha facultad le asaltó.

Divagando, bebió el líquido del recipiente, lo único lujoso del lugar. Ya no supo en qué más reparar, y es que la espera le estaba sofocando.

¿Cómo seguiría la humanidad sin él? Le daba curiosidad, una auténtica. ¿Era él tan necesario para un avance? ¿Era imprescindible? Quiso creer que sí, quiso no tener que morir allí, sin ver siquiera un ápice de cambio. Le sobrevino una somnolencia que no supo a qué acreditar, y unos dolores esparcidos por sus sienes. Tuvo que dejar el vaso sobre la mesa para poner toda su atención al dolor, la respiración de pronto se tornó agitada.

Tuvo la necesidad de vomitar, pero la sensación no pasaba de simples arcadas. Como pudo, se recostó en el colchón sucio de la cama a su lado. Llegó a ver un reloj que pasó desapercibido anteriormente, junto al armario, y el sonido del reloj repiqueteando en sus tímpanos es todo lo que distinguió de su entorno. Pues el calor interno que le invadió no le dejaba funcionar con normalidad, y el ahogo que llegó después no ayudó en nada.

Desde la cama vieja junto a la ventana, en ese escenario espantoso, se sintió más frío. Recordó brevemente leer sobre ello en un libro de su padre: el cianuro.

Con el tictac del reloj marcando sus últimos minutos (¿O segundos?), descubrió su fin.

[…]


|Notas de autor|

Todo esto tiene explicación:

En primer lugar, amo a Erwin, y me nació el deseo de hacer algo sobre él. Después, quería hacer algo de estilo terror/suspenso para hoy (y de paso, practicar mi descripción). Por último, leí algo sobre las formas de morir, y pensé que esta forma quedaría bien en este contexto. (?)