Disclaimer: nada me pertenece porque todo es de George y la HBO. Para mi desgracia, no gano ni un céntimo escribiendo esto.

Esta historia participa en el reto número 91 del foro Alas Negras, Palabras Negras. Si todavía no lo conoces, estás cordialmente invitado/a. Mi condición fue incluir la palabra "doncella". Advertencias: rating T, OCs secundarios. Palabras: 436/500.

Otro nombre olvidado

Marissa sonreía, con esa sonrisa suya a la que un puñetazo había dejado en penumbras. Pensó, por un momento, que al fin el día había llegado. Marissa siempre le decía que tendría que colaborar en el negocio, que no era justo que todas se abriesen de piernas menos ella. Fue un momento feliz, uno vacío de incertidumbre; pero entonces reparó en Betha, en sus ojos esquivos y en los dedos entrelazándose intranquilos, y la paz y la certeza se hicieron mil añicos.

El primero en entrar fue Rungen. Después le vio a él, al de barbita puntiaguda, al consejero del rey.

Jeyne Poole sabía que no podría huir de ellos. Al principio había sido demasiado cobarde como para intentarlo, pero más tarde lo había intentado una y otra vez, y nunca había ido muy lejos…, hasta el día anterior. Las chicas trabajaban y los mercenarios ahogaban la noche en el fondo de una copa de vino cuando, armada de valentía, había bajado al primer piso a hurtadillas, con el manojo de llaves robado. Pero Rungen nunca bebía cuando trabajaba para lord Petyr y el mercenario la había encerrado.

Echó un vistazo al ventanuco y se preguntó si podría correr lo suficientemente rápido.

—No querrás hacerlo —dijo Baelish—, no creo que te apetezca romperte el cuello.

Las putas la desnudaron con manos hábiles, como hacían en los primeros entrenamientos. Marissa la detuvo cuando trató de sentarse en la cama y con un gesto le indicó que se quedase en el suelo. El amigo del rey la estudió de arriba abajo, caminando a su alrededor, como un comerciante que examina la mercancía.

—Betha me ha dicho que ya sabes cómo complacer a un hombre. ¿Es cierto?

—Sí, mi señor —respondió, tapándose los pechos con los brazos—. He aprendido con las manos y… y con la boca también. ¿Quiere mi señor que se lo demuestre?

—No —replicó, cortante. Jeyne se encontró con dos pozos de desprecio cuando le miró—. ¿La ha tocado alguien?

—Todavía es doncella —aseguró Betha—. Se hizo todo tal y como nos indicasteis.

—Y por ello seréis debidamente recompensadas —Baelish esbozó una sonrisa de inteligencia—. Tú también tendrás un premio: para ser una sirvienta, te he encontrado un buen marido. Pero no puedo permitir que a tu esposo le montes un numerito como el de anoche. Ahora que has terminado tu… enseñanza, es hora de la doma. Ya me darás las gracias, querida.

Cuando la puerta se cerró tras Petyr Baelish, Rungen desató la fusta del cinto. Y sintió el calor en la espalda. Y gritó, sin que nadie quisiera escucharla.