Prologo
Una fresca noche de abril, una furgoneta se estacionó frente a un gran parque. No era una furgoneta cualquiera, pues en ambos lados tenia estampados enormes tazones de ramen descoloridos por el sol. Era en efecto, un restaurante de ramen ambulante.
De la furgoneta bajó un joven radiante. Contempló los florecientes cerezos del parque, iluminados por la cálida luz de las farolas. Las pupilas de sus ojos azules se dilataron de placer al contemplar la poesía visual que estaba frente a él.
Y llevándose las manos a la cintura dio forma a una posee de arrogante desafío.
—¡Bien! —dijo con una voz llena de energía y seguridad—. Este lugar es perfecto.
Corrió a la furgoneta y comenzó a montar el puesto. Colocó los bancos en la banqueta del parque, desmonto la barra y la cubrió con un mantel a cuadros. Armó y colocó la lona que protegía a los comensales del sol y la lluvia. Adornó la furgoneta con series de luces blancas y focos. Del techo de lona colgó lámparas chinas de los colores del arcoíris. Cuando terminó y encendió las luces, la furgoneta brilló como un árbol de navidad que en vez de estrella en la punta tiene una enorme rana y cuyas luces blancas hacen brillar su reluciente piel roja.
Ahora era tiempo de comenzar a cocinar; se puso su bata de cocina y sacó ollas, platos, cucharones y cuchillos de las pequeñas alacenas; sustrajo ingredientes del congelador y con la maestría que solo da la practica comenzó a picarlos y/o a distribuirlos en las ollas que ya estaban llenas de agua hirviendo. Todo lo hacía con gran fluidez y destreza. Y en poco tiempo el aire comenzó a llenarse del aroma del pollo y el cerdo, del comino y el orégano, del aceite y la cebolla, del jengibre y del té de cebada.
…
Al otro lado del parque, una chica camina arrastrando los pies. Suspira profundamente recordando la desgastante jornada laboral. No ha dormido y lo único que ha comido en todo el día ha sido un twinky de la máquina expendedora. Su estómago mataría por una comida decente pero sabe que su cuerpo solo será capaz de preparar una sopa instantánea, tirarse en la cama y dormir y dormir hasta que empiece el apocalipsis.
Camina como si cargara el cansancio del mundo en los hombros; solo quiere dormir, así que apaga su conciencia y se deja llevar por la inercia de sus pies, esperando que estos recuerden el camino a casa. Pero su cuerpo la traiciona; su nariz percibe algo en el aire, algo hipnótico e irresistible y al igual que un sabueso que sigue un camino marcado por salchichas, su nariz marca la marcha de sus pies. Lentamente y con suavidad se desliza sobre las baldosas del parque hasta encontrar la fuente del irresistible aroma que perfuma el parque... Un reluciente restaurante de ramen.
