Me encontraba sentada en las estrechas escaleras de mi casa en la calle de las hilanderas, esperando, a que, como se había hecho costumbre desde que Voldemord había vuelto, mi padre volviera de una de sus misiones, si volvía claro. Porque bastantes veces había vuelto muy mal herido, y yo había temido que se muriera. Si el se va yo me encontraré definitivamente sola, huérfana.

Por eso he planeado presentarme en la siguiente reunión de la Orden del Fenix, y exponerles mis condiciones, o me dejan entrar para que pueda ayudar a mi padre o me lo llevo lejos y los dos desaparecemos. Y yo soy una pieza bastante importante, así que aceptaran... Y mi padre, bueno, me castigara de por vida, pero si el esta bien, yo también.

Pero por ahora solo me queda esperar... Esperar, como odio esa palabra.

Me quede dormida en la escalera, y solo un toque en mi hombro me dijo que mi padre había llegado, abrí lo ojos y le evalué, no estaba herido... Suspiré tranquila. Menos mal.

- Hola papa.

- Jane. - dijo asintiendo con la cabeza. - Vete a la cama ya estoy aquí.

Me levante y susurrándole un buenas noches me fui a mi habitación, la primera subiendo las escaleras... Caí rendida nada más caer en la cama.

Me desperté con los primeros rayos de sol, sabía que mi padre ya no estaba, pues hoy tenia que ir a una misión importante. Y Minerva vendría a recogerme para llevarme a la base de la Orden del Fenix donde según ella estaría segura.

Me levanté y me dirigí al cuarto de baño, solo había uno en la casa, me mire en es espejo mientras me peinaba, mi pelo me llegaba hasta casi las rodillas, era de un marcado naranja, aunque yo insistía en que tenía reflejos rojos. Era blanca como la nieve y mis ojos eran los de mi padre, negros como una noche sin luna.

Suspiré una vez termine de hacerme dos coletas largas, y me dirigí a mi cuarto para vestirme y preparar la maleta. Iba a ser una semana, muy muy larga.

Me puse una falda negra con unas cuantas cadenas plateadas colgando, y una camisa blanca, de manga corta y por supuesto mis botas negras.

Minerva no tardó en llegar, la salude con un asentimiento de cabeza, no era muy dado a los gestos afectivos.

- ¿Preparada?

- Claro. - sonreí. -

- Ains mi niña, espero que no estés tramando nada malo, conozco esa sonrisa, y es la misma que ponía tu padre.

- Tranquila, no tramo nada m-a-l-o. - dije ampliando mi sonrisa.-

- Pues vamos. - dije tendiéndome su brazo. -

Encogí mi maleta con la varita y aun con la sonrisa en la cara desaparecí de allí dispuesta a llevar a cabo mi plan y convertirme en miembro de la Orden del Fenix.

El juego, solo acaba de empezar y yo no pienso perder nada en él.