EL PUEBLO

Por Cris Snape


Para Escristora


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling. La Magia Hispanii fu idea de Sorg-esp.


21 de enero de 2013

Cuando el Barbas le llevó por primera vez al escondrijo, Andrés pensó que el sitio era una auténtica mierda. Estaba en mitad de ninguna parte y se caía a pedazos. Los abuelos del Barbas trabajaron allí como guardeses mucho tiempo atrás, pero ya nadie se acordaba de la vieja casa.

La habían adecentado un poco, arreglando con magia los agujeros del techo y los cristales rotos, pero carecían por completo de comodidades. Andrés llevaba todo el día junto a la chimenea, luchando contra el frío y preguntándose por qué cojones no volvían al piso que tenían alquilado en Madrid.

Doro decía que era demasiado arriesgado. Era el jefe de la banda y parecía saber muy bien lo que se hacía. Afirmaba que después del último robo era mejor alejarse un poco, puesto que los aurores habían estado a punto de pillarles. Andrés consideraba que, si de esconderse se trataba, bien podrían haberse ido a algún sitio cálido y con playa.

—¿Quieres?

El Barbas le ofrecía media latilla de sardinas en escabeche. Era un tipo no muy alto y un poco entrado en carnes. Su cabeza, redonda y pelona, parecía una bola de billar. Tenía la nariz recta y los ojos pequeños y oscuros y de mirada nerviosa. Andrés lo había conocido en Atalanta unos años antes y sabía que era un tipo listo. Podría ser un pésimo estratega y un mal conversador, pero siempre se las apañaba para salir con bien de situaciones problemáticas.

También era un hombre bastante comilón capaz de meterse en el cuerpo cualquier cosa. Esa latilla de sardinas en concreto la había encontrado tirada en un rincón.

—¡Joder, tío! ¿No te da asco?

—Pues no.

—Esa lata podría llevar ahí años.

—Está buena. Pruébalas, en serio.

—Paso —Andrés agitó la cabeza enérgicamente y echó un vistazo por la ventana—. Además, Doro debe estar a punto de llegar. Dijo que traería comida.

—Como quieras, chaval.

—No me llames así. Ya no soy un crío.

—¿Y qué? Vosotros me llamáis Barbas aunque me la quité hace más de cinco años.

Andrés bufó. No había manera de hacer entrar en razón a ese idiota. Se disponía a replicar algo cuando alguien se apareció en mitad de la estancia.

—¡Qué frío hace!

Doro dejó en el suelo las bolsas que traía y se acercó al fuego, extendiendo las manos para calentarse. Tenía más o menos la misma edad que el Barbas y también había pasado una temporada en Atalanta. La mayor parte del tiempo vestía con ropa cómoda, pero cuando se arreglaba parecía todo un caballero. Tenía el pelo entrecano, los ojos marrones y siempre iba muy bien afeitado. Las féminas decían que era atractivo y Andrés daba fe de que las atraía porque habían dado más de un palo valiéndose del talento para ligar que tenía su compañero de fatigas.

—Estoy hambriento —Las tripas de Andrés rugieron para demostrar que no mentía. El brujo se acercó a las bolsas y el rostro se le iluminó cuando vio algo envuelto en papel de aluminio y las latas frías—. Bocadillos de jamón y cerveza. Te quiero, tío.

—Hay que ver con qué poco te conformas —Doro sonrió y miró de reojo al Barbas—. No me digas que te has zampado esa porquería.

—Repito que están buenas.

—Allá tú. Si algún día te intoxicas, no pensamos llevarte al hospital.

—No tengo un estómago tan delicado como los vuestros —El Barbas también se acercó a la comida—. Eso sí, no pienso dejar pasar esta oportunidad.

Agarró un bocata y en menos que canta un gallo ya había engullido la mitad. Doro le miró con condescendencia, sabedor de que la comida era la gran debilidad de su viejo amigo. Se acomodó junto al fuego y comenzaron a hablar sobre banalidades mientras comían. Estar ocultos era duro, pero pronto podrían volver a casa. Las cosas en el mundo mágico ya se habían calmado y era el momento de dar un nuevo golpe, uno que fuera mucho mejor que los anteriores. Un golpe que ya tenía planeado.

—¿Habéis oído hablar de Belchite?

Ni Andrés ni el Barbas se esperaban esa pregunta y le miraron con expresión interrogante. Los dos procedían de familias marginales, no habían ido a la escuela y sólo sabían hacer una cosa bien: robar. En ocasiones, Doro se sentía molesto por su manifiesta ignorancia.

—¡Oh! Yo he oído algo… —El Barbas se rascó la calva como así fuera a recordar más deprisa—. En la tele hay un programa de fenómenos paranormales y una vez hablaron de él. Decían que es un pueblo con fantasmas.

—Eso es lo que dicen los muggles sí.

—¿Quieres hacer de cazafantasmas, Doro? —Bromeó Andrés—. A lo mejor es un tema que podría venirnos un poco grande.

—En Belchite no hay fantasmas, chaval. Hay brujos y nadan en dinero.

Sus socios se miraron brevemente y de inmediato se mostraron bastante interesados.

—Belchite es un pueblo que se fundó hace siglos. A pesar de ser una población pequeña, dio al mundo mágico muchos magos y brujas que terminaban emigrando a lugares más grandes y prósperos. Durante la guerra civil, fue destruido prácticamente por completo. Oficialmente, el gobierno franquista no lo reconstruyó para mostrar al mundo la barbarie del ejército rojo. Sus habitantes se fueron a vivir a Belchite Nuevo, situado a pocos kilómetros de distancia.

—Eso lo sabemos, Doroteo —El Barbas empezaba a aburrirse—. Lo dijeron en la tele. Los muggles dicen que en el pueblo viejo hay fantasmas y supuestamente hay grabaciones en las que pueden escucharse bombardeos y gritos y un montón de cosas que, en mi opinión, no son más que un fraude.

—En realidad no lo son tanto —Doro sonrió con cierta arrogancia—. Eso es lo que escucha un muggle si intenta meter las narices donde no le llaman. Forma parte de los hechizos de protección y ocultamiento. Si un brujo es invitado a visitar Belchite Viejo, se dará cuenta de que en realidad no es pueblo ruinoso, si no una bonita comunidad de magos.

El Barbas alzó las cejas, incrédulo. Andrés asintió.

—Los magos y brujas que allí viven son auténticos puristas de la sangre —Doro prosiguió con lo que consideraba una clase magistral—. Encuentran que mezclarse con muggles es una aberración. Defienden las viejas tradiciones y se oponen a la actual política del gobierno de la Federación en temas como la educación. En definitiva, abogan por vivir segregados al más puro estilo inglés.

—Había escuchado algo al respecto —Reflexionó Andrés—. ¿Gregorio Torres no defiende esa clase de vida?

Torres era uno de los mayores opositores con los que contaba la ministra Pinto. Todo parecía indicar que se presentaría a las próximas elecciones, formando equipo con el afamado Ernesto Hurtado.

—Su abuelo es uno de los fundadores de Belchite Viejo. Y nuestro próximo objetivo.

Estaba claro que Doro ya había terminado con su lección. Era hora de hacer planes y el Barbas lo celebró con un sonoro eructo que le valió dos miradas de reproche.

—Eres un guarro.

—No me seáis finolis. ¿Qué pasa con el viejo ese?

Doro se abrió el chaquetón y sacó la varita de un bolsillo interior. Con un ligero movimiento, conjuró un montoncito de papeles bastante desordenado pero repleto de información útil.

—Los Torres son una familia de al menos ocho siglos de antigüedad. Siempre han sabido relacionarse con personalidades importantes y con el paso del tiempo han forjado una auténtica fortuna. Durante mucho tiempo vivieron en una casa oculta cerca de la frontera con Francia, pero cuando ocurrió lo de Belchite y decidieron mudarse se llevaron toda su riqueza con ellos.

—¿De cuánto estamos hablando exactamente? —Preguntó Andrés.

—A los Torres no les gusta nada la actual moneda europea, así que sólo la usan lo justo. Por lo que sé, su casa de Belchite está repleta de oro, plata, piedras preciosas y obras de arte de artistas brujos de toda Europa. Hablamos de millones.

Andrés no pudo evitar fantasear. Doro no era un hombre dado a exagerar, así que supuso que sabía muy bien de lo que se hablaba. Cuando echó mano de los papeles que había conjurado y observó las fotografías de algunas de las obras que tenían en su poder, el corazón le dio un vuelco. Aquello sería el robo de sus vidas.

—Me imagino que acceder a todo esto no será tarea fácil —Comentó, obligándose a volver a la realidad.

—Lo primero que debemos hacer es investigar los hechizos que protegen Belchite Viejo. Por lo que sé, uno de ellos es un Fidelio.

—Eso es una gran putada.

—Pero tiene solución. Sólo necesitamos ser pacientes y esperar la ocasión adecuada. Nada más.

El Barbas gruñó. La paciencia no era una de sus virtudes. Andrés, sin embargo, se sintió satisfecho. Sabía que Doro tenía razón y que todo saldría a pedir de boca. No podían dejar pasar esa oportunidad.


Afueras de Belchite Nuevo. 10 de febrero de 2013

La mujer abandonaba Belchite Viejo todas las noches a la misma hora. Andrés la había seguido varias veces y siempre acudía a la misma casa, donde vivía una anciana de pelo gris y malas pulgas, seguramente su madre.

La bruja en cuestión debía rondar los sesenta años y era un tanto descuidada. Nunca se había percatado de que la observaban y esa tarde no fue consciente de que alguien la seguía, invisible a sus ojos mediante un hechizo de ocultación. Cuando el Barbas y Andrés la vieron aparecer, caminando a buen paso por el viejo camino de tierra, sacaron las varitas y se prepararon para salirle al paso.

Esperaban que el plan les saliera bien. Confiaban en que nadie más acudiera al lugar a esas horas, habida cuenta de los problemas que eso podría suponerles. Durante todo el tiempo que llevaban rondando el pueblo, habían comprobado que la gente de Belchite Viejo no parecía muy interesada en averiguar qué ocurría más allá de sus barreras de protección.

Aparte del Fidelio, Doro y Andrés habían identificado y debilitado dos hechizos más. Ciertamente había resultado un poco decepcionante que fuera tan fácil, aunque sin duda los miembros de aquella comunidad consideraban que el Fidelio bastaba para mantenerlos aislados y a salvo. Craso error. Pronto iban a comprobar que con la debida persuasión, ese hechizo no servía de nada.

La mujer seguía andando. Eran las nueve de la noche y todo estaba muy oscuro. Iluminaba su camino con la varita y se envolvía en una túnica de un rojo muy oscuro. La primera vez que Andrés la vio con esa ropa tan ridícula quiso echarse a reír. Tuvo que contenerse por el bien de su misión, pero la muy estúpida parecía salida de una película de terror. Había esperado que los pocos muggles con los que se cruzó extrañaran su vestuario, pero ninguno de ellos le prestó atención, quizá víctimas de un embrujo que no les permitía percatarse de la presencia de tan pintoresca mujer.

Cuando faltaban apenas diez metros para que llegara a los límites de la frontera protectora, Andrés y el Barbas se dejaron ver. Tal vez, de día y por separado ninguno de los dos presentara un aspecto demasiado amenazante, pero a esas horas de la noche y siendo dos, consiguieron que la mujer retrocediera.

—Buenas noches —Saludó Andrés.

—Buenas noches —Respondió ella, buscando algo con disimulo entre sus ropas.

—Mi amigo y yo nos preguntábamos si va usted a Belchite Viejo.

La mujer se quedó callada, tal vez intentando recuperar el aplomo y pensando algo que decir.

—Es un lugar peligroso. Deberían ir al pueblo nuevo, tal vez allí encuentren un lugar en el que pasar la noche.

—Nos gustan las emociones fuertes.

—Además —El Barbas intervino por primera vez—. No será tan peligroso si usted va allí.

—Yo no voy allí.

—¿No? —Andrés se acercó a ella, sonriente y despreocupado—. ¿Y dónde va entonces?

—No es asunto suyo. Apártese de mi camino.

—Me temo que eso no va a pasar.

La mujer dio un salto atrás, con una agilidad bastante sorprendente, y en un instante apuntaba a Andrés con la varita.

—No quiero hacerles daño. ¡Váyanse!

Los dos brujos se miraron y se encogieron de hombros. La mujer no terminaba de entender qué estaba pasando y le sorprendió su repentina docilidad. Hasta que sintió algo clavándose en su espalda.

—Escúchame bien, amiga. Si no nos das ahora mismo la contraseña para entrar al pueblo, te voy a rajar de arriba abajo.

—No…

Doro nunca se andaba con chiquitas. Antes de que la mujer terminara de protestar, le lanzó una maldición. La mujer sintió algo cálido escurriéndose por su pantorrilla y descubrió que tenía un corte en el muslo. No parecía muy profundo, pero sólo era una muestra de lo que podía ocurrirle si no colaboraba.

—¡Dejadme en paz! ¡Miserables!

—Sólo si pronuncias las palabras mágicas —Doro estaba pegado a ella. La había agarrado por la cintura y le susurraba esas palabras al oído mientras los otros dos le quitaban la varita y se mostraban expectantes.

—¡No!

—Vamos, mujer. No quiero hacerte daño.

—¡No!

Doro la empujó. Cayó al suelo bruscamente y un instante después… Un instante después la primera falange de su dedo meñique estaba tirada a su lado. Quiso gritar de espanto, pero el repentino dolor y el comprender lo que podría pasarle la dejaron sin voz.

—¡Por favor!

—La clave, querida. Danos la clave y no te pasará nada más.

La mujer dudó. Había empezado a llorar y miraba con horror a sus agresores. Podía sentir la magia que rodeaba el pueblo acariciándole la nuca y comprendió que no podía hablar. Debía resistir. Por su gente, por sus ideales, por la comunidad que habían construido.

—¡Habla de una vez! —La voz del Barbas sonó espantosa.

Se encogió en el suelo esperando un hechizo que no llegó. Cerró los ojos con fuerza e intentó recordar cómo se rezaba. Tenía miedo. Nunca había sido una mujer valiente y no sabía si podría aguantar. Quería hacerlo, debía hacerlo, pero le horrorizaba no ser capaz.

—Voy a contar hasta tres —Doro la apuntó con la varita—. Si no me dices la clave, empezaré a cortarte todos los dedos.

—Por favor —La mujer sollozó—. ¿Qué van a hacer? Por favor.

—Uno.

—Yo no os he hecho nada. ¿Por qué hacéis esto?

—Dos.

—Por favor.

—Tres.

Iba a hacerlo. La iba a mutilar de nuevo. Y dolía tanto… Lo sentía por su gente. Entendería que hicieran con ella cualquier cosa, pero no podría soportarlo.

—¡Siempre puro! Es la clave. ¡Siempre puro!

Doro siguió apuntándola. La mujer se había hecho un ovillo y sollozaba de forma patética. Hasta ahora, todo estaba ocurriendo tal y como habían esperado. El éxito estaba cada vez más cerca.

—¿Siempre puro? ¡Qué típico! —Se agachó junto a ella y la agarró de la cara—. ¿Ves como no era tan difícil?

Mientras Andrés rompía la resistencia del Fidelio y el pueblo viejo de Belchite aparecía ante sus ojos, Doro no le quitó ojo de encima a la mujer. Sólo después de comprobar que no les había mentido se puso en pie y curó sus heridas para evitar que se desangrara.

¡Obliviate! ¡Desmaius!

La mujer puso los ojos en blanco y seguidamente se desmayó. La primera parte de la misión ya estaba cumplida. Y sólo habían necesitado derramar un poco de sangre.


Belchite Viejo era un lugar pintoresco. La magia estaba presente en todos y cada uno de sus rincones y las casas se sucedían unas tras otras, todas grandes, todas rodeadas por bonitos jardines y todas con un aire extraño, como retorcido. Andrés pensó que debía estar bastante bien vivir en una de esas mansiones y se dijo que algún día tendría una. Posiblemente no en ese pueblo, puesto que sabía perfectamente que allí sólo admitían a brujos de sangre limpia y genealogía impoluta, pero sí en otro sitio.

Después de ese golpe, tal vez podría conseguirlo. Hasta ahora el dinero que conseguían no le duraba demasiado. No era una persona que acostumbrara a pensar en el futuro y prefería vivir a tope, gastándose la pasta en lo que le apeteciera y cuando le apeteciera. Sin embargo, ya tenía más de treinta años e iba siendo hora de cambiar. Guardaría el dinero para comprarse una buena choza. A lo mejor una mansión en Marbella. Sí, vivir rodeado de pijos muggles sería genial. Pero primero, el viejo Torres debía hablar.

Su casa era la más grande de todas. Era majestuosa y preciosa y todo allí decía que sus dueños eran brujos. Caminar discretamente hasta ella había sido fácil. Antes de poner en marcha el plan, los tres socios se habían sometido a un hechizo glamour para ocultar su verdadero aspecto. Andrés era un auténtico experto en encantamientos de ocultación. Era un ladrón sigiloso y discreto y Doro lo valoraba mucho.

Penetrar al interior de la vivienda tampoco fue difícil gracias al talento de Doro. Lo complicado estaba siendo tratar con los Torres. Pese a ser brujos centenarios habían presentado batalla y resultó difícil reducirlos. En ese momento estaban en el dormitorio de la planta superior, con los dos ancianos mágicamente atados a dos sillas. Aunque habían intentando sonsacarles, se negaban a revelar dónde estaban sus tesoros.

Doro muchas veces había dicho que les convendría tener un experto en legeremancia en el grupo. Los tres habían intentado aprender, pero no eran especialmente buenos. Tan solo el Barbas obtuvo algún resultado positivo, pero sólo cuando se enfrentaba a personas que querían revelarle sus secreto. Y Torres no quería revelar nada.

—Empiezo a cansarme de este juego, viejo —Doro estaba cruzado de brazos. Sus mejillas empezaban a ponerse rojas, tal y como le pasaba cuándo se enfadaba demasiado—. Si no nos dices dónde está todo, tomaré otras medidas.

—¡No me digas! —Pese a estar en inferioridad de condiciones, el viejo se mostraba altanero—. Dime qué harás, asqueroso sangresucia.

—¿Cómo me has llamado?

—Sangresucia. ¿Acaso no lo eres? Porque desde aquí puedo olerte.

Doro apretó los dientes y le arreó un fuerte puñetazo en la mandíbula. El viejo gruñó, escupió sangre y volvió a la carga.

—Mis hijos llegarán de un momento a otro. En cuanto os vean, se asegurarán de daros vuestro merecido.

—Dime dónde está el tesoro, cabrón.

—No sois más que tres cobardes. Sois indignos de tener la magia. Cuando pongamos las cosas en su sitio, cuando la gente se dé cuenta de la clase de chusma que sois, seréis los primeros en pudrirse en una celda.

—Eso no va a pasar viejo —Tras el puñetazo, Doro parecía haber ganado algo más de aplomo—. ¿Quieres que te diga lo que va a pasar si no me dices dónde está? Que vas a ver a tu mujer retorcerse bajo una cruciatus. ¿Quieres eso?

Sólo entonces el viejo Torres pareció afectado. Se quedó callado y se puso pálido mientras miraba a su mujer. Ella no había abierto la boca en ningún momento, aunque Andrés sabía que no iba a decir nada. Era, tal vez, la más firme de los dos.

—No lo harás. Nos necesitas.

—En realidad sólo necesito a uno de los dos. ¡Crucio!

Andrés sabía que Doro había usado las maldiciones imperdonables en alguna ocasión, pero nunca había presenciado nada como eso. Dio un paso atrás, sorprendido. Ver a la anciana gritando de dolor le produjo una extraña mezcla de horror y fascinación y por un instante no quiso que Doro parara. Quería ver qué pasaba. Quería saber cómo era poseer esa clase de control sobre la vida de alguien.

Al cabo de unos segundos, Doro se detvo. Miró al viejo y éste le mantuvo la mirada con dureza. No iba a hablar. Todos lo sabían y todos sabían muy bien cómo terminaría la noche.

La segunda parte del plan se había ido al garete. Esa noche se sobrepasaron ciertos límites y Andrés supo que ya no había vuelta atrás. Ya no eran simples ladrones. Eran asesinos.


Hola, holita.

Tenía esta historia en mente desde hace mucho tiempo, aunque al final he tenido que hacerle algunos cambios debido a una serie de cosas que han ido pasando en las últimas semanas. Para empezar, Escristora ganó el Torneo de los Tres Magos y yo me ofrecí a darle un premio en forma de fic. Después, leí una historia suya titulada "A través del tiempo" que me dejó fascinada y puso a volar mi imaginación. Durante un par de días cavilé y cavilé y decidí que esta historia sería su regalo. Más adelante tomaré prestados un par de personajes suyos, protagonistas del fic mencionado anteriormente.

Besetes y hasta pronto.