Disclaimer: Todos los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama me pertenece.
La Mejor Apuesta de mi Vida
Capítulo 1: Adonis
—¡Ya déjame!
—Quédate quieta o tendré que atarte.
Bueno, éste es un intercambio común entre mi secuestradora y yo. Vale, no es una secuestradora real, pero siempre he creído que le iría bien en el rubro. Alice Cullen, dieciséis años, metro cuarenta y siete, psicópata no reconocida. Mi mejor amiga se encontraba en ese momento bastante alterada debido a mi poca disposición a cooperar con ella; su cabello corto y negro como la tinta estaba completamente despeinado tras mis forcejeos intentando escapar, y sus ojos marrones amenazaban con volverse rojos en cualquier momento. Decidí dejar de hacerla sufrir (un poco asustada tras su insinuación) y sentarme obedientemente a esperar a que la tortura terminase. Las brochas entre sus dientes no auguraban nada bueno.
—Hasta que te calmaste. Bella, debes dejar de hacer estos berrinches cada vez que salimos.
—Si cada vez que salimos planeas atacarme de esta forma, tienes berrinche para rato.
—¿¡Atacarte!? ¿Quién estuvo pegando patadas hasta hace cinco minutos?
—Ésa es mi técnica de defensa. Tu maldita rutina de belleza me tiene hasta los... —Alice me lanzó una mirada de advertencia— me tiene harta, Alice, harta. ¿Realmente hace falta?
—Es la enésima vez que me preguntas eso, ya conoces mi respuesta —respondió terminante, antes de suspirar dramáticamente—. Comienzo a cansarme de este cuestionario.
—Tú misma lo provocas, y conoces la solución.
—Olvídalo. Aún puedo soportarlo. Alza la cabeza.
—Pequeño demonio —murmuré mientras hacía lo que me pedía. Ella me envió una sonrisa deslumbrante por el espejo en frente nuestro, y ahora me tocó a mí suspirar. No era capas de enojarme con ella.
En realidad no es tan malo, me dije a mí misma mientras Alice echaba polvo en mi rostro. Tal vez era sólo la costumbre, pero su proceso de de "Bella Barbie" ya no me resultaba tan insoportable como al principio. El suplicio había comenzado alrededor de los catorce o quince años y ahora, unos tres años después, hasta podía ponerme cómoda y dormitar un rato mientras mi amiga se encargaba del resto. Por otra parte, es resultado era fantástico; con el tiempo Alice entendió, al descubrirme restregándome la cara en secreto, que si quería que usara maquillaje no debía ser muy cargado ni llamativo. De a poco su trabajo me fue dejando cada vez más parecida a mí misma, y se lo agradecía de todo corazón.
Debí dormirme en algún momento, porque me pareció que habían pasado unos segundos cuando Alice me dio unos golpecitos en la mano para despertarme.
—Ya he terminado, Bella. Dime, ¿te gusta? —me preguntó con ansias mientras salía con sus pasos de bailarina de su enorme baño privado.
—La chica frente a mí era una completa desconocida. Su piel se veía suave y levemente sonrosada, tenía largas pestañas enmarcando sus ojos marrones y labios de un tenue color rosado. Cuando me di cuenta de que era yo Alice volvía a entrar al baño usando un increíble vestido dorado a mitad de pierna y otro color azul real un poco más largo colgado de una percha rosa.
—¿Y bien? —inquirió, apoyando el atuendo sobre una mesa junto a pilas de cosméticos.
—Es... precioso, Alice. El maquillaje y el vestido. ¿Cómo aprendiste a hacer esto? —pregunté mientras me acercaba al espejo para observar más de cerca mi rostro. El trabajo de mi amiga tenía un toque profesional que no veía en el maquillaje de las chicas del instituto. Definitivamente podía dedicarse a esto, además de secuestro, claro.
Las mejillas de Alice se tornaron de un leve tono rosado.
—No me halagues tanto. Sólo vi algunos programas de belleza en la tele, luego me fui perfeccionando —comentó, intentando quitarle importancia—. ¿Sabes que eres la única persona a la que he maquillado?
—¿Ah, si? —exclamé, sinceramente sorprendida—. ¿Qué hay de Esme y Rosalie?
—Ellas no me dejan pintarlas, no confían en mí en ese sentido —Alice hizo un puchero. A veces esa expresión de cachorro era su más letal arma de chantaje, así que no tenía efecto alguno en mí... casi nunca. Podía notar que ella en verdad quería trabajar en sus rostros.
—Eso es porque nunca te han visto en acción. Si tú no me arreglaras siempre, probablemente yo te pediría ayuda —admití. De hecho era cierto, el estilo y yo no nos llevábamos muy bien que digamos y en ocasiones era necesaria alguna persona que nos ayudara a hacer las paces temporalmente, hasta que volvíamos a pelearnos.
El rostro de mi amiga se iluminó y me sonrió con cariño.
—Oh, Bella, te abrazaría pero arruinaría mi trabajo. Vamos, ponte el vestido y el viaje es algo largo.
Me puse de pie y tomé el traje azul de la mesa. Tras quedarme acariciando la suave tela unos segundos, me quité la bata de raso que llevaba puesta y me calcé el vestido con cuidado. Al menos había aprendido a vestirme con delicadeza, gracias a las indicaciones de Alice. Luego de cerrar la cremallera de la espalda cuidando que no se trabara con la tela y trabarla hacia abajo me encaminé al espejo de cuerpo entero colgado de la puerta del baño. La tela se pegaba al cuerpo hasta la cintura para luego caer libre por encima de mis rodillas, lo cual resaltaba las curvas que apenas tenía; los finos breteles sostenían todo en su lugar.
Era un vestido hermoso pero, para mí sorpresa, me pareció extrañamente uniforme, incompleto. ¿Desde cuando yo me fijaba en cosas como esa?
—Hey, Alice —la llamé vacilante.
—Dime —respondió mientras se rizaba las pestañas.
Estaba a punto de preguntarle si podía mirar su closet, pero en el último segundo me arrepentí. probablemente me equivocaba, el vestido era tan lindo que me pareció extraño.
—¿Qué tal se me ve? —pregunté en su lugar, posando un poco para ella.
Mi amiga me observó detenidamente y esbozó una sonrisa torcida. Mi corazón dio un salto. Se parecía tanto a la de... Sacudí la cabeza antes de que ese pensamiento terminara.
—Te queda perfecto, parece hecho para ti. Pero falta lo más importante...
Y entonces sí, llegaba la verdadera tortura. Siempre era el mismo procedimiento: yo suplicaba, Alice me ignoraba, peleábamos un rato y aparecían unos tacones más altos que ella. Los ganadores de ese día eran unas plataformas negras de quince centímetros. Pudo ser peor, dijo una vocecita llena de alivio en el fondo de mi cabeza, pero continuaba maldiciéndome por calzar igual que Alice.
Tras ponerme los zapatos a regañadientes, mi amiga se alejó unos pasos y me miró de arriba abajo. Comenzó a saltar en el lugar, emocionada, a pesar de estar parada en unos tacos aguja más altos que los míos.
—Sólo falta esto —murmuró para sí misma, mientras colocaba en mi muñeca derecha un brazalete grueso de cuero negro con un pequeño círculo de metal en el centro—. ¡Ahora sí, perfecta! Espérame un minuto, termino con mi maquillaje y nos vamos. Tu bolso está sobre la cama —Me alisó un pliegue de la falda y volvió a su baño aún saltando.
Suspiré y me dirigí a la cama vigilando mi estabilidad sobre los tacones. Efectivamente, allí había una cartera de charol negro en forma de sobre. Lo abrí, y encontré mi móvil junto con un par de pañuelos descartables. No entraba nada más, pero tampoco necesitaba nada más. Lo coloqué en mi regazo y me senté sobre el acolchado azul cielo para esperar a mi amiga, mas un momento después golpeaban a la puerta de la habitación.
—¡Alice, aquí traje lo que me pediste!
Me quedé helada. Mi corazón se detuvo para luego reanimarse a toda velocidad. Comencé a hiperventilar inconscientemente. Sería muy sospechoso escabullirme al baño ahora?
—¡Ah, si! Por favor déjalo sobre mi mesa de noche.
—Si me destrabas la puerta...
—Oh, lo siento. Bella, ¿lo haces por mí? —me pidió Alice distraída.
Demonios.
—Claro —respondí, fingiendo despreocupación.
Caminé muy despacio hacia la puerta, para no caerme y preparándome mentalmente. Tomé el picaporte, respiré hondo y abrí.
—Hola, Edward —lo saludé, viendo un bretel de mi vestido mientras lo acomodaba.
—Hey, Bella —me respondió. Me atreví a mirarlo. Y ahí estaba, con un traje negro sin corbata y los dos primeros botones de la camisa desabrochados. Su rostro me ofrecía una sonrisa levemente ladeada; tenía el cabello broncíneo despeinado, aunque se notaba que había intentado acomodarlo sin éxito, y sus ojos verdes como esmeraldas eran cálidos. Un adonis de metro ochenta y ocho, y el chico del que estaba enamorada desde que tenía memoria.
Edward Cullen, el hermano de Alice, era el joven más popular del instituto de Forks y capitán del equipo de béisbol, además del mejor estudiante de la promoción de este año. Nuestra escuela no tenía equipo de porristas, pero un grupo equivalente lleno de rubias superficiales lo seguía a todas partes. Aún así nunca se había sabido de ninguna relación que él hubiera mantenido con alguna de ellas, y siempre se mantenía al margen de ese mundo. Desde pequeño había sido así, discreto y amigable con todos por igual. Hasta los diez años, sin embargo, todos se burlaban de él por sus frenos y lo trataban de nerd; para eso entonces ya me gustaba hacía bastante. Creía que era un enamoramiento de niños y que al crecer se me pasaría, pero el sentimiento no hizo más que crecer conmigo.
Me hice a un lado para dejarlo pasar. Él caminó tranquilamente hacia la cama, se tiró sobre ella y dejó en donde su hermana le había pedido una flor de tela negra en el centro que no había visto en la palma de su mano. Puso los brazos tras la cabeza y me miró un momento.
—Te ves bien —me halagó.
La sangre me subió a la cara.
—Gracias, también tú.
—¿Tú crees? No acostumbro a llevar esto, es muy incómodo —Se tocó la solapa de su saco para enfatizar sus palabras.
—Yo tampoco, pero Alice tiene un don para la manipulación.
—Escucho todo desde aquí —advirtió ella desde el otro cuarto. Ambos reímos bajito.
—¿Para qué es la flor, Alice? —inquirí.
—Es para ti. Ahora me encargo de eso.
Edward tomó la flor y le dio un par de vueltas entre las manos, en un momento se detuvo, y lentamente se sentó en la cama.
—Bella, ven aquí un momento —me pidió sin dejar de mirar la flor.
Se me trabó el aliento. Me acerqué con precaución y me senté a su lado. Él examinó mis brazos y se le iluminó la cara.
—¿Qué es eso que tienes ahí? —me preguntó, viendo algo en mi muñeca.
Miré hacia abajo. Lo único que veía era la pulsera negra, que se había girado sobre la piel dejando el circulo plateado apuntando hacia un costado. Me puse a acomodarlo.
—¿Te refieres a esto? —inquirí. La mano libre de Edward se extendió hacía mí y tomó el borde de cuero, rozando nuestras manos. Una descarga eléctrica me recorrió todo el brazo, y ambos apartamos las manos al instante—. Lo siento —murmuré.
Él volvió a tomar el cuero con cuidado de no rozar mi piel. Ubicó en la flor un círculo metálico similar al del brazalete pero con un borde delgado que lo rodeaba. Recién entonces me di cuenta de que el círculo de la pulsera no era decoración, sino un práctico broche; colocó la flor sobre él. Me miró y sonrió de lado, tal como había hecho antes su hermana. Mi corazón comenzaba a quejarse de los sacudones. Le devolví la sonrisa.
—Gracias.
—No hay de qué.
—¡Terminé! —exclamó Alice.
Edward y yo nos sentamos derechos automáticamente, lo que me hizo notar cuánto nos habíamos inclinado hacia el otro. Mi amiga se asomó en el preciso instante en el que nos enderezábamos. Alzó una ceja, pero no hizo ningún comentario. Corrió hasta posicionarse frente a nosotros.
—¿Qué tal estoy? —preguntó, girando sobre sí misma para que la apreciáramos desde todos los ángulos. Estaba realmente linda, la ropa la favorecía y la diadema brillante sobre su pelo corto le añadía luz a su rostro.
—Bellísima. ¿Podemos irnos? —Edward comenzaba a impacientarse.
—Espérame un minuto más, debo ponerle la flor a Bella.
—Ya se la he puesto yo. ¿Vamos?
—Oh... —Alice parecía sorprendida, pero recompuso su expresión rápidamente—. De acuerdo, ahora vamos. Baja primero, me falta mi bolso.
—Vale. Oh, un segundo —Edward volvió a mirarme detenidamente, lo que me hizo estremecer. De pronto fue hasta el closet de Alice, buscó un rato y volvió con un fino cinturón negro. Lo extendió hacía Alice—. Ponle esto. Voy abajo. ¡Apresúrate, enana! —pellizcó la mejilla de su hermana y salió por donde había venido.
Ambas nos quedamos viendo en su dirección unos segundos, boquiabiertas. Yo porque Edward parecía haber pensado lo mismo que yo, que al vestido le faltaba algo. Y ese cinturón se veía perfecto.
Alice se aproximó a mí y me colocó el accesorio alrededor de la cintura. Al terminar se quedo viendo fijo mi atuendo, pensativa. De pronto corrió a la puerta, la cerró de un portazo y se giró hacía mí.
—¿Qué fue eso?
¡Hola a todos, tanto tiempo!
Bueno, como habréis notado estoy viva. Sé que desaparecí por un largo período de tiempo y no puedo hacer más que disculparme. Espero poder recompensaros con esta nueva (no tan nueva) actualización. Ésta es la nueva versión del primer fic que publiqué en esta comunidad, el cual tuve que eliminar porque no me sentía satisfecha con lo que había hecho. ¡Pero aquí lo tenéis de vuelta! Algunos ya conocéis el argumento principal, espero daros una buena impresión a los que lo leen por primera vez. Desde ya muchas gracias por su atención :)
Mordidas, Ness
