En el abismal territorio de Tierras Negras, los demonios se movían de un lado a otro. El rey Kcalb había regresado de otro enfrentamiento con la diosa, pero había salido muy mal. Había grandes pérdidas en números, y ahora el castillo necesitaba nuevos reclutas, soldados capaces y leales que luchasen en nombre de Lord Kcalb.
Entre toda la multitud se encontraba Lost, un demonio joven, quien esparcía esta noticia entre los barrios. Llevaba puesto un traje negro sobre un sweater de rayas rojas y pantalones negros. Sus cuernos, largos y ligeramente curvados, lo distinguían de los demás individuos de su especie. Lost se movía entre las masas con experiencia, habiendo vivido entre esta misma gente hace tiempo.
El demonio de rojo terminó su deber y se dirigió de vuelta hacia el castillo negro. Esa mañana había conseguido ingredientes frescos para su cocina, y tenía ansias de experimentar con ellos lo más pronto posible. Al llegar a las enormes puertas del castillo, Lost se alegró al no encontrar al Demonio Jefe. "Seguramente estará dándole un reporte a Lord Kcalb" pensó él con un toque de emoción. Esta derrota podría darle mucho tiempo, preciado tiempo para él. Antes de emocionarse demasiado, ordenó sus pensamientos dentro de su cabeza. Debía mantener sus prioridades como tales en orden. Sin más que pensar, avanzó hasta la cocina y comenzó a preparar un platillo especial consistente solo de carne.
Mientras tanto, en la oficina del rey, Yosaflame terminaba de leer su reporte escrito, ingenuo del regreso de Lost. Vestía un simple traje negro, con corbata negra y camisa blanca debajo. Sus zapatos y pantalones también eran negros. Sin embargo, su cabellera era de un color verde manzana, brillante, aunque solo por fuera, ya que las capas interiores eras de un suave tono rosado. Sus cuernos eran también de este tinte, y poseían una curvatura peculiar que pocos demonios poseían. Entre ellos, el rey.
Frente a él se encontraba dicho rey, Kcalb. Yosaflame podía sentir su penetrante mirada, tal cual la de un predador que había perdido a su presa. El ambiente era muy tenso, el Diablo odiaba perder contra ella. Contra Etihw. El Demonio Jefe aclaró su garganta, exitosamente consiguiendo la atención de su líder. Su mirada se suavizó a duras penas, por al menos una fracción de segundo.
"Eso es todo, mi Señor. Odio decirlo, pero debemos esperar hasta que recuperemos nuestros números y fuerzas para poder enfrentarla de nuevo". Hizo una reverencia ante su líder, la muestra de respeto más simple. Kcalb hizo una seña con la mano, indicándole a Yosaflame que su deber había terminado. Este asintió con la cabeza, dio otra reverencia y se retiró de la habitación silenciosamente.
Afuera, el Demonio Jefe soltó un suspiro pesado. Los últimos ataques no habían salido como ellos hubiesen deseado, y estaban perdiendo soldados a un ritmo alarmante. La Diosa se estaba fortaleciendo cada vez más, y ellos no podían igualar su ritmo. Se acomodó sus lentes y decidió atender otros asuntos y tareas menores para liberar su mente del estrés, aunque sea un poco.
Llegó hasta la cocina y se sorprendió al ver a su compañero ya cocinando. "Veo que no pierdes tiempo, Lost. Eso es bueno" Yosaflame comentó, pasando detrás del otro demonio y tomando una manzana verde de una canasta en la mesada. Lost lo miró con ojos curiosos, casi cuestionando el intento de alago de su superior. "Es raro verte diciendo esas cosas después de lo que pasó hoy" respondió con desinterés. Aún de perfil, pudo ver como Yosaflame mordía la manzana con fuerza, como si intentara descifrar si había recibido un insulto o no. Lost suprimió una risa ante el pensamiento.
De vuelta en la oficina, Kcalb sentía su ira incrementar. Las paredes de la oficina comenzaron a temblar y agrietarse, la energía oscura emanaba de su ser sin control. "¡Maldita Diosa!" exclamó, destruyendo una mesa de roble con el simple toque de su mano. Por más que amase la sensación de algo rompiéndose en pedazos, esta vez él solo sentía enojo. Se negaba a admitir que Etihw lo había burlado con un amago y atacado por su punto ciego. Se negaba a admitir tal humillación. Una cabecera conoció el mismo destino que la anterior mesa, pero no le importaba. Ahora, él solo anhelaba destrucción, caos, ruina.
Estaba a punto de destruir el resto de la muebleria cuando sintió una mano tomarlo por su hombro derecho. El rey se volteó abruptamente, casi chocando contra quien estaba detrás de él. Las grietas de las paredes quedaron quietas, ya no avanzaban, y el piso dejó de temblar. El Diablo se forzó a calmarse antes de hablar. "Es bueno ver que llegas con tanta rapidez" dijo él, mirando como la figura de su hermano Wodahs se mezclaba en las sombras. "Asumo que ya has escuchado lo que pasó. Olvida lo que te he dicho hace una semana, tengo una nueva misión para ti". Wodahs solo asintió en silencio y esperó las órdenes de su hermano.
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En las fronteras de Tierras Santas, las barreras de cristal blanco terminaban de cerrarse después de permitir la entrada al último escuadrón de ángeles. "¡Eso es todo!" gritó la general del Equipo de Vuelo, Alela Grora. La pequeña ángel aterrizó frente a sus compañeros, dándoles un saludo formal. Su vestido y cabello, ambos de un tono gris, cayeron grácilmente. Sus alas blancas se doblaron gentilmente sobre su espalda. Examinó el estado general de su escuadrón, un toque de enojo en su mirada. Bajó la cabeza a ver unos cortes en sus piernas, dolorosos, pero no profundos. "Lleven a los heridos a la enfermería. Los que estén sanos, busquen a Ciel y llévenla con ellos" dijo con voz fuerte. Su equipo obedeció y tomó vuelo, aunque algunos tuvieron que caminar.
Grora desplegó sus alas y voló hacia el castillo blanco. Llegó rápidamente, haciéndole honor a su título. Se detuvo en uno de los balcones y salió por un pasillo. Caminó a través de los largos pasillos, rengando un poco, pero nada que la detuviese. Se estaba dirigiendo a la Cámara Sagrada, donde la Diosa Etihw seguramente la estaría esperando. Pasó entre muchos otros ángeles, todos exaltados por el enfrentamiento de hace minutos apenas. Algunos comandaban órdenes, otros cargaban provisiones y suministros de curación, y otros intentaban calmar a los más ansiosos. Ella los miraba con ojos cansados.
Frente a la puerta de la Cámara se encontraba Rigatona, la general del Equipo de Corto Alcance. Vestía un uniforme militar de color verde con detalles en rojo que llegaba hasta sus muslos. Usaba botas negras por encima de la rodilla y medias altas de cuadros rojos. Su cabello era de un color marrón cálido, y estaba sujeto en dos coletas por encima de sus orejas con accesorios similares a su uniforme. Sus nudilleras estaban posadas en sus nudillos, y el ángel las presionaba con fuerza.
"Heh, veo que no conseguiste pelear tanto como querías" Dijo Grora con una ligera sonrisa en el rostro, intentando alivianar el ambiente alrededor de su compañera. Rigatona la miró, escaneando a su amiga por señales de peligro. Sus ojos, rojos como la sangre misma, se posaron sobre sus piernas y los múltiples cortes en estos. Ella misma tenía algunas heridas, pero hacía su mejor esfuerzo por ignorarlas y enfocarse en su deber. Soltó un gruñido a modo de respuesta, no estaba de humor para responder.
No pasó mucho tiempo hasta que se oyó la voz de la Diosa. "Pueden pasar" fue lo único que dijo, su voz sonaba cansada, con falta de entusiasmo, aunque eso era más común. Las dos mujeres entraron por las puertas blancas, las cuales brillaban como si estuvieran hechas de mármol. En el centro de la habitación se encontraba la creadora del mundo, Etihw, sentada en el suelo contemplando la nada. Su largo cabello, negro como el azabache, se extendía por todos lados, mostrando la falta de cuidado que su portadora le daba. Sin embargo, su vestido y capa se encontraban intactos gracias a su magia de restauración. Varios cristales blancos de distintos tamaños rodeaban su figura, flotando con movimientos erráticos.
La madre de todos los ángeles posó sus ojos sobre las personas frente a ella. "Faltan Sherbet y Ciel. Los necesito a los cuatro aquí", dijo ella, monótona. En sus manos sostenía la Lanza Blanca, un arma sagrada y única, la más poderosa que ella alguna vez había creado. Grora y Rigatona se miraron entre sí. Sherbet había sido herido en el combate, y Ciel estaba tratando a los demás heridos; o tal vez a él también, no estaban seguras. Rigatona soltó un jadeo molesto. Alguien más faltaba.
Minutos después, otros dos ángeles entraron por las puertas. Un hombre y una mujer, ambos rubios, aunque de tonos distintos. El hombre era Sherbet, con cabello corto y desmarañado y ojos azules. Llevaba puesto un abrigo y pantalones grises, aunque su característica bufanda no estaba a la vista; La mujer era Ciel, quien usaba un vestido y capa azul, y su largo cabello estaba suelto salvo por una pequeña parte recogida por un broche. Ambos estaban agitados y visiblemente cansados, y Sherbet se sostenía de Ciel con su brazo en sus hombros.
"Lamento haber tardado tanto, Lady Etihw" dijo la curandera, intentando calmar su respiración. "No pensé tardar tanto en sanar a todos, y teníamos problemas para subir las escaleras". Sherbet soltó un pequeño quejido ante ese comentario.
"Calma, Ciel. Ahora que todos están aquí, les daré sus nuevas misiones. Las cumplirán a partir de mañana" La Diosa posó la lanza en el suelo y se levantó. Etihw comenzó a levitar, sintiéndose demasiado cansada para caminar, y se detuvo a unos metros de sus súbditos. Respiro profundamente y los miró uno a uno "Grora, te encargarás de patrullar y vigilar las tierras neutras y las zonas internas. Todos los días te acompañará un escuadrón de otros 5 ángeles a elección; Ciel, seguirás con tus deberes de curandera, pero ahora también saldrás a recoger los cultivos para tus ungüentos. Confío en que sabrás dividir tu tiempo; Rigatona, necesito que entrenes a los novatos, vamos a necesitar tanto poder bruto como podamos. Y cuando no, revisarás el estado de las armas y armamento actual; Y Sherbet, cuando tus heridas sanen, tendrás que esparcir los nuevos planes de ataque y defensa por el reino, pero ahora descansa y asegúrate de sanar bien. Eso es todo. ¿Alguna objeción?"
Cuando terminó, cada uno de los generales aceptaron sus encargues y saludaron a su líder. Ella suspiró y los destituyó de la Cámara Sagrada, dando media vuelta y dirigiéndose a una ventana. Oyó los pasos alejarse, con algunos susurros y quejidos de por medio. Cuando las pesadas puertas se cerraron, Etihw colapsó en el suelo. Sus alientos eran superficiales, exasperados. Presionó el broche que unía su capa con su mano, buscando algún apoyo en el mísero acto. Mil pensamientos pasaban por su cabeza al mismo tiempo, cada uno le decía, exigía, hacer algo.
Cuando finalmente logró calmarse, exhaló pesadamente. Tenía una lista muy larga de cosas que hacer, y no podía permitirse vagabundear ahora. Juntando toda su voluntad, se levantó del suelo, nuevamente levitando. Tomó la Lanza Blanca y acarició la superficie de la punta. Sintió una ola de tristeza caer sobre ella, pero alejó esos pensamientos e intentó asegurarse a sí misma que podía salir de esto. Que saldría de esto. Miró una vez más a las afueras de su castillo, el brillo del ocaso bañaba todas sus tierras de un hermoso tinte anaranjado. De no estar en esta situación, se hubiese acomodado para poder disfrutar la vista. Se obligó a girar y seguir su camino fuera de esa habitación y hacia su sala de trono. Su reino había sufrido daño, y estaba en manos de ella sí podrían o no sanar.
