El personaje "Noah Gray" fue creado por Dagoberto Parada. Agradecimientos para él que me ha dejado utilizarlo.
"El amor es para maricas." - Amelie Chevalier.
Capítulo #1: La pólvora no es un buen perfume.
Amelie Chevalier, nacida en Italia, de padre francés y madre italiana. El padre era un capo, un hombre peligroso, conocido en todo Italia por su fama de cruel, no le temblaba la mano a la hora de ejecutar a alguien del bando enemigo, antes de Amelie, tuvo unos gemelos, con una francesa ya fallecida, aunque éstos hijos le odiaban por razones bien aprendidas para el hombre. La segunda esposa de León Chevalier, una preciosa italiana, de familia adinerada se enamoró como loca de él, sin embargo, no de sus hijos, razón por la que, para un padre despreocupado, le fue fácil mandarlos lejos. Al poco tiempo tuvieron una hija, una pelirroja a la que llamaron "Fiorella Amelie Chevalier", aunque, conforme creció, odió más y más el nombre de Fiorella, le hacía sentir boba y débil, que no era nada parecido a la imagen que quería darle al mundo como la actual heredera del imperio que su padre había creado.
Fue entrenada para llevar a cabo misiones que en un hombre serían sospechosas, espía, cautelosa, una excelente estratega y, por alguna razón tampoco se tocaba el corazón para nada, era coqueta, pero era solo por el placer de sentirse deseada, no había en el mundo algo que levantara más su ego que las miradas de los hombres sobre sí, nunca nadie le despertaba verdadero interés. Toda una experta en el manejo de armas. Siempre llevaba dos handguns al ser ambidiestra, que fue algo que desarrolló para mejorar.
Nada se le negaba, era la princesa de su padre. Eso hasta que cumplió veinte años, ese diez de agosto, León Chevalier se encontraba en su despacho, tosía una y otra vez, los pulmones le estaban cobrando factura de esos puros cubanos que mandaba importar solo para él, Amelie vio su oportunidad, era joven y ambiciosa, el mundo iba a estar a sus pies si su padre se lo permitía, el hombre, le preguntó con ese tono de voz severo que añoraba como regalo de cumpleaños, ella, vestida con ese elegante traje negro con delgadas rayas blancas, el sombrero fedora, negro, adornado con una línea blanca antes del ala, éste cubría su cabellera larga, castaña y ondulada, zapatillas blancas que combinaban con su blusa, dos botones abajo, labial rojo, siempre rojo y la sonrisa cínica posada en sus labiales carnosos.
- Quiero que me cedas el mando, padre. Estás viejo y enfermo. Es hora de que la juventud cubra el cargo-
León Chevalier nunca se caracterizó por ser el mejor padre del mundo con sus otros hijos, pero con ella era distinto. Aunque la mirada azabache del hombre esa tarde se clavó en la muchacha que estaba de pie frente a su escritorio. Se puso en pie casi a tropiezos pues un ataque de tos le atacó, se quedó unos instantes ahí, agarrando aire, Amelie se mantuvo con el mismo gesto, casi como si eso de su padre estuviese confirmando lo que ella acababa de escupir como veneno que consumía la alfombra finísima del suelo. Claro, todo en su mente. Mientras ella divagaba en su éxito cuando fuese la primera mujer capo en la ciudad el padre estaba ya de frente a ella. Quizá venía a abrazarla por su cumpleaños, fue todo lo que esperó, más no esa cachetada que casi la tiró al suelo, el señor tomó toda la fuerza de su cuerpo para dejarla caer sobre su mano, nunca pensó que su delgado padre pudiera dar un golpe de esa magnitud, y a pesar de que ella era bastante alta se sintió pequeña, era como si al fin, tuviera esa perspectiva que tenían todos de él. Luego, el padre, quitó ese gesto frío para empezar a reír. Empezó a decirle sus "verdades" iniciando porque era apenas una cría, era mujer y jamás lo sacaría de su cargo a menos que fuera con los pies por delante, la castaña se sintió como si tuviese cinco años otra vez, llevó la diestra a su enrojecida mejilla, mientras su gesto atónito era lo único que León Chevalier pudiera ver, la echó a sus habitaciones, le dijo que dejara de aspirar a ser más de lo que era ahora mismo.
Amelie lo tomó todo como un castigo a sus aires de grandeza, bajó el rostro, asintió, pero más que el dolor del golpe, el ardor físico no era nada, cuando lo que realmente le quemó fue el ego, el orgullo, la superioridad de la que presumía. Ahora, ella misma tendría que empezar lo suyo, no iba a depender de nada, ni nadie.
Una vez llegó a su habitación, organizó todo, recogió su ropa, lo más básico, un par de zapatillas y lo poco que había ahorrado, no iba a decir adiós a nadie, ni nadie necesitaba su adiós, ni su madre, mujer más cruel. Se fue, un boleto de avión a Gran Bretaña y lo que seguía era buscar sus propios méritos, apenas llegó, rentó un pequeño departamento, hablaba inglés perfectamente así que no fue una preocupación por comunicarse, aunque, el acento italiano salía esporádicamente a relucir. Salió a la calle a buscar trabajo varias veces, era buena con los números, pero no podía poner como referencia su "trabajo" anterior. El dinero no era demasiado así que se acabaría pronto.
Empezó a entrar en crisis, pagó un par de meses de renta cuando llegó, pero, la vida era cara, muy cara. Pasaron unos treinta días y ella seguía sin trabajo, había pasado de comer langostinos rellenos a simples sándwich de jamón. Intentaba ver la vida con humor, su delicada cintura se había encogido un poquito más. Esa noche no hubo cena, tampoco habría desayuno en la mañana y ya era tentador vender sus joyas. La vida era cruel, pero no tanto como las visiones de su orgullo herido.
Por la mañana, despertó totalmente hambrienta, su única solución fue beber agua, el agua le calmaría el hambre o al menos distraería el estómago, las tripas parecían comerse entre ellos, nadie imaginaría, que, en una zona de ricos como esa, con apartamentos amueblados carísimos, habría alguien con tanta hambre como Amelie. De repente, el correó llegó, nadie le enviaba cartas, nadie sabía dónde estaba o eso pensó ella. Dos cartas cayeron por el buzón, pensó quizá en publicidad, pero no. Una, tenía un nombre que hizo se le erizara la piel, se puso totalmente pálida mientras su cuerpo se pegaba a la pared de espalda, se deslizó por esta hasta sentarse sobre el suelo. "Antoine C. Belmont"
¿Cómo? ¿Por qué mi hermano tiene mi dirección?
De momento ignoró el otro sobre, abrió el actual y sacó una carta, apenas y recordaba la mirada gélida de Antoine cuando lo conoció, era rubio, guapo, de ojos azules hermoso. Pero, la odiaba, la odiaba demasiado. Para Antoine, que ella abandonara su casa era un dolor seguro para su padre, la odiaba, sí. Pero no como a él, lo tomó como un mérito, como algo glorioso, sublime, y se leía en el corto texto que le envió, dónde todo se resumía a darle las gracias por abandonar al viejo, le adjuntó un cheque con varios miles de euros, en la PD. de la carta le explicó el motivo: "No mueras de hambre, tonta."
Se sintió débil, pobre. Pensó en romper el cheque, pero era tan estúpida que seguro si se moriría de hambre, recogió la otra carta, puesto que la había dejado caer cuando le tomó interés a la de su hermano, ésta no tenía nombre, pero tenía un sello, ahí, el mensaje era sencillo también, pero la llenó de esperanza, la luz al final del túnel, ¿terminaría al fin su oscuridad?
"Estimada Amelie Chevalier. Sé quién es usted, sé de sus habilidades y me interesa invitarla a mi asociación, aunque hay puntos que arreglar, claro, le adjuntaré la dirección y espero su presencia esta tarde. No sea impuntual, el té se sirve a las cinco Atte. Allister Y."
Efectivamente, venía una dirección abajo en la carta, iría. Si la iban a matar pues bien, pero sino, era su oportunidad de jamás aceptar de nuevo la ayuda de Antoine. Tomó una larga ducha, tendría un larguísimo día, fue al banco, cobró su cheque, y se fue a comer. Esperó que diera una hora cercana y tomó un taxi, claro, iba a una cita con el destino, pero no iba sola, llevaba a Jon y Robb**, sus preciosas handguns en el interior del saco gris, pantalón negro, zapatillas del mismo tono, camisa blanca. Apenas y se maquilló, pero los labios iban rojos, como siempre. El cabello suelto y un sombrero fedora gris adornándole la cabeza. Se detuvo el taxi luego de unos quince minutos, Amelie pagó, se había quedado con poco dinero, pero el otro ya lo tenía en la cuenta bancaria. La dirección coincidía, una pequeña casa a las orillas de la ciudad, parecía más un secuestro que una oferta de trabajo. Afuera de ahí, solo estaba otro hombre, apenas le dio un vistazo, tenía el cabello rojo oscuro, lo cual le pareció extraño, pero no iba ahí a juzgar, se sentó cerca del sujeto, era guapo, mucho. Pero iba vestido mucho más común que ella, los ojos castaños se clavaron sobre él, tenía la mirada color ambar. Amelie medio mordisqueó su labio inferior por dentro. Justo iba a preguntar si podía entrar solo así cuando él la interrumpió y musitó.
- La pólvora no es un buen perfume, señorita. -
Las mejillas de Amelie tomaron un sonrojo bobo, enarcó la ceja derecha unos instantes, luego de eso se sintió ofendida. Eso, eso hasta que recordó que nadie debía pensar en sus armas, pasó saliva y el hombre sonrió, esos dientes aperlados y perfectos que adornaba una perfecta barba en forma de candado.
- No se lo pregunté. -
Él sonrió y estiró la diestra hacia ella. Ella no correspondió así que el pelirrojo retiró su mano y sonrió de nuevo.
- Noah Gray, no a tus órdenes pero seguro nos veremos seguido. -
Sonó un timbre, él señaló como si fuese su turno, ella solo se quedó sentada mientras él se alejaba. Sentimientos encontrados, desde enojo hasta pena porque la había hecho sonrojar.
{ Continuará... }
