La historia de Los Juegos del Hambre pertenece s Suzanne Collins, pero la mayoría de los personajes de ésta historia son de mi creación, a excepción de algunos. Mi historia está basada en la creación original de Collins, yo sólo la tomé prestada para crear algo relacionado c:
Estábamos los tres en silencio, sin decir palabra alguna. Dejé el pan, que estaba algo salado, sobre la mesa. No tenía hambre ni ganas de comer en absoluto. Los dos chicos a quienes podía considerar mis únicos amigos en el Distrito, Nathan y Caleb, se encontraban conmigo. Era la última cosecha de ambos, pues Nathan cumplirá dieciocho en un mes más y Caleb los cumplió como hace dos semanas. Eran altos, delgados, de musculatura fuerte y bien tonificada, pero muy diferentes entre sí.
Nathan, quien en ese momento terminaba de abrocharse los zapatos, era de cabello castaño claro y corto, sus ojos negros estaban posados fríos y vacíos sobre sus zapatos, con sus manos moviéndose exageradamente lentas, haciendo tiempo, intentando aplazar algo que llegaría obligadamente para todos nosotros.
Caleb, por su parte, con la misma lentitud a propósito, se metía la camisa azulada dentro del pantalón grisáceo que vestía. Su cabello negro estaba prolijamente peinado, como nunca podía estarlo a excepción del Día de la Cosecha. Sus hermosos ojos verdes se perdían en algún punto del paisaje fuera de la ventana de la casa hasta que capta mi mirada y me observa.
Cuando nuestros ojos se cruzaron volví a sentir ese miedo que me carcomía desde los últimos días. ¿Qué sería de mí si él, o Nathan, saliesen elegidos como Tributos? ¿Qué haría sin alguno de ellos dos a mi lado, como todos los días y desde que salvaron mi vida cuando yo tenía trece años?
Él sonrió, notando mi preocupación y mi miedo, dándome ánimo con ese simple gesto.
Pero sabía que él pensaba lo mismo que yo, porque claro, yo también tenía opciones de salir elegida. Si bien mis probabilidades eran menos que las de ellos, eran probabilidades existentes de todas formas. A mis dieciséis años mi nombre estaba escrito Diez veces en las papeletas, cinco por los años cumplidos y otras cinco por las teselas que he pedido. En cambio, Nathan en total tiene unas diecisiete y Caleb unas veinte.
El Día de la Cosecha era una de las pocas veces al año cuando los veía serios. La mayor parte del tiempo siempre intentaban andar felices y subiendo el ánimo a todo el mundo. Claro, si bien nuestro Distrito no era uno de los más pobres del país, Panem, las condiciones no eran las mejores de todas formas, el trabajo forzado seguía siendo pesado y las formas de vida tampoco eran muy lujosas que digamos.
Y ellos, en contrario a la mayoría de la gente, no dejaban que su estado de ánimo bajara a causa de eso. Ambos se encargaban de reír y hacer reír siempre que podían, para mantener alguna gota de alegría en todos nosotros. Era una de las cosas que más me gustaban de ellos; siempre se mantenían fuertes.
Cuando ambos estuvieron listos se pararon frente a mí e intenté sonreír para demostrarles que no estaba nerviosa. Aunque me conocían tanto que estaba segura de que sabían que lo estaba de todas formas. Caleb me extendió una mano, la tomé y me paré de la silla del comedor de Nathan.
Me paré frente a ellos. Me sentía pequeña. Ambos me sonrieron también, quizá para tranquilizarme.
Salimos de la casa de Nathan y caminamos en silencio hacia nuestra derecha. Las puertas y ventanas de todas las casas estaban cerradas por completo. La Cosecha era a las dos de la tarde, faltaba una hora pero todos se aseguraban siempre de llegar más temprano. Suspiré, de seguro mis padres y mi hermana mayor ya se encontraban en el Edificio de Justicia del Distrito. Esperando.
Y con cada paso que daba más crecían mis nervios y el miedo, recorriéndome por completo, cruzando mi cuerpo de pies a cabeza y haciéndome temblar. Respiré profundo, como si buscase fuerzas en el oxígeno, como si realmente eso pudiera darme las energías que necesitaba.
Pasamos al borde de una pradera que, a la derecha, limitaba con un bosque y, al frente, daba vista al mar. Nuestras miradas se movieron instantáneamente hacia el océano. Supe que, en ese momento, nosotros tres pensábamos si sería esa la última vez que lo veríamos o no.
Si bien para muchos de nosotros el mar era sólo una fuente de trabajo, nuestra fuente de recursos, para nosotros no era sólo eso; era algo más bello y profundo que el lugar de donde sacábamos comida y sustento, habíamos pasado muchas cosas a las orillas del océano que jamás olvidaríamos, como por ejemplo, el día en que nos conocimos. El mar era algo que definía a nuestro Distrito en Panem; el Distrito Cuatro, el marítimo, encargado de la pesca. Pero para nosotros, el mar era algo mucho mejor que sólo eso. Mucho más significativo y hermoso.
El paisaje a nuestro alrededor comienza a cambiar a medida que nos acercamos a la Plaza de la Ciudadanía. Las casas dejaban de serlo para pasar a ser tiendas y sector de comercio. Cada vez se veía más gente en las calles y, si forzaba un poco la vista, lograba ver el gran cúmulo de gente al final.
Luego de atravesar el gran grupo de gente —espectadores del Distrito— que se acumulaban en las calles aledañas a la Plaza Central para observar la Cosecha, llegamos a la fila de chicos y chicas de entre doce y dieciocho años y esperamos para fichar nuestros nombres.
Nos guían por las cuerdas y procuro no despegarme de ninguno de ellos hasta que nos obligan a hacerlo. Nathan se despide de mí con una sonrisa que intenta ser alegre y Caleb me mira unos segundos.
—Lea —pronuncia mi sobrenombre con pausa, lentamente, mirándome directamente a los ojos—. Pase lo que pase, sé fuerte, ¿Vale? Si vez que Nathan o yo somos elegidos y no hay Tributos Profesionales este año para ser voluntario, no se te ocurra ser tú voluntaria para ir también—tragué saliva sin saber muy bien qué decir. Me conocían demasiado. Digo "conocían" porque estoy segura de que lo conversó ya con Nathan o algo parecido. Sabía que estaban al tanto de mis posibles planes sin preguntármelo siquiera—. Sólo quédate tranquila.
Me besa la frente y luego se aleja. Suspiré y me dirigí hasta donde están los chicos de mi edad. Cruzo gestos de cortesía con quienes conozco de la escuela y de mi barrio y me quedo de pie, esperando.
En el escenario del Edificio de Justicia hay cinco sillas y las urnas donde están los nombres de chicos y chicas. En una silla está el Alcalde del Distrito; Richard Blank, junto a Hedda Stick, la acompañante del Distrito Cuatro llegada del Capitolio —con una extraña peluca azul—, y tres tributos ganadores, dos hombres, uno alto, blanco y rubio, Finnick Odair, el otro que no recuerdo cómo se llama pero tiene un largo cabello negro y una mujer, tampoco sé su nombre, sentada entre ambos. Ellos tres son mentores de los Tributos cada año. Hay dos sillas con aspecto de trono al frente, vacías y esperando por los elegidos.
Cuando supuse eran las dos en punto el alcalde Blank se coloca de pie y se acerca al micrófono. Todos guardan silencio de inmediato y lo miran atento.
Es siempre el mismo discurso. El alcalde empieza a relatar la historia de Panem, desde que resurgió de las cenizas luego de que Norteamérica cayera y su paso a través de los años. Llega a los Días Oscuros, la rebelión de los trece distritos contra el Capitolio y cómo éste les ganó a todos y eliminó al decimotercero.
Habla del origen de Los Juegos del Hambre y relata sus reglas, que tampoco eran muchas ni muy complicadas en todo caso. Veinticuatro tributos; una chica y un chico de entre doce y dieciocho años de cada Distrito de Panem encerrados en una arena para matarse entre todos hasta que uno terminase vivo. Dice también la lista de los Tributos Ganadores de nuestro Distrito, que no es corta, pero tampoco extremadamente larga como la de, por ejemplo, los Distritos Uno y Dos.
Entonces la mujer, Hedda, ocupó el lugar del Alcalde para usar ella el micrófono y dejé de prestarle atención. Vestía un enérgico vestido azul con lazos y líneas amarillas. Unos zapatos de plataforma blancos y cosas extrañas en su cabello adornando lo que supuse era una peluca. Claro, tenía que estar a juego con nuestro Distrito marítimo.
Miró hacia mi derecha, por sobre mi hombro, y encuentro a Caleb junto a los demás chicos y chicas de dieciocho años. Él enarca ligeramente las cejas y sonríe. Eso me da algo de calma, sé lo que está pensando. Siempre bromeamos sobre Hedda y su aspecto tan Capitolesco, tan típico de sus habitantes, tan extravagante. Eso logra apaciguar un poco mis nervios, pero no lo suficiente, mis piernas tiemblan ligeramente mientras miro de nuevo hacia el escenario.
— ¡Felices Septuagésimo Terceros Juegos del Hambre! —Escucho exclamar a Hedda—. ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!
No escucho lo que continúa diciendo sobre el honor y orgullo de ser Tributo. Para muchas personas en el Distrito Cuatro esto ya es conocido, pues muchas veces nuestros Tributos se consideran Profesionales. Si bien está prohibido entrenar a la población para Los Juegos, muchos se preparan con entusiasmo para participar, sobretodo en el Distrito Uno y Dos. Mi Distrito no es la excepción pero es menos obvio.
Hedda dice algo de las chicas y entonces algo se apreta dentro de mi. Caleb se pone serio y me observa preocupado. Se muerde el labio inferior e intenta sonreír, pero no le sale. Se limita a asentir levemente con la cabeza y miro al frente, nerviosa, sintiendo cada latido de mi corazón como un fuerte golpe interno en cada región de mi cuerpo.
La bronceada mano de Hedda se mete en la urna de cristal y revuelve levemente los papeles hasta que saca uno. Lo desdobla con entusiasmo y mientras mira a la multitud, dice el nombre. No es el mío.
— ¡Catalin Melhook! —dice con orgullo.
El nombre me suena, de una chica del colegio, creo. Sigo el recorrido de las miradas y poso mis ojos en una chica rubia de catorce años. Su rostro está pálido y tiene cara de no poder creérselo.
Los Agentes de la Paz guían a la chica hacia el escenario. Ella sube, estrecha su mano con la de Hedda y ocupa una silla mientras mira con nerviosismo a la multitud, como buscando a alguien, juega ansiosamente con sus manos mientras su labio inferior tiembla, está a punto de llorar o a punto de salir corriendo.
Hedda pregunta por voluntarios, y de inmediato se escucha el grito de una chica, de dieciocho años, alta, fuerte y rubia que, sino me equivoco, se llama Celeste.
La chica, Catalin, la mira extrañada. Si no estoy mal, ellas no son nada, ni familiares ni amigas ni conocidas, pero no es extraño en el Distrito que alguien se presentase voluntario para ir de Tributo, lejos de tener la intención de salvar a la chica, sino de ir e intentar ganar Los Juegos para representar con honor y orgullo nuestro Distrito.
Hedda sonríe orgullosa y se hace el procedimiento. Catalin baja del escenario, notablemente aliviada, y vuelve hacia la multitud de chicos de catorce años. Celeste sube, orgullosa, con los hombros bien atrás y la cabeza bien erguida, al escenario y usa el asiento que usaba la chica, sonriendo y mirando con alegría a la multitud de gente, sin disimular el honro que sentía al verse sentada ahí a través de las pantallas gigantes que acompañaban el escenario.
Cruzo miradas con Caleb, él sonríe, notablemente aliviado de que no sea yo la chica Tributo de este año. Yo sonrío también, igual o más aliviada.
Pero no ha terminado aún. Hedda se dirige hacia la urna de los nombres de los chicos, y nuevamente los nervios me recorren por completo. Ésta vez miro a Nathan, quien me sonríe dándome ánimo y con expresión de "No pasará nada".
Espero que así sea.
Hedda toma un papel luego de revolverlos un poco y lo desdobla. Mi corazón se acelera. Sus labios se acercan al micrófono mientras lee el papelito.
— ¡Caleb Strasse! —exclama sonriente.
Y dentro de mí todo se desmorona. Siento mis piernas flaquear para luego percibir un fuerte golpe contra mis rodillas cuando caigo al suelo. Una chica junto a mí sujeta mi brazo pero apenas soy consciente de ésto. No me atrevo a mirar a mi derecha, hacia donde todos los ojos del lugar están dirigidos, hacia él, el chico de ojos verdes que me salvó la vida hacía tres años, él, siempre tan alegre, subiéndole el ánimo a todos junto a Nathan.
La otra chica a mi lado me ayuda también e intento ponerme de pie apenas. Mis rodillas arden, pero las ignoro. Mi cabeza se gira inconscientemente hacia mi derecha y veo a los Agentes de la Paz rodeándolo, a Caleb, quien camina hacia el escenario serio, ocultando toda emoción de su rostro, tanto que ni siquiera yo puedo saber qué está sintiendo. Mis ojos se cruzan con los de Nathan; su rostro demuestra lo mismo que el mío; preocupación, nervios, pero, sobretodo, miedo.
Solté el aire que ni siquiera sabía que había estado reteniendo ante el ardor de mis pulmones y Caleb sube al escenario, estrecha su mano con la de Hedda, y una última esperanza acude a mí cuando ella pregunta por voluntarios.
Pero nadie dice nada. Nadie es voluntario este año.
Puedo ver mi rostro en una pantalla grande por el rabillo del ojo así que endurezco la expresión. Debo ser fuerte, por él, a pesar de que todo en mi interior gritase, llorase y reclamase. Los Juegos del Hambre siempre me habían mantenido a raya, ni muy interesada pero tampoco muy ajena. Si bien todos los ciudadanos de Panem debían verlos, yo lo hacía porque en realidad no había mucho más que hacer. Pero en ese momento los odié con mi vida.
Suena el Himno de Panem y mis ojos no se despegan de Caleb. Su rostro está inexpresivo y su mirada se pierde en algún punto a lo lejos detrás de mí. ¿Estará pensando en qué hará? ¿En su familia? ¿Sus amigos? ¿En mí?
Los Agentes de la Paz los bajan del escenario y los llevan atrás. Me muevo rápidamente a través de la gente, hacia mi derecha y, como si leyésemos nuestros pensamientos y movimientos, me junto con Nathan, nos tomamos de la mano y nos apresuramos a correr hacia el escenario. Llegamos hasta el borde y caminamos hacia nuestra izquierda, hacia donde se lo llevaron junto a la otra chica dentro del Edificio de Justicia.
Pero los Agentes no nos dejan pasar, rogamos de todas las formas que conocemos, sujeto a Nathan cuando noto que está a punto de lanzarse sobre uno de ellos. Para nuestra suerte llega el Alcalde Blank y autoriza nuestra entrada, dando a entender nuestra cercanía con Caleb. Le agradecí con un gesto antes de que nos apresuráramos a seguir a los Agentes de la Paz que nos llevaban dentro del edificio. Agradecí la leve cercanía que tenía con ese hombre.
Cuatro Agentes nos mueven a través de un largo pasillo de paredes metálicas y nos dejan en una sala con sofás. Nos indican que esperemos y nos quedamos ahí, aún tomados de la mano, sin poder hacer algo más que quedarnos ahí de pie y esperando. Empiezo a temblar y siento mi mentón tiritar, señal de que pronto comenzaré a llorar. Me aguanto lo mejor que puedo, pero el brazo que Nathan colocó en torno a mis hombros no ayudó mucho.
Luego de unos segundos llegan los padres de Caleb y sus dos hermanos mayores. Su madre, Nadia, me mira y se apresura a abrazarme. Le correspondo el gesto con cariño, esa mujer me había ayudado mucho desde que la conozco y le guardo un aprecio enorme.
—Él es fuerte, ¿Lo sabes, cierto? Es fuerte, es fuerte —repetía con insistencia y voz temblorosa. Asiento mientras le acaricio el cabello e intento mantenerme yo fuerte, sin llorar.
Luego se me acerca el mayor de los hermanos, Kevin, y me da un corto abrazo pues llegan los Agentes y los meten por una puerta grande y de madera que no había notado antes.
Vuelvo a estar sola con Nathan. Nos miramos y nos volvemos a tomar de las manos, dándonos fuerzas con ese gesto. Lo peor aún no llegaba.
Pasaron tres largos minutos hasta que un Agente llegó a buscarnos. Nos soltamos de las manos y nos metieron por la puerta de madera. Caminamos a través de un pasillo y llegamos a otra puerta, pero metálica, a nuestra derecha, ésta se abrió y ahí estaba él, sentado en un sofá.
Verlo no ayudó en nada. Sus ojos estaban levemente enrojecidos por un posible llanto, pero su expresión era firme y dura, fría.
No supe reaccionar. Sentí mis piernas flaquear pero no me dejé caer al suelo nuevamente, mis rodillas aún dolían por la caída anterior al deteriorado cemento de la plaza.
Nuestras miradas se cruzaron y mis ojos se llenaron de lágrimas. Sólo la mano de Nathan, quien tiró de mí, me hizo reaccionar. Abracé a Caleb por la cintura y Nathan nos rodeó a ambos.
Sentí muchas cosas en ese momento. Tenía ganas de dejarme caer al suelo y llorar, gritar, golpear o patear algo. Sentí pena, tristeza, pero también rabia e impotencia. Mientras abrazaba a Caleb lo más fuerte que podía, estrechándolo con mis brazos, intenté sentirlo bien, saber que estaba ahí, pensando que quizá sería la última vez que pudiese hacer eso.
Ese pensamiento sólo me hizo llorar con más insistencia. Él me acarició el cabello y me besó la cabeza.
—Tienes que hacerte con un cuchillo o una lanza —Nathan se separó de nosotros y yo hice lo mismo—. Una lanza seria mejor. Tu puntería es tu mejor arma. Posiblemente los Profesionales del Distrito Uno y Dos te busquen, pero eso depende de lo que te diga tu instinto, es el mejor que conozco y nunca falla...
—Nathan...
—... Aliarte puede ser una buena opción pero sólo los primeros días, para aprender trucos y trampas —Nathan interrumpió a Caleb, quien lo miraba inexpresivo—. Pero después quédate solo, no puedes confiarte de los Profesionales...
—Nathan... —intentó, sin éxito, Caleb interrumpir.
—Lo tienes todo para ganar, sabes cómo cazar animales menores y...
— ¡Nathan, cállate! —Gritó Caleb—. Sabemos bien cuáles son mis probabilidades.
—No... —susurré. Era como si ya se estuviese dando por vencido.
—Tú nunca te rindes sin luchar —murmuró Nathan—. No falles ahora. ¡Si no ganas y no vuelves te juro que jamás te lo perdonaré! —exclamó y lo abrazó.
Pude escuchar la voz de Caleb diciéndole algo que no logré entender bien. Luego de unos segundos, Nathan, con los ojos llorosos, salió de la habitación.
Caleb me abrazó.
—No puedes perder —dije—. Eres astuto, hábil. ¡No puedes perder!
—Hey —me miró e intentó sonreír—. Nunca te he dicho cuánto me gusta tu vestido. Es una lástima que lo uses para La Cosecha.
Me separé de él mirándolo incrédula. ¿En serio respondía eso? Lo golpeé en el pecho pero él volvió a abrazarme mientras volvía a hablar.
—Lea, nunca te dije tampoco cuánto significas para mí. La mejor decisión que he tomado en toda mi vida fue la de lanzarme al mar a sacarte —murmuró—. Yo sé que seguirás adelante, estoy seguro. ¡Y no pidas más teselas, por favor! Nathan se encargará de ayudarte con todo. Y el nombre de Leanette Bress no saldrá en la papeleta para los futuros Tributos. Luego el hijo del alcalde, ¿Cómo se llamaba? Ah si, Alan se te declarará, finge sorpresa, ¿Vale? Le gustas. Y yo sé que te gusta un poco —su voz se quebró—. Y... Todo será más fácil.
Me besó en la frente y la puerta se abrió. Escuché el "Terminó el tiempo" de la grave voz de un Agente de la Paz.
— ¡No! —grité—. ¡Vas a ganar! ¡Tienes que hacerlo! —un Agente me agarró de un brazo y me incitó a salir, pero me resistí—. ¡Sin ti no puedo! ¡Gana! ¡Hazlo por mi! —su expresión se contrajo en una mueca de culpa, como si supiese que no podría. Un Agente me tomó del otro brazo y comenzaron a llevarme, medio arrastrarme, hacia la salida—. ¡Te necesito conmigo! —su expresión cambió, su rostro mostró confusión—. ¡Caleb, yo te...! —y la puerta se cerró en mi rostro.
