La oscuridad la consumía lentamente.
Un odio crecía a pasos a agigantados en su ser. ¿Porqué ahora?
Sintió como alguien la cogía nuevamente, ya no tenía fuerzas para pelear, así que se dejo coger.
Hey, mírame – su voz logro estremecerla, pero no la reconoció.
Giró su rostro con dificultad, sus ojos ya no visualizaban correctamente por lo que solo veía manchas obscuras y blancas, movió la boca para intentar articular palabra, pero nada salía de aquella boca seca.
Todo estará bien – sintió como pego su frente a la suya, no sabia quien le decía esas palabras, pero lograban calmarla – yo iré a buscarte.
Y la muerte la reclamó
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2 años después.
La leyenda de la traición a la última sacerdotisa de la Perla de Shikon, protectora del campo musashi y defensora de todo ser viviente seguía esparciéndose por todo el continente del antiguo Japón, miles de relatos falsos y otros verdaderos, asesinada bajo la espada de un Yōukai, sellada con la misma, la historia volvía a repetirse, pero esta vez con un cambio drástico a la misma.
Al pie del Goshinboku entre sus ramas frondosas se encontraba ella, rodeada por flores, que la gente iba a dejarle para pedirle por la salud de su familia y propia o para conmemorarla, parecía dormida. Sus cabellos no habían crecido para nada, su rostro se encontraba sereno, su cuerpo estaba en completo estado, ninguna señal de putrefacción yacía en ella, solo una espada en su pecho que nadie había podido retirar.
Un joven moreno camino hacia el gran árbol, iba acompañado de una joven pelirroja. Ambos llevaban lirios blancos para la joven.
Sus flores favoritas.
Las depositaron a un costado de ella, adornando a un mas entorno, se quedaron parados a un lado de su cuerpo, recitándole palabras que nunca se escucharon, pero ¿para qué? Ella jamás volvería a escucharlos.
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En un espacio blanco donde el viento no soplaba, la brisa del mar no se olía y donde las almas no podían llegar se encontraban un puñado de personas discutiendo la intromisión de un sujeto al tártaro.
Se podía decir que llevaban horas discutiendo, pero el tiempo ahí no afectaba.
¾ Si Anko es resucitada, despertará el ejercito de Cronos y a los titanes y marchará para tomar las almas de Hades, Zeus y Poseidón y las ofrecerá en tributo - mencionó una mujer.
¾ ¿Y que podemos hacer? – le contesto una joven de ojos aceitunas doradas y cabellos plateados - Nadie de aquí puede tocarla, todo por protección de Cronos.
Por un momento todo quedo en silencio, hasta que un joven de cabellos azules y ojos del mismo color habló — Podemos resucitar a la sacerdotisa.
El tumulto de voces exploto.
— No, ella no tiene porque intervenir – la voz de un anciano calmo todo el revuelo que los demás hacían hace unos momentos.
— Ella fue creada por nosotros – un joven de cabellos fuego y ojos tan azules como los cielos lo miraban con prepotencia - ella tiene un propósito y una deuda que pagar.
— En el momento que ella fue creada, también le di un destino – los ojos del anciano se mostraron letales y serios - uno que ustedes le quitaron.
— Tenía que pagar por la ofensa cometida, una sacerdotisa jamás debe estar con un Yōukai – le respondió con voz burlona la mujer de cabellos azules - y menos una creación de los dioses.
— No metas tu veneno en esto Eris – el anciano contraatacó – soló les advierto que si ella despierta, el destino que le concedí seguirá su curso.
— No lo hará si intercedemos en su alma.
El anciano giro su ojos a la joven que comenzó hablar.
— El alma de un humano no es tan difícil de manipular y menos su cuerpo, solo lo tomaremos prestado su cuerpo para está guerra.
— El destino no puede y no debe ser alterado.
— Si perdemos está guerra el destino de todos quedará en manos Cronos.
El silencio se volvió apoderar de todos. Zeus que se había mantenido al margen tras escuchar las propuestas de todos, intercedió.
— Eren - el anciano se giró a mirarlo, el cual leyó la decisión en sus ojos, solo soltó un suspiro para levantarse y desaparecer, los demás giraron - Despiértenla.
