Prólogo: Volviendo al pasado enterrado
La muchacha salió totalmente del edificio del aeropuerto, colocándose estratégicamente en un hueco en donde nadie podría tropezar con ella, casi escondiéndose tras uno de los muros. Cerró los ojos, acomodándose la correa de su bolsa de equipaje, mientras llenaba sus pulmones con la fresca brisa que recorría por su nueva ciudad, la cual jugueteaba alegremente con sus largos y lisos cabellos azules claro.
Jamás había pensado que algún día volvería allí, y mucho menos en aquellas condiciones, tras un velo de mentiras ocultando todo aquello que mantuviese relación con su persona y con la ciudad; prácticamente teniendo que olvidar casi todo su pasado, por su propio bien. Nunca se había planteado con anterioridad volver, aquello le parecía una pesadilla hecha realidad, pero no le quedaba más remedio. No podía negárselo al señor Blanc, ya suficiente había tenido con sacarla de aquél maldito internado y encontrarle una plaza en un instituto ahora que el tercer trimestre escolar apenas empezaba. Y encima siendo ajeno a las verdaderas razones por las que casi había huido de allí.
No podía pedirle más.
Una pequeña sonrisa curvó ligeramente sus finos labios.
El señor Blanc era un buenazo, pero también un muy fácil de engañar; sin embargo no podía quejarse, eran esas unas de las razones por las que le había cogido tanto cariño. Además, no podía culparlo, su voz había sonado muy convincente cuando le dijo aquella mentira como respuesta al por qué de la petición de traslado: «Empiezo a sentirme agobiada en el Internado», había dicho, y su voz no tembló al contestar. Y los remordimientos la atacaban sin control cada vez que pensaba en su situación; tenía la sensación de que lo estaba usando rastreramente, y el pobre hombre no se merecía eso después de todo.
Su sonrisa se apagó, dando lugar a una expresión más triste.
Pero ese no era momento de pensar en aquellas cosas, o acabaría por desmoronarse en mitad de la transitada calle. Soltó un largo suspiro, mientras sacaba de uno de los bolsillos laterales de su equipaje un papel arrugado que contenía el nombre de su nuevo instituto y de la dirección del mismo, al tiempo que a su mente llegaban los pocos datos que su padre le había dicho sobre el centro escolar.
No era exactamente un internado, pues ofrecía la posibilidad de que los alumnos acudiesen cada vez que lo necesitasen a sus hogares —Exceptuando obviamente las horas de clases. Era famoso por las altas calificaciones del alumnado, así como por ser un instituto célebre entre las familias de alta categoría económica. Y no varias cosas más a las que no había prestado verdadera atención cuando el señor Blanc le explicó un poco sobre el centro educativo.
Con un suspiro, se encaminó por las calles de Inazuma. A pesar del tiempo que había pasado desde que pisó por última vez la ciudad consiguió orientarse; no obstante, la sensación de ser una intrusa en Tierras Desconocidas y de incomodidad no la abandonó por completo en ningún momento, en especial ésta última. Sabía perfectamente que allí no era lo que se dice bienvenida, o al menos esa impresión le dio cuando tuvo que abandonar Inazuma, por supuesto…
Por fin llegó al instituto. Se plantó delante del apagado edificio: Una imponente estructura de tonos oscuros, al que sólo aportaba un toque de variedad los tristes colores de las banderas que danzaban al ritmo del viento. Un pequeño escalofrío subió por su columna vertebral al verlo. Aquél sitio no le gustaba, de un modo u otro le recordaba a su internado; ¿tal vez por aquellos colores tan tristones?, ¿o quizá porque el mismo edificio en sí ya despedía algo de miedo? ¿O acaso es que estaba delirando?
De cualquier modo, no le quedó otra que entrar, mirando meticulosa y prevenidamente cada rincón.
Llegó a secretaría, donde esperó pacientemente a que la mujer fuese a por los papeles y todo lo necesario para entrar a clases al día siguiente —Apenas quedaba una media hora para que las clases de aquella mañana finalizasen, así que no merecía la pena interrumpir. Mientras tanto, miró a la muchacha que se reflejaba en el cristal de la puerta de secretaría.
Tenía unos doce años de edad, casi trece, de piel blanca, pero no demasiado, fina y suave al tacto. El cabello azulado claro lo llevaba suelto hasta el pecho más o menos, con flequillo corto con algunas partes abiertas. Sus ojos ambarinos eran de un tono apagado, y mostraban una frialdad capaz de helar las llamas del mismísimo Infierno; a través de ellos se podía notar claramente el gran abismo que la joven abría entre ella y el resto del mundo. Llevaba una camisa de manga corta abierta vaquera, y debajo de ésta se dejaba ver una camiseta arremangada hasta los codos a rayas gruesas horizontales moradas y negras, y de parte de abajo llevaba un pantalón corto vaquero grisáceo claro. Para su suerte ya no llevaba ninguna seña fuera de lo común, y podía pasar por la típica chica adolescente —O casi, dependiendo de las opiniones— que prefería la soledad, y que era una borde de mucho cuidado.
Ahora que miraba con detenimiento su reflejo, se preguntaba apenada dónde había quedado aquella niña dulce que siempre mostraba una alegre sonrisa, con ojos brillantes llenos de ilusión, desprendiendo una gran calidez. Aquella niña que estaba llena de sueños esperanzas por una vida mejor y feliz.
Aquella niña había quedado enterrada junto con todo su pasado.
—Disculpe —llamó la secretaria, reapareciendo en el pasillo, llamando su atención. La peli-azul se giró a verla, recuperando aquella frialdad en su expresión, aquél abismo que la separaba del resto del mundo en sus ojos. Entre sus manos llevaba varios papeles, algo desordenados, y la joven mujer parecía algo estresada—, ¿podría repetirme su nombre si es tan amable, por favor?
—Oui… Quiero decir, sí —se corrigió inmediatamente al darse cuenta de su pequeño error, aunque a la mujer tampoco pareció importarle; a pesar de todo, su voz sonó fría, monótona, carente de sentimiento alguno, y algo arisca—. Me llamo Claire Beacons.
La mujer rebuscó entre las decenas de papeles que cargaba el nombre de la joven, hasta que por fin la halló en la lista.
—Sí, aquí está… Su padre nos llamó. —La oji-ambarina asintió levemente con la cabeza. Después de rellenar los pocos papeles que necesitaban rellenar y entregarlo lo que tenía que entregarle, la joven mujer alzó la cabeza hacia Claire, mostrando una pequeña sonrisa llena de amabilidad y cordialidad—. Pues bienvenida a la Royal Academy, señorita Beacons.
¡Hola a todos! :)
Sí, aquí vengo a dar por culo (?) con una historia nueva. Pero una historia bien distinta, la historia de mi OC [Oh, ¿en serio? ¿Hacía falta puntualizarlo? ewe Perdón por eso -_-"]
Pero no es una historia de una OC común (?) [Viniendo de mí ¿qué se esperaban? Oks, ya paro]
Y es que NO voy a seguir la serie a_a Bueno, sólo un poquito, pero al principio.
¿Por qué?
Porque soy taaaan jodidamente vaga que no me apetece reescribir los episodios. Y porque cuando me imaginé la historia no sabía nada del TFI... :) Y no voy a cambiarlo -_- Y ese es el verdadero motivo en realidad, porque AMO el TFI xD
Bueno, ya dejo de molestar, que será lo mejor...
Espero que os haya gustado. Este prólogo sólo sirve para presentar un poco a Claire.
Por cierto, si queréis ver alguna imagen de ella, me avisáis y subiré alguna a algún lado.
Tengo decenas en mi ordenador a la espera de ver la luz del sol a_a xd
¿Qué les pareció? ¿Merezco algún elogio? ¿Alguna crítica constructiva? ¿O alguna destructiva? ¿Alguna amenaza de muerte?
QUIERO QUE SEÁIS ESTRICTOS,
aunque apenas podáis decir mucho puesto que ni conocéis a nadie de los que han salido ._.
P S : A V i S O
Aunque lleve un bueeeen cacho de la historia, subiré aquí cuando lo crea conveniente,
así que no esperéis que suba muy seguido porque... no, simplemente no... Pero no tardaré meses, o eso creo ._.
Inazuma Eleven no me pertenece, es de Level-5;
si fuera mío, la historia habría cambiado muuuuuuuuucho... *inserte risa macabra*
